Toda España era una cárcel
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Toda España era una cárcel

Memoria de los presos del franquismo

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Toda España era una cárcel

Memoria de los presos del franquismo

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Tras la Guerra Civil, la victoria de Franco trajo la represión, el hambre y el dolor a millones de ciudadanos. Cientos de miles encarcelados, miles y miles fusilados, torturados, represaliados en una larga dictadura a la que se sometió a todo un pueblo. Durante años, se intentó borrar de la memoria tanto sufrimiento.Esta es la historia de hombres y mujeres que, sin rencor y sin ánimo de revancha, cuentan ahora su lucha, su prisión y su dolor por traer la democracia a España. Y es una historia que deben conocer, también, los jóvenes que no vivieron aquellos años de plomo. Para que, como dicen, los protagonistas de este libro, nunca más se repita. Pero siempre se tenga en la memoria.

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Información

Año
2016
ISBN
9788417284367
Categoría
Historia
CAPÍTULO VII

Los presos del 1001
LA CONEXIÓN ANDALUZA
Viene Eduardo Saborido de una familia pobre. Bastante pobre, puntualiza con su miaja de orgullo. Porque hay gente que presume de aristocracia. De antepasados. De dinero. En su tierra, en Andalucía, de fincas, de caballos o de toros. Eduardo Saborido, trabajador, sindicalista, preso, luchador antifranquista, ya jubilado, ya de vuelta de muchas cosas, todavía apasionado por su sindicato, CC OO, presume de venir de familia pobre. Su madre se quedó viuda, y él se quedó sin padre cuando tenía un año. Su madre se volvió a casar y tuvo tres hijos más. Eduardo Saborido presume, con orgullo, que aunque se quitó de la escuela muy pronto, en su familia hubo siempre una gran preocupación por que no dejara de estudiar y siguiera haciéndolo por las noches.
Empezó a trabajar con 11 años en un despacho de abogados, de botones, entonces se decía de botones; ganaba 20 duros al mes. Con los primeros 20 duros se compró los primeros zapatos de su vida.
—Porque yo nunca había tenido zapatos —dice.
Eduardo Saborido cuenta que ese trabajo de «mandao» terminó por desesperarle y empezó a buscar otra cosa.
—Entré con 17 años, y creo que esa fue la gran suerte de mi vida, en la fábrica Hispano Aviación, una fábrica de aviones. En Sevilla era una fábrica que tenía muy buena fama; la gente sabía que se ganaban buenos salarios. Entrar en esa fábrica era un cierto privilegio para esa época, no solamente por los salarios.
Fue su gran descubrimiento. Para Eduardo Saborido aquello, dice, fue una especie de universidad, en el sentido más amplio del término. Todo era nuevo, distinto. Hispano Aviación tenía entonces más de un millar de trabajadores, con un nivel cultural muy alto para la época.
—Era una fábrica donde la gente leía y se pasaban revistas. Recuerdo que circulaba la revista de la Unesco, autorizada, lógicamente. Esa revista hablaba de cosas de otros países, incluso de la Unión Soviética. Era una especie de refugio intelectual, con una tirada que sería muy corta, pero allí, en la fábrica, se pasaban de mano en mano los artículos. También fue la primera vez que cayó en mis manos el Mundo Obrero, el periódico clandestino del Partido Comunista.
La fábrica se había distinguido porque había gente que procedía del bando republicano. En la guerra había estado en la zona roja. Terminó en Sevilla pero provenía de Guadalajara y había estado ubicada en Valencia. Por esa razón, rememora Saborido, había un ambientillo de izquierda, progresista e, incluso, células comunistas desde siempre.
—En el informe de la policía, cuando me detuvieron, hablaba de eso. El informe decía: «Fábrica que se ha distinguido siempre por tener en su seno gente contraria al Régimen y subversiva».
Eduardo Saborido, pues, procede de una familia pobre. Pero de una familia de ideas católicas muy acendradas.
Dice que era lo que se llama una familia de orden. Tan de orden que su abuela, la madre de su padre, a la que había pillado la guerra en Madrid, fue fusilada por los rojos. Conque no era nada extraño que la familia fuera además anticomunista. Con tales antecedentes, un tío suyo no tuvo problema alguno en ser colocado en el Parque Móvil de la Falange como mecánico.
Ese fue el ambiente que vivió de niño. Por eso no duda en decir que su gran suerte fue entrar en Hispano Aviación. Porque él, repite, venía del cristianismo, del catolicismo, de una familia de orden, y no entraban en sus cálculos ni en su cabeza la idea de la colectividad. Él era un muchacho que estaba estudiando, que empezaba la carrera de perito industrial. Que se le daban bien las chicas.
—Estaba en la tuna. Era un poco chuleta, yo era un chaval chuleta. Y empezaron unos y otros a comerme el coco en la fábrica, y creo que tardaron tiempo; fue difícil el tránsito de esas ideas que tenía muy arraigadas. Ver ideas colectivistas, comunistas, con los antecedentes míos me costó bastante trabajo. Trabajo quiere decir que, por lo menos, tardaron dos o tres años en hacerme cambiar. Claro, cuando descubrí ese nuevo mundo de injusticia, de desigualdad, de falta de libertad y empecé a darme cuenta de la oscuridad que había en este país, abracé la causa con todo mi corazón.
Dice «con todo mi corazón» sin que haya en las palabras ni una gota de exageración, de ampulosidad. Es que Eduardo Saborido no encuentra otra forma de expresarlo. Abrazó la causa de corazón. Se lo creía a pie juntillas y entró en el partido, organizando a los jóvenes en las Juventudes Comunistas.
—En aquella época, ahora cuando lo recuerdo, creo que estábamos un poco locos, y esas locuras eran las que sorprendían en algunos momentos a la policía. No esperaban que hiciésemos las cosas tan a pecho descubierto. Me dedicaba a ir por los barrios y por los pueblos a fichar jóvenes para la Juventud Comunista sin esconderme; tuvieron que llamarme la atención varias veces porque ponía en peligro la organización de la Juventud Comunista y del partido.
Eran los sesenta. Un ruso, Yuri Gagarin, se convertía en el primer astronauta, y una extraña canción, sin connotaciones políticas, animaba a saltar de izquierda a derecha y de delante hacia atrás, en un país que seguía bastante atrás en Europa. Eran los años sesenta. Los más entendidos suspiraban con el Yesterday de los Beatles, un conjunto de jóvenes ingleses de pelo largo y traje negro. Y un joven director de cine, José Luis García Berlanga, estrenaba una cruel comedia de la España negra de la caridad y el hastío: Plácido. Una Vespa costaba unas 15.000 pesetas. Y en 1962 se casaban un muchacho rubio y alto, de mirada triste, llamado Juan Carlos de Borbón y una princesa griega que respondía al nombre de Sofía. Marilyn Monroe aparecía, atiborrada de somníferos y soledad, muerta en su cama. Y, por entonces, Eduardo Saborido se había metido de lleno en el Sindicato Vertical. Había que tomarlo desde dentro.
—Sin esperármelo, empecé a ser de los que sacaban más votos en las elecciones. El primer año, la primera vez que me presenté, salí elegido enlace sindical y, a su vez, vocal provincial de los metalúrgicos de Sevilla, nada menos. Aunque poquitos, sacamos algunos cargos y empezamos la labor de oposición, a crear las Comisiones Obreras. Tendría yo 21 o 22 años.
Explica Eduardo Saborido que las Comisiones Obreras se crearon en Sevilla de la mano de un hombre del PCE, ya fallecido, Juan Menor. Era miembro del Comité Central y fue a explicarles que esas comisiones que habían nacido en Asturias, en la mina de La Camocha, en las huelgas del 62, eran la mejor forma de poder hacer una oposición y enfrentarse al régimen. Porque tener cargos sindicales permitía algún tipo de juego; impedía, al menos de momento, que la policía, como había ocurrido hasta entonces, acabara con las células comunistas.
Está prácticamente admitido que fue en La Camocha donde se crearon las primeras comisiones obreras. Bien está que se busquen orígenes y paternidades. Pero lo cierto es que el nacimiento de lo que primero fue un movimiento y luego un sindicato es confuso. Y que respondió más a un proceso casi espontáneo —aunque en parte estuviera dirigido por el PCE— que a una decisión perfectamente planificada. Los comunistas habían intentado crear su propia alternativa a la organización sindical del régimen. Fue la Oposición Sindical Obrera, de corta vida y prácticamente nula efectividad.
Las comisiones obreras aparecieron, a veces de forma simultánea, en distintos lugares de España. Como bien cuenta Antonio Gutiérrez[66], «las Comisiones Obreras fueron surgiendo espontáneamente en talleres, minas, tajos, fábricas u oficinas, en distintos momentos e inicialmente sin coordinación entre ellas. Adoptaron el nombre a partir de las “comisiones de obreros” que se formaban puntualmente para plantear una reivindicación concreta a la dirección de la empresa y se autodisolvían a continuación para evitar las represalias. No hay tampoco una fecha fundacional de tal movimiento, hasta el punto de que aún está por resolver una sana rivalidad entre los metalúrgicos de Vizcaya y los mineros de La Camocha en Asturias, que se atribuyen haber constituido la primera Comisión Obrera en 1959 o 1961 respectivamente»[67]. Gutiérrez añade algo importante: «Fueron espontáneas pero no una improvisación». Y destaca la presencia en ellas de veteranos militantes de UGT y CNT. Como prueba de ello, valga el ejemplo de Macario Barja: preso del franquismo también durante largos años, fue militante de UGT y uno de los fundadores de Comisiones Obreras de Madrid.
Eduardo Saborido fue uno de los que crearon las Comisiones Obreras en Sevilla con la intención de, a través de ellas, ir consolidando su presencia en la organización sindical verticalista. En las elecciones sindicales de 1963 CCOO logró una importante representación de enlaces y jurados de empresa en numerosas fábricas: Hispano Aviación, SACA, Astilleros, Landis Gyr, Balbontin, Construcciones Aeronáuticas, ISA, Sánchez Balzas, Los Certales, Productos Moto. De los 70 miembros de la Sección Social Siderometalúrgica se consiguieron de 15 a 20 vocales.
Los recién elegidos cargos sindicales comenzaron sus reuniones en el ya histórico local de la calle de Morería, de Sevilla. Pero las autoridades sindicales, viendo el auge que iban tomando los nuevos vocales, decidieron prohibir cualquier reunión en aquellas dependencias. Fue en la clausura del Consejo Económico Sindical celebrado en el teatro San Fernando el 10 de julio de 1963, cuando un grupo de vocales, encabezado por Fernando Soto y José Hormigo, se dirigió al ministro José Solís Ruiz, secretario general del Movimiento, y le explicó de viva voz, y ante los jerarcas y autoridades presentes, las dificultades que ellos, los representantes de los trabajadores, tenían para reunirse y resolver sus problemas.
Solís Ruiz actuó con el populismo que le era habitual: se volvió hacia el delegado provincial de Sindicatos, Francisco Zarza del Valle, y le ordenó que autorizase cuantas reuniones le solicitaran los legítimos representantes obreros. A los pocos días Zarza fue cesado[68].
En las elecciones de 1966 Comisiones Obreras consiguió la mayoría de enlaces y jurados de empresa. En la Sección Social del Metal el 90% de los vocales provinciales pertenecían a esta organización. En 1967, declaradas ya ilegales las Comisiones Obreras por el TOP, comenzaron las primeras detenciones y procesamientos de sus militantes. En enero de ese año cayó el vicepresidente de la Sección Social del Metal de Sevilla, Eduardo Saborido. La reacción de los trabajadores fue fulminante: se produjeron numerosas manifestaciones y concentraciones públicas exigiendo su puesta en libertad.
Lo recuerda, ahora, ...

Índice

  1. Índice
  2. Prólogo
  3. Introducción
  4. CAPÍTULO I. El miedo de la victoria
  5. CAPÍTULO II. Años de resistencia
  6. CAPÍTULO III. Los hijos del régimen se rebelan
  7. CAPÍTULO IV. En nombre del Rey, en nombre de la Justicia
  8. CAPÍTULO V. Los presos obreros
  9. CAPÍTULO VI. Los compañeros de viaje
  10. CAPÍTULO VII. Los presos del 1001
  11. CAPÍTULO VIII. Un paréntesis. Matesa
  12. CAPÍTULO IX. Los presos del posfranquismo
  13. Apéndice I. Manifiesto de los Estudiantes Madrileños
  14. Apéndice II. Informe de la policía de 1955
  15. Apéndice III. CANARIAS, POCA GUERRA, MUCHA REPRESIÓN