Intrigas evangélicas
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Intrigas evangélicas

  1. 96 páginas
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Intrigas evangélicas

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Información del libro

Por desgracia estamos demasiado acostumbrados a leer los evangelios como una historia ya sabida. Pensamos que ya conocemos las cosas que se narran en ellos, lo que va a ocurrir y cuál será el final. Pero, ¿y si el texto tuviera más profundidad de la que creemos, perspectivas hasta ahora desconocidas para nosotros?Este libro es una invitación a descalzarse antes de empezar a leer los evangelios y dejarse atrapar por su intriga. A contemplarlos como un libro desconocido que se lee por primera vez, sorprendiéndonos con un desenlace que no esperábamos. Se trata de meternos en la trama que narran y de acompañar a sus personajes en sus evoluciones. Para ello se necesita una actitud de asombro y respeto ante lo desconocido, como cuando se visita un país extranjero o se aprende una lengua extraña. Es importante tomar conciencia de la impresión que produce lo que leemos y de los aspectos que resultan chocantes, extraños, enigmáticos o intrigantes. A lo mejor nos están indicando caminos nuevos para poder seguir al Maestro.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2015
ISBN
9788428829045
Categoría
Biblias
1

INTRIGAS EVANGÉLICAS

1. El asesino es el mayordomo
Todos conocemos el viejo chiste en el que una fila de espectadores aguarda su turno para entrar a ver una película de misterio cuando, saliendo de la sala, un aguafiestas desvela a voz en grito el final del filme: «¡El asesino es el mayordomo!».
Creo no equivocarme al afirmar que la lectura que muchísimos creyentes hacen de los evangelios se parece a los espectadores del chiste: se acercan a los relatos bíblicos sabiendo de antemano con lo que se van a encontrar. Antes de abrir el libro ya saben que el protagonista nace, muere y resucita, y que, tras algunas vacilaciones, sus seguidores acabarán por reconocerlo como Hijo de Dios. No hay el más mínimo suspense, y en modo alguno se espera descubrir un desenlace imprevisto.
La lectura evangélica habitual adopta el patrón homilético: se selecciona un fragmento y se extraen de él enseñanzas sapienciales, recomendaciones morales o enunciados teológicos. En este acercamiento fragmentario poco importa el libro al que pertenece el relato elegido o cuál sea su ubicación en la trama de la narración evangélica.
2. Teología narrativa
Durante años, la investigación neotestamentaria se preocupó básicamente por establecer la fuente común de relatos orales, dichos, breves recopilaciones escritas, etc., que están en la base de los evangelios. Marcos, Mateo y Lucas manejan los mismos materiales, que cada cual organiza de forma diferente con los añadidos de su propia cosecha (Juan utiliza fuentes propias).
Habrá que esperar a la llegada de la narratología y la semiótica al campo de la exégesis para empezar a valorar el genio literario de cada evangelista. Marcos, Mateo, Lucas o Juan no son meros recopiladores de materiales previos, sino que, desde el punto de vista literario-teológico, cada uno propone itinerarios narrativos distintos. Ni los cuatro dicen lo mismo ni lo cuentan de la misma manera. Cada cual organiza las pequeñas unidades comunes –«perícopas», en el argot técnico– de acuerdo a una intriga literaria perfectamente establecida. No tiene las mismas implicaciones literarias la «misma» confesión de Pedro sobre Jesús como Mesías, situada en el capítulo 8 de Marcos, en el 16 de Mateo o en el 9 de Lucas. La intriga de Marcos, con 16 capítulos en total, sitúa esta perícopa justo en el punto central de su evangelio, y a poco que lo hayamos leído de forma continuada caeremos en la cuenta de que justo hasta ese momento Jesús va ordenando callar a todos aquellos que, como Pedro, le han reconocido como Mesías. El secreto mesiánico –así es como llama la exégesis a esta técnica de ocultamiento– se rompe justo en la mitad del relato, para inaugurar un nuevo momento en la intriga evangélica. La confesión de Pedro desencadena un nuevo itinerario narrativo. A partir de ese momento, Jesús empieza a instruir a sus discípulos sobre los trágicos acontecimientos que van a sobrevenir y comienza el viaje hacia Jerusalén.
Aunque en Mateo y Lucas encontramos el mismo motivo de las explicaciones preventivas a los discípulos: «El Mesías tiene que padecer mucho, ser ejecutado y resucitar al tercer día», al situarlo en el quicio de su relato, Marcos dota a la confesión de Pedro de una intención narrativa que no posee en los otros dos.
Tampoco es lo mismo empezar un relato haciendo un listado genealógico de su protagonista (Mt), presentando a un profeta que come saltamontes (Mc), centrando la atención en el tiempo y lugar en el que se desarrollará la historia (Lc) o hablando de un Logos preexistente (Jn). Cada uno de estos inicios abre la puerta a obras literarias distintas.
Obviamente, los cuatro evangelios canónicos cuentan la misma Buena Noticia, se trata del mismo Evangelio contado según Marcos, según Mateo, según Lucas o según Juan, pero, desde el punto de vista narrativo, relatan historias diferentes. Cada cual tiene su propia intriga.
3. Basados en hechos reales
Los cuatro evangelios se basan en los mismos acontecimientos históricos, pero novelados de formas distintas. Se equivocan quienes confunden los relatos evangélicos con crónicas históricas. Los evangelios cuentan hechos reales, pero pasados por el tamiz de una trama literaria que no duda en echar mano de recursos narrativos (metáforas, flashback, símbolos, tipologías, etc.) que no buscan necesariamente la verdad histórica.
Cuando, a principios del siglo pasado, el exegeta luterano alemán Rudolf Bultmann inició su programa de desmitologización, eliminando de los evangelios todo aquello que no fuera capaz de explicarse de manera racional y científica, inauguró una etapa crucial en el desarrollo de los estudios bíblicos, aunque su aproximación a los textos exigía de los evangelistas una neutralidad notarial en la descripción de los hechos acaecidos en una pequeña región de Palestina en el siglo I que los autores evangélicos no pretendieron en ningún momento.
Literariamente, los evangelios son relatos de ficción, lo cual no significa que sean ficticios. La aproximación literaria al Nuevo Testamento no necesita suprimir ningún pasaje, por más imaginario que este nos parezca. Desde el punto de vista narrativo, poco importa que Jesús naciera efectivamente en Belén, que anduviera o no realmente sobre las aguas o que tuviera el poder de convertir el agua en vino. Como hechos aislados, cada una de estas acciones permite mil interpretaciones, pero, cuando se las considera al servicio de una trama narrativa, adquieren un sentido coherente que no es necesario justificar científicamente.
Si el evangelista quiere presentar a Jesús como un nuevo rey David, como es el caso de Mateo, no tendrá problemas en «forzar» el árbol genealógico para, partiendo de José, remontarse hasta su antepasado David (Mt 1,1-16). Y si Belén, siguiendo con Mateo, fue la cuna de David, también debería serlo de su descendiente (2,5-6), que «necesariamente» ha de nacer allí. Cuando el interés sea afirmar su «naturaleza» humana, el árbol genealógico, en este caso de Lucas, transitará por un recorrido distinto hasta arraigar a Jesús en Adán (Lc 3,23-38). ¿Cuál de las genealogías es la auténtica? Las dos, porque ambas están al servicio de la verdad narrativa.
Una lectura literaria no necesita confirmar compulsivamente la correspondencia histórica de cada una de las tildes del relato. Tan ocioso como dilucidar si en la tumba de Jesús había un ángel (Mc y Mt) o dos (Lc y Jn) es determinar el número exacto de estrellas que se ven después de darse un golpe en la cabeza. Se trata de recursos narrativos puestos al servicio de una verdad teológica. En el caso de los ángeles, cada vez que aparece un ser celeste en la Biblia sabemos que se nos está transmitiendo un mensaje divino.
Exploradores de medio mundo siguen buscando restos del arca de Noé en el monte Ararat. Jamás encontrarán ninguna astilla del arca; buscan fuera del relato del Génesis lo que se esconde dentro de él.
4. La Buena Noticia como narración
La tabla periódica de elementos químicos, las de multiplicar o las leyes de la termodinámica son contenidos que uno aprende intelectivamente. Obviamente no se trata del tipo de conocimiento que uno busca cuando abre un libro de literatura.
Cuando alguien se sumerge en una narración, lo hace no con la pretensión primera de aprender algo, sino con el deseo de zambullirse en una experiencia placentera. El lector se pone voluntariamente en manos del autor y se deja llevar por los meandros narrativos que este le propone. Si tiene la suerte de haber dado con un buen libro, seguro que la lectura le aportará «conocimientos». Sabiduría que adquirirá a medida que vaya «metabolizando» la narración.
Como anticipábamos en el preámbulo, la buena literatura es aquella que nos transforma, y para lograrlo no existe otra manera que cruzar el espejo de Alicia y participar vivencialmente del recorrido que nos propone el conejo.
Si nunca hemos leído un evangelio de principio a fin, ignoramos aún el aprendizaje vital que solo...

Índice

  1. Portadilla
  2. Prólogo
  3. Preámbulo
  4. 1. Intrigas evangélicas
  5. 2. Arranque intrigante, interés creciente, desenlace imprevisto
  6. 3. Marcos: un marketing desastroso
  7. 4. Mateo: llegar a las manos
  8. 5. Lucas: aprender a mirar
  9. 6. Juan: cuando lo que se dice es más de lo que se cuenta
  10. 7. Un Jesús plural
  11. 8. Otras perspectivas
  12. Contenido
  13. Créditos
  14. Notas