Imágenes, letras y argumentos
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Imágenes, letras y argumentos

Artículos de reflexión y discusión sobre arte, literatura y argumentación

  1. 294 páginas
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Imágenes, letras y argumentos

Artículos de reflexión y discusión sobre arte, literatura y argumentación

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Los textos que presentamos en este nuevo volumen de Dos Tintas, Imágenes, letras y argumentos: artículos de reflexión y discusión sobre arte, literatura y argumentación, más allá de dar razón de una exploración teórica exhaustiva, tarea de por sí colosal y que demandaría mayores búsquedas, consiguen llevar a cabo la resemantización de otros textos y otras voces a partir de preguntas nuevas y de los medios disponibles hoy para encontrar respuestas. Cada uno de los artículos despliega, a su manera, un juego de espejos entre el pasado y la contemporaneidad, entre las ideas, sus mediaciones y los usos, entre los individuos y las sociedades

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Información

Año
2015
ISBN
9789587203073
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La prosa ensayística en Luis Tejada Cano*
Wilson Andrés Cano Gallego**
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¿Por qué no, crónicas que son a la vez ensayos?
José Olivio Jiménez, “Los géneros: el ensayo y la crónica”
Preámbulo
Si se atiende a la afirmación de la crítica y teórica Liliana Weinberg de que “a partir del siglo XVIII, el ensayo huele a café y a tinta fresca” (2001: 37), se comprende entonces cómo esta forma discursiva, que Michel de Montaigne denominó ensayo, estuvo vinculada desde sus inicios con las salas de redacción y los periódicos capitales de las nacientes urbes.
A diferencia de Europa, el proceso de consolidación literaria de los escritores e intelectuales hispanoamericanos no se dio como una profesión de entrega a la literatura, sino como una vocación en la que “los hombres de letras se convirtieron en periodistas o en maestros, cuando no en ambas cosas” (Henríquez Ureña, 1949: 165). De allí que figuras como José Martí en Cuba, Domingo Faustino Sarmiento en Argentina, Enrique Rodó en Uruguay o Rubén Darío y Alfonso Reyes en toda Hispanoamérica estén signadas no solo por su labor periodística e intelectual en revistas y periódicos de todo el continente, sino, principalmente, por la forma ensayística de sus escritos como medio de difusión de las ideas.
Colombia no fue la excepción. Personajes como Juan García del Río en el siglo XIX o Baldomero Sanín Cano, Armando Solano, Germán Arciniegas o Hernando Téllez en los años veinte y Gabriel García Márquez en la década de los cincuenta, entre muchos otros, están estrechamente vinculados con los nombres de periódicos nacionales y continentales como La Nación, El Espectador,El Tiempo y con revistas como Repertorio Americano, Los Nuevos y Mito, en los que se dieron a conocer a partir de formas diversas de escritura como la crónica, la crítica literaria, la columna de opinión y el ensayo.
Luis Tejada Cano (Barbosa, Antioquia 1898 - Girardot, Cundinamarca 1924) puede inscribirse perfectamente en esta línea de escritores de sala de redacción, ya que es una de esa figuras paradojales que a principios de siglo XX dejó una obra corta e inconclusa, desperdigada por revistas y periódicos, la cual estuvo llena de matices y de singularidad en su composición. Tejada supo hacer de la escritura una crítica específica al orden social establecido a partir de temas cotidianos y de actualidad, y si bien sus escritos se han denominado crónicas,1 estas tienden a las formas breves de la prosa ensayística, con un refinamiento particular en el manejo del lenguaje que no solo trasciende esa denominación que él mismo amparó, sino que lo llevan a otras orillas de sentido a través de una forma muy particular de escritura.
Para este trabajo interesa partir de un interrogante que dé vía a la indagación: ¿se encuentra en la obra de Luis Tejada no solo al cronista de principios de siglo XX, sino también al escritor genuino que bordeó de manera magistral las formas breves de la escritura ensayística? Para tratar de darle respuesta, primero se atiende a la doble recepción que ha tenido la obra de Tejada en la crítica literaria colombiana, de modo que permita entender, por una parte, por qué su trabajo se ha tenido en el olvido y solo hasta fechas muy recientes comienza a tener presencia en los compendios antológicos; y cómo, por otra, cierto sector de la crítica ha hecho claros intentos por considerar su prosa cercana a lo ensayístico. En segundo lugar se atiende a esta última consideración y se pretende explorar los lindes del ensayo con otras formas de producción discursiva, de manera que se puedan proponer puntos de encuentro desde los cuales se aborden algunos textos de Tejada con relación a aspectos formales y estéticos propios de la ensayística moderna.
Luis Tejada Cano en el contexto de la crítica literaria colombiana
La obra de Luis Tejada produjo un efecto, tanto en los escritores de su tiempo, como en aquellos posteriores a los de su generación. De estirpe de educadores, liberales y librepensadores, Benjamín Tejada Córdoba, Fidel Cano y María Cano, por solo nombrar uno cuantos, y de una tradición de contestatarios por afiliación como lo fueron Juan de Dios Uribe, Fernando González o León de Greiff, Tejada no escapó a la rebeldía manifiesta de su época.2 En sus escritos está la fuerza renovadora de un estilo propio, enérgico y singular; una capacidad extraordinaria de observación para destacar los detalles de la vida cotidiana y de la experiencia vivencial, no libresca, y un estilo de escritura preciso y bien cuidado que da forma a sus ideas.
Luego de trasegar por los caminos del Viejo Caldas, Pereira, Bogotá, Barranquilla y retornar a Medellín, este “viajero impenitente”, como lo nombró John Galán Casanova, es acogido nuevamente en la década de los veinte por el periódico El Espectador, y para 1922 se reintegra a la capital colombiana en donde pasará sus últimos dos años. Para ese momento, Luis Tejada ya era reconocido y elogiado por diversos escritores y periódicos del país, que vivieron con él una época de gran agitación literaria. Compartió amistades intelectuales con Tomás Carrasquilla, Germán Arciniegas, Armando Solano y Jorge Zalamea, entre otros; sin dejar de lado a Ricardo Rendón, José Mar, León de Greiff y Luis Vidales, quienes fueron sus más entrañables compañeros de “Mesa de redacción”, sección del periódico El Espectador de Medellín en la que escribió desde el 12 de abril de 1920 hasta finales de 1922 (Galán Casanova, 2005: 83, 100-115).
Como activista político su importancia también la confirma el impacto que tuvo su muerte en los medios nacionales en 1924. Francisco de Heredia constata la noticia en El Correo Liberal de Medellín; Germán Arciniegas escribe para Cromos; Jorge Zalamea hace el llamado nacional a los obreros del país; El Tiempo y El Nuevo Tiempo, este último blanco de las críticas de Tejada, no dejaron pasar la noticia sin un elogioso comentario para el escritor; así como el Congreso de la República, las asociaciones y organizaciones populares, los gremios y las juntas del Partido Socialista, todos se unieron en un solo homenaje (Loaiza Cano, 1995: 212-215).
La muerte de Luis Tejada dejaba una viuda enferma y doblemente adolorida por el fallecimiento de su hijo a principios de ese mismo año, un Libro de crónicas con cuarenta y siete textos publicado unos meses atrás, un grupo de comunistas sin su ideólogo promisorio y una obra dispersa por todo el país a la que solo la historia le daría su lugar, puesto que en sus páginas se encontraba a uno de los escritores más importantes de la prosa breve hasta ese momento y al “pionero y mentor de Los Nuevos” (Pöppel, 2000: 191), quienes tendrían fuertes repercusiones en el futuro de las letras del país.
A pesar de estas manifestaciones de reconocimiento en la época por su labor periodística, la presencia de Luis Tejada en la crítica literaria colombiana va a estar marcada, como la de muchos otros escritores, por las intermitencias del olvido. Según la investigación de uno de sus biógrafos más juiciosos en la recuperación de su legado, Gilberto Loaiza Cano, los críticos, las editoriales y las antologías desconocen el potencial de una obra que por muchos años estuvo relegada. Dice el biógrafo:
En 1975, el ensayista Darío Ruíz Gómez reconoció que hasta esa fecha Luis Tejada había sido condenado a permanecer “al margen, en un silencio conveniente” junto con otros escritores colombianos como Tomás Carrasquilla y Fernando González. Pero, reconozcamos, desde 1977 comenzó a expandirse un variado interés que se manifestó en la aparición de su nombre en historias de filosofía, del sindicalismo, de la política, del arte, de la literatura y de la crítica literaria en Colombia (1995: 17).
Además de esto, continúa el investigador, en 1977, Hernando Mejía Arias publica Gotas de tinta, prologado por Juan Gustavo Cobo Borda, con ochenta y nueve textos más que se le sumaban al Libro de crónicas de 1924; la Universidad de Antioquia edita, en 1989, Mesa de redacción, con ciento sesenta y cinco textos más seleccionados por Miguel Escobar Calle; y Víctor Bustamante presenta al público la biografía Luis Tejada, una crónica para el cronista (1994). Un año después, según John Galán Casanova, otro biógrafo de Tejada, el ya comentado Gilberto Loaiza Cano presenta su trabajo Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura: Colombia 1898-1924 (1995), una biografía que hace parte de un ingente trabajo que este investigador hizo en 1990 con la obra inédita de Tejada, en la que recopiló “656_ sí: ¡656! artículos escritos por el cronista entre septiembre de 1917 y julio de 1924” (Galán Casanova, 2005: 178).
En esta compilación de textos sobre Luis Tejada habría que citar dos más: la biografí...

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  1. Portada
  2. Portadila
  3. Créditos
  4. Prólogo
  5. Imágenes
  6. Letras
  7. Argumentos