Los girasoles ciegos de Alberto Méndez 10 años después
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Los girasoles ciegos de Alberto Méndez 10 años después

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Los girasoles ciegos de Alberto Méndez 10 años después

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Semblanzas biográficas de Alberto Méndez y aproximaciones críticas a Los girasoles ciegos como zumbidos de la memoria, ecos de voces póstumas, sentidos de la derrota como paradoja y compasión.Son algunas de las perspectivas ofrecidas en un encuentro convocado por la Universidad de Zúrich en el que participaron amigos del autor, críticos literarios y filólogos europeos y norteamericanos, para analizar la extraordinaria vigencia de Los girasoles ciegos cuando se cumplen diez años de su publicación.

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Información

Año
2020
ISBN
9788491142973

En torno al cuento (diciembre de 2004)1

El «CUENTO», entendido como narración breve de un hecho inventado –de no ser así, deberíamos llamarlo de otra manera: epopeya, fábula moral, etc.–, ha tenido siempre dos grandes virtudes y dos grandes enemigos.
Como virtud principal deberíamos destacar su carácter «oficiante» de introductor de la novela en la literatura que aparece, en plena sazón, con la gran narrativa del siglo XIX, que es cuando se establecen «todos» los cánones de este género literario. Hoy podremos hablar despectivamente de el os («novelones»), pero sin Mme. Bovary y La Regenta, sin Dostoyewsky, Eça de Queiroz o Manzoni –por citar algunos– nosotros, los lectores, no estaríamos tan capacitados para leer Crónica de una muerte anunciada, el Ulises o a Paul Auster.
Es verdad que nuestra literatura tiene el privilegio de la picaresca por un lado y de El Quijote por otro, pero, en cierto modo, tienen una estructura de «cuentos engarzados», donde los personajes de un capítulo desaparecen en el siguiente y es el protagonista de la narración el elemento unificador de toda la obra. Esto lo digo en honor de aquella literatura.
La otra virtud del «cuento» que yo destacaría se refiere a la necesidad de sintetizar la narración y utilizar solo sus elementos esenciales: planteamiento sucinto, enredo esquemático, personajes paradigmáticos y desenlace sorpresivo. Todo esto ha generado una dosificación y un equilibrio interno que convierte el cuento en algo imparable, vertiginoso. Solo algunos genios, como Borges, Cortázar o Raymond Carver han logrado superar este canon ciñéndose a algunos de los elementos antes citados en detrimento de los demás, sin que por el o se altere el equilibrio o el precipicio de la lectura.
En cuanto a los enemigos, citemos primero la literatura infantil, que solo en ocasiones se consideran como tal, salvo, claro está, algunas excepciones (Alfanhui, de Sánchez Ferlosio) y que son tratados sin ningún respeto, con adaptaciones, resúmenes y otros atropel os que entierran al autor bajo una hojarasca moralista, ñoña y primaria.
En segundo lugar, la tentación de «novelizarlo», es decir, de convertir un cuento concebido como tal en una novela bajo el pretexto de que es más comercial. Es cierto que los cuentos suelen ser ruinosos para los editores y poco edificantes para los lectores, pero hay que dejar constancia de que muchas novelas que leemos hoy darían justo para un cuento, pero un fárrago de hojarascas y digresiones lo convierten industrialmente en una «novela».
Sin embargo, es necesario devolverle al cuento y a su tradición lo que es del cuento y solo se me ocurren elogios para describir su modernidad creciente.
Gracias a la cinematografía, a la televisión, a los documentales sin límites que nos proporcionan la pequeña y la gran pantal a, gracias a que hemos leído tanto, nuestra cultura es cada vez más icástica y, en la práctica, casi todo lo hemos visto. Lampedusa necesitaba páginas y páginas para describirnos el ambiente, el color, la arquitectura, la indumentaria y los paisajes que rodeaban a los personajes de El Gatopardo (por poner un ejemplo), porque sus coetáneos no tenían oportunidad de ver las casas de la nobleza siciliana y la narración quedaría incompleta sin integrar a sus personajes en un ambiente que determinaba la conducta de los protagonistas de la novela. Hoy bastarían dos o tres frases para que el lector se hiciera cargo incluso del olor y el color de los salones que describía magistralmente Lampedusa. Lo mismo vale para los salones de Guerra y Paz o la campiña floreciente donde se desarrol an algunas novelas de Balzac. Esto es lo que quiero decir cuando hablo de modernidad. El cuento como literatura sintética, cómplice con el lector que ya tiene una imagen establecida y casi indeleble de todos los paisajes, de todas las cárceles, de todos los temblores.


Notas al pie
1 Texto publicado por Méndez, Alberto (s.f.), en http://portal.molinadesegura.es/images/literario/setenil/Setenil2004-01.pdf (4 de marzo de 2015).
Entrevistas, Ruedas de Prensa
y Declaraciones

La vida en el cementerio.
Una conversación con Alberto Méndez
1

César RENDUELES
Universidad Complutense de Madrid


A mediados de diciembre de 2004, apenas dos semanas antes de la muerte de Alberto Méndez, coincidí con el filósofo Paco Fernández Buey en un homenaje a Manuel Sacristán que se celebró en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Al terminar el coloquio estuvimos hablando de libros. Estaba entusiasmado, me dijo, con dos novelas españolas sobre la dictadura franquista. Una era El vano ayer, de Isaac Rosa; la otra Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez. Me hizo gracia porque yo había entrevistado a ambos para Ladinamo, una revista cultural gratuita sin muchas pretensiones.
«¿Has conocido a Alberto?», me preguntó riendo Paco. Eran amigos: se habían conocido en Barcelona, en los años setenta. De hecho, me explicó, Méndez había sido el cofundador de Ciencia Nueva y uno de los responsables de Grijalbo, dos de los sel os en los que Manuel Sacristán desarrol ó una importante labor editorial. En realidad, no me sorprendió mucho. Cuando le entrevisté, unos seis meses antes, habíamos terminado conversando, ya con la grabadora apagada, sobre la obra de Sacristán. Él me estaba hablando de la impronta del franquismo en la literatura y yo le comenté que me parecía aún más importante en el campo del ensayo. España es uno de los pocos países del mundo donde sus mejores ensayistas han escrito de espaldas a la Universidad: Machado, Zambrano, Bergamín, Ferlosio y, por supuesto, Sacristán. Méndez no me contó que había formado parte del círculo intelectual de este último en la Barcelona de los años sesenta, pero era evidente que conocía muy bien su trabajo filosófico y trayectoria. Incluso l egó a sacar de una estantería un ejemplar de su edición de Panfletos y materiales para leerme algún pasaje.
«Alberto tenía un extraño sentido del humor», me dijo Paco Fernández Buey cuando hablamos, meses después. «Un día subíamos a su casa de Barcelona en el ascensor él, su hijo y yo. En el último momento entró también un mando militar vestido de uniforme. El niño lo miró y dijo: ‘Papá, ¿son estos los militares que dices que son unos asesinos?’. Yo empecé a sudar, ya nos veía a todos en comisaría. Pero Alberto lo arregló respondiendo muy tranquilo: ‘No hijo. Yo he dicho que algunos militares son unos asesinos, pero no sabemos si este señor lo es’».
Aquella historia me recordó el motivo por el que Los girasoles ciegos me impactó desde el primer momento. Estaba en una librería de mi barrio ojeando las novedades que habían aparecido en la bajamar editorial postnavideña. Abrí aquel libro y leí en la primera página lo que escribe el capitán Alegría: «Aunque todas las guerras se pagan con muertos, hace tiempo que luchamos por usura. Tendremos que elegir entre ganar una guerra o conquistar un cementerio». Parecía una respuesta a la cita con la que concluye El eclipse de la fraternidad, un ensayo de Antoni Domènech, otro discípulo de Sacristán, editado también en 2004, casi a la vez que Los girasoles ciegos. Se trata de una declaración de Gonzalo de Aguilera, el militar franquista encargado de las relaciones con la prensa extranjera durante la Guerra Civil: «Tenemos que matar, matar y matar, ¿sabe usted? Son como animales, ¿sabe? Y no cabe esperar que se libren del virus del bolchevismo. Al fin y al cabo, ratas y piojos portadores de la peste. Ahora espero que comprenda usted qué es lo que entendemos por regeneración de España… Nuestro programa consiste… en exterminar un tercio de la población masculina de España. Con eso se limpiaría el país y nos desharíamos del proletariado».
La verdad es que nunca me ha entusiasmado la literatura española sobre la Guerra Civil. Muchas de esas novelas me resultan simpáticas, claro. Y algunas tienen personajes interesantes y argumentos sólidos. Pero es como si quedaran cortocircuitadas literariamente por las buenas intenciones y la sedimentación de relatos hegemónicos que pesan como una losa. Con Los girasoles ciegos pasa un poco al revés. Más al á de cualquier cuestión moral, histórica o ideológica, es una novela atravesada por una cólera descomunal, una ira bíblica que se transforma en un vendaval literario. Me recordó un poco a Michael Kohlhaas.
Los girasoles ciegos es uno de los libros menos conciliadores que he leído en mi vida. Y eso, en 2004, era potencialmente subversivo. En aquel os años, el debate sobre la memoria histórica había l egado a tener una gran visibilidad pública. Desde la izquierda institucional se propuso una intervención que cuestionaba en términos simbólicos el relato de los vencedores del golpe de Estado de 1936 pero dejaba incólume el mito de la reconciliación en la transición a la democracia. Tal vez por eso se produjo un eficaz contraataque revisionista, una reivindicación de figuras del régimen franquista como Sánchez Mazas o Rodríguez Ridruejo en novelas como Soldados de Salamina, de Javier Cercas, o ensayos como La resistencia silenciosa, de Jordi Gracia, que obtuvo el Premio Anagrama ese mismo año.
Tardé varios meses en conseguir que Alberto Méndez me recibiera. Su editorial me facilitó una dirección de correo electrónico. No respondió a mi primer mensaje en el que le solicitaba una entrevista, así que al cabo ...

Índice

  1. Índice
  2. Nota preliminar
  3. Nosotros desde lo trágico (una nota)
  4. I Semblanza de Alberto Méndez (1941-2004)
  5. La impureza literaria de Los girasoles ciegos
  6. Mis recuerdos con Alberto
  7. El luminoso destello del escritor furtivo: una primera aproximación a la biografía de Alberto Méndez
  8. Cronología biobibliográfica
  9. II Los girasoles ciegos: estudios y aproximaciones
  10. De los aprendizajes de Alberto Méndez a los zumbidos de la memoria
  11. Memoria agonística en Los girasoles ciegos
  12. De los sentidos de la derrota. Consecuencias éticas y socio-culturales de la lectura de Los girasoles ciegos en el contexto de los estudios de la memoria
  13. Entre dos muertes: Alberto Méndez y el ángel de la historia
  14. La paradoja tiene quien la escriba
  15. Literatura y compasión en la «Segunda derrota» de Los girasoles ciegos
  16. Inocencia victimológica, prudencialismo liberal y desencanto político en Los girasoles ciegos
  17. Cohesión narrativa en Los girasoles ciegos
  18. Voces póstumas que perviven en Los girasoles ciegos
  19. La guerra última de la humanidad
  20. Primera impresión de Alberto Méndez
  21. III Escritos de Alberto Méndez
  22. La crítica literaria en España1
  23. Artículo escrito para El País (inédito)
  24. Breve autobiografía escrita por Alberto Méndez1
  25. Discurso Premio Max Aub (31 de octubre de 2003)
  26. Discurso Premio Setenil (21 de diciembre de 2004)
  27. En torno al cuento (diciembre de 2004)1
  28. Entrevistas, Ruedas de Prensa y Declaraciones
  29. La vida en el cementerio. Una conversación con Alberto Méndez1
  30. Alberto Méndez escritor: «Para escribir sobre la posguerra se tiene que pasar el asco» En Los girasoles ciegos recoge las historias de los perdedores de la Guerra Civil1
  31. Alberto Méndez recupera la posguerra en Los girasoles ciegos1
  32. Alberto Méndez refleja el dolor de la posguerra en cuatro cuentos1
  33. Alberto Méndez: «Escribir es la diversión más barata que conozco» El escritor madrileño recoge hoy el primer Premio Setenil al Mejor Libro de Relatos Publicado que concede el ayuntamiento de Molina1
  34. IV
  35. Bibliografía sobre Los girasoles ciegos de Alberto Méndez