LIBER PURGATORII Caballos desbocados
[Confesión de Mishima]
Viene mi padre
y dice: hay un sitio
en el hombre
en el que nunca he estado.
Desde niño lo supe. Cambia de voz
la voz
que desde un blanco
tenue
fortifica los huesos cuando avanza
y regresa lo grave del morir
con esta otra visita que nos hace
la vida. Nos ha dado la espalda aquello
en que montamos la primera ilusión
el enamoramiento
la pasión
la costumbre
y luego el desencanto.
Viene
y se va
sin fin
resonando la sangre.
En ese punto
exacto
del que ya nadie escapa
de la arteria
hay un filo de voz
una burbuja mínima
que estorba en la carótida
y da paso a otros hombres, des
conocidos todos, urgentes
en la urgencia
de hallarme
en el respiro, la voz
entrecortada
la vena en la cuchilla
de este decir «papá» cuando siempre
fue el padre quien nos marcaba
el paso.
Viene conmigo y vuelve
su sombra
silenciosa. Viene
apenas su voz detrás de los caballos
y azotaron las puertas del quirófano
en donde estoy tendiendo estas palabras. Es
más firme que yo si sostiene
mis dedos. Enormes como ese dios que llega
retrasado a la cita que pedimos
hace casi dos lustros, su sombra
es una coz
casi aquel sobresalto que provocan los ojos
que no aman
lo que amamos, pero que no por eso dejan
de ser un grito, la sirena encendida de ese deseo, pasión
estampida de estar dentro de una mirada, aunque se nos desangre
el alma por sus finas suturas. La cicatriz
es brida, un tope
nunca más la armadura
por muy azul que sea, por cielo
desmedido o el recuento de daños
de ese alguien que no está.
Se escucha una sirena lejanísima: parece decir horses, horses, horses,
pero yo escucho hurts, hurts, hurts.
Puede venir
de mí, igual que vino el padre
de su padre y su padre.
Pueden venir los restos del naufragio
a incinerar mi voz
y no van a callar
esto
que estoy mirando.
Y si puede venir, que diga
para quién se presenta, qué sombra
fue la suya
si son ciertas estas duras palabras que caen
sobre la nieve. Más dura (casi tarda) en volver a nosotros
el agua del alivio que nos diagnosticaron. La sangre
que es de todos
tiene un trote distinto. Se escucha horses
aunque resuena hurts. Otra
manera de saltar por las cercas, y a lo lejos
sólo queda el rumor, la sequedad del ojo
y ese helado callarnos
la partida.
Pero que no nos diga que es
la muerte: esa mi sombra larga
porque puedo matarla
contra mi propio miedo.
En cambio, al padre
no. Viene
conmigo el sitio donde nos encontramos.
Esa caballeriza de haber estado juntos en mis treinta
y dos años que son el par de espuelas
que le hinco en los ijares, que aprieto en sus costillas
con las cuales desgarro su grupa con un amor de hierro
a fuego vivo y cal para la herida. Y si lo monto
a pelo, ese padre no deja de patearme
de relinchar la negación del hijo
no dos sino tres veces, no un par sino otros hijos
la sagrada familia que no vaya a enterarse de estas cosas
porque ya no hay amor, aunque haya ave...