El oso y el colibrí
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El oso y el colibrí

Y otros perfiles, notas, críticas, ensayos

  1. 186 páginas
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El oso y el colibrí

Y otros perfiles, notas, críticas, ensayos

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Información del libro

Desde los primeros textos de Letras Universitarias hasta El oso y el colibrí hay una historia de publicaciones de casi veinte años (1949-1968). Juntos, son un paseo por la faceta de ensayista, critico, cronista y comentarista de Gonzalo Arango (al lado de la del dramaturgo, poeta, narrador, periodista, epistológrafo…) y conocerla es ir tras los indicios y las huellas de unos de los lugares más ricos para reconstruir las concepciones de Gonzalo sobre literatura, política, cultura y vida privada. Ese trayecto conforma una autobiografía intelectual de una vida vivida entre libros, calles, bares, amigos, pequeños viajes, editoriales, rabias y soledades. Y eso, a mi modo de ver, es más que digno, y es buen motivo para estar regresando a la obra de Gonzalo y descubrir algo nuevo en su escritura o recordar lo que a veces dice tan bien y tan a su manera.

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Información

Año
2020
ISBN
9789587205954
Categoría
Literature

El oso y el colibrí (1968)

Image
La felicidad es el sufrimiento que se cansa
Evtushenko
La poesía es un costal lleno de besos y revólveres
Gonzalo Arango
Image
Ese joven alto, desgarbado, de ojos azules alegres o tristes, pelo rubio cortico, con capul sobre la frente al estilo de un santico medieval, manos de molino, delicadas en la caricia, fuertes en la ira, zapatos sucios talla 45, traje gris arrugado, descorbatado, una mezcla física entre deportista y actor...

EL POETA Y LA LIBERTAD

Poeta Eugenio Evtushenko:

Le presento un saludo fraternal en nombre de los poetas y del pueblo de Colombia.
Me ha tocado el peligroso honor de presentarlo. Honor, porque es usted uno de los poetas más grandes de nuestro tiempo; y peligroso, porque mi admiración es tan ilimitada como la responsabilidad de ser fiel a la adhesión que su obra despierta en las rebeliones de la juventud.
Me acerco a usted sin temblor porque su gloria no eclipsa sino a los mediocres de corazón. Nosotros sabemos que un poeta no tiene de qué estar orgulloso, salvo de esa sencilla verdad por la cual ha pagado el más alto precio de ser hombre: hacer de su trabajo un acto de adoración y sacrificio por el triunfo de la dignidad, cuya causa es común a la de la belleza. La revista Time dice que hace poco lo vieron comprando vodka en un almacén de Moscú. Eso demuestra que usted es un poeta de buen gusto, que en alguna parte de su ser es vulnerable, que está vivo.
La desesperación no es un privilegio burgués.
¡Oh, Vladimir Mayakovski, todavía me duele tu disparo sobre mi sien!
Es que Time no puede entender a los poetas, pues como dijo uno de ellos, “vale más estar sobre la hierba que en la portada de la revista Time”. Pero yo sé que usted encarna la solidaridad entre los pueblos, y la amistad entre los hombres que han elegido para sí el terrible y honroso oficio de la poesía, en la que usted es, ciertamente, uno de nuestros símbolos de lucha.
No es usted un poeta para minorías, pues sé en qué yunque forja la ternura de su palabra. No es usted un poeta que se da el lujo de sueños idealistas ni solitarios éxtasis. Usted es la voz padecedora de sus silencios, la voz de protesta contra la injusticia y la opresión. Sé lo que debe sufrir para forjar su poesía en la llama más pura, la más ardiente, la más comunicante, y lograr el grado de belleza en que los hombres se reconozcan humanos, para que la humanidad sea al fin rescatada por una voluntad universal de paz con dignidad.
Somos solidarios con su mensaje, poeta Evtushenko. Usted ha combinado admirablemente la ira con la ternura, la belleza con la rebelión. Nuestro pueblo –lo juro por Rusia que es lo más sagrado para usted– no es enemigo de su pueblo de cuya alma es usted una verdad que canta; ni con las nobles aspiraciones de su tarea de artista que son irrenunciables al arte y a la humanidad.
Por eso su presencia en América es gloriosa para nosotros y su poesía. Usted va a destruir con el poder de la palabra el mito abyecto de la cortina de hierro. Ya no creemos más en la fábula de que la luz y la verdad están cautivas en Siberia.
De otro modo ustedes no estarían tan cerca de la Luna y de una esperanza próxima a ser conquistada para la humanidad.
Sabemos también que en Rusia la libertad no es un mito platónico, ni un ideal suelto como el demonio para hacer estragos en el mundo de los hombres. La libertad no es una manzana paradisíaca para tentar al hombre a su perdición, ni condenarlo al exilio de la tierra.
No se es libre por fatalidad, ni por azar.
Se es libre por un derecho que el hombre adquiere por la cultura para honrar la vida y el universo.
No se es libre para oprimir a los hombres ni deshonrar el universo.
La libertad no es una virtud abstracta, sino un derecho social que impone deberes y sacrificios. En el proceso de perfeccionar el mundo, ella está en el deber moral de renunciar a ser un absoluto en beneficio de la felicidad de los hombres. Esa mínima renuncia, a la larga, los hará más libres.
Yo sé que usted bebe en un cáliz amargo pensando en estos temas en el momento de la creación, para dar a su mensaje un aliento terrestre, el coraje del guerrero que canta para darse fe entre las pausas del combate, y luchar con las armas más dignas, por las causas más dignas de la existencia.
Usted es la síntesis viviente de la historia de Rusia que, desde hace siglos, es cómplice en los grandes sucesos de la historia humana. Así el santo, el mártir, el bandido y el revolucionario de la vieja y la nueva literatura rusa. También aquí arden las hogueras del sacrificio para redimirnos de la miseria y una larga cadena de oprobios. También nosotros cavamos tumbas para enterrar los fantasmas de un pasado sangriento y propiciar las resurrecciones. Ahora mismo Sacha Yegulev anda por los caminos de América predicando la paz con una ametralladora, asaltando los últimos reductos de la esclavitud; a veces tomando las armas por el amor de Cristo, otras para restituirnos el fuego de Prometeo, y siempre para que la justicia reine en el trono de la historia.
Pues la poesía no solo se hace de palabras, ni la revolución con armas. Pero todo lenguaje es legítimo si la revolución honra por igual la dignidad de los hombres y el silencio de las estrellas.
La voz del pueblo ya no es sofocada por los dioses ni por los tiranos. La voz del pueblo –en ausencia de dioses– es la voz del poeta.
Y es el pueblo el que elige por su voz, su historia y su destino.
Por eso el poeta nada tiene que envidiar a los dioses, ni siquiera su divinidad.
He ahí el drama y la grandeza de su oficio; sustituir en la tierra a Dios por la justicia.
A estos fines se dirige la poesía de Evtushenko que sabemos guerrera, porque el poeta debe ser combatiente cuando los cañones instalados en el despotismo del poder no tienen razón; cuando los hombres que los disparan están alienados; y cuando imperios que fundan su verdad en la violencia disfrazan de soldados a los hombres, y solo confían la defensa de sus razones en el poder de sus cañones.
Mientras el mundo se debata en la amenaza y el terror, la poesía asumirá para sí el honor de ser más peligrosa que la bomba. De ser, en ausencia de jueces justos, la mano que bendice la inocencia, y lucha activamente al lado de la víctima contra el verdugo.
Amigo: su palabra nos llega honda como la verdad o la sed. Estrecho mi mano en la suya de hombre a hombre, de pueblo a pueblo, en la hermosa y peligrosa alianza de los poetas.
(Palabras de presentación al recital del poeta soviético en Colombia).

LA RUTA DEL ENTUSIASTA

Un día se dijo que llegaría a Bogotá Eugenio Evtushenko, pero nunca llegó. Se dio la disculpa de que estaba feliz en la Isla de Pascua, en Patagonia, cazando osos, pescando tiburones, escribiendo versos en la cabaña salvaje de una hija literaria de Tolstoy.
Desistimos de esperarlo. Me había comprometido a presentar su recital en Colombia. En el fondo me alegré. Soy tímido, ni siquiera culto, no sé hablar de cosas inteligentes. Además, detesto los saludos de protocolo. Nunca he ido a recibir un personaje, ni pedido cita para una entrevista. En suma, el mito Evtushenko me aterraba.
Por azar supe en un vespertino que llegaría al fin. Me dirigí al aeropuerto Eldorado. Justo en ese momento un jet procedente de Montevideo estaba aterrizando.
Los periodistas y fotógrafos ya estaban en la plataforma internacional.
A mí nadie me dejó entrar. Alegué con vehemencia que era poeta, que era de la comisión para dar la bienvenida al colega ruso. Eso era falso, desde luego, pero algo tenía que hacer para franquear las puertas y unirme al comité de recepción.
Todo fue inútil. Pasaba el tiempo...
Al fin una aeromoza me reconoció, preguntó qué esperaba. Yo dije que a Evtushenko. Ella gestionó un permiso con miles de lidias y pude entrar. En realidad, en Colombia no es “decente” ser poeta, es más bien una deshonra, una falta de seriedad.
Con la demora me había vuelto viejo. Maldije a todos los burócratas, tenientes y policías aduaneros.
Era tarde, no se veía a nadie por ahí. Recorrí unos laberintos kafkianos mirando al interior de las oficinas y almacenes; todo era aburrido, normal. Al poeta ruso se lo había tragado la tierra.
Me puse a contemplar el campo de aterrizaje: semejaba un corral de extrañas vacas de aluminio en el atardecer. Olía a gasolina. Sentí una repugnante tristeza en las tripas. Un policía me vio cara de sospechoso o algo así, y preguntó qué hacía. Dije que buscaba al poeta ruso.
—¿Uno largo?
—Creo que sí.
Me llevó a una salita donde dan tinto a los pasajeros en tránsito. Bueno, creo que encontré lo que buscaba. Ese joven alto, flaco, desgarbado, de ojos azules muy alegres o tristes, pelo rubio cortico con capul sobre la frente al estilo de un santico medieval, fumando un largo cigarrillo con filtro, con manos de molino, delicadas en la caricia, fuertes en la ira, pies largos entrenados en saltar obstáculos, en ganar competencias al tiempo, zapatos sucios talla 45, traje gris arrugado, descorbatado, una mezcla física entre deportista y actor, tímido y audaz, armado peligrosamente de humor, apasionado, fascinante, un espectáculo humano del siglo XX, ese era sin duda Eugenio Evtushenko, el personaje que hace temblar multitudes en todo el mundo con el temblor de su voz, pero que no tiembla ante el fogonazo de un fotógrafo, ni ante la tropa de periodistas que le disparan preguntas, y él contesta lúcido, hosco, irónico, desdeñoso... según.
Su editor interrumpió el diálogo para presentarnos. Me estiró su mano como una rama y no dijo nada. Yo tampoco. Su indiferencia me heló. En Time había leído que era vanidoso, tuve la misma impresión. Cegado por su gloria, por su grandeza. Era el primer ruso que conocía, me había hecho del poeta comunista una imagen tierna, solidaria. No aceptaba que fuera un vanidoso como los intelectuales burgueses. ¿Estaría ya contagiado de la peste del ego y la autosuficiencia occidental?
(Después supe que su lejanía era una coraza)
El poeta estaba extenuado. Expresó deseo de reposar y posponer sus declaraciones para el día siguiente. Un periodista protestó: “No podemos perder el viaje, señor Evtushenko, díganos algo”.
—Amigo, yo no trabajo para tu periódico –dijo él.
Tomó sus chécheres y se largó. El séquito siguió tras él hasta la Aduana, con rabia disimulada. Enseñó su maleta y una bolsa de mano con el relámpago roto por donde asomaban impúdicamente varios cartones de cigarrillos gringos. El aduanero al ver que se trataba del famoso poeta ruso, le hizo el homenaje de no revisar su equipaje.
—Pero, amigo, soy poeta comunista, ¿no te da sospecha?
—Está bien, poeta, puede salir.
—¡Ah, bello país! –exclamó admirado por la hospitalidad.
A la salida dijo a los periodistas en broma: “Digan que Evtushenko llegó a Bogotá con una maleta llena de oro de Moscú”. Y rio, y nos hizo reír. Era el deshielo.
A partir de entonces, algo en él se suavizó, se humanizó. Cambió su piel hosca de oso siberiano, se amansó. Subimos a una camioneta. Solo ahí, en esa estrecha e incómoda fraternidad, se portó como un sincero camarada, sin inhibiciones, sin prejuicios, en una auténtica comunicación. Dijo todo lo que pensaba, con humor y brillante inteligencia. En cada idea o detalle revelaba su alto vuelo patriótico, su imaginación desbordante, mezclando la ironía y el cinismo con una dosis de ternura. Es un sabio en el arte de seducir los corazones. El mío lo conquistó implacablemente, por su bondad. Verdaderamente un hombre hecho del barro más padecido, del más iluminado. Su hermosa sabiduría carecía del olor marchito y conceptual de los libros. Emanaba su aroma vivo, fresco, de la experiencia. La verdad aprendida en la lucha, en las desgracias o las esperanzas de su siglo.
Un... poeta en suma, que no había olvidado el duro aprendizaje de ser un hombre.
En la recepción del hotel llenó la tarjeta de rigor. Me acerqué por si necesitaba ayuda. Donde decía “Profesión” escribió poeta con mayúsculas. Visiblemente estaba orgulloso de serlo. Comenté que entre nosotros la poesía no era una profesión, sino una actividad ociosa, un lujo del alma. Se ofendió: “Amigo, ser poeta es una profesión digna en todas partes del mundo. En mi país vale más un poeta que una fábrica”.
Nos invitó a su cuarto. Se paró frente a la ventana y contempló los cerros en silencio. Elogió su belleza melancólica, destapó una botella de vino rojo y brindó por la felicidad de sentirse como un pez en un acuario.
Vació el contenido de la maleta en el piso: dos trajes arrugados, camisas sucias, conchas que le regalaron pescadores de Tahití, un estribo de madera tallada que le obsequiaron campesinos en Patagonia, un navío dentro de una botella de cristal que le regaló Neruda, poemas, recortes de prensa, fotografías, recuerdos de su errancia por Suramérica; dos dibujos de un artista de trece años, con dedicatoria: “Para un oso / de un osito”.
El teléfono empezó a repicar angustiosamente: “La fama es una lotería, una lotería infeliz”, se lamentó.
Preguntó por la organización de sus recitales. Su editor explicó que el primero sería dedicado a una obra de beneficencia.
—¿Beneficencia es caridad?
—Más o menos.
—Suprima eso, no está bien que un poeta ruso haga caridad con la poesía.
Vinieron estudiantes, muchachas, camarógrafos, más periodistas, un desfile interminable. Estrechaba manos con una cordialidad seca, cortante. Se dejó televisar con indiferencia cansada. A una periodista le concedió el honor de hacerle tres preguntas, “solo tres”.
—¿De qué hablaba con el “jefe” del Nadaísmo?
—Ese es un secreto militar.
—¿Usted tiene secretos?
—El alma de un poeta debe ser abierta, pero con cuevas donde se ocultan secretos, secretos de Polichinela, secretos abiertos... Los poetas son traidores de sus propios secretos.
—¿Cuál es el mayor sueño de su vida?
—En este momento ser un latinoamericano adoptivo. América Latina es un gran país dividido en pedazos, desgraciadamente. Pero algún día se unirá, de esa unión depende su futuro. A mi regreso a Rusia escribiré un libro al servicio de la unión latinoamericana, lo titularé: “En la región de la última esperanza”.
—Muy lindo, soñar no cuesta nada...
—No, al contrario, soñar no cuesta mucho. Mi manera de soñar es luchar por mis sueñ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Contenido
  5. Prólogo
  6. NOTA EDITORIAL
  7. De Letras Universitarias (1949-1950)
  8. De El Colombiano Literario (1955)
  9. El oso y el colibrí (1968)
  10. Notas al pie
  11. Contracubierta