No basta con un clic
eBook - ePub

No basta con un clic

  1. 117 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

No basta con un clic

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Es habitual escuchar que la Iglesia debe cambiar su lenguaje para comunicarse con las personas, que las palabras y las formas que utiliza son anticuadas. Sin duda hay mucho para crecer y todos los esfuerzos que se hagan serán bienvenidos.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a No basta con un clic de Jorge Oesterheld en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Langues et linguistique y Études sur la communication. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2017
ISBN
9788428830805
I

EVANGELIZACIÓN Y PROSELITISMO

Crecer por atracción
Fue en la Conferencia de los Obispos Latinoamericanos realizada en 2007 en Aparecida, Brasil, cuando Benedicto XVI hizo aquella afirmación que estaría destinada a permanecer en el lenguaje eclesiástico y a ser repetida infinidad de veces, aunque no siempre literalmente ni respetando su espíritu. El 13 de mayo de 2007, en su homilía, el ahora Papa emérito decía: “La Iglesia no hace proselitismo. Crece mucho más por “atracción”: como Cristo “atrae a todos a sí” con la fuerza de su amor, que culminó en el sacrificio de la cruz, así la Iglesia cumple su misión en la medida en que, asociada a Cristo, realiza su obra conformándose en espíritu y concretamente con la caridad de su Señor”.
El proselitismo es una acción propia de los partidos políticos y de las sectas; tiene como objetivo ganar adeptos, lograr que el mayor número posible de personas se conviertan en seguidores; se intenta convencer a los demás a través de publicidades, o de diversas acciones que pretenden captar la voluntad de quienes aún no pertenecen al grupo. Detrás de esa acción se encuentra siempre la búsqueda del mayor número posible de miembros, ya que en esa cantidad de seguidores radica en parte el argumento para integrarse a él. La lógica que subyace a la acción proselitista está clara: cuanto más miembros son, más razón parecen tener y más aumenta su poder. La verdad y la fuerza de su propuesta se apoyan en la cantidad de personas que la comparten.
Evangelizar no es lo mismo que hacer proselitismo, pero las diferencias entre una acción y otra parece que para muchos no están a la vista; por eso la necesidad de aclarar; y también por el mismo motivo, desde aquel día en Aparecida, la frase fue tantas veces repetida, en muchas ocasiones fue simplificada y también sutilmente tergiversada.
Si Benedicto XVI sintió la necesidad de decir lo que dijo, fue porque veía que para numerosos cristianos había una confusión. Tenía razón; es suficiente observar el contenido, el lenguaje y el tono de infinidad de libros, folletos, declaraciones, documentos, homilías, programas de radio o televisión; para advertir que lo que muchos están haciendo desde la Iglesia es más parecido al proselitismo que a la evangelización.
El tema es muy profundo; allí radica buena parte de la explicación de por qué en muchas ocasiones los esfuerzos por difundir el Evangelio han producido tan pocos resultados. El Evangelio no se transmite de esa manera, Jesús mismo jamás hizo proselitismo, su objetivo no fue tener muchos seguidores sino anunciar el Reino de Dios. El objetivo de las primeras comunidades no era atraer a las personas a formar parte de una institución sino anunciarles el amor de Dios por cada uno de ellos. Luego, naturalmente, los que descubrían ese Reino se reunían y celebraban, tenían una manera especial de vivir y la compartían.
Jesús envía a sus discípulos a anunciar su mensaje hasta los confines de la tierra; pero hay una diferencia que no es menor entre ese envío y “hacer proselitismo”: el contenido de su anuncio es la llegada del Reino de Dios, que no es lo mismo que la pertenencia a la Iglesia. La institución es signo, sacramento, de la presencia del Reino pero no se identifica con él. El Reino que anuncia Jesús debe ser comunicado a todos, tanto a los que están más alejados como a los que ya pertenecen institucionalmente a la Iglesia. No es un mensaje que se dirige a los que están “afuera”, se dirige también, y especialmente, a quienes ya forman parte de la comunidad de creyentes.
Erramos el camino cuando, en nuestra forma de comunicar, somos nosotros los que estamos “adentro”, los que nos dirigimos a los que están “afuera”, para que entiendan y sean “de los nuestros”. Esa lógica aparece en los evangelios solamente en la manera de pensar y actuar de los fariseos; no es la manera de hablar ni de actuar de Jesús.
El Señor “atrae a todos a sí”, precisamente porque su actitud no era como la de los “jefes del pueblo”, o la de los “doctores de la ley”. La atracción de Jesús que fascina a sus seguidores radica en su manera de hablar de Dios como un Padre misericordioso de todos, que busca el bien de sus hijos porque los ama. Lo que sorprende es su respeto por la libertad de cada uno de los que se le acercaban y la forma novedosa con la que enseñaba a relacionarse con ese Dios al que Él llamaba Abba (papá).
Un nuevo horizonte
Otra expresión del papa Benedicto XVI nos puede servir para seguir avanzando. En su Encíclica Deus Caritas Est, el ahora Papa emérito dice: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.”
¿Por qué comenzar con dos negaciones? Podría haber afirmado simplemente que se comienza a ser cristiano “por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” ¿Por qué habrá sentido el Papa la necesidad de comenzar aclarando lo que no es? ¿Y por qué habrá elegido precisamente esos dos temas: “una decisión ética o una gran idea”? ¿No será que durante demasiado tiempo fue justamente eso lo que se comunicó como esencial?
De hecho si les preguntamos a los cristianos no muy interesados en sutilezas teológicas, lo más probable es que asocien la idea de ser cristianos a la práctica de una determinada moral “decisión ética” o que la relacionen con determinada manera de pensar “una gran idea”, y ni siquiera tengan en cuenta como decisivo el “encuentro con un acontecimiento, con una Persona”. Por algo ahora hay que aclararlo y la frase llama la atención.
Está claro que la afirmación primera de cualquier catecismo puso en el centro de nuestras vidas el encuentro con Nuestro Señor Jesús, pero el acento no siempre se ponía en el encuentro en sí mismo sino más bien en lo que implicaba. Lo que importaba era que quedaran bien claras las consecuencias de haber “conocido a Jesús”, las responsabilidades que de ahí se seguían y los peligros que se corrían si uno no se hacía cargo de haber sido “elegido” para conocer y anunciar ese misterio.
¿Cómo se logró presentar las cosas de tal manera que “pensar bien” y “actuar correctamente” se convirtieran en algo más importante que conocer a Jesús, amarlo, tener con él una relación personal y verdadera, sentir su presencia y compañía, vivir la alegría de encontrarlo vivo en los evangelios, en la liturgia, en el amor a los hermanos, en el servicio, en el dolor o en el compromiso? ¿Cómo se hizo para lograr que para millones de personas la figura de Jesús no fuera una buena noticia, sorprendente, fascinante?
¿Cómo? Se lo comunicó como se comunica un concepto, una gran idea; se redujo el Evangelio a un gran conjunto de ideas “para llevar a la práctica”. Se postergó el anuncio del Reino de Dios y se recalcó la importancia del crecimiento y la presencia de la Iglesia.
Al reemplazarse lo vivencial por lo conceptual, la fe dejó de conmover y sorprender. Aunque las comparaciones sean odiosas, quizás sea bueno en este punto recordar que cuando un judío recitaba su Credo, no repetía una fórmula como nuestro Credo. No enunciaba conceptos, sino que contaba un cuento. ¿Cómo eran esos cuentos? Algo así: “Y cuando tu hijo te pregunte el día de mañana: «¿Qué significan esas normas, esos preceptos y esas leyes que el Señor nos ha impuesto?», tú deberás responderle: «Nosotros fuimos esclavos del Faraón en Egipto, pero el Señor nos hizo salir de allí con mano poderosa. Él realizó, ante nuestros mismos ojos, grandes signos y tremendos prodigios contra Egipto, contra el Faraón y contra toda su casa. Él nos hizo salir de allí y nos condujo para darnos la tierra que había prometido a nuestros padres con un juramento» (Deut. 6,20).”
Conclusión: Para educar a un niño, se narraba una historia, se contaba una experiencia. Se trata de un relato que pone de manifiesto el amor de Dios que guió a su pueblo de la esclavitud a la libertad, del desierto a la tierra prometida. No se trata de afirmaciones conceptuales creo que Dios es amor, creo que Dios es fiel, creo que Dios me salva. El camino es otro: se relata la experiencia que enseñó que Dios es amor, fiel y salvador.
El Credo y el catecismo vienen después; lo primero es la experiencia y la comunicación de la experiencia. Se comienza a ser cristiano “por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva…”; lo que hay para comunicar es la posibilidad de ese encuentro. Las consecuencias morales y las derivaciones sociopolíticas y culturales, vienen mucho después; pero si no se experimenta ese encuentro no llegarán nunca.
Al hablar por un micrófono o ante una cámara, al escribir algo en una red social, al responderle a un hijo que pregunta, ¿tenemos para ofrecer relatos o conceptos? ¿sabemos hablar de Jesús? ¿podemos decir con palabras sencillas y creíbles por qué nos fiamos de él, por qué en él está nuestra esperanza? ¿O acaso no nos hacemos estas preguntas porque damos por supuesto que ya conocemos todas las respuestas? ¿Nuestra ignorancia es tan grande que llega hasta creer que al Señor ya lo conocemos?
Testigos ¿de qué?
Podemos regresar ahora a la expresión de Benedicto XVI mencionada en primer término y que fue sufriendo algunas sutiles modificaciones por parte de quienes la repitieron. Incluso el papa Francisco la utiliza en su versión más breve y simplificada: “La Iglesia no crece por proselitismo sino por el testimonio”.
Obviamente la expresión de Francisco es una afirmación tan válida como la de Benedicto, pero no dice lo mismo y la diferencia, aunque sutil, merece una reflexión, especialmente si se intenta de analizar la comunicación entre la Iglesia y la sociedad.
La pregunta inevitable es ¿testimonio de qué? Es de suponer que, en los labios de Francisco, se trata de testimonio de Jesucristo, de su muerte y resurrección; en última instancia, anuncio del kerygma, del corazón del Evangelio. Pero si recorremos los medios de comunicación católicos y los portales de internet o las redes sociales, encontramos otra realidad.
El testimonio de Jesucristo muerto y resucitado, y el anuncio del Reino, en el mejor de los casos se dan por supuestos, pero habitualmente brillan por su ausencia. Si recorremos en internet ciertos sitios que se presentan como “católicos”, de lo que más se habla es de acontecimientos extraordinarios, mensajes de la Virgen, apariciones, milagros, curaciones. También nos podemos encontrar con mucha información sobre la Iglesia ofrecida por agencias de noticias especializadas y por muchas otras fuentes de información de origen desconocido y no siempre bienintencionadas. Los programas de televisión o radio católicos con más audiencia suelen ser aquellos que muestran una fe intimista y aferrada a devociones. Hay una cierta competencia entre instituciones o grupos que se presentan como los más fieles al magisterio, o los más milagreros, o los más “comprometidos”. En algunas ocasiones se trata de cuestiones que muestran una fe infantil, pero en otras hay intereses de tipo ideológico entre quienes pretenden presentarse como los verdaderos defensores de la fe y de la Iglesia. Urge preguntarse: ¿qué es ser testigo?
El testigo es el que está presente cuando ocurre algo y que tiene un conocimiento directo del hecho. La palabra se usa para los actos judiciales; el testigo es el que da testimonio. No obstante, la expresión “dar testimonio” abarca un concepto mucho más amplio y, en la vida de las comunidades cristianas, ha estado cargada de un poderoso significado: los grandes testigos eran los mártires, los que entregaban su vida por afirmar su fe en Jesucristo resucitado.
En nuestro tiempo, la expresión es muy utilizada dentro y fuera de la Iglesia con tantos significados que, a fuerza de repeticiones, ha ido perdiendo su riqueza y contenido originales. Normalmente, en un contexto religioso, alude a un relato hecho en primera persona en el cual el que habla, o escribe, cuenta alguna “experiencia de Dios” o del “paso de Dios por su vida”, y lo hace con expresiones muy puntuales que narran un suceso tan concreto y real como cualquier otro de la vida cotidiana. Es justamente esa pretendida claridad la que oscurece el significado. En muchas ocasiones, el tono y los modos que se utilizan pretenden empujar al destinatario del mensaje a admitir relatos sobre acontecimientos presentados como sobrenaturales.
Discutir la “veracidad” de esos testimonios es avanzar por un camino que no conduce a ninguna parte; resulta más interesante preguntarse por ...

Índice

  1. Portadilla
  2. Prólogo
  3. Introducción. Un lenguaje original
  4. Primera parte. Un nuevo escenario
  5. Segunda parte. Comunicadores y testigos
  6. Conclusión. ¿Qué nos mueve?
  7. Contenido
  8. Créditos