Indie y rock alternativo
Introducción
¿De qué hablamos cuando hablamos de indie? En la historia reciente de la música popular no ha habido una etiqueta más controvertida que esta. Ni tampoco una que haya visto cómo su significado real se iba modificando con el paso del tiempo de una forma tan determinante. En esencia, indie es una abreviatura anglosajona de independiente. Originalmente, cualquier forma artística o meramente creativa que se gesta al margen de los grandes canales de distribución: discográficas multinacionales, grandes plataformas corporativas e importantes agencias de management. Pero el vocablo ha ido ampliando su ambivalencia hasta convertirse, hoy en día, en un comodín. Un gran cajón de sastre en el que cualquier música que no es inmediatamente catalogable queda consignada, ya sea su alcance masivo o minoritario. ¿Hablamos de una filosofía de vida o tan solo de una estética? ¿Estamos ante propuestas mediante las cuales el artista se compromete a asumir un compromiso insobornable con su obra, o solo ante músicos incapacitados para difundir sus creaciones a través de filtros que les otorguen repercusión? ¿Pueden ser indies, a la vez, bandas tan delicadas y minoritarias como Orange Juice y tan estruendosas y masivas como Muse?
El primer error está en considerar que el indie es un género musical. Puede que en determinados momentos haya estado muy cerca de serlo. De encarnar unas señas comunes e inalienables. Pero a diferencia del reggae, el rockabilly, el heavy metal, el hard rock, e incluso puede que la música dance y electrónica –por citar algunos de los géneros que han engrosado esta misma colección–, a diferencia también del jazz, el hip hop, el country o el soul, el indie es una etiqueta multigenérica y multiforme. Sí, todos los estilos mencionados aceptan distintas variantes en su seno, determinadas geográficamente y en virtud también de sus máximos valedores. Pero ninguno de ellos goza de la diversidad de registros creativos de eso que hemos dado en llamar indie a lo largo de las últimas tres décadas: el jangle pop, el hardcore, el noise rock, el slowcore, el grunge, el brit pop, el post rock, el space rock, el emocore, el electroclash, la americana, el goth rock, el dubstep, el grime, el witch house, el trap y hasta los arrebatos de nueva psicodelia pueden ser subsumidos sin problemas en la categoría de indie o rock alternativo. Esta última denominación, por cierto, es pertinente porque es la que se impuso en Norteamérica y América Latina (indie es un término de origen británico). Pero también el pop rock amable de bandas tan asépticas como The Killers o Kings of Leon encajan hoy en día, sin grandes sonrojos, en tal epígrafe. Una auténtica jungla de sonidos que ningún otro género es capaz de englobar sin verse desbordado.
Las cuatro citas que hemos empleado para encabezar esta introducción son una muestra de la naturaleza heterogénea y siempre controvertida del indie. Son interpretaciones tan dispares como compleja es la tarea de abordar la etiqueta. Una forma de afrontar la vida, para algunos; una simple amalgama de rasgos estéticos, para otros. En cualquier caso, es incontrovertible que el vocablo ha ido modificando su acepción popular con el paso de los años. Como ha ocurrido con tantas otras expresiones que, con el devenir de las décadas, han ido trocando su significación en el uso común que la gente de la calle ha querido –o podido– ir otorgándole. Así que lo que en un principio significaba una vocación por operar a través de cauces alternativos y significarse a través de canciones y discos que solo respondieran a un pálpito creativo totalmente autónomo, ha ido mutando de forma progresiva en una difusa aleación de rasgos externos y muchas veces superficiales, sin que el mayor o menor alcance de sus premisas suponga un factor excluyente. Porque poco importa que algunos de los presupuestos de esas bandas que hoy llamamos indies respondan a claves adocenadas o absolutamente desprovistas de riesgo. O que militen en sellos multinacionales o congreguen a decenas de miles de personas ante cualquier escenario. Son indies, porque eso es lo que hoy en día se entiende mayoritariamente como indie. Porque el indie y lo alternativo en los 2000 tiene poco que ver con lo que suponían en los 90. Y menos aún con lo que significaban en los 80.
Sería un error rasgarse las vestiduras por ello, y considerar que Love Of Lesbian o Arcade Fire, por poner un par de ejemplos, son hoy en día menos merecedores de la etiqueta genérica que cualquier banda ignota, perdida en el enorme arcón de las reliquias minoritarias de aquellas décadas. Los usos sociales cambian, y de nada sirve adoptar ante ello posiciones puristas o integristas. Menos aún cuando muchas veces han sido lesivas para la propia supervivencia de los medios especializados, frecuentemente reacios a hacerse eco de fenómenos que tenían más que ver con el boca-oreja y el auge de las redes sociales y las plataformas de streaming que con un didactismo rock que, en un país como España, nunca ha terminado –reconozcámoslo– de arraigar. Pero una historia de la música indie y del rock alternativo tampoco puede, ni mucho menos, pasar por alto los hitos fundacionales y las transformaciones más determinantes que el género –valga el término– ha ido experimentando, desde su irrupción a principios de los años 80 hasta ahora. Porque su historia es también la historia de sellos tan emblemáticos como Rough Trade, Postcard, Dischord, Sub Pop, Factory, K Records, Creation, Domino, XL, Acuarela, Radiation o Elefant. Muchos de ellos lucían no solo un lacre sonoro identificable, sino también unas señas estéticas absolutamente personales, gracias a los diseños de sus portadas, tramados por sus creativos de cabecera. El del indie es también el relato que enhebran músicos tan seminales como The Smiths, Beat Happening, Felt, Surfin’ Bichos, Los Planetas o Hüsker Dü, influyentes sobre sucesivas generaciones. Y es también el recuento de festivales que han crecido al calor de su explosión cromática, como Reading, Glastonbury, el FIB o el Primavera Sound, que se han convertido en sus principales escaparates. Combinar cierto afán pedagógico para el neófito y oficiar de lectura amena e incluso enriquecedora para el ya iniciado es el humilde propósito de este libro. Esperamos lograrlo, aunque la empresa conjunta no sea precisamente fácil.
1. Historia del indie y el rock alternativo
Era importante para nosotros que The KLF tuvieran éxito en todo el mundo, porque odiaba a las bandas que se pensaban que eran grandes, y que en realidad solo lo eran en ese mundo engañoso del New Musical Express y el Melody Maker.
Bill Drummond (Zoo Records, The KLF)
Todo relato necesita sus hitos
La historia del indie, como la historia de cualquier otro género, puede ser entendida como una sucesión de hallazgos. No directamente asociados a nuevos instrumentos ni a nuevas culturas del ocio, sino a factores algo más borrosos, en sintonía con su propia naturaleza. Como cualquier relato, su devenir en el tiempo puede ser visto como un continuum, una sucesión cronológica y progresiva de acontecimientos. Pero todo relato necesita también sus empujones discursivos, sus momentos de agitación para dar pequeños grandes saltos en su evolución. Su retahíla de hitos que den lugar a una mitología particular, aunque magnificados en el tiempo. A diferencia de lo que ocurre con otros estilos (se asume, aunque sea una simplificación, que el rock and roll germina con el primer single de Elvis Presley en 1954, o que el punk nace con el primer álbum de los Ramones en 1976), los contornos evolutivos del indie y el rock alternativo son bastante más difusos, pero se pueden delimitar algunos momentos clave en su génesis y en su desarrollo, que serán más ampliamente detallados en los próximos apartados. La mayoría de ellos se suceden en lapsos de unos cinco años. Veamos.
1976 es también el año de gracia para el indie, aunque solo fuera desde un prisma embrionario. El 4 de junio de aquel año, los Sex Pistols actúan por primera vez en Manchester, en el Lesser Free Trade Hall, ante una audiencia de entre 40 y 80 personas. Ni los más viejos del lugar se ponen de acuerdo en la cifra. Es u...