Fernando de Felipe
Iván Gómez
EL SUEÑO DE LA VISIÓN PRODUCE CRONOENDOSCOPIAS:
TRATAMIENTO Y DIAGNÓSTICO DEL TRAMPANTOJO DIGITAL
Introinducción: sobre la (im)pertinencia de un título
El sol y la muerte no se pueden mirar fijamente.
La Rochefoucauld
Desde los albores de la civilización, la magia, la mitología, la fe, el arte y la ciencia han (de)mostrado un interés casi obsesivo por la naturaleza de la visión humana. Domesticar, traducir, emular, simular y hasta clonar la posibilidad de esa misma, por inalcanzable, visión total (metáfora absoluta de un demiurgo desbocado, controlador, omnisciente, inculpador, ubicuo, eterno), se ha convertido en el sueño recurrente de nuestra cultura. Instalados en nuestra confortable y cada vez más transportable caverna digital, (nos) parece ya que la última frontera pueda ser tan solo la de convertir nuestra recién estrenada mirada cronoendoscópica en ese talismán que nos permita dominar, de una vez por todas, esa incómoda variable de la existencia humana que es el tiempo.
A interrogarnos sobre la escurridiza naturaleza de ese talismán están dedicadas las páginas que siguen. Y es por eso que, justo antes de empezar nuestro recorrido, nos sentimos obligados a aclarar el porqué de un título que, si bien puede resultar algo chocante de entrada, de gratuito en realidad tiene bien poco (por mucho que, como veremos más adelante, haga referencia a bastantes de esas blockbusterizadas gratuidades fílmicas de usar y tirar a las que nos han venido acostumbrando ciertas producciones made in Hollywood). Entremos pues en materia.
Si, como afirmamos rotundos, el sueño de la visión (esto es, su aspiración suprema) no produce ya monstruos (que también, si tenemos en cuenta que, en su acepción latina, monstruum viene a ser un «aviso de los dioses»), sino cronodendoscopias, lo primero que habrá que preguntarse es, lógicamente, qué demonios es eso.
Como todo el mundo sabe (y más de uno ha sufrido), la endoscopia (del prefijo griego «endo-», dentro, en el interior, y del verbo griego «skopéô», examen, vista, acción de ver, exploración) es una técnica de diagnóstico, utilizada sobre todo en medicina, que consiste en la introducción en nuestro cuerpo (a través de un orificio natural o de una incisión quirúrgica) de un tubo dotado de una pequeña óptica y una lámpara (un endoscopio) que, conectado a una cámara preparada a tal efecto, permite la visualización, in situ e in vivo, de un órgano hueco o una cavidad corporal.
Así, el principal problema «físico» al que se enfrenta esta fascinante «técnica de observación no invasiva» de nuestro organismo es el que se refiere a sus limitadas vías de acceso a través de todos aquellos conductos por los que pueda introducirse un «tubito» en toda su extensión: arterias, esófago, tracto rectal, vagina, fosas nasales, oído interno, etc. Dicho problema puede solventarse en gran parte «haciendo trampas», es decir, resolviéndolo cual nudo gordiano mediante la simulación infográfica de determinado tipo de trayectorias “imposibles” por definición (el recorrido, por ejemplo, de los impulsos eléctricos en el interior de nuestro cerebro).
Lo que en principio nadie imaginó es que la solución a lo que era tan solo un problema de espacio (físico), conllevaría en sí misma la posibilidad de darle una nueva y traumática (por físicamente imposible) vuelta de tuerca al asunto: la de entrar a degüello en la dimensión temporal del problema. Y ahí es donde hace su aparición estelar eso que nosotros hemos dado en bautizar como cronoendoscopia, una hasta ahora inédita forma de representación propia de la era digital que, sin embargo, no renuncia en ningún momento a exhibir su modesta condición como legítima heredera de todos aquellos primigenios balbuceos cronofotográficos con los que Marey, Muybridge o Londe revolucionaron ya para siempre nuestra superficial manera de contemplar el mundo real al permitirnos acariciar, siquiera potencialmente, aquello que Burch llamó el «gran sueño frankensteiniano del siglo xix».
Añadirle a la endoscopia (real o virtual) un prefijo, «crono-», que significa literalmente «tiempo», supone como mínimo repensarla desde una perspectiva bien distinta. Si gracias a las imágenes de síntesis somos ya capaces de (re)producir al milímetro todo tipo de trayectorias, ¿qué problema puede haber en intentar (re)crear, simular y hasta moldear del mismo modo la temporalidad que enmarca y determina dicho recorrido? La respuesta es clara: ninguno.
La cronoendoscopia, de hecho, lo único que hace es introducir en la observación al (micro)detalle de nuestro organismo la siempre incómoda variable del tiempo, permitiendo de ese modo que seamos capaces tanto de explorar hasta la más pequeña de nuestras células, como de asistir en primera fila a todos esos «procesos» que, histéricamente acelerados o exasperantemente ralentizados, tienen «lugar» en su interior y que ahora se nos presentan, en virtualizado «tiempo real», como admirables prodigios dignos de ver (mirabile visu, que dirían los clásicos).
Visto de ese modo, bien puede decirse que la cronoendoscopia es hasta la fecha la última sensación, lo más de lo más en lo que a trampantojos digitales se refiere. Sobre todo si tenemos en cuenta que un trampantojo, como su propio nombre indica (del francés, trompe l’oleil), es una ilusión «activa», una trampa (en principio pictórica) con la que se engaña a nuestro ojo haciéndole ver lo que no es. Como se advierte en los muchos manuales que regulan su ejecución estrictamente pictórica, aunque los trampantojos de gran tamaño resultan más espectaculares, en verdad son aquellos que representan pequeños objetos los que consiguen las ilusiones más impactantes. Impactos que no hacen más que satisfacer, siquiera pírricamente, una de nuestras más arcanas obsesiones: la de sustituir el mundo real por su simulacro perfecto. Como bien sabemos pájaros y humanos gracias al mítico talento del pintor Zeuxis, el mejor de los trampantojos es aquel que nos invita directamente a intentar tocarlo. Ver para creer, sí; y tocar para confirmar la validez de lo que vemos («Más vale pájaro en mano que ciento pintados», que diría el cazador).
Y ahí es donde entra en juego lo que de estrictamente digital tiene toda esa «cultura visual de la era del ordenador» por la que ahora nos movemos confiados: lo tremendamente táctil que resulta. Como señala Manovich, en el pensamiento occidental la visión siempre se ha entendido y abordado «en oposición al tacto», de modo que, inevitablemente,
la denigración de la visión (por usar el término de Martin Jay) conduce al elogio del tacto. Por tanto, la crítica de la visión lleva, como era de esperar, a un nuevo interés teórico por la idea de lo táctil.
Nada que objetar al respecto. Pero sí mucho que decir todavía. Entremos pues definitivamente en materia y establezcamos de una vez por todas si los dominios de la cronoendoscopia son en realidad tan amplios, variados, profundos y trascendentes como en principio pudiera parecer.
Primera estimación: el instante de la creación
la cronoendoscopia penetra en nuestro organismo dispuesta a retrotraerlo a su primer estadio fundaci...