Los Rolling Stones y la ciencia
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Los Rolling Stones y la ciencia

¡No es sólo rock and roll!

  1. 160 páginas
  2. Spanish
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Los Rolling Stones y la ciencia

¡No es sólo rock and roll!

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Sus majestades… ¿científicas? Rebeldía, sexo, drogas y una vida de excesos acompañan a los Rolling Stones casi desde aquella maravillosa casualidad que juntó a Mick y Keith en una estación de tren. ¿Cómo hicieron aquellos muchachitos para sobrevivir y convertirse en la banda de rock más grande y longeva del mundo? ¿Será cierto lo del pacto con el diablo? Si hasta hay quienes ven a Richards como a una rareza de laboratorio…Por eso, nuestro autor de Los Beatles y la ciencia, Ernesto Blanco, decidió poner manos a la obra (o mejor, a la investigación) y meterse de lleno en la ciencia del rock and roll. Porque allí donde a primera vista sólo hay riffs, acordes y distorsiones, aplicando las dosis justas de física, matemática y biología, él encuentra los colores, las ondas, la evolución, las siete (o más) vidas de Richards explicadas desde el más puro raciocinio.La distorsión del sonido de la guitarra en "Satisfaction" analizada matemáticamente, todo lo que la estadística tiene para decir sobre la existencia del club de los 27 (del que Brian Jones forma parte), el aporte de los labios de Mick Jagger a la paleontología (y a la música, claro), una mirada evolutiva al hecho de que "no siempre puedes conseguir lo que quieres" y hasta un recorrido por el espacio a 2000 años luz de casa, comandados por Mick, Keith y nuestro físico-músico-superhéroe están en las páginas de este libro.¡Porque no es sólo rock and roll… y nos gusta!

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Información

Año
2019
ISBN
9789876298896
1. La música amansa a las fieras (¿o no?)
En 1967 Brian Jones, el guitarrista (y multiinstrumentista) de los Rolling Stones, visitó en Gibraltar una colonia de monos, cuando iba camino a reunirse con sus compañeros en Marruecos. Estaba acompañado por dos de las mujeres más influyentes de la historia de esta banda: Anita Pallenberg (en ese momento su pareja y luego pareja de Keith Richards) y Marianne Faithfull (por entonces pareja de Mick Jagger). En su autobiografía, Marianne cuenta un interesantísimo “experimento”, realizado por Brian con aquellos monos. Tal vez se sintió inspirado por la leyenda del flautista de Hamelin:
Nos acercamos al grupo de monos muy ceremoniosamente y les dijimos que íbamos a pasarles algunos sonidos maravillosos. Ellos nos escuchaban muy atentamente, pero cuando Brian encendió el grabador, parecían asustados y se dispersaron chillando. Brian estaba muy disgustado. Se lo tomó como algo personal. Estaba tan molesto por su reacción que se puso a llorar.
La música que Brian quiso compartir con estos primates no era de los Rolling Stones, era una cinta con composiciones suyas para la banda de sonido de una película protagonizada por Anita llamada A Degree of Murder. Pero ¿por qué los monos reaccionaron tan mal? ¿No es que la música calma a las fieras? ¿Habría tenido más suerte con otro tipo de música? ¿Qué nos puede enseñar la ciencia sobre esta experiencia?
Utilizar grabaciones para realizar experimentos de comportamiento animal es una metodología muy frecuente en biología. El primer experimento con monos en el que se utilizaron grabaciones de audio fue realizado por Richard L. Garner en 1891 en el zoológico del Central Park. Por medio de un fonógrafo reprodujo los “saludos” de un grupo local de monos Rhesus a un grupo de nuevos monos que llegaban al zoológico. Aparentemente, los novatos respondieron a las grabaciones con gran entusiasmo.
Según los estudios de Charles Snowdon y David Teie, el efecto en monos de la música humana es, sin embargo, muy distinto. Estos investigadores consideraron la hipótesis de que el efecto emocional de la música tiene que ver con las características de los sonidos que se perciben en el útero materno durante el proceso de desarrollo del sistema nervioso de un mamífero. Por ejemplo, un pulso repetido y regular como el latido del corazón es una característica típica de la música y también de los sonidos intrauterinos. La frecuencia de repetición en la música humana normalmente está entre los 40 y 240 pulsos por minuto, una frecuencia que coincide aproximadamente con los pulsos que un feto puede percibir en el útero provenientes de actividades de la madre como la respiración, el latido del corazón y los golpes del pie contra el piso durante la locomoción. Por otra parte, la importancia de las notas musicales en los humanos tendría su origen en la voz de la madre, que consiste sobre todo en señales de frecuencia definida que proceden de la emisión de las vocales durante el habla. Las propiedades acústicas del útero atenúan los sonidos de forma diferente dependiendo de su frecuencia. Debido a la absorción de los tejidos que lo rodean, las frecuencias altas sufren más atenuación que los sonidos graves. Por lo tanto, las consonantes del habla prácticamente no se escucharían en el útero, mientras que la melodía formada por las frecuencias de las vocales sería audible. Otro dato que apoya esta teoría es que el rango de frecuencias de los instrumentos melódicos en una gran variedad de culturas está entre 200 y 900 Hz,[1] que es el rango de frecuencia típico de la voz de una mujer adulta.
De ser cierta su teoría, es de esperar que en especies cuyas vocalizaciones y movimientos son distintos de los nuestros, la música humana tenga un efecto muy diferente. Incluso sería posible generar música específica para otras especies animales tomando en cuenta estas diferencias.
Con esta idea en mente ambos investigadores decidieron determinar qué características debería tener el rango de frecuencias, el número de notas por minuto, el ritmo e incluso el timbre para componer música adecuada para los monos tití de cabeza blanca, una especie endémica de Colombia. Se propusieron evaluar la respuesta de estos animalitos a diferentes composiciones musicales, algunas pensadas para humanos y otras compuestas especialmente para ellos. En el caso de la música humana utilizaron dos canciones cuyas características sonoras despiertan emociones de afiliación −el Adagio para cuerdas, de Samuel Barber y “The Fragile”, de Nine Inch Nails− y otras dos vinculadas a emociones de temor o amenaza −“Of Wolf and Man”, de Metallica y “The Grudge”, de Tool−. Por otra parte, en las melodías compuestas para los titís de cabeza blanca se usó un número mayor de notas por minuto (en algunos casos casi el doble) y un rango de frecuencias entre 10 y 20 veces mayor, según las características naturales de las vocalizaciones y los ritmos corporales de estos animalitos. Se generaron con esas características cuatro composiciones para titís, dos afiliativas y dos de temor o amenaza. ¿Qué ocurrió cuando los titís las escucharon? ¿Les pasó lo mismo a Snowdon y Teie que a Brian Jones con los monos de Gibraltar?
Para ver la reacción de los titís a la música se esperó a que estuvieran calmados durante unos 5 minutos. Luego reprodujeron un fragmento de treinta segundos de alguna de las composiciones y observaron su comportamiento en los siguientes 5 minutos. Mientras sonaba la música compuesta para ellos, no se notó ninguna reacción particular de los titís. Sin embargo, en los 5 minutos posteriores a la exposición a la música compuesta para ellos que buscaba generar temor, mostraron un incremento significativo de su movimiento, comportamiento de ansiedad y comportamiento social. En cambio, en los 5 minutos posteriores la música afiliativa producía una disminución del movimiento y comportamiento social y un aumento del comportamiento de búsqueda de alimentos. Los titís parecían estar reaccionando de forma adecuada a los objetivos de la música compuesta para ellos, lo que demostraría que las ideas de los investigadores no estaban muy erradas.
Pero ¿qué ocurrió con la música humana? En primera instancia no hubo gran diferencia de comportamiento con un tipo u otro de música humana, pero sí dos efectos interesantes. Primero, los comportamientos de ansiedad se redujeron al escuchar la música afiliativa humana y, segundo, el movimiento se redujo al escuchar la música atemorizante humana. En otras palabras, escuchar a Metallica parecía calmar a los titís, algo que contrasta con la respuesta típica en los seres humanos (ponerse a saltar y sacudir la cabeza… o algo así). Esto puede deberse a que estos animalitos tienen un ritmo cardíaco muy elevado y aun la frenética “The Grudge”, con sus 220 pulsos por minuto, está suficientemente cerca del ritmo cardíaco de reposo de un tití. En este experimento la música efectivamente calmó a las “fieras”, pero se trata de un caso muy particular. Sea como sea, las respuestas emocionales adecuadas sólo se pueden lograr con música compuesta especialmente para el tipo de animal al que nos interese influenciar.
A partir de estos resultados los autores obtuvieron apoyo para su teoría de que la música está construida a partir de características de los sonidos que los mamíferos perciben en el útero durante el desarrollo de su sistema nervioso. También mostraron que es posible lograr en otras especies el contagio emocional a partir de la música, si nuestras composiciones reflejan el conocimiento que tenemos de sus tipos de vocalizaciones. Pero Brian Jones ignoraba esto. Su música podía generar ciertas sensaciones en los humanos, pero algo muy distinto en los monos de Gibraltar. No debió tomarlo como algo personal: el efecto de la música no es tan universal entre especies. Pero, a partir de lo que vimos hasta aquí, ¿podemos entender por qué los monos de Brian se asustaron tanto?
Primero debemos decir que en Gibraltar existe una única especie de primates y su nombre científico es Macaca sylvanus.[2] Estos animales se mueven fundamentalmente en tierra, aunque suelen trepar a los árboles y acantilados en busca de refugio durante la noche o en momentos de reposo. Los adultos tienen una altura de 40 cm y su longitud total, incluyendo la cola, ronda los 60 cm. Los machos llegan a pesar un poco menos de 20 kg y las hembras, alrededor de 15 kg. Viven en grupos sociales muy numerosos y lo más interesante de todo es que tienen un amplio repertorio de vocalizaciones, muy estudiadas por los científicos en los últimos años. En particular se han examinado los sonidos que emite la hembra durante la cópula (el macho, en general, se mantiene silencioso) y se ha observado que las características de estos sonidos se relacionan con la probabilidad de que resulte en una fertilización. Pero no sólo de cópula viven los primates: estos animales tienen, además, un amplio repertorio de sonidos que pueden clasificarse, como se hizo anteriormente, en afiliativos o amenazantes.
Tal vez los sonidos de la música de Brian Jones tuvieran características inquietantes para estos animales. Si bien no sabemos qué tema musical les pasó Brian a los macacos de Gibraltar, sí sabemos que era alguna composición para la película A Degree of Murder. En YouTube se puede escuchar la composición instrumental de Brian con que comienza la película. Se trata de una melodía que presenta las características típicas de la música humana, pero en ciertos momentos propone sonidos de carácter experimental. Usa instrumentos melódicos que no van a frecuencias más altas que los 900 Hz (la mayor parte del tiempo están por debajo de eso) y el número de notas por minuto no parece particularmente alto (alrededor de 100 por minuto). En ambos casos estamos en valores más bajos que los usuales para las vocalizaciones de los macacos de Gibraltar, que emiten frecuencias más agudas y a un mayor número de pulsos por minuto que los humanos (aunque algo menos que los titís mencionados antes).
Los científicos alemanes Julia Fischer y Kurt Hammerschmidt realizaron una compilación del repertorio vocal de esta especie y describieron sus características acústicas. Una de las vocalizaciones más graves del repertorio corresponde también a pocas notas por minuto (cerca de 60) y es una llamada de alarma emitida con la intención de intimidar a un depredador. El ejemplo concreto que presentan es el de un macho adulto que vocaliza como respuesta a un buitre que se está aproximando a un grupo de macacos sentado en un risco. La intención no es sólo dar la alarma, sino también intimidar al agresor, y esto se refleja en un sonido más grave de lo usual, en el que casi toda la energía está en frecuencias menores a los 1000 Hz. El ritmo lento, cercano a 60 pulsos por minuto, se usa en llamadas de alarma. Los ritmos más rápidos, equivalentes a unas 300 notas por minuto, corresponden a los sonidos de cópula y también al juego entre machos jóvenes. Estas son las vocalizaciones relacionadas con estados más afiliativos.
Por esa razón podemos especular que la música humana de Brian Jones, con frecuencias graves y pocas notas por minuto para el estándar de los macacos, podría activar emociones similares a las que producen las llamadas de alerta e intimidación, y explicar la respuesta negativa de estos animalitos. Si quisiéramos generar emociones positivas en estos macacos, deberíamos hacerles escuchar algún tema de los Rolling Stones en que hubiera participado Brian de un modo importante, por ejemplo, “Paint It Black”, aumentando la velocidad de ejecución y potenciando los agudos. Lo ideal sería colocar la melodía cerca de los 1000 Hz, lo cual estaría en el límite superior de la voz de una soprano. Tal vez, en ese caso, los macacos se queden escuchando y hasta se relajen. Sin embargo, no podemos estar seguros hasta que no hagamos la prueba. ¿Lo intentamos? Sólo se necesita un software para retocar la canción y un pasaje a Marruecos. Pero precisamente sobre “Paint It Black” y las emociones que propone tenemos algunas reflexiones para compartir, ya que no sólo la música, también los colores, se relacionan con las emociones.
[1] Unidad de frecuencia llamada “hercio”, más conocida como “hertz” por su nombre en inglés, y cuyo símbolo es “Hz”. Corresponde a la cantidad de oscilaciones que ocurren en un segundo. Cuanto mayor es la frecuencia, más agudo es el sonido.
[2] Más adelante hablaremos de la nomenclatura científica usada para nombrar especies y su curioso vínculo con los labios de Mick Jagger.
2. Cuando todo se vuelve oscuro
Miro dentro de mí y veo que mi corazón es negro,
Veo mi puerta roja y tendría que pintarla de negro.
Quizás entonces me esfume y no tenga que encarar los hechos,
No es fácil hacer frente cuando todo tu mundo es negro.
“Paint It Black”, Aftermath (1966)
“Paint It Black” fue editada como single en mayo de 1966. Rápidamente llegó al número uno de las listas de éxitos tanto en el Reino Unido como en los Estados Unidos. Fue un punto muy alto y relevante en la carrera de los Rolling Stones. Respecto de esta composición de Richards y Jagger, dice el periodista de rock Stephen Davis:
No había nada similar en la radio. Este espeluznante poema sinfónico parecía describir una procesión funeraria en medio de una profunda duda existencial. El sitar de Brian proponía una melodía que expresaba un dolor muy espiritual y la poderosa batería lanzaba la canción hacia un oscuro entorno de ansiedad y desesperanza, como si se deseara que el sol se borrara del cielo. Leonard Bernstein, el director de la New York Philarmonic, la destacó como una de las canciones más importantes del siglo. Parecía contener también ecos sociales, que reflejaban las recientes oleadas de inmigración india y paquistaní a Inglaterra.
Lo curioso es que la ciencia ha hecho una nueva lectura de esta canción que habla de filas de coches negros, de un mar verde que ya no se verá más de un azul intenso, de la desaparición de los colores, de soledad y desesperanza. Los seres humanos damos mucha preponderancia a los estímulos visuales, recibimos una gran parte de la información del ambiente a través de la vista y entre los mamíferos somos excepcionales en cuanto a nuestra capacidad para percibir colores.
Desde el punto de vista de la física, podemos decir que la división estricta entre los colores es una ilusión que depende de nuestro sistema perceptual. La luz viene en un continuo de longitudes de onda y no en un conjunto limitado de colores. Sin embargo, nuestros receptores en la retina son más sensibles a ciertas longitudes de onda que a otras. Tenemos un tipo de receptores para longitudes de onda cercanas a lo que llamamos “azul” (longitudes de onda cortas), otro para lo que llamamos “verde” (longitudes de onda intermedias) y otro cercano al rojo (longitudes de onda largas). La luz que recibimos de cada objeto activará en distinta proporción cada grupo de receptores. Esto producirá una combinación diferente de azul, verde y rojo en cada caso, lo cual nos permite percibir una gran variedad de colores.
A su vez, hay variaciones genéticas en las características y la sensibilidad de estos receptores. Algunos están codificados en el cromosoma sexual X, del cual las mujeres tienen una doble copia, mientras que los hombres tienen una copia única. Por esa razón, los hombres pueden carecer de algún tipo de receptor y percibir los colores de manera diferente a las mujeres.
La mayoría de los mamíferos tiene en su retina sólo dos tipos de pigmentos que le permiten distinguir colores. Por lo tanto, son prácticamente ciegos al color (como las personas a las que les falta uno de los tipos de receptores). Es decir que los humanos y otros primates son una excepción dentro de los mamíferos. Algunos marsupiales australianos tienen la misma capacidad que los humanos para ver colores. Seguramente esto se debe a que, a diferencia de la mayoría de los mamíferos, mantuvieron una habilidad que ya tenían sus antepasados reptilianos.
Pero en el caso de los primates (entre ellos, los humanos), la visión en colores fue reinventada por la evolución: existe evidencia de que ocurrió más de una vez y de forma independiente en los primates africanos y los sudamericanos. Es probable que esto se deba a la utilidad de la visión en colores para poder detectar, en medio de un paisaje de hojas verdes, los apetecibles frutos y reconocer su tipo y grado de madurez. A su vez, los frutos desarrollaron colores llamativos para atraer a los primates, de quienes se sirven para dispersar sus semillas.
Los colores también son importantes para el despliegue sexual de los primates (otra posible explicación de los coloridos maquillajes y vestuarios de los humanos). Es decir que también en este sentido el fruto prohibido y la sexualidad parecen cosas muy relacionadas. Somos animales visuales y nos tomamos muy en serio los ilusorios colores del mundo.
Esto convierte a las metáforas relacionadas con el color en figuras muy potentes para transmitir mensajes. En el lenguaje cotidiano es frecuente asociar lo colorido con la felicidad y la falta de color y la oscuridad con la tristeza y los malos momentos. ¿Tiene esto alguna base fisiológica que lo justifique?
Un grupo de investigadores del Departamento de Psiquiatría y Psicoterapia de la Universidad de Friburgo, en Alemania, realizó un curioso trabajo inspirado en este asunto, cuyos resultados se publicaron en el año 2010 en una revista de psiquiatría biológica. Estos investigadores se preguntaron si realmente habría una diferencia en el mo...

Índice

  1. Tapa
  2. Índice
  3. Portada
  4. Copyright
  5. Este libro (y esta colección)
  6. Agradecimientos
  7. Dedicatoria
  8. Introducción
  9. 1. La música amansa a las fieras (¿o no?)
  10. 2. Cuando todo se vuelve oscuro
  11. 3. Satisfacción
  12. 4. Simpatía por el diablo
  13. 5. Cuestiones de abogados: ¿Beatles o Stones?
  14. 6. Neurocirugía barata y zapatos de goma
  15. 7. El club de los 27
  16. 8. No siempre puedes conseguir lo que quieres
  17. 9. Los conspicuos labios de Jagger
  18. 10. ¿Cantos rodados o piedras movedizas?
  19. 11. A 2000 años luz de casa
  20. Epílogo
  21. Bibliografía comentada
  22. Acerca del autor