Competentes, conscientes, compasivos y comprometidos
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Competentes, conscientes, compasivos y comprometidos

La educación de los jesuitas

  1. 208 páginas
  2. Spanish
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Competentes, conscientes, compasivos y comprometidos

La educación de los jesuitas

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Información del libro

Exposición sobre la educación integral e integradora que busca la Compañía de Jesús en sus colegios y universidades. Imprescindible para el educador que trabaja o colabora en el marco de las instituciones jesuíticas.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2013
ISBN
9788428824880
Categoría
Religion
1

LA INSPIRACIÓN DE LOS PRIMEROS JESUITAS Y SUS INICIOS EDUCATIVOS

1. El peregrinaje ignaciano
Ignacio de Loyola fue un hombre del que ha podido decirse que era, al mismo tiempo, medieval y renacentista. Medieval fue la formación familiar en Loyola, la cortesana recibida en Arévalo y en Valladolid, en casa de Velázquez de Cuellar, o en Nájera, al servicio de su duque, y ciertamente también la filosofía aprendida en París. Renacentistas fueron las primeras lecturas y conversaciones sobre Erasmo en Barcelona, sus contactos con Juan Luis Vives o la mirada sobre la realidad de sus viajes y de aquella ilustración cabe el río Cardoner de Manresa, de la que habla así en su relato biográfico: «Se le empezaron a abrir los ojos del entendimiento», de manera que no solo entendía y conocía mejor muchas cosas, tanto espirituales como de fe, sino también «de letras […] con una ilustración tan grande que le parecían todas las cosas nuevas».
Ignacio se llamó a sí mismo «peregrino». Esta imagen conviene a la persona, y ayuda a presentar su obra. Todo lo que tiene que ver con Loyola o con la Compañía de Jesús tiene mucho de peregrinación, es decir, de búsqueda y encuentro de un Dios que habita en sus criaturas no como mera evidencia, ni menos aún como anécdota, sino como huésped o maestro interior, al que hay que dejar y hacer emerger. Ignacio siguió el consejo agustiniano –nolite foras ire, sed intus, «no quieras salir fuera de ti, sino dentro»– y buscó en su interior la verdad que debía ser su fuente. En esa búsqueda, los estudios tuvieron gran importancia.
No es este el lugar para una extensa referencia a la vida de san Ignacio. El peregrino sufrió cambios importantes también en lo relacionado con los estudios. En los primeros tiempos, la de Ignacio no fue una formación escolar, pues no pensaba en el ejercicio de las letras, sino en su trabajo profesional al servicio de la hacienda regia. «Hasta los 26 años de su edad –nos dejó dicho de sí mimo– fue hombre dado a las vanidades del mundo y principalmente se deleitaba en ejercicio de armas con un grande y vano deseo de ganar honra». En su casa de Arévalo encontró, aunque no sabemos si leyó, un libro de un cisterciense francés del siglo XIV, titulado Del pelegrino de la vida humana. En él aparece en sueño la ciudad de Jerusalén celestial, a la que el autor quiere llegar. También Íñigo se embarcó hacia Jerusalén en 1522.
A la delicada formación de un cortesano castellano –«era muy buen escribano», dice de sí mismo– recibida en Arévalo y Valladolid unió la posterior apertura a las letras humanas, aunque inicialmente estas no estuvieran en sus planes personales después del cambio radical de Pamplona-Loyola-Manresa. El primer movimiento del peregrino le orientó hacia Jerusalén. Más tarde fue aceptando la complejidad de la realidad en que vivía y quería «ayudar a las ánimas», y por esa razón se decidió a estudiar. En su vida pasó de las mediaciones cortas (peregrinar a Jerusalén para vivir «a la apostólica») a las mediaciones largas (estudiar para ayudar a las personas). En Barcelona, a sus 33 años (febrero de 1524), «comunicó su inclinación de estudiar» con el maestro Jeroni Ardévol, que enseñaba latín en su Estudi General (el Studium generale, institución educativa superior, predecesora de la Universidad de Barcelona, creada en 1533). Su formación universitaria propedéutica fue barcelonesa. En esa ciudad sabemos que no solo aprendió latines, sino que frecuentó los círculos lulianos y erasmistas, de los que quedaría en Ignacio una perceptible influencia. Del humanista holandés consta que leyó en latín su De milite christiano, con mucho cuidado, notando sus frases y modos de hablar. A los dos años barceloneses siguieron la breve estancia complutense, con poco provecho en los estudios de filosofía, y los siete años de París, donde obtuvo el título de «maestro en artes». Allí, donde llegó el 2 de febrero de 1528, fue agrupando en torno a sí a unos pocos estudiantes, más jóvenes que él, germen de la primera «mínima Compañía de Jesús».
La Universidad de París, con unos 5.000 estudiantes, era entonces la más cosmopolita de la ecumene christiana. Como es sabido, la universidad de entonces tenía un funcionamiento muy diferente a la de hoy. Su vida académica giraba en torno a los diferentes colegios. Para Ignacio, dos fueron los principales: Montaigu y Sainte-Barbe. El primero, el colegio más severo de París, había sido reformado a finales del siglo XV por un austero y reaccionario maestro flamenco vinculado a la corriente mística de la devotio moderna, aunque no hubiese asimilado esta. Hombre medieval, no renacentista, de heroica santidad y voluntad de hierro, su herencia plasmada en Montaigu influyó en la mentalidad y en los ideales de Ignacio. «Decidió entonces […] trazar una raya sobre todo cuanto había estudiado hasta entonces –anota García Villoslada– y comenzar de nuevo con más método y seriedad», y por otra parte organizó un eficaz sistema económico de préstamos, sobre todo de allegados de Barcelona, limosnas y depósitos, que le permitió mantenerse durante los siete años parisinos. En 1529, Ignacio se inscribió ya formalmente en la Facultad de Artes, con el nombre de Ignacio, latinización de su onomástico vasco Íñigo, y fue a vivir al colegio de Sainte-Barbe, fundado en 1460, que era el más floreciente tanto literariamente como en el cultivo de las humanidades clásicas. En Sainte-Barbe compartió amistad y trabajo con Francisco de Xavier y con Pierre Favre; allí estudió artes (o filosofía) hasta obtener el título de magister novus en artes en la Cuaresma de 1535. En los dos años últimos, entre 1533 y 1535, Ignacio estudió teología, principalmente en el convento de los dominicos de Saint-Jacques, donde se inscribió en octubre de 1533, aunque parece que frecuentó también otros colegios: Navarra, los franciscanos y quizá incluso el de Sorbonne. En 1538, Pedro Favre, en nombre de Ignacio y suyo propio, escribe al rector de Sainte-Barbe citando a profesores de todos esos colegios: «Que se digne recomendarlos ante nuestros veneradísimos maestros […] y todos los demás que de buen grado quieren ser llamados preceptores nuestros, como nosotros nos llamamos sus discípulos». Ciertamente, años más tarde, el secretario Juan de Polanco afirma que «la erudición adquirida le ayudó no poco», y el teólogo Jeroni Nadal explicaba que «se aplicó al estudio de la filosofía y de la teología con suma afición y con eximio fruto», y que se dio a la filosofía y a la teología «con suma afición, con extraordinario fruto y con tanto progreso cuanto creyó que era bastante para realizar dignamente sus planes de ayudar a las almas».
La estancia de siete años en París (1528-1535) procuró a Ignacio una sólida formación en letras humanas, en filosofía y en teología. En aquellos colegios de Montaigu y Sainte-Barbe experimentó el luego famoso, precisamente por su integración en la Ratio studiorum jesuita, método conocido como modus parisiensis. La educación jesuita cuenta con tres raíces –modus parisiensis, humanismo y modus italicus–, que reflejaban la propia formación de Ignacio y de los primeros jesuitas en Paris: la escolástica, el humanismo flamenco y el humanismo italiano. Como resultado de la experiencia común de los primeros compañeros de todos ellos, ejercía un fuerte influjo el modus parisiensis, es decir, la forma escolástica de enseñar y aprender usada en París, especialmente la teología en el colegio de Sorbonne; por otra parte, los trazos procedentes del modelo humanista introducido en algunos colegios de París, como el de Sainte-Barbe, frecuentado por Ignacio desde 1529, que seguía las orientaciones de los Hermanos de la Doctrina Común, la corriente de la devotio moderna de los Países Bajos, que Ignacio ya conocía profundamente tras su prolongado contacto con el monasterio de Montserrat, foco de irradiación de la devotio en la Corona de Aragón; en la Ratio influyó, por último, el modus italicus, propio de la tradición humanista italiana, que ponía el acento en el estudio positivo de los Padres de la Iglesia y de la Escritura.
Junto a sus estudios, a su experiencia como discípulo en la escuela de Barcelona o en los colegios de París, no podemos ignorar la otra gran experiencia educativa de Ignacio, como discípulo de Dios que actúa libremente con su criatura. Esta convicción de Ignacio, que atraviesa todo el libro de los Ejercicios, tuvo un reflejo en su manera de entender la educación y sigue teniéndolo en la forma en que los jesuitas conciben hoy la educación.
2. La plural experiencia compartida por los compañeros en París
El llamado modus parisiensis debía ejercer una duradera influencia en la Compañía no solo por la experiencia biográfica de Ignacio. En París habían estudiado los siete primeros compañeros, pero también otros muy destacados de...

Índice

  1. Portadilla
  2. Dedicatoria
  3. Citas
  4. Presentación
  5. 1. La inspiración de los primeros jesuitas y sus inicios educativos
  6. 2. El modelo de colegio jesuita
  7. 3. La universidad y la misión de la Compañía de Jesús
  8. 4. El mundo al servicio de la humanidad. Líneas pedagógicas fundamentales de la educación jesuita
  9. 5. Educar para una ciudadanía responsable
  10. Anexo. Documentos contemporáneos de los generales de la Compañía de Jesús
  11. Bibliografía básica
  12. Siglas
  13. Pauta de orientación bibliográfica
  14. Contenido
  15. Créditos