Uno, Dos, Tres
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Uno, Dos, Tres

Ensayo sobre arte desde la semiótica filosófica de Ch. S. Peirce

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Uno, Dos, Tres

Ensayo sobre arte desde la semiótica filosófica de Ch. S. Peirce

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Charles Sanders Peirce es uno de los grandes pensadores de los últimos tiempos. Estudiar algunos de los conceptos centrales de su sistema semiótico-filosófico permite comprender la manera como los signos (desde una perspectiva tríadica) definen los distintos aspectos de la vida social y la manera cómo se producen los pensamientos. Este libro muestra, con un especial énfasis en las prácticas artísticas y estéticas, las categorías que definen el funcionamiento de los signos y sus efectos prácticos en la vida cotidiana.

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Edición
1
Categoría
Art
PRIMERA PARTE

CAPÍTULO 1

PEIRCE Y LA SEMIÓTICA

La lógica, en su sentido general, es, como creo haberlo demostrado, solo otro nombre de la semiótica (σημειωτική), la doctrina cuasi-necesaria, o formal, de los signos.
Ch. S. Peirce

1.1 Charles Sanders Peirce

Charles Sanders Peirce es, sin lugar a dudas, uno de los más importantes pensadores contemporáneos. Dedicó su vida a la ciencia y a la filosofía, desarrollando conceptos, analizando fenómenos de la realidad natural y, sobre todo, configurando y revisando un modelo filosófico tan amplio que permitiera explicar la realidad en general. Sus ideas son originales, controvertidas y críticas, y han ejercido una enorme influencia en pensadores posteriores. La semiótica, tal como él la expone, constituye un aporte de gran importancia que no solo ha influido en diferentes ciencias formales, sino que también ha impactado a las ciencias sociales y humanas. Si bien el filósofo no se detuvo de forma específica en análisis de índole social, sí definió rutas que permiten hoy la aplicación o el estudio de la comprensión de los signos a través de los principios del pragmatismo y la semiótica. Tal es el caso de la Administración, como disciplina social cuyo procedimiento de interpretación es lineal pero que se enriquece a través del método abductivo y de la aplicación de las categorías (Sastre, 2015). Lo mismo ocurre con la pedagogía, en la cual se pueden asumir no solo los métodos de análisis sino también los aportes epistemológicos y filosóficos, especialmente los relacionados con el amor evolutivo, la creatividad y el pensamiento humano. Lo primero, porque como dice el mismo Peirce, «el movimiento del amor es circular, proyectando creaciones hacia la independencia y atrayéndolas en uno y el mismo impulso a la armonía» (Peirce, 2012a, p. 397), y el acto educativo reclama, en buena medida, esta actitud e impulso hacia lo armónico. «El amor –continúa el autor– no se dirige a abstracciones sino a personas; no a personas que no conocemos, ni a cantidades de personas, sino a nuestras personas queridas, nuestra familia y nuestros vecinos», es decir, aquel del que vivimos cerca en la vida y el sentimiento. En tal sentido, el acto educativo apela a una filosofía evolutiva según la cual «el crecimiento proviene solo del amor…» (Peirce, 2012a, p. 398). Lo segundo, porque según el mismo filósofo, todas las facultades pueden ser educadas de manera asombrosa (CP 7.647, 1903), de tal manera que se logre la razonabilidad como el bien único al que se deben dirigir las acciones:
Cada motivo implica la dependencia de algún otro que nos lleva a preguntarnos por una razón ulterior. El único objeto deseable que es bastante satisfactorio en sí mismo sin ninguna razón ulterior para desearlo, es lo razonable en sí mismo. No pretendo presentar esto como una demostración; porque, como todas las demostraciones acerca de tales temas, sería una mera objeción de poca monta, un manojo de falacias. Yo mantengo simplemente que es una verdad experiencial (CP 8.140, 1901).
Es cierto que la actitud de Peirce era ante todo filosófica y científica, pero no se puede negar que la semiótica, aún desde su fundamentación epistemológica, constituye una verdadera disciplina humanística y social. Esto significa que si bien el pensador estadounidense estuviera desarrollando un trabajo en función de las ciencias exactas y naturales, la ciencia semiótica que definió en 1897 es, en sí misma, un aporte a las ciencias sociales, y todavía más si se la inscribe en el pragmatismo. De otro lado, «la teoría de Peirce es social porque no es psicológica y niega el sujeto del discurso» (Deledalle, 1996, p. 124), en virtud de la triadicidad del signo. En cualquier caso, los aportes de su filosofía son innumerables, si bien algunos de los alcances de su teoría son todavía desconocidos.
El conocimiento sobre Peirce en los países hispanoamericanos ha sido limitado, y solo recientemente ha crecido el interés de académicos, artistas y pensadores de diferentes áreas de conocimiento en su trabajo. A esto han contribuido los diferentes eventos científicos que se han desarrollado sobre su pensamiento en países como España, Portugal, México, Argentina y Colombia, entre otros. Así mismo, la publicación de textos inéditos y la traducción al castellano de distintos manuscritos. Muchos de estos trabajos han estado a cargo del Grupo de Estudios Peirceanos (GEP), con sede en Navarra, España. Sea como sea, en la actualidad ha crecido la producción intelectual alrededor de los postulados de Peirce, y su influencia toca hoy, más que en otros momentos, campos tan disímiles como las matemáticas y el arte.
Charles Peirce nació en Cambridge, Massachusetts, el 10 de septiembre de 1839. Era el segundo hijo Sarah y Benjamin Peirce, una destacada familia de Boston. Su padre era matemático y astrónomo, y fue él quien inició a Peirce en el estudio de las matemáticas y la física. De tal suerte que, siendo tan solo un adolescente, el joven Charles ya leía manuales de lógica y resolvía, con fluidez, distintos problemas matemáticos, al tiempo que leía a filósofos tan importantes como Spinoza, Hegel o Kant. Su vida, sin embargo, no estuvo exenta de dificultades, dado su carácter imprevisible, su fuerte temperamento y su sensibilidad impulsiva. Y a pesar de abogar por un pensamiento sistemático y por señalar que una de las tareas del científico es poder ordenar, sistematizar y crear nuevos términos que le den precisión a aquello que analiza e investiga (Peirce, 1974, pp. 15-19), su vida académica y personal distaban en mucho de este llamado. Baste recordar las quejas de sus estudiantes en la universidad, quienes decían que no era posible entender lo que él explicaba en las clases; las dificultades y malentendidos que rodearon su vida académica; la expulsión de la United Coast and Geodetic Survey en 1891, cuando llevaba cerca de treinta años al servicio de esta agencia; el abandono de su primera esposa mientras realizaban un viaje en Europa en 1875; el escándalo –y su posterior destitución y expulsión en enero de 1884– de la Universidad Johns Hopkins debido a los rumores según los cuales él había viajado y vivido con una mujer con la que no estaba casado; las dificultades económicas a las que se vio enfrentado al final de su vida; y su lucha contra el cáncer durante sus dos últimos años de vida; entre otros percances.
El domingo 19 de abril de 1914, enfermo, retirado de las actividades académicas, y tras dedicar sus últimos años a un intenso trabajo intelectual y de escritura, fallece de un cáncer en Milford, Pensilvania. Juliette Annette Froissy, su segunda esposa, le sobrevivió 20 años (murió en 1934), y vivió en la casa de Arisbe (Milford) hasta su muerte, convirtiéndola por temporadas, y de acuerdo con la voluntad de su esposo, en un lugar de encuentro de jóvenes bajo el anuncio dispuesto en un cartel a la entrada del caserón: “Arisbe Inn. Tea Room. Open All Year”.
Tras su muerte, entre 1931 y 1958, su trabajo empieza a ser sistematizado y publicado con el título de Collected Papers of Charles Sanders Peirce. Estos manuscritos habían sido vendidos a la Universidad de Harvard por Juliette, después del fallecimiento del filósofo, y se han convertido, desde su publicación, en una fuente permanente de consulta para los interesados en la semiótica y la lógica. Después de esto se han realizado varias ediciones y publicaciones, enfocadas bien en el carácter cronológico de sus escritos, como Writings of Charles S. Peirce: A Chronological Edition de Max H. Fisch y otros; en temáticas focalizadas, como El amor evolutivo y otros ensayos sobre ciencia y religión, editado por Sara Barrena; o bien en el énfasis filosófico, como The Essential Peirce: Selected philosophical Writting, editada por Nathan Houser y Christian Kloesel, y Obra filosófica reunida, editada por Houser y otros.
Sus trabajos de lógica y filosofía son revisados permanentemente y aplicados a diversos campos. Ahora bien, es cierto que su proyecto se inscribe dentro del campo filosófico, pero es necesario tener en cuenta que él era, en primer lugar, un científico dedicado a la experimentación y teorización. Sus razonamientos siguen las premisas de la lógica del descubrimiento, y sus observaciones la forma del método científico. Por estas razones, se le reconocerá como uno de los pensadores que más le han aportado a la lógica, y él mismo, consciente de sus desarrollos científicos, se comparará permanentemente con Aristóteles, Escoto y Leibniz. Al respecto, dice Deledalle:
Se le reconocerá a Peirce la superioridad de la semiótica de haber dado por fundamento a esta última una filosofía fenomenológica o, más exactamente, faneroscópica y pragmática, cuyo carácter icónico e indicial no logran captar los lógicos de hoy, fascinados como están por el símbolo. Pero llegará el momento en que la filosofía retome su poder de jurisdicción y atribuya a la lógica nuevas fronteras y nuevas funciones (Deledalle, 1996, p. 21).
No se puede afirmar que ese momento ha llegado, pero sí se puede decir que en los últimos veinte años se han desarrollado aproximaciones teóricas que han ampliado la comprensión de la definición que Peirce diera de lógica, de su conceptualización sobre el signo y de sus implicaciones prácticas en el desarrollo del pensamiento humano. Esto ha permitido, a su vez, acotar un poco más los linderos de la semiótica, si bien esto no significa que hoy se pueda considerar que la semiótica es una disciplina completamente independiente, pues ello requeriría una consciencia no solo de la actualidad de la semiótica sino también de su historia y de su devenir. El camino ha sido allanado por los trabajos de Peirce, pero esto aún no es suficiente, ya que su amplia perspectiva filosófica extiende los límites disciplinares y reinstaura los problemas de la teoría de los signos en otro nivel.

1.2 La semiótica peirceana

Estos escollos iniciales han llevado a diversos autores, como Umberto Eco, a dar conceptos distintos de lo que es la semiótica. Por eso se la ha entendido como una disciplina, una ciencia, un dominio o un campo de investigación. Si se opta por definirla como una disciplina, esto implicaría que ella cuenta con un método unificado y un objeto concreto de estudio. Si, en cambio, se la define como un campo de investigación, entonces la semiótica respondería a un conjunto de temas no unificados, susceptibles de desarrollos investigativos:
Si la semiótica es un «campo», las distintas investigaciones «semióticas» se justifican por el mero hecho de existir y la definición de semiótica se ha de inducir por la extrapolación de una serie de tendencias constantes en el campo de investigaciones, y por ellas, de un modelo unificado. En cambio, si la semiótica es una «disciplina», el investigador ha de proponer por deducción un modelo semiótico que sirva de parámetro para incluir o excluir del campo semiótico las distintas investigaciones (Eco, 1986, p. 13).
Eco, un gran conocedor de la obra y pensamiento peirceano, opta por un método dialéctico, lo que permitirá, según él, abordar un modelo de orientación y una individualización de las propias contradicciones de la disciplina. De ahí que la semiótica, desde su perspectiva, comprendería las formas en que se constituye la cultura. Esto es comprensible no solo por el hecho de que Eco recibe una fuerte influencia de Ferdinand de Saussure sino porque él mismo vivió un periodo de intenso trabajo en el ámbito del estructuralismo, el cual permeó tanto los estudios del lenguaje como los de la filosofía, la antropología y la semiótica, entre otros.
Ahora bien, se pueden destacar varios momentos importantes en lo que podría nombrarse como la constitución de la disciplina semiótica. El primero es la postulación de su existencia por parte de Charles Sanders Peirce y Ferdinand de Saussure. El segundo momento tiene que ver con su institucionalización en 1969, cuando la International Association for Semiotic Studies adopta el nombre de semiótica2. Este carácter normativo no impidió que muchos semiólogos, de orientación saussureana, siguieran hablando de semiología y no de semiótica, lo que tiene, como se sabe, implicaciones epistemológicas de suma importancia. Mencionemos solo un par de ellas. Cuando Saussure inaugura la semiología lo hace porque requiere un marco en el cual pueda circunscribir la ciencia lingüística. De modo que solo deja enunciado el carácter disciplinar de la semiología y la dependencia que la lingüística tendría de sus descubrimientos. De ahí que para el lingüista ginebrino la lengua es un sistema de signos comparable con los ritos, las formas de cortesía, las señales de tránsito y, sin embargo, el más importante entre todos los sistemas de signos.
Con el fin de deslindar el estudio del signo lingüístico del resto de los sistemas sígnicos, propone la concepción de la nueva ciencia, la cual se encargaría de estudiar «la vida de los signos en el seno de la vida social» (De Saussure, 1987, p. 32). Pero esta posición del lingüista tiene, como él mismo reconoce, una limitación. La semiología estaría supeditada a la lingüística, ya que no se puede explicar un sistema semiológico con signos no verbales. Además, esto llevaría al reconocimiento y estudio cuidadoso de la propia lengua, con lo cual se llega, nuevamente, al universo de la lingüística. De ahí, precisamente, que autores como Barthes asuman la semiología desde una perspectiva similar al análisis y metodologías desarrolladas para el estudio del lenguaje. Al respecto dice Eco que «Barthes ha invertido la definición de Saussure considerando la semiología como una translingüística que examina todos los sistemas de signos como reductibles a leyes del lenguaje» (Eco, 1986, p. 13). Y es esta, precisamente, la tendencia que ha predominado en los estudios semiológicos.
Algo muy distinto ocurre con la semiótica, toda vez que la postura de Peirce es diferente. No se trata de la definición de los códigos sociales, culturales y de la comunicación como rasgo inherente en la comprensión de los fenómenos sígnicos; sino, más bien, del carácter propiamente lógico en la explicación de los hechos. Como lógico y matemático, el filósofo asume la semiótica como la doctrina formal de los signos. La semiótica se corresponde, así, con la lógica. Como doctrina cuasi-necesaria, tendrá como función la observación de los caracteres de los signos. De este modo, considerará una definición de semiótica según la cual dicha disciplina es un marco de referencia que incluye todo otro estudio:
Nunca me ha sido posible emprender un estudio –sea cual fuere su ámbito: las matemáticas, la moral, la metafísica, la gravitación, la termodinámica, la óptica, la química, la anatomía comparada, la astronomía, los hombres y las mujeres, el whist, la psicología, la fonética, la economía, la historia de las ciencias, el vino, la metrología– sin concebirlo como un estudio semiótico (Peirce, citado en: Ducrot y Todorov, 2006, p. 104).
De modo que, frente al planteamiento estructuralista, asociacionista (significante-significado), dualista, binario y lingüístico de Ferdinand, la propuesta de Peirce se caracteriza por ser tríadica, inequívoca, semiótica e inferencial. De ahí que no se corresponda con un estudio puramente significativo, sino que abarque muchos otros fenómenos y operaciones humanas.
La semiótica, en consecuencia, no se reduce al estudio del significado, como lo hace la semántica, ni a la comunicación o la cultura, tal como las aborda Umberto Eco, ni se puede reducir al estudio de los códigos en el sentido que lo hace Pierre Guiraud (1989). Ella, más bien, tiene como base la representación, ya que las operaciones mentales, su expresión y su comunicación son representativas. Esto tiene su explicación en el hecho de que para Peirce las leyes que rigen los signos son las mismas que gobiernan el pensamiento:
La lógica, en su sentido general, es, como creo haberlo demostrado, solo otro nombre de la semiótica (σημειωτική), la doctrina cuasi-necesaria, o formal, de los signos. Al describir la doctrina como «cuasi-necesaria», o formal, quiero decir que observamos los caracteres de los signos y, a partir de tal observación, por un proceso que no objetaré sea llamado Abstracción, somos llevados a aseveraciones, en extremo falibles, y por ende en cierto sentido innecesarias, concerniente...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Portada
  4. Créditos
  5. Índice
  6. Dedicatoria
  7. Agradecimientos
  8. Presentación: P., Un signo
  9. El señor Mutt y los signos
  10. Primera parte
  11. Segunda parte
  12. Los encuentros del señor Mutt
  13. Breve diccionario semiótico-artístico (peirceano)
  14. Índice de ilustraciones
  15. Índice de tablas
  16. Mapa bibliográfico
  17. Notas al pie