El aprendizaje de la libertad
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El aprendizaje de la libertad

Historia del Perú en el siglo de su independencia

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El aprendizaje de la libertad

Historia del Perú en el siglo de su independencia

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Ensayo sobre la historia del Perú en el siglo XIX, espacio temporal en el que ocurrió su independencia de España y la consiguiente formación del Estado nacional que hasta ahora nos gobierna.Conocer las condiciones en que el país nació a la vida independiente moderna y las primeras medidas que se tomaron para organizar su marcha como nación soberana es fundamental para entender nuestra historia contemporánea. Por ello, este libro se centra en la importancia del siglo XIX en la historia del Perú, periodo de su independencia de España y de la formación del Estado nacional. El aprendizaje de la libertad: historia del Perú en el siglo de su independencia se aleja de la visión "externalista" de la historia peruana y de la condena moral a la oligarquía local por no haber estado a la altura de los retos históricos que le tocaron. Por el contrario, su punto de partida es que sí existieron élites en el Perú del siglo XIX capaces de imaginar el desarrollo y proponer los instrumentos para conseguirlo, aunque estas no supieron llevar a cabo las acciones necesarias para nuestra consolidación como nación. El libro está dirigido a estudiantes, aunque también puede ser utilizado por quienes están concluyendo la formación secundaria y, naturalmente, por el público general.

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Información

Año
2016
ISBN
9786123171667
Capítulo 1.
La conmoción de la independencia2
El proceso de la independencia fue el puente entre los periodos colonial e independiente de la historia del Perú. Fue el momento en el que el Perú nació como un Estado-nación, o lo que corrientemente se conoce como un país soberano. Para el Perú implicó también el tránsito de un gobierno de tipo monárquico a uno republicano. El cambio de la monarquía por la república trajo la aparición de otras instituciones, como una asamblea de representantes, constituida como «poder legislativo», cuyos miembros, igual que el presidente, debían ser elegidos periódicamente por aquella parte de la población a la que se concedió el derecho al sufragio. Dicha asamblea debía actuar como un contrapeso del poder presidencial (o Poder Ejecutivo), de modo que la facultad de gobierno no quedase concentrada en una sola persona o grupo.
La historia de cómo ocurrió la independencia resulta clave para comprender por qué el Perú abandonó la monarquía y se convirtió en una república, y para explorar también por qué dentro de los peruanos persiste un marcado descontento con varias de las instituciones republicanas instauradas hace casi doscientos años, tales como el Congreso, los partidos políticos o el Poder Judicial.
El estudio de la independencia de los países ejerce una fascinación sobre los historiadores. Cómo y por qué lo que hasta el momento fue una provincia o parte de una entidad política mayor, decide, y consigue, separarse de esta, para iniciar su propia vida como nación soberana, resulta de ordinario un tema para cuyo esclarecimiento se requiere compulsar todas las dimensiones de una sociedad. Nunca se trata de una decisión fácil ni unánime, por las tremendas consecuencias que trae, cuanto por el hecho de que se trata de procesos que en la práctica resultan irreversibles. Por lo mismo transcurren en medio de intensas luchas políticas y cruentos enfrentamientos armados, durante los cuales los insurrectos logran librarse de su pertenencia o subordinación a un país mayor.
Cuando la revolución de independencia triunfa, los historiadores de la nueva nación compondrán una narración del proceso en términos de una epopeya en que los buenos patriotas se enfrentaron contra los malos colonialistas, para sacudirse de una sujeción presentada como una cruel servidumbre. Pero debe tomarse en cuenta que los hombres que vivieron la coyuntura de los hechos reales concibieron las cosas de una manera muy distinta. Muchos preferirían no pensar que la situación era de una ominosa opresión, y que si acaso el presente era duro, el futuro podía ser peor. Seguramente, tanto quienes lucharon en el bando a favor de la independencia, cuanto quienes lo hicieron por el de la fidelidad al rey o a la patria mayor, quisieron lo mejor para el país, aunque los caminos para ello eran distintos en unos y otros.
Los orígenes de la independencia
La discusión acerca de cuál fue el impulso que llevó a la independencia del Perú ha sido un tema que ha dividido a los historiadores. Unos han preferido postular razones internas, mientras que otros han puesto el acento en el carácter continental del proceso de independencia de las colonias hispanoamericanas, poniendo de relieve el contexto internacional que se vivió en los inicios del siglo XIX. Cada uno tiene su cuota de razón, aunque en lo personal consideramos que es la versión de los segundos la que más se acerca a la verdad de los hechos, ya que las colonias españolas en América no existían individualmente, sino que conformaban un sistema integrado. La simultaneidad con que ocurrió la independencia de las distintas colonias sugiere por sí misma, que las causas no residieron tanto en lo que sucedía dentro de cada territorio, sino que se trató de fenómenos generales que afectaron a todos. Lo más probable sería entonces que ellos ocurrieran en el plano internacional.
En cualquier caso, entre los resortes internos de la independencia figuraron hechos similares a los ocurridos en otras colonias españolas del continente, tales como el descontento de los criollos (nombre que se daba a los descendientes de los colonos españoles nacidos en América) por la marginación de que eran objeto en la selección de personas para los cargos de gobierno en el virreinato. A partir de 1784, cuando se instalaron las intendencias en reemplazo de los corregimientos, todos los intendentes, e incluso los subdelegados (que estaban a cargo de los partidos, que eran las provincias en las que se subdividían las intendencias) eran oficiales militares trasladados desde la Península Ibérica. ¿No tenían acaso los criollos una similar educación y formación intelectual que los peninsulares? ¿No conocían, acaso mejor, las particularidades del territorio y la cultura de la población? ¿No tenían, por último, un mayor apego y contacto con el medio, que garantizarían una administración más abnegada y honesta? (véase el siguiente recuadro).
Resentimiento, sumisión y ambiciones de los limeños
Observaciones del viajero francés Camille de Roquefeuil durante su visita a Lima en 1817:
«El odio que los criollos manifestaban contra los españoles, desde el tiempo de Frézier [1711-1713], no ha ido sino creciendo con los progresos de la población. Los acontecimientos que siguieron a los intentos de Napoleón respecto de la independencia de España, la actitud adoptada por las Cortes y el sistema del gobierno actual, han dado nueva fuerza a este sentimiento casi general entre los criollos. El ejemplo de la provincia de La Plata y los últimos acontecimientos de Chile han acrecentado su sed de independencia y la esperanza de lograrla; pero por muy vivo que sea su amor por la libertad, el pueblo peruano tiene muy poca energía para intentar por sí mismo un gran movimiento capaz de acelerar la cristalización de sus anhelos y parece permanecer sumiso, mientras las tropas realistas puedan impedir que las de Buenos Aires penetren en el interior. Por lo demás, pocos pueblos gozan de mayor felicidad aparente que el del Perú, si se juzga por la capital. El [limeño] consigue un alimento sano y abundante; está bien vestido para el clima y disfruta de mucho tiempo para los placeres; no paga sino pocos impuestos, que gravan principalmente las grandes propiedades y el comercio. Los numerosos abusos de una mala policía constituyen, ciertamente, un obstáculo para la felicidad de los peruanos; pero estos abusos son de la naturaleza de los producidos por la debilidad más bien que por la opresión; y la ignorancia de un mejor estado de cosas hace insensibles a la mayor parte».
«[…] Los hombres a quienes la fortuna, los viajes y algunos conocimientos poco extendidos entre sus compatriotas, dan una especie de superioridad, se elevan en su propia opinión a la altura de los asuntos más grandes, se indignan de no ser llamados a la administración de su país, y emplean todos los medios para acelerar el cambio que debe poner fin a su anonimato, estableciendo la independencia. Habría que temer si esta no sería por mucho tiempo un presente funesto para un país en el que los derechos y los deberes ciudadanos son, por lo general, ignorados; en el que la superstición y la molicie, enemigos del patriotismo, permiten difícilmente germinar el espíritu público, y en el que junto a la vanidad pueril de los discursos y de la ambición de poder, se encontraría muy frecuentemente la incapacidad para dirigirlo en el sentido del bien público. Las circunstancias del tiempo harían adoptar probablemente un gobierno republicano, siendo monárquicas las costumbres».
Camille de Roquefeuil. Lima y Callao en 1817. En Núñez (1971-1976, vol. 1; pp. 139-140).
Las autoridades en España no tenían una respuesta afirmativa para estas preguntas. Pensaban que los criollos tenían una menor preparación intelectual y política que los oficiales salidos de las academias militares de la península, pero que, sobre todo, padecían de una cierta desventaja moral, al provenir de un medio geográfico y social como el americano, donde el clima cálido, la profusión de sirvientes y las hondas diferencias sociales volvían laxo el espíritu y la templanza de los hombres. El propio sabio criollo Hipólito Unanue (1755-1833) escribió en la revista Mercurio Peruano, de finales del siglo XVIII, acerca de las consecuencias que el clima de Lima tenía sobre el carácter de los pobladores, al que describió como «blando» y «sensual». Las autoridades de Madrid consideraban que había mayores posibilidades de corrupción en el gobierno cuando los funcionarios tenían amistades y parientes en el territorio que administraban, por lo que procuraron evitar a los criollos y rotar continuamente a las autoridades peninsulares que despachaban a sus dominios. Tal vez también pensaban que los criollos serían funcionarios menos celosos de los intereses del rey que los de la Península Ibérica, aunque se cuidaban de decirlo públicamente.
La indignación de los criollos por su marginación de los cargos de gobierno se dio en el contexto de un reconocimiento del país como una entidad geográfica y humana distinta, un proceso que el historiador José de la Puente Candamo llamó «la idea del Perú». Antes de ser una nación o república independiente, el Perú había de ser concebido como algo distinguible y singular desde el punto de vista territorial y social. Durante la segunda mitad del siglo XVIII diversos intelectuales, sobre todo criollos, como José Eusebio Llano Zapata (1716?-1780), José Baquíjano y Carrillo (1751-1817) e Hipólito Unanue, pero también peninsulares de larga residencia entre nosotros, como Ignacio Lequanda (1748-1800), escribieron sobre la geografía, la historia y la economía del Perú. Este podía ser pensado, entonces, como un país cuya realidad natural y social era distinta de España y de otros reinos americanos.
¿Hubo rebeliones por la independencia antes de 1821?
En ese trasfondo de criollos descubriendo la identidad de su país y descontentos por su exclusión de los cargos más importantes de la burocracia local (en un contexto en el que no existían prácticamente otras colocaciones que garantizasen un sueldo suficiente, regular y honrado) ocurrió la gran rebelión encabezada por el curaca indio o mestizo José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, entre 1780-1781, contra el gobierno abusivo de los corregidores, el impuesto de las alcabalas y la mita, y la desatención de las autoridades judiciales respecto de los territorios alejados de la capital, como la región del Cusco.
De acuerdo con los investigadores de esta rebelión, como Jürgen Golte, Scarlett O’Phelan y John Fisher, aquella tuvo objetivos antifiscales y anticentralistas más que anticoloniales. Sus demandas estaban llamadas a resolverse dentro del sistema colonial; lo cual, desde luego, no desmerece el significado de su rebelión como una protesta enérgica contra el incremento de la presión tributaria sobre la economía y contra el gobierno despótico de los corregidores en las provincias más apartadas. Se trató, además, de una lucha victoriosa, aunque póstuma para sus líderes, porque la supresión de los corregimientos, el cese, no de los impuestos, pero sí de su incremento, y la creación de la Audiencia del Cusco, fueron consecuencias de la rebelión en los años que siguieron a su inicio.
La gran rebelión campesina de Túpac Amaru trajo también otro tipo de consecuencias. La violencia de sus huestes en su marcha por los pueblos de las provincias del Cusco, Puno y la región del Alto Perú intimidó la sensibilidad de los criollos y mestizos urbanos. Estos rehuyeron asociarse a un movimiento que incendiaba viviendas civiles, colgaba a los curas de las torres de las iglesias o violaba a las mujeres dentro de los templos. En el inicio del movimiento hubo criollos y mestizos que apoyaron la insurrección, por entender que sus demandas eran justas y necesarias, pero al final no solo se apartaron, sino que, incluso, ayudaron a combatirla, temerosos de que tras la ejecución del odiado cacique de Tinta, Antonio de Arriaga, se había desatado de la manera más descarnada y terrible un cúmulo de resentimientos históricos que podía afectar sus propios intereses, cuando no su misma vida.
Después de la rebelión de Túpac Amaru las posibilidades de una alianza nacional entre criollos, mestizos e indios, que sumaban un 90% de la población, contra la pequeña élite de peninsulares (que representaban apenas un 5%; el resto se componía de negros y castas), quedaron prácticamente anuladas. El «gran miedo» de las poblaciones urbanas y de blancos y mestizos contra las sublevaciones indígenas persistiría como un fantasma durante todo el siglo XIX. Otras interpretaciones, como la de Alberto Flores-Galindo, plantearon que la rebelión tupacamarista se propuso una meta más importante que la independencia: la restauración de un gobierno indígena; algo así como el retorno del reino de los incas. Se trata, sin embargo, de una interpretación milenarista más estética que apegada a los hechos, y que, de momento, requiere mayores pruebas para ser evaluada.
No hubo nuevas rebeliones contra lo que podríamos llamar «el gobierno colonial» hasta la década de 1810, treinta años después. Hubo manifiestos fuera del país, como la carta del jesuita Juan Pablo Vizcardo (1748-1798) en Londres en 1791, y conspiraciones, como la de José Gabriel Aguilar y Manuel Ubalde en el Cusco en 1805, pero nada verdaderamente impactante y exitoso que pudiera hacer pensar que en el Perú latiese una corriente crítica contra el gobierno español.
¿Existían los peruanos en el Perú?
En términos sociales, la población, más que dividida entre peruanos y españoles, parecía escindida según estamentos raciales: después de todo...

Índice

  1. Introducción
  2. Capítulo 1. La conmoción de la independencia
  3. Capítulo 2. El aprendizaje de la libertad: política y economía en la postindependencia
  4. Capítulo 3. La revolución del guano y el sueño liberal
  5. Capítulo 4. La pesadilla fiscal y los caminos de hierro
  6. Capítulo 5. De la guerra de los diez centavos a la paz de los diez millones
  7. Capítulo 6. Las consecuencias políticas y sociales de la paz de Ancón
  8. Capítulo 7. Las consecuencias económicas de la paz de Ancón
  9. Capítulo 8. El legado del siglo XIX en la historia de la República
  10. Bibliografía