I Diálogo en el vacío:Beckett y Giacometti
Matti Megged
A Dore, con amor
Agradecimientos
Me gustaría agradecer a Norbert Lynton y Edward Show su ayuda prestada en la lectura del manuscrito; al Sr. Richard Round, por su celo a la hora de encontrar la fotografía del escenario que hizo Giacometti para la obra Esperando a Godot; a Barney Rosset, por permitirme citar profusamente las obras de Beckett; a Richard Wilbur, por permitirme citar su poema sobre Giacometti; a Gerbert George, que me permitió citar a Giacometti en Tracks; al Sr. Oxenaar, del Kröller-Müller Rijkmuseum, por su ayuda en la reproducción de Hombre caminado; y a Reinhold Hohl, por su sabiduría y ayuda a la hora de encontrar algunas obras.
1. Samuel Beckett, Esperando a Godot, Teatro Odéon, París, 1961. Escenario: Alberto Giacometti. Foto Agence de Presse Bernand.
Prólogo
Clov: ¿por qué sigo aquí?
Ham: Por el diálogo
Samuel Beckett, Fin de Partida
En 1961, para la representación de Esperando a Godot, en el Teatro Odéon de París, Alberto Giacometti realizó la escenografía junto con Samuel Beckett: un escenario vacío, un árbol y la luna. Pero, como el propio Giacometti recordaría unos años después: «… Se supone que debía ser un árbol, un árbol y la luna. Estuvimos toda la noche experimentando con ese árbol de escayola, haciéndolo más grande, más pequeño, las ramas más finas. Nunca nos pareció suficiente, hasta que nos dijimos el uno al otro: quizás…»1.
Todos los que conozcan la obra de Giacometti y de Beckett * verán esta colaboración entre ambospoeta y escultor– como de lo más natural, y en absoluto accidental. Ya fueran amigos o sólo conocidos, la afinidad entre Beckett y Giacometti resulta obvia, casi explícita. Muchas de las esculturas y dibujos de Giacometti pueden servir fácilmente como ilustraciones de los relatos y novelas de Beckett, o como escenarios de sus obras; algunas de las cartas y monólogos de Giacometti parecen dichas por algún personaje de Beckett, bien en sus novelas o en el escenario; y viceversa, muchos de los párrafos que escribió Beckett podrían interpretar verbalmente las esculturas y dibujos de Giacometti.
Entonces, al menos en ciertos períodos de sus largas vidas productivas, ambos lucharon con problemas similares, tuvie-ron aspiraciones y obsesiones parecidas. Y ambos son expresión ejemplar de la condición del artista en los tiempos modernos. Herederos y sucesores de una vieja y noble tradición en las artes y las letras, Beckett y Giacometti estuvieron interesados en problemas tales como: la confrontación entre el arteo el artistay la realidad; la necesidad de crear un espacio nuevo o, con las propias palabras de Giacometti, «un doble de la realidad», mediante palabras, esculturas y dibujos; un miedo al vacío y una necesidad de diálogo en o con el vacío. Gran parte de sus aspiraciones y obsesiones tienen mucho en común con las de otros artistas de la época moderna, pero sólo unos pocos rasgos, algunos acentos, distinguen a Beckett y Giacometti de la mayoría de sus contemporáneos, concediéndoles un papel específico en el arte y la literatura modernos.
Las siguientes páginas estarán dedicadas principalmente a distinguir estos rasgos. No es mi intención cubrir todos los aspectos de las obras de Beckett y Giacometti. A lo largo de los años, se han escritos cientos de libros y artículos sobre cada uno de ellos. Ahora, tan sólo pretendo señalar aquellos aspectos comunes a dos de los grandes artistas de nuestro tiempo.
Notas al pie
1 Giorgio Soavi, Il mio Giacometti;citado en Reinhold Hohl, Alberto Giacometti (Nueva York, Harry N. Abrams, 1971), p. 210.
* Nota de la traductora: Las traducciones de la obra de Beckett al castellano son muchas y variadas, pero también irregulares. El problema radica en el lenguaje de Beckett que, como poeta, puede resultar de difícil traducción, y en una peculiaridad propia suya, lo que podríamos denominar su bilingüismo. Al finalizar la guerra, Beckett tuvo que hacerse pasar por un campesino francés para no ser delatado por los nazis. Posiblemente fue en Vauclus donde decidió cambiar su estilo y su lengua. De hecho, Watt, escrita en inglés, posee numerosas anotaciones en francés y Beckett afirmará que la novela está escrita en «franglais».
A partir de 1945, empezará a escribir sus obras en francés y después traducirá muchas de ellas al inglés, cambiando y «mejorando» los textos. Las razones de este cambio son interesantes, en cuanto que él mismo afirma que: «… Parce qu’en français c’est plus facile d’écrire sans style…» (porque en francés es más fácil escribir sin estilo), o «Je me remis écrireen français avec le désir de m’appauvrir encore d’avantage» (me propuse escribir en francés con el deseo de empobrecerme aún más) (Ruby Cohn, Back to Beckett, Princeton University Press, 1973). El hecho de escribir en otra lengua distinta a la materna le hacía ir más directamente, más «pobremente», a la esencia de las cosas y desnudar el lenguaje, convirtiéndolo en una voz, simpliflicándolo, incluso destruyéndolo… consiguiendo ese carácter «oral» que le otorga la musicalidad del aedo, de Homero y toda la tradición oral europea. «Nunca escribo una palabra sin haberla dicho antes en voz alta», decía.
En castellano, se ha hecho uso de los originales franceses para la traducción de gran parte de la obra de Beckett, atendiendo pocas veces a su propia traducción al inglés, donde introduce variaciones y diferencias, creando «otro» texto, probablemente más definitivo. En ese sentido, la edición bilingüe de Cátedra de Los días felices, a cargo de Antonia Rodríguez Gago, es ejemplar. En cualquier caso, hemos atendido a las traducciones al castellano disponibles, señalando a pie de página cualquier duda o variación a tener en cuenta.
1 La obsesión con el fracaso
En una de las raras ocasiones en que Beckett habló de su arte, dijo: «…Ser artista es fracasar, como nadie se atrevería nunca a fracasar, ese fracaso es su mundo y abandonarlo supone una deserción, de las artes, del buen hacer, de la vida… sé que todo lo que se nos exige ahora… es para hacer de esta sumisión, esta admisión, esta fidelidad al fracaso, una nueva ocasión, un nuevo término de la relación, y del acto que, incapaz de actuar, obligado a actuar, él (Bram van Velde) convierte en acto expresivo, aunque sólo sea en sí mismo, en su imposibilidad, en su obligación…» En el mismo diálogo: «… La expresión de que no hay nada que expresar, nada con que expresarlo, nada desde donde expresarse, ningún poder de expresión, ningún deseo de expresar, junto con la obligación de expresar…»1.
Rara vez ha hablado Beckett directamente de su propia obsesión con el fracaso, salvo en alguna carta o conversación personal, pero esta obsesión, junto con el sentimiento de una obligación de continuara pesar del fracaso– persigue a muchos de sus personajes, sobre todo en la trilogía Molloy, Malone muere y El innombrable. El protagonista de estas novelasestá tratando de escribir o narrar su historia. Una y otra vez expresó su sentimiento de que no podía narrarla, incluso que no quería, aunque se le obligaba a continuar. Así, Molloy dice, por ejemplo:
No querer decirlo, no saber que es lo que quieres decir, no ser capaz de decir lo que crees que quieres decir, y no dejar de decirlo nunca, o apenas nunca, esto es lo que hay que pensar, incluso en el fragor de la composición2.
El Innombrable repite constantemente las mismas palabras: «… Estoy haciendo lo mejor, y fracaso una y otra vez…»3. Hacia el final de El innombrable, toda la historia se convierte en un monólogo sobre el fracaso y la compulsión de continuar:
... intentando dejarlo y no dejarlo nunca, buscando la causa, perdiéndola otra vez… sin buscar más, buscando otra vez… perdiéndola de nuevo… preguntándome de qué va todo esto…4.
Y las últimas palabras:
Voy, pues, a seguir, hay que decir palabras, mientras las haya, hay que decirlas, hasta que me encuentran, hasta que me digan, extraño castigo, extraña falta, hay que seguir, acaso esto se haya hecho ya, quizá me dijeron ya, quizá me llevaron hasta el umbral de mi historia, esto me sorprendería…5.
Puesto que Molloy y el Innombrable son los autores de sus propias historias, podemos considerar lo que dicen sobre la imposibilidad y necesidad de continuar creandoen este caso, de narrar– como expresión auténtica, análoga, de la propia actitud de Beckett hacia el proceso creativo. El propio Beckett nunca intentó explicaral menos, no de forma explícita– la razón o el significado de esta doble obsesión con el fracaso y la necesidad de continuar. Para poder entenderlo, debemos analizar otros aspectos de su obra y, antes, debemos volver a Giacometti y a su historia similar de fracaso y continuación, como si él mismo fuera el protagonista de las novelas de Beckett.
Durante muchos años, Giacometti proclamó que había fracasado en todo lo que había emprendido, pero también que se sentía obligado a continuar trabajando, sin importar los resultados. En sus cartas y aún más en sus conversiones, Giacometti describía con detalle lo que, para él, significaba el fracaso. Su historia es la de una constante agonía, de lucha y debate con tareas inalcanzables, tratando de hacer lo imposible. Así, en una carta a Pierre Matisse, para el catálogo de su Exposición en Nueva York en 1947, Giacometti cuenta una y otra vez cómo fracasaba a la hora de realizar la cabeza de un modelo, que terminó destrozando. Posteriormente, habla del fracaso, a la hora de «… conseguir una escultura que diera la ilusión de movimiento…», y dice que, «… todo lo que podía hacer en ese momento, me parecía un poco grotesco, sin valor alguno, para tirar». Poco después, en esa misma carta: «… nada era como había imaginado… durante los años precedentes… siempre se dio un desagradable contraste entre la vida y el trabajo, la una chocaba con el otro y no encontraba solución…»6.
En 1957, Giacometti vuelve a describir su actitud en una obrita titulada «Ma realité»:
Ciertamente, practico la pintura y la escultura, y esto desde siempre, desde la primera vez que dibujé o pinté, para morder la realidad, para defenderme, para alimentarme, para crecer; crecer para defenderme mejor, para atacar mejor, para agarrarme con uñas y dientes, para avanzar lo más posible en todos los planos, en todas las direcciones, para defenderme del hambre, del frío, de la muerte, para ser lo más libre posible; lo más libre posible para intentarcon los medios que hoy me son más propios– ver mejor, comprender mejor lo que me rodea, comprender mejor para ser lo más libre posible, crecer lo más posible, para gastar, para entregarme al máximo en lo que hago, para correr mi aventura, para descubrir nuevos mundos, para hacer mis guerras¿en busca de placer?, ¿en busca de felicidad?–. Una batalla por el placer de ganar y de perder7.
Es evidente que estas palabras de Giacometti no son de queja ante sus fracasos, sino un esfuerzo consciente de entender el significado, la necesidad de su fracaso, tal y como explicó en su respuesta a las preguntas de Peter Selz, en mayo de 1959:
Sin embargo, sé que para mí es absolutamente imposible modelar, pintar o dibujar una cabeza, por ejemplo, tal y como la veo y, aun así, es la única cosa que intento hacer. Todo lo que seré capaz de hacer será tan sólo una pálida imagen de lo que veo y mi éxito será siempre menor que mi fracaso o, quizá, mi éxito será igual que mi fracaso. No sé si trabajo para hacer algo o para saber por qué no puedo hacer lo que me gustaría hacer. Puede que todo esto no sea másque una obsesión, cuyas causas desconozco, o una compensación por una deficiencia en alguna parte8.
En una conversación con George Charbonnier, en 1959, Giacometti volvió a subrayar el mismo punto:
El que una obra de arte sea un fracaso o un éxito es, al final, de importancia secundaria… Si he aprendido a ver un poco mejor, entonces habré ganado algo y el mundo a mi alrededor será más rico… pues sé que el mundo es algo que me sobrepasa tanto que ni siquiera puedo hacer el esfuerzo de aprehenderlo9.
Y nuevamente:
Cuanto más se fracasa, más éxito se tiene, todo está perdido cuando se continúa en vez de dejarlo, entonces se experimenta el único momento en que hay una oportunidad de ir un poco más allá. Se tiene el sentimiento repentinoaunque sólo sea una ilusión–, de que algo nuevo se ha abierto10.
Poco después, en una conversación con Gotthard Jedlicka (1961), dijo:
Cada vez encuentro más difícil acabar las cos...