Hacia una economía para la vida. Preludio a una reconstrucción de la economía
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Hacia una economía para la vida. Preludio a una reconstrucción de la economía

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Hacia una economía para la vida. Preludio a una reconstrucción de la economía

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Las últimas décadas del siglo XX fueron testigo de un cambio dramático en el devenir de la humanidad. A medida que los problemas modernos se fueron transformando en verdaderas amenazas globales sobre la existencia misma del planeta y la sobrevivencia de los seres humanos -la exclusión económica y social, la subversión de las relaciones humanas, la destrucción del medio ambiente; en esa misma medida se afianzaba un pretendido pensamiento único, ciego ante tales amenazas y ebrio de un eficientismo abstracto fundado en el mercado, el laboratorio y la racionalidad medio-fin. En este libro se propone un horizonte de reconstrucción para la economía, ciencia que desde sus orígenes se ha debatido entre el arte del lucro (crematística) y el arte de gestionar los bienes necesarios para abastecer la comunidad y satisfacer las necesidades humanas (oikonomía). En esta última dirección es que los autores piensan debería reformularse la economía, esto es, como una Economía para la Vida.

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Información

Parte II

La coordinación del trabajo social a través de las relaciones mercantiles
y su crítica

Capítulo VI

La racionalidad medio-fin y la irracionalidad de lo racionalizado

El enfoque (neoclásico) medio-fin y el problema de la división social del trabajo

A diferencia de lo que establece el modelo neoclásico normal del equilibrio general, una economía de mercado no puede estar constituida nada más por un sistema de relaciones de intercambio entre las mercancías (un sistema de precios), pues el mismo presupone, entre otras condiciones, un sistema altamente desarrollado de división social del trabajo{74}, el cual debe cumplir la función de coordinación entre los fines que la sociedad se plantea, y los medios de que dispone, o pueda desplegar, para alcanzar dichos fines. Un sistema de precios, en cuanto que “señales de mercado”, no puede desarrollar por sí solo esta función primordial, porque el mismo presupone de manera estricta la existencia de tal marco institucional, un sistema de interacciones productivas y reproductivas, directas e indirectas, entre la multiplicidad de agentes económicos, definido tanto en el tiempo como en el espacio{75}.
La economía de mercado es, de hecho, una forma histórica particular que adquiere la división social del trabajo, cuando ciertas condiciones adicionales están presentes. Recordémoslas brevemente.
Las condiciones formales (esto es, desde el punto de vista de la forma social) que se requieren para la existencia de una economía de mercado son las siguientes:
a) propiedad privada de las condiciones de producción (medios de producción y medios de vida);
b) división social del trabajo altamente desarrollada;
c) existencia de una multiplicidad de productores privados independientes;
d) producción orientada fundamentalmente hacia el intercambio (no sólo del excedente que genere cada productor); y
e) desarrollo de la forma dineraria del valor (dinero como equivalente general y como medio de circulación).
La producción capitalista demanda además (siempre desde el punto de vista de la forma social):
f) la generalización de la propiedad privada de los medios de producción y de vida, y en especial, la apropiación privada del excedente económico o “surplus” (ver nota al pie más adelante en este mismo apartado);
g) la transformación de los productores directos en trabajadores asalariados libres; y
h) la transformación del dinero en capital (medio de acumulación).
Una teoría de la división social del trabajo es, al mismo tiempo, una teoría de las finalidades humanas que se persiguen a través de esta división social del trabajo. Es una teoría de los medios, mas como todo medio debe servir para obtener algún fin, es imposible discutir el mundo de los medios sin penetrar en el mundo de los fines y de las finalidades. Sobra decir que para que exista un sistema de división social del trabajo, debe existir igualmente una multiplicidad de agentes o sujetos económicos; sujetos que buscan fines para los cuales se precise determinar los medios necesarios.
En primera instancia, la relación entre medios y fines parece tener (y de modo estricto lo tiene) un carácter eminentemente técnico, y por consiguiente, reducible a un concepto de racionalidad instrumental medio-fin, tal como lo propugna la economía neoclásica. Nos referimos al enfoque medio-fin, popularizado por el economista inglés Lionel Robins en su conocido artículo sobre la naturaleza y el significado de la economía{76}, y que Max Weber desarrollara de una manera más amplia y profunda en su libro Economía y Sociedad{77}. Con todo, antes de abrazar o criticar este enfoque debemos situar esta problemática en una perspectiva más amplia.
Racionalidad instrumental y racionalidad con arreglo a valores
Los agentes o sujetos sociales que constituyen una determinada organización económica buscan alcanzar, antes que los fines inmediatos mismos, determinadas finalidades, las cuales describen el horizonte de sentido de la acción social, y sirven como ámbito de determinación de los fines o metas concretas. En el marco de estas finalidades, se deducen normas que permitan mediante juicios de valor, definir fines concretos, y después de esto, los medios para alcanzarlos y la correspondiente distribución del trabajo social. La siguiente figura ilustra de forma simplificada esta relación de jerarquía entre finalidades, normas, fines concretos (metas) y medios.
A manera de ejemplo, una finalidad podría ser “perseguir la felicidad humana”, a partir de la cual se pueden derivar normas como “proteger la salud física y mental de toda la población”, en función de la cual se determinan fines concretos como “evitar los accidentes de tránsito”, “disminuir el consumo de bebidas alcohólicas” o “erradicar la enfermedad de la viruela”. Una vez realizado el fin, se le da sentido a través de la finalidad, en función de la cual el mismo fue determinado.
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El ámbito de las finalidades y su relación con los fines puede ser un proceso decisorio de determinación por libre voluntad, o de supeditación. El paso de las normas a los fines se puede describir como un juicio de valor, o sea, un juicio sobre el “deber ser”, vinculado a decisiones políticas (racionalidad con arreglo a valores). La determinación de los medios es un ámbito propiamente técnico, en el cual puede primar el concepto de racionalidad instrumental o racionalidad medio-fin.
De una misma finalidad como horizonte de sentido es posible derivar muchos fines, sin que existan criterios rígidos, “racionales”, “calculados” o “económicos” para esta derivación. Determinado un fin, los medios, en cambio, se pueden derivar mediante criterios formales y racionalmente determinados, que implican una “selección técnica de los medios”.
Resumiendo, la relación entre medios y fines es una relación técnica (racionalidad instrumental), y la relación entre fines concretos y finalidades es de supeditación o de libre voluntad (racionalidad con arreglo a valores){78}.
La racionalidad instrumental y el problema de la división social del trabajo
Parece entonces que la separación entre estos dos ámbitos arriba mencionados es clara, y que a la economía, como “ciencia positiva”, únicamente le compete el ámbito de la racionalidad instrumental medio-fin. Este último, debe y puede ser desarrollado a partir de un análisis formal y riguroso de “calculabilidad”, a partir de las relaciones de intercambio o de los precios de las diferentes mercancías, y de su expresión en dinero. Éste sería entonces —según la concepción dominante— el verdadero objeto de la ciencia económica, vale decir, el análisis racional de la relación entre medios (escasos) y fines (alternativos){79}.
El planteamiento anterior (que domina en la ciencia económica desde hace más de cien años) es, en principio pertinente, dado el objeto de estudio que se autopropone. No obstante olvida que una vez hecha esta reducción de la lógica económica a una de tipo instrumental, subsiste todavía el problema de la división social del trabajo, incluso dentro del ámbito de esta racionalidad instrumental. Pero antes de seguir, aclaremos esta afirmación.
Decimos que este enfoque es “en principio” pertinente, porque de inmediato es necesario agregar tres observaciones que lo relativizan.
a) Consideramos problemática e injustificada la pretensión de aplicar la relación medio-fin a la totalidad de los fenómenos sociales, introduciendo la racionalidad formal como descripción y clave explicativa de todo el sistema social, tal como lo intenta, por ejemplo, Gary Becker:
Scarcity and choice characterise all resources allocated by the politicalprocess... by the family... by scientists... and so on in endless variety (1976: 4).
De este modo, y de acuerdo con este enfoque, podríamos interpretar la práctica totalidad de la vida humana como una aplicación del cálculo económico en cuanto que comportamiento maximizador, haciendo desaparecer la distinción entre la economía (en cuanto técnica de asignación de recursos) y las otras esferas de la sociedad.
b) Siendo el ámbito de la racionalidad material y reproductiva (ver más adelante) el que garantiza las condiciones reales de existencia de una sociedad, la racionalidad formal del cálculo económico debe estar supeditada a la racionalidad económica de la reproducción social, y finalmente,
c) Incluso los “valores” a los que la economía positiva les niega posibilidad de tratamiento científico, por no constituir “hechos falseables”, son a menudo absolutamente funcionales para la existencia de determinadas estructuras socioeconómicas. En una economía de mercado, éste es el caso, por ejemplo, de los valores de la competencia, la libre empresa y los derechos de propiedad. Pues poco sentido tendría que la ley los sentencie como tales, si la sociedad no los “internaliza” como parte de su estructura axiológica, creando incluso instituciones especializadas para promoverlos y garantizarlos{80}.
La coordinación de medios para fines por medio de la división social del trabajo, exige como condición, tanto la complementariedad (consistencia) formal, como la factibilidad material entre los fines y los medios, y no sólo una relación técnica de eficiencia o “economicidad” formal a través del sistema de precios. Luego, una teoría de la división social del trabajo tiene que analizar los problemas de la coordinación entre los diferentes procesos de trabajo{81} que conforman el sistema de división social del trabajo, coordinación que debe asegurar que estos procesos de trabajo funcionen de manera integrada, como un gran y complejo proceso de producción y reproducción a escala social.
De esta forma, incluso permaneciendo en el ámbito de la racionalidad instrumental medio-fin, el análisis de las condiciones de existencia de una economía de mercado no puede limitarse al estudio de las condiciones estrictamente formales de la existencia de un sistema de precios, tal como lo hace la economía neoclásica (existencia, estabilidad y unicidad del equilibrio){82}. Se necesita incorporar también, el análisis de la consistencia formal y de la factibilidad material del sistema de división social del trabajo, sin el cual es materialmente imposible que exista un sistema de precios; así como las relaciones o interacciones entre los agentes que surgen de estos ámbitos.
Basar la teoría económica en una teoría de la división social del trabajo implica, en primer lugar, asentarla sobre una base material o “real”, absolutamente imprescindible para el análisis científico; y en segundo lugar, implica ir más allá de aquellos fenómenos a los que la teoría neoclásica restringe el análisis de lo económico. Sin embargo, no se trata de introducir, “desde afuera”, una racionalidad que no sea instrumental para imponerla al análisis instrumental, sino al contrario; si en realidad queremos entender y explicar las relaciones medio-fin, hay que partir de la racionalidad instrumental y de su enfoque de las relaciones medio-fin, para luego trascender este tipo de racionalidad.
Al ámbito de estas condiciones materiales le llamaremos racionalidad material{83}, y cuando este análisis se impone a sí mismo la reproducción material de la vida humana como última instancia de posibilidad de tal división social del trabajo, le llamaremos racionalidad reproductiva. La siguiente figura ilustra esta dualidad de una economía de mercado; incluso cuando se toma como centro del análisis a las relaciones medio-fin.
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Donde las letras A, B, C y D representan lo siguiente:
A: la consistencia formal entre los diversos procesos de trabajo
B: la factibilidad material del sistema de división social del trabajo
C: la reproducción material de la vida humana y de la naturaleza
D: la consistencia formal del sistema de precios
Hemos trazado una flecha con línea a trazos entre el rectángulo del sistema de precios y el que representa el conjunto de relaciones humanas y relaciones ser humano/naturaleza, porque los precios expresan directamente las relaciones de intercambio entre las mercancías, pero sólo indirectamente, a través de la división social del trabajo (o a través de “un rodeo”), las relaciones entre los productores y los consumidores de mercancías; esto es, las relaciones entre los agentes sociales en una economía de mercado.

Consistencia formal y factibilidad material del sistema de división social del trabajo

Como hemos remarcado, la determinación de los precios en una economía de mercado presupone una elevada división social del trabajo, y por consiguiente, implica una determinada estructura de la producción, tal como lo aclaró Piero Sraffa en Production of Commodities by Means of Commodities (1960). En efecto, y conforme la interpretación de Sraffa, existe un vínculo directo entre la estructura de la producción y los precios, en el siguiente sentido: en una economía sin excedente, la estructura de la producción y las necesidades de reproducción (y por tanto, la división social del trabajo) determinan de forma directa los precios relativos. Por otra parte, en una economía con excedente, los precios se determinan tanto por la estructura de la producción (dentro de un rango consistente con la reproducción), como con base en la regla o norma que distribuye el excedente, que en el caso de una economía capitalista, es la norma de los “precios de producción”. (Sraffa, 1983: cap. 2; Vegara, 1979: cap. 2). La limitación del análisis de Sraffa consiste en reducir el concepto de estructura de la producción (y la división social del trabajo) a su naturaleza básicamente técnica.
La consistencia formal de un sistema de división social del trabajo se refiere (como vimos en el capítulo anterior) a las necesarias relaciones de complementariedad que deben existir entre los distintos procesos de trabajo, puesto que los mismos existen (en el tiempo y en el espacio) como elementos de un sistema y por ende, en mutua interdependencia96. Esto incluye problemas como el tamaño relativo y los coeficientes técnicos de cada proceso, la asignación de las cantidades adecuadas de los distintos trabajos concretos a cada función productiva, la reposición de los insumos materiales, la continuidad en el suministro de insumos y de los bienes de consumo, la distribución espacial de las unidades productivas y los gastos de transporte asociados, la composición de la canasta de los bienes de consumo según los gustos y preferencias de los consumidores, etc. Desde luego, la teoría neoclásica se ocupa de manera detallada de algunos de estos temas (análisis de la consistencia formal de un sistema de precios), aunque su carácter estático y formalista la ha llevado a subestimar la dimensión espacial y temporal de la actividad (re)productiva{84}.
La factibilidad material del sistema de división social del trabajo atañe a las condiciones reales que en sí mismas hacen posible un sistema de división social del trabajo. La más importante de estas condiciones es la existencia de un “producto neto” o “surplus” positivo{98b}, es decir, un producto social suficiente para garantizar la sobrevivencia de los agentes económicos en el largo plazo{85}. Aunque asimismo hay problemas de factibilidad en el plano de la realización técnica de un determinado fin (como la disponibilidad de los medios técnicos necesarios y la capacidad de carga exigida sobre los recursos naturales), lo mismo que en el plano del trabajo requerido (como las pautas de comportamiento necesarias en el trabajo: atención, destreza, intensidad, efectos sobre la salud del trabajador, las calidades especificas de la fuerza de trabajo requerida, así como una ética formal del trabajo). Si estas “restricciones” materiales no se satisfacen, la existencia misma de la sociedad no sería realmente factible. Se trata, entonces, de las “condiciones de existencia” y de su continuidad.
Pese a que la racionalidad formal y la racionalidad material y reproductiva son aproximaciones complementarias y mutuamente dependientes, la reproducción de la vida humana (y por consiguiente, de la naturaleza) actúa como condición de última instancia, como el objetivo último y la primera condición de existencia del sistema como un todo. Luego, el análisis científico de los mercados exige considerar ambos tipos de racionalidades expresadas en la figura 6.3, pues se necesita estudiar tanto las condiciones formales como las condiciones materiales de los fenómenos económicos, ...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Prefacio a la segunda edición
  5. Prefacio a la primera edición*
  6. Parte I
  7. Parte II
  8. Parte III
  9. Parte IV
  10. Bibliografía