FLORES DE NIEVE:
VIRTUALIDAD Y ESCRITURA
EN ANNAPURNA DE IGOR BARRETO*
El escalador es una marca sobre la nieve
IGOR BARRETO
El Annapurna es la décima montaña más alta de la Tierra, entre los 14 ochomiles que se elevan en las cordilleras del Himalaya y del Karakórum en Asia, y los diferentes picos que la componen están entre los macizos más peligrosos de escalar del mundo. El primer ascenso con éxito de esta montaña fue el de los franceses Maurice Herzog y Louis Lachenal, que alcanzaron su cima el 3 de junio de 1950.
El Annapurna es también una línea de fuga que la poesía abre en el lenguaje; “una forma de atletismo que se ejerce en la huida y en la defección orgánica”1 a través de “caminos indirectos” y “moleculares” que pueden conducir al agotamiento, a la necrosis y a la mutilación. El poeta en un escalador que enfrenta la cresta del lenguaje sin saber qué encontrará al hacer cumbre; qué ocurrirá después del ascenso, cuando se acabe la roca.
Annapurna. La montaña empírica. (Fábulas de un funcionario cuasimetafísico) del escritor venezolano Igor Barreto habla de cómo la poesía puede ser experiencia de dos posiciones antagónicas: la verticalidad y la horizontalidad. A través de un lenguaje que traslada y trafica saberes y memorias, el autor, navegante de río, gallero de profesión, va y viene del llano a la ciudad, “del campo al ascensor” de los bares de pueblo a la oficina, y, a través de estos desplazamientos, traza vínculos entre las cosas que ve y los relatos que oye, entre lo remoto y lo actual, lo nacional y lo extranjero, lo real y lo virtual, lo oral y lo visual. Este acto de avecinamiento de ámbitos referenciales desconectados requiere, de su parte, la adquisición de una posición incómoda dentro del lenguaje; colocarse en una zona donde la representación entra en crisis, hace crisis, y los límites del sentido se desfiguran y expanden. Desde el umbral y el intervalo Barreto arma su poética como un montaje de piezas y documentos que despliegan la historia de un lugar —San Fernando de Apure, el río, el llano, el país— que es también la historia de un modo de oír y sentir la cultura:
un poeta debería asumir el riesgo de ubicarse entre esos estratos, en esas zonas de mayor ambigüedad donde los tiempos se encuentran y se confunden; y tratar desde la confusión y el balbuceo de ensayar el canto ensanchando la posibilidad de una lírica distinta.2
Según este fragmento de El llano ciego, escribir supone poner a la poesía “fuera de sí”, sacarla de sus límites y colocarla cerca de la vida y de otros saberes y discursos. En este sentido, la poesía de Barreto participa de una tendencia común a ciertas obras contemporáneas latinoamericanas, que conciben la literatura como campo expansivo, “que en su inestabilidad y ebullición atenta(n) incluso contra la propia noción de campo como espacio estático y cerrado”3 y que además huye de la forma y plantea la estética como un dispositivo de hacer vida4.
La obra de Barreto, a lo largo de sus diferentes etapas5, da cuenta de una poesía en diálogo con materiales que están fuera o en el límite de lo literario y que ingresan al campo poético sin perder su singularidad, lo que implica un cuestionamiento y enrarecimiento de la misma noción de poesía. Se trata de una obra-archivo donde conviven textos periodísticos con testimonios orales, referencias a la tecnología con léxicos del mundo de los gallos y de los escaladores de 8000 m, reportajes con traducciones, datos geográficos con referencias cinematográficas que adquieren una dimensión subjetiva. Desde un punto de vista formal, también se observa la presencia de diferentes formatos discursivos —poema largo, poema breve, fragmento, ensayo, anotación, carta, copla, traducción— que son usados para ser alterados y señalar, de esta manera, la potencia de variación y contaminación de la vida que exige una interrupción y fuga de la forma. Hasta desde el punto de vista editorial y gráfico, los libros de Igor Barreto, publicados por Ediciones Sociedad de Amigos del Santo Sepulcro que él mismo dirige, funcionan como pequeños “sarcófagos” que, además de guardar “las historias esenciales” de la gente común, se pueden considerar como tumbas colectivas del afecto porque registran, en sus solapas, a manera de memorial y homenaje, la lista de los “Honorables miembros de la Sociedad”, fundada en 1820 en san Fernando de Apure, todos fallecidos, entre los que están personas de la familia del escritor argentino Sergio Chejfec, amigo del autor y hasta su perra Laika. Una lista sin punto para que sea infinita como es infinito el texto de la tradición.
De lo anterior se desprende una primera reflexión sobre la poesía de Barreto: su tendencia a la...