¿Qué clínica de lo psíquico es posible en un contexto institucional educativo?
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¿Qué clínica de lo psíquico es posible en un contexto institucional educativo?

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La convocatoria que se me hace para re-pensar la clínica en el contexto institucional educativo me lleva a construir varias preguntas que serán el contexto de la ponencia que presento; las siguientes: ¿Qué clínica? ¿Qué educación? ¿Qué institución?¿Qué estudiante? ¿Qué paciente?Las cinco preguntas apuntan a complejizar un poco la perspectiva desde la que fui invitado, que giraba en torno a la definición de clínica y educación. Complejizan el asunto porque pluralizan los elementos implicados allí. La clínica no existe. La educación no existe. La institución no existe. El estudiante no existe. El paciente no existe. Existen diversos modos de hacer clínica, diversos modos de educar, diversas instituciones y, finalmente, diversos estudiantes y diversos pacientes. Por lo tanto una relación entre clínica y educación, así en abstracto, se vuelve imposible.

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Información

Año
2015
ISBN
9789587203042
Definición de Clínica y Educación
¿Oposición entre Clínica y Educación?
Marlon Yezid Cortés Palomino
Freud imaginó su invento como algo capaz de lograr que un sujeto
cambiase una existencia miserable por una infelicidad admisible.
Gustavo Dessal, “La chispa de un deseo puede cambiar
a un sujeto, a una comunidad, a un país”.
Introducción
La convocatoria que se me hace para re-pensar la clínica en el contexto institucional educativo me lleva a construir varias preguntas que serán el contexto de la ponencia que presento; las siguientes:
¿Qué clínica? ¿Qué educación? ¿Qué institución?
¿Qué estudiante? ¿Qué paciente?
Las cinco preguntas apuntan a complejizar un poco la perspectiva desde la que fui invitado, que giraba en torno a la definición de clínica y educación. Complejizan el asunto porque pluralizan los elementos implicados allí. La clínica no existe. La educación no existe. La institución no existe. El estudiante no existe. El paciente no existe. Existen diversos modos de hacer clínica, diversos modos de educar, diversas instituciones y, finalmente, diversos estudiantes y diversos pacientes. Por lo tanto una relación entre clínica y educación, así en abstracto, se vuelve imposible.
El texto que presento tiene como base mi experiencia en varias instituciones:
Como maestro en una institución de educación superior (allí no hago clínica).
Como psicopedagogo en una institución de educación media (allí hacía algo más parecido a la clínica –una escucha analítica–, pero no el dispositivo clínico del psicoanálisis).
Como analista practicante, en una institución1 que trabaja con niños, niñas y jóvenes, que en el lenguaje estandarizado son llamados discapacitados, psicóticos, etc.
Como analista practicante en el consultorio particular (aunque esta práctica no es institucionalizada, van a ver que tiene relación directa con lo institucional).
En todas estas experiencias está de fondo el psicoanálisis y la pedagogía. Sé que la mayoría de las personas que están acá vienen del mundo psi, pero, debo decirlo, fui primero maestro que psicoanalista aunque la pedagogía haya llegado de manera tardía a mi vida. De esto último se podrá inferir que uno puede ser maestro sin conocimientos de pedagogía y eso ya es una gran confesión de mi parte: mis primeros quince años como maestro se desarrollaron sin mayores conocimientos de pedagogía. No sin educación, sin pedagogía.
El texto que presento a continuación está causado por una frase en la definición de los ejes de este seminario. La siguiente:
“Si pensamos la clínica al interior de un contexto institucional educativo aparece un nuevo cuestionamiento, puesto que los propósitos o “resultados” esperados desde ambos campos pueden diferir. Es en este sentido que inicialmente será necesario discernir cómo definir la clínica y la educación”.
Al parecer, quienes construyeron este seminario se han encontrado (con sus estudiantes y pacientes) que los propósitos de la clínica y la educación pueden estar en direcciones distintas, y a veces contrarias. Es común la situación. De mi experiencia institucional relato la siguiente viñeta:
Óscar llegó a Escolarte con todas sus notas de primero de primaria, uno de los requisitos indispensables para pasar a segundo. Pero desde el primer día de clases Óscar mostró un comportamiento que fue nombrado como “intolerancia a la frustración”. Cuando se le preguntó a su familia sobre el particular, relató que Oscar había sido excluido de las otras instituciones por eventos de agresividad muy fuertes contra sus compañeros, incluso contra sus profesores. Cuando el asunto se les salió de las manos lo llevaron al psiquiatra, quien lo medicó. Desde ese momento la agresividad disminuyó y quedó el llanto excesivo como respuesta a cualquier exigencia escolar que se le hiciera.
Fue imposible sostenerlo en la institución (Escolarte), en el programa educativo en el que la apuesta era pedirle que trabajara sus capacidades intelectuales. Entendimos la situación del niño: hay algo de su estructura psíquica que le complica su vínculo con los otros, sean autoridad o no. La decisión, entonces, fue pasarlo al programa Alegro, donde la exigencia académica se hace siguiendo la lógica clínica de cada caso. A pesar del cambio, en ocasiones se seguía desencadenando su agresividad y la emprendía contra todo el que se encontrara.
Se comenzó un trabajo clínico con el dispositivo analítico que implicaba no seguirle exigiendo académicamente con tanta consistencia, sin embargo, entró otro elemento en la situación: la familia. Ellos tenían expectativas académicas con su hijo. Consideran que era muy inteligente, incluso más inteligente que los niños de su edad. Les costaba entender que no hubiera sido posible sostener a Óscar en el programa educativo donde la exigencia académica era más consistente. Soportaron unos meses dicha decisión, pero la mamá todos los días le ponía más tareas de las que le exigían en la Corporación. Finalmente Óscar salió de la institución. Cuando la coordinadora le preguntó el porqué de su decisión, el niño respondió: “porque aquí no estudian”.
Queda clara la tensión entre los elementos de la situación: el niño, la institución, la familia, los objetivos educativos, el dispositivo clínico. En este caso, al parecer, triunfó la familia con las expectativas académicas que tienen con Óscar. Con el trabajo clínico que se hizo en casi cuatro meses, es muy complicado decir que reforzando la exigencia académica el niño iba a seguir su proceso escolar. De fondo, parece, hay una estructura psicótica con la que le ha sido difícil enfrentarse al mundo educativo.
¿Qué problema se presentó aquí? Aquí lo que hubo fue un enaltecimiento de los objetivos educativos por parte de la familia, convencidos de que, sin importar la condición subjetiva del estudiante, él debería responder adecuadamente. En este caso, la clínica y lo educativo aparecieron como opuestos. Sin que sea mi posición personal, creo que es necesario comprender por qué ha hecho carrera en el mundo académico dicha oposición. Mi hipótesis es la siguiente: existen imaginarios sobre el sujeto, construidos a partir de lecturas simplistas de algunos marcos teóricos. Dicho de manera más específica: a veces hacemos lecturas muy simples y sesgadas de las posturas freudianas y lacanianas con respecto a la educación; y dichas lecturas hacen que la relación entre clínica y educación sea evidentemente opuesta.
Una perspectiva sesgada de la postura freudiana sobre la educación
Es usual que en el mundo psicoanalítico se tenga la idea de que Freud fue un crítico de la educación. Incluso, aún se puede encontrar por ahí una frase cliché que convirtieron en grafiti: “Menos represión, más educación”. Y entonces, contraponiendo estos dos términos (represión y educación) es que puede encontrar uno un obstáculo cuando clínica y educación se encuentran en una misma institución.
Desde el inicio de su obra Freud comienza a pensar cómo es que opera la educación sobre el sujeto. En 1889, en una reseña que hace de un libro sobre hipnotismo, ya tiene la idea fundamental: “Toda la educación social del hombre descansa en una sofocación de representaciones y de motivos inviables, y en su sustitución por otros mejores” (Freud, 1979j). Lo que hace al afirmar esto es ubicar el proceso pedagógico como una operación de dos elementos básicos en la vida psíquica del individuo: sofocación y sustitución.
En nuestro ámbito la palabra sofocación se relaciona rápidamente con una de las formas de apagar el fuego: se le pone algo encima, consiguiendo con eso la reducción del oxígeno y, por lo tanto, su extinción. Cuando Freud menciona esta palabra para hablar de educación la articula a uno de sus conceptos fundamentales: la pulsión. Lo hace de la siguiente forma: la educación sofoca las representaciones de la pulsión. Esto quiere decir que el maestro lo que hace es intentar apagar el fuego que ellas traen. Para explicar un poco este concepto tan específicamente psicoanalítico se puede partir de la descripción de una situación muy común para los maestros: ¿cómo se responde usualmente frente a un niño que muestra los síntomas propios de la hiperactividad? Con regaños, órdenes, castigos, refuerzos positivos, etc. Todas esas respuestas no hablan sino de un intento de sofocación de los síntomas que Freud denomina “representaciones y motivos inviables” para la cultura.
Esta sofocación tiene sus efectos en la vida psíquica del niño, y del posterior adulto. Es lo que se puede decir a partir de su producción académica hasta 1908, año en el que escribió La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna. Allí Freud hace todo un...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Presentación
  5. Definición de Clínica y Educación
  6. Propósito de la clínica en las instituciones educativas: posibilidades y límites en la articulación de estos dos campos
  7. Efectos de la contemporaneidad en la institución educativa, la clínica y el sujeto
  8. Reseñas de autores