Voluntarios en prisión
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Voluntarios en prisión

  1. 224 páginas
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Información del libro

A finales de los años 80, varios estudiantes de Periodismo de la Universidad Complutense de Madrid fueron los primeros voluntarios en trabajar en el entorno penitenciario. Cristóbal Sánchez Blesa, uno de aquellos jóvenes, hoy presidente de Solidarios para el Desarrollo, no ha dejado de acudir desde entonces cada sábado a su cita carcelaria.Después de tantos años de experiencia, estos dos autores, voluntarios, nos ofrecen un completo manual del voluntariado en el ámbito de las prisiones, escrito con lucidez y autocrítica. No defraudará a quien se acerque.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2013
ISBN
9788428825535
Categoría
Social Sciences
Categoría
Sociology
1

VOLUNTARIADO Y CÁRCEL,
EXTRAÑA PAREJA

El complejo de normas que regulan el sistema penitenciario español es, sin duda, uno de los más avanzados, garantistas y humanos que podemos encontrar. Basta una lectura rápida a textos como la Ley Orgánica 1/1979, de 26 de septiembre, General Penitenciaria, o al Reglamento penitenciario que la amplía y concreta los detalles, o a normas más o menos formales como el Código deontológico de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, para comprobar la bondad de los fines de la institución. Muy clarificador es, asimismo, revisar los capítulos en que se divide el contenido de la web de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, donde encontramos precisa y abundante información sobre todo lo relacionado con el hecho penitenciario. Las palabras contenidas en la web lograrán tranquilizar en buena medida a familiares y amigos de los internos, así como a cualquier ciudadano preocupado por los derechos humanos. Servirán de modelo a juristas y expertos penitenciarios en otras partes del mundo, aportarán datos y criterios útiles para personal como los voluntarios y, sobre todo, son un fiel reflejo de lo que apunta el capítulo 25, artículo 2, de la Constitución española: «Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y la reinserción social». Es de agradecer el esfuerzo de transparencia informativa, máxime cuando los datos sobre las cárceles han estado siempre bajo el celemín.
Dicho esto, no podemos engañarnos y pensar que lo que dice toda esa literatura y otra responde a la realidad completa; ya nos parece bien que sirva de tendencia y de orientación, y que sirva para mejorar paulatinamente lo más retrógrado del sistema penitenciario. Nadie puede engañarse pensando que ese sistema descrito es el real y cotidiano, y nada más. Por el contrario, las carencias materiales y de personal condicionan muchas estrategias, los abusos de poder e incluso de derechos humanos son más frecuentes de lo deseado, la opacidad doméstica de las cárceles crea dudas al propio sistema, la seguridad condiciona siempre el tratamiento y la reinserción, los sucesivos endurecimientos del Código penal –piedra política filosofal para la eliminación de la delincuencia– y otros factores han dado como fruto unas cárceles superpobladas. La lentitud y las deficiencias en el sistema de justicia se manifiestan de manera directa en la vida de los presos, hasta el punto de poder afirmar que gran parte de las perversiones y extravagancias penitenciarias tienen una procedencia inmediata en los juzgados y en las leyes… En resumen, hay mucho que mejorar en nuestras cárceles para que la privación de libertad, sustancia punitiva, sea una plataforma para la regeneración de nuevos ciudadanos. Modestamente, muy modestamente, los voluntarios quieren contribuir a ese progreso por la vía de la humanización.
1. El voluntario y la institución
La buena relación del voluntario con los profesionales del establecimiento penitenciario no solo es esencial, además de inevitable para el buen desempeño de un proyecto. No mantener una relación de respeto y de colaboración se convierte enseguida en un perjuicio para el interno. Esto depende en buena medida del voluntario, pero también –y mucho– de la propia institución y de sus profesionales. A pesar de las mejoras indudables, todavía no existen unos canales de comunicación tan fluidos como debieran darse. A lo largo de estas páginas hablaremos de la relación entre el voluntario y los profesionales desde distintas facetas. La mayoría de los problemas, de los malentendidos o de las oportunidades baldías pasan por una falta de comunicación y trato entre unos y otros.
Durante muchos años, la institución penitenciaria ha visto con recelo el hecho de que personas externas entren en la cárcel. Al menos no se puede decir que lo hayan facilitado, a juzgar por las mil trabas diarias que han surgido tradicionalmente. Muchos, durante mucho tiempo, han pensado que el personal de fuera mira con ojos de espía su trabajo, considerándolos a ellos más carceleros que funcionarios públicos cumpliendo una labor de Estado al servicio de la ley. Han transcurrido los años y, si somos objetivos, el movimiento voluntario no ha creado tanta confusión ni problemas como algunos temían. De hecho se ha convertido en un cooperador positivo para las actividades del centro, las ha aumentado, las ha completado y las ha mejorado en la mayoría de los casos. Y también siendo objetivos, el cuerpo de funcionarios ha evolucionado en su conjunto, siendo mucho más permeable al exterior, más favorecedor, más amistoso. Los voluntarios, por su parte, a base de formación y tropezones, hemos ido perdiendo la apariencia y la mentalidad naïf que tan poco ayuda a un trabajo serio y determinado.
Acaso el cuerpo de funcionarios de prisiones acarrea como gremio la inercia vergonzante de ser descendientes de carceleros y verdugos, esbirros de esa mazmorra social en la que se esconde la ejecución del castigo, último eslabón del proceso de justicia penal. De hecho, pensamos que la mayoría de los errores de fundamento que se manifiestan en el entorno penitenciario proceden en realidad de la propia sociedad, abierta y democrática para unas cosas y despiadada para otras, y de su Administración de justicia, llena de demoras y arbitrariedades.
Es significativo que la cárcel, tanto en España como en otros países, esté inserta en el marco administrativo del Ministerio del Interior y no en el de Justicia (cierto que la conexión es máxima). El castigo, aún formando parte del sistema judicial, pasa a otras manos en el momento de la aprehensión y, más aún, en el de la sentencia condenatoria. El gozne esencial entre esos dos ámbitos, no obstante, lo constituyen los jueces, en especial los de vigilancia penitenciaria, de quienes hablaremos más adelante.
El encargado de la cárcel, a lo largo de años, decenios y siglos, y más procediendo de una tradición secular de autoritarismo, como vivimos en este país, se sumerge en el cieno de la cloaca, aunque sea para limpiar; es el encargado último de la higiene, aquel que actúa de la manera más fría en la custodia del criminal y, en el imaginario colectivo, de alguna manera, se crea un cierto trasvase de rasgos de personalidad y de conductas entre las personas que viven bajo un mismo techo. El carcelero y el criminal están ambos a un lado diferente de una misma reja, que es tanto como decir a un margen y otro de la misma realidad.
Lo cierto es que nuestros funcionarios hoy son técnicos de la función pública, con estudios superiores en muchos casos o con una buena formación defendida en oposición pública; son trabajadores cualificados con una carga de responsabilidad importante sobre su puesto de trabajo. Sin embargo, el lastre de la historia penal universal es muy pesado y, desde luego, aún no asistimos a manifestaciones públicas de orgullo por parte de los miembros de este colectivo. Un director general de Instituciones Penitenciarias, en una ocasión, contaba a modo de broma que se alegró mucho cuando nombraron al primer director general de Inmigración, porque ya había alguien por debajo de él en la cadena trófica a quien poder sacudir públicamente más que a él. Exageraba, pero es cierto que cualquier pequeño ruido se amplifica y crea pánico enseguida, y por eso es mejor intentar guardar silencio en todo lo que toque a la cárcel. El método de la prudencia y el pasar inadvertidos, por no hablar de los secretos de la seguridad, a veces choca con la transparencia democrática.
En la última década se ha hecho mucho por integrar al voluntario como parte del centro penitenciario. No obstante, aún no podemos decir que disfrute del reconocimiento de pleno derecho ni que su trabajo forme parte esencial en los planes de la cárcel. Pocas veces son consultados respecto a las mejoras de los internos por parte de la Junta de Tratamiento u otros órganos. Poco se cuenta con ellos, ni muchas veces se les comunican formalmente decisiones que influyen directa o indirectamente en su trabajo. Se tienen que enterar por el propio desarrollo de su actividad de muchos de los cambios en la administración del centro o en el régimen disciplinario. Es cierto que, formalmente, los voluntarios participan en ámbitos tan importantes como el Consejo Social Penitenciario y en su equivalente local en cada cárcel, pero, a la hora de la verdad, son muchas las veces que se les ignora o se les ningunea, incluso en decisiones que les van a afectar de lleno. También es cierto que, en la mayoría de las ocasiones, se trata más de descoordinación que de mala voluntad. No es difícil llegar un fin de semana a una actividad ordinaria y descubrir con perplejidad que el módulo al que vas tiene jornada familiar, o actividad especial de la escuela, o cualquier otro evento que impide o dificulta la tarea, y nadie te ha dicho nada. El voluntario competente posee el orgullo de trabajar con una profesionalidad desinteresada y se puede ver menospreciado con la misma intensidad que cualquier otro buen trabajador.
No proponemos que el voluntariado sea absorbido por la cárcel como parte de la plantilla, aunque sin honorarios. Esto sería insano y viciaría su necesaria independencia a la hora de ejercer su función como ciudadanos de a pie. Lo que proponemos es un equilibrio, unas formas de coordinación sistematizadas, un mayor contacto entre las organizaciones y de estas con el propio centro penitenciario, coordinado todo por el personal de tratamiento. De la mejor coordinación saldrían ideas, se multiplicaría la actividad, se llegarían a concretar métodos de trabajo más eficaces y las...

Índice

  1. Portadilla
  2. Cita
  3. Prólogo. Aulas de Cultura en las cárceles, por José Carlos García Fajardo
  4. Presentación
  5. 1. Voluntariado y cárcel, extraña pareja
  6. 2. Quiero ser voluntario en la cárcel
  7. 3. No nos atañe juzgar, sino ayudar
  8. 4. Información útil
  9. Sobre los autores
  10. Contenido
  11. Créditos