Los secretos ocultos del Tercer Reich
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Los secretos ocultos del Tercer Reich

Dossiers ocultos del nazismo

  1. 256 páginas
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Los secretos ocultos del Tercer Reich

Dossiers ocultos del nazismo

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Información del libro

He aquí un conjunto de relatos que diseccionan —con la agudeza y profundidad de un afilado bisturí— diferentes episodios sucedidos durante la segunda guerra mundial y que tienen como telón de fondo el régimen nazi instaurado en Alemania. Su actor principal, Adolf Hitler, desfila por las páginas de este libro acompañado del resto de personajes que, malcarados como él, sólo eran leales a su propia lujuria de poder y a la violencia que tenían como compañera. Paul Lemond desvela las distintas claves que llevaron al poder a Hitler así como el papel que desempeñaron quienes le acompañaron en tan terrible aventura.•La organización paramilitar hitleriana.•La evasión de los prisioneros del campo de Sagan.•Los soviéticos exterminados de Flossenburg.•El personal de vigilancia de los campos de la muerte.•La destitución del almirante Canaris.•Los atentados fallidos.Este libro inaugura una colección que tiene por objeto presentar historias curiosas que acontecieron en el transcurso de la segunda guerra mundial. Temas como el oscuro ascenso al poder de Hitler, su organización paramilitar, los atentados fallidos que sufrió, van más allá en muchas ocasiones de cuestiones puramente bélicas e inciden directamente en el aspecto personal de sus protagonistas. Los secretos ocultos del Tercer Reich recoge historias poco conocidas pero muy interesantes que van desde la perspectiva de lo insólito a lo oculto y que salpican tanto al que fue artífice y líder máximo de la Alemania nazi como a algunos de sus acólitos. Son historias de la guerra que nacen al amparo de Adolf Hitler y el régimen de terror que instauró primero en su país, y posteriormente más allá de sus fronteras en su afán por conquistar el mundo.

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Información

Editorial
Robinbook
Año
2017
ISBN
9788499174556
Categoría
Historia

Los secretos ocultos del Tercer Reich

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Contenido

Prólogo
Primera parte. Los secretos de Adolf Hitler y sus acólitos
1. Hitler y la Lanza del Destino
2. Condenado al fuego de los infiernos
3. Investigaciones sobre el Grial
4. El joven Hitler
5. Las actividades secretas del grupo Thule
6. La influencia de Dietrich Eckart, fundador espiritual del nazismo y el círculo del grupo de Thule
Segunda parte. El misterio de los orígenes, símbolos y organizaciones de los nazis
7. El oscuro ascenso al poder de Hitler
8. Los orígenes judíos de Adolf Hitler
9. Los instructores tibetanos de los nazis: la cruz gamada en la historia de Alemania
10. El genio diabólico de Heinrich Himmler
11. La organización paramilitar hitleriana
12. El demonio sifilítico
Tercera parte. Enigmas del Holocausto
13. Los prisioneros de guerra, los pueblos conquistados
14. Los campos de concentración
15. Maniquíes desnudos en los campos de la muerte
16. Jóvenes sementales del nazismo
Cuarta parte. Incógnitas de los rebeldes contra Hitler y el Tercer Reich
17. Los servicios de información de la Abwehr
18. El atentado de los generales
19. Operación Walkiria
20. La Orquesta roja
21. Rommel, un caballero en la oscuridad
22. Stalin: un político cruel y sin escrúpulos
23. El tesoro de los nazis
Créditos
A todos aquellos, vivos o muertos, que tomaron las armas y lucharon contra la Alemania hitleriana y sus lacayos.
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El hombre que fundó el III Reich se lanzaba al ruedo de la política un 3 de febrero de 1921 en un acto ante 6.000 personas. Pronto se convirtió en un ardoroso orador capaz de enaltecer a las masas.
Su ascenso en la política, sus años de lucha y de reuniones ideológicas le llevaron a escalar los más altos peldaños en su partido mientras se entregaba por completo a su papel como un Ser superior.
La cruz gamada, el símbolo esotérico de su empresa, se imponía por encima de las banderas de sus adversarios convirtiéndose en un emblema de combate.
Llevado a prisión tras el proceso de Munich de 1924, creó su inspirado breviario político y lo llamó Mein Kampf. Durante aquellos años de máxima agitación po-lítica empezó a relacionarse con una serie de personajes que le introdujeron en el ocultismo y que formarían parte de su bagaje personal hasta el final de sus días en el búnker berlinés.
Este libro analiza la trayectoria y el poder de sugestión de uno de los personajes fundamentales de la historia mundial, desde su adhesión al movimiento nacionalsocialista, su ascenso al poder, la extremada crueldad con sus adversarios hasta el declive del imperio que forjó a golpe de odio y sangre. O como el profesor Allan Bullok afirma: «El poder mágico que ejercía sobre las masas ha sido comparado con las prácticas ocultas de los brujos de África o de los shamanes de Asia. Otros lo han comparado con la sensibilidad del médium o con el magnetismo del hipnotizador».
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Se les puede llamar héroes si consideramos que su aspiración y su vocación no es fruto del curso normal de las cosas, sancionado por el orden existente, sino de una fuente secreta, de ese espíritu interior, aún oculto bajo la superficie, que afecta al mundo exterior como si fuera una cáscara y lo hace estallar en pedazos.
Georg Wilhelm Friedrich Hegel,
Filosofía de la Historia.
Adolf Hitler sabía encontrar lo que buscaba en las estanterías de la famosa Biblioteca Hof como cualquier graduado universitario, porque había pasado la mayor parte del año estudiando con avidez en el silencio de la cálida y gran sala de lectura.
Los libros constituían todo su mundo. En Viena, se pasaba tanto tiempo en la Biblioteca Hof que un día le pregunté, con toda franqueza, si tenía la intención de leerse todos los libros de la biblioteca, lo cual, naturalmente, me valió algunos comentarios groseros. Un día, me condujo a través de la biblioteca y me enseñó la sala de lectura. Casi no cabían los libros en las estanterías. Le pregunté cómo se las arreglaba para encontrar lo que le interesaba y empezó a explicarme cómo utilizar los distintos catálogos, cosa que me confundió aún más. [1]
A la mañana siguiente de su descubrimiento de la Lanza del Destino, Adolf Hitler no volvió a leer ociosamente la selección de libros que solía escoger al azar, y que nutría y favorecía su precario castillo de sueños. En aquella ocasión entró en la sala de lectura con paso mesurado y una idea fija en la cabeza: seguir la pista de la Lanza del Reich en la Schatzkarnmer del Hofburg a través de los siglos antes de que, por primera vez, fuera mencionada abiertamente en la historia durante el reinado del emperador alemán, Otto el Grande.
No pasó mucho tiempo antes de que su competente uso de los catálogos y de diversas investigaciones históricas revelase un número completo de Lanzas que en algún período de la historia habían sido consideradas como la Lanza que traspasó el costado de Jesucristo en la Crucifixión.
Adolf Hitler no tardó en sobreponerse de su consternación ante aquel inesperado giro de los acontecimientos. Estaba convencido de que una exhaustiva búsqueda pronto revelaría cuál era la verdadera Lanza de Longino. Siempre había sido un apasionado de la historia, la única asignatura en que se había destacado. Sentía desprecio por todos sus antiguos profesores, excepto por uno: «No sentían simpatía por la juventud; su único objetivo era estrujar nuestras mentes y convertirnos en monos eruditos. Si un alumno mostraba el más mínimo atisbo de originalidad, era perseguido implacablemente».[2]
Solamente su profesor de historia, el doctor Leopold Potsche, un ferviente nacionalista alemán y que Hitler consideraba que había ejercido una gran influencia durante su período de formación, quedaba al margen de sus mordaces críticas: «Allí nos sentábamos, a menudo entusiasmados, incluso a veces emocionados hasta las lágrimas... Como instrumento de educación utilizaba el fervor nacional que sentíamos en nuestro interior. Gracias a ese profesor, la historia se convirtió en mi asignatura favorita».[3]
El fervoroso joven, que más tarde exclamaría que «un hombre sin sentido histórico es un hombre sin ojos ni oídos»,[4] no encontró mucha dificultad para identificar los méritos de las distintas Lanzas, la supuesta arma del centurión romano Longino, que estaban diseminadas por palacios, museos, catedrales e iglesias de Europa.
Una Lanza de este tipo (o, al menos, parte de ella, la empuñadura) se encontraba en el gran Hall del Vaticano, pero la Iglesia Católica Romana no hizo ninguna afirmación seria en cuanto a su autenticidad. Otra Lanza se hallaba en Cracovia, Polonia, pero Adolf Hitler no tardó en descubrir que era una réplica exacta de la Lanza del Hofburg (sin el Clavo), que Otto III hizo copiar para regalársela a Boleslav el Bravo, con ocasión de una peregrinación cristiana. Una tercera Lanza, cuya autenticidad era más probable, había sido asociada con el primer Padre cristiano, Juan Crisóstomo. En el siglo XIII, a su regreso de las Cruzadas, el rey Luis el Santo había trasladado esta Lanza, que se creía había sido forjada por el antiguo profeta hebreo Fineas, de Constantinopla a París. Se decía que esta Lanza había captado el interés del escolástico dominico, Tomás de Aquino.
Adolf Hitler estaba entusiasmado con la idea de encontrar una Lanza que, aparentemente, había sido asociada a lo largo de la historia con una leyenda sobre el destino del mundo. Esta Lanza, que databa del siglo III, al parecer había sido rastreada por numerosos historiadores hasta el siglo X, durante el reinado del rey sajón Heinrich I, el Cazador, donde se menciona por última vez en sus manos durante la famosa batalla de Unstrut en la que la caballería sajona derrotó a los intrusos magiares. Tras esta batalla, la Lanza desapareció misteriosamente de la historia, puesto que no aparece en la muerte de Heinrich en Quedlinburg ni en la coronación de su igualmente ilustre hijo, Otto el Grande, el primer poseedor de la Lanza del Reich en la Casa del Tesoro del Hofburg.
La primera mención escrita de la Lanza del Hofburg aparece en la antigua Crónica sajona de la batalla de Leck (cerca de Viena), en la que Otto obtuvo una apabullante victoria contra las hordas mongolas, cuyos magníficos jinetes arqueros habían llevado la destrucción al mismo corazón de Europa. La siguiente mención de la Lanza, a la que también se atribuyen poderes legendarios, sucedió en Roma, cuando Otto se arrodilló ante el Papa Juan XII para ser bendecido con ella y proclamarse así Santo Emperador Romano.
Adolf Hitler, tan descontento de la nula efectividad de intelectuales y eruditos con largos títulos, se convenció de que sus propias pesquisas sortearían el abismo y concluirían que se trataba de la misma Lanza, que había pasado sin quedar constancia de ello, de padre a hijo, ambos grandes héroes sajones.[5]
Hitler se entusiasmó al descubrir que siglo tras siglo la increíble leyenda de la Lanza se había ido cumpliendo para bien o para mal.
Mauricio, el comandante de la Legión de Tebas, retuvo la Lanza en su poder durante su agonía cuando fue martirizado por el tirano romano Maximiliano por no someterse a los dioses paganos de Roma. La legión tebana había sido atraída mediante una trampa desde Egipto a las órdenes de Diocleciano para asistir a una concentración de todas las tropas romanas en Le Valais (285 d. de C.), donde se celebró una fiesta pagana de sacrifico para renovar el decaído fervor de las legiones al panteón de los dioses romanos.
Mauricio, un cristiano maniqueo, había protestado contra la amenaza de Maximiliano de diezmar su legión debido a su fe cristiana y, como gesto final de resistencia pasiva, fue obligado a postrarse ante las tropas de sus propios soldados para ofrecerse a ser decapitado en su lugar. Sus últimas palabras fueron: «In Christo Morimur».
Los veteranos de la legión tebana, siguiendo su ejemplo de resistencia pasiva, eligieron morir con su líder a someterse a los dioses romanos, en quienes ya no creían. Ni siquiera la decapitación de uno de cada diez hombres les hizo cambiar de actitud. Juntos, 6.666 legionarios —la tropa más disciplinada de la historia militar de Roma— se despojaron de sus armas y, rodilla en tierra, ofrecieron sus cuellos al filo de las Lanzas. Maximiliano tomó la fatal decisión de masacrar a toda la legión como ofrenda de sacrificio a los dioses, el rito de sacrifico humano más horrible de la historia de la antigua civilización.[6]
constantino
Constantino el Grande, con la «Providencia» de la Lanza de Longino, proclamó la conversión al cristianismo del Imperio Romano.
El martirio de la legión de Tebas había suavizado la parte indefensa del mundo pagano y paralizó la meteórica carrera de Constantino el Grande, y la conversión a la cristiandad del Imperio Romano.
Constantino el Grande, una de las figuras más enigmáticas de la historia, proclamó que había sido guiado hacia la «Providencia» cuando sostenía la Lanza de Longino en la famosa batalla del Puente Milvian, a las afueras de Roma. Esta batalla asentó el liderazgo del Imperio Romano y llevó directamente a proclamar el cristianismo como religión oficial de Roma.
Más tarde, el astuto Constantino utilizó los poderes «de la serpiente del mal» de la Lanza para desafiar la resistencia pasiva de «la paloma del bien» con el fin de utilizar la nueva religión para sus ambiciones personales y perpetuar así el espíritu marcial de la Roma de Rómulo. Se llevó al pecho el sagrado talismán del poder y de la revelación antes de la reunión de los Padres de la Iglesia en el primer Concilio Ecuménico, cuando tuvo la osadía de promulgar el dogma de la Trinidad e imponerlo a la Iglesia. Siendo ya viejo, cuando se construía la nueva Roma en Constantinopla —un bastión que pudiera sobreponerse a todos los asaltos enemigos durante un siglo—, Constantino sostuvo la Lanza frente a sí y, hallándose en los alrededores de la nueva Ciudad, dijo: «Sigo los pasos de Aquel que veo caminar/camina junto a mí».
La Lanza había jugado un papel importante a lo largo de los siglos que duró la progresiva caída del Imperio Romano, tanto en la resistencia a las invasiones del norte y del este como en la conversión de los bárbaros a la nueva fe y a la causa romana.
A Hitler le impresionó comprobar que la Lanza había cambiado de manos generación tras generación, pasando de mano en mano en una cadena de personas que la reclamaban y que la utilizaban con objetivos siempre distintos. Hombres como Teodosio, que con su ayuda domesticó a los godos (385 d. de C.), Alarico el Valiente, el salvaje converso al cristianismo que reclamó la Lanza tras saquear Roma (410 d. de C.) y Ecio, «el último romano» y el visigodo Teodorico, quien reunió a los galos con la Lanza a fin de derrotar a las hordas bárbaras en Troyes y vengarse del feroz Atila el Huno (452 d. de C.).
Justiniano, el fanático absolutista y religioso, que reconquistó los territorios del antiguo Imperio Romano y dio a su pueblo el famoso codex iuris había depositado toda su confianza respecto a su gran dios o destino en la Lanza. Levantó la Lanza al ordenar el cierre de las «escuelas de Atenas» y exiliar a los estudiantes griegos de sus esferas. Se trató de una fatal decisión que privó a la Europa medieval del pensamiento, la mitología y el arte griego y le confirió esa especial calidad de oscuridad y prejuicio que fue apartada un milenio más tarde en la brillante luz del Renacimiento italiano.
En los siglos VIII y IX la Lanza había seguido siendo el centro del proceso histórico. Por ejemplo, el talismán místico se había convertido en una verdadera arma en manos del general franco Karl Martel [7] (el Martillo) cuando dirigió a sus tropas hacia una milagrosa victoria sobre las masivas fuerzas militares de los árabes en Poitiers (732 d.de C.). La derrota hubiera supuesto que toda Europa occidental se habría visto obligada a someterse a la autoridad y la religión musulmanas.
Carlomagno (800 d. de C.), el primer emperador santo romano, había fundado toda su dinastía sobre la base de la Lanza y su leyenda acerca del destino histórico del mundo, una leyenda que había atraído a los mayores sabios de Europa para servir a la causa civilizadora de los francos. Carlomagno había llevado a cabo cuarenta y siete campañas con la confianza puesta en sus poderes para vencer. Y aún más, la Lanza había sido asociada a sus facultades de clarividencia que le habían permitido descubrir...

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