LA REALIZACIÓN DE LA TEORÍA
Inseparable de la negación del arte y de la teoría crítica de la sociedad, la realización de la teoría es un conjunto de dimensiones vividas, de intereses, de comportamientos, de pensamientos, de acciones, de decisiones y de elecciones, que tienden a crear ambientes libres del condicionamiento del poder en los que la creatividad individual y colectiva pueda manifestarse plenamente. Estos esfuerzos orientados a la realización del sentido toman en la IS, al igual que en Dadá104, cuatro direcciones fundamentales: la subjetividad radical, el grupo, el escándalo y la revolución social.
La subjetividad radical
La exigencia de una nueva subjetividad aparece ya en los primeros números de la revista. Así, en 1959 la sección holandesa de la IS defendía la invención ininterrumpida como modo de vida105. El manifiesto de 1960 contraponía, al arte parcelario y espectacular, la participación total y la organización del momento vivido106. Kotányi, a su vez, define el deseo como «aquello que es radicalmente anti-alienante en la vida de todos»107. André Frankin intenta ilustrarlo elaborando el concepto de No Futuro, que él entiende como la realización de todos los futuros posibles, algo que tiene que ver con el advenimiento de una «historia sin tiempos muertos» que implicaría una transformación radical de la emotividad108. De manera harto similar, Asger Jorn defiende la liberación de los valores humanos, es decir, «la transformación de las cualidades humanas en valores reales»109.
Todas estas propuestas se relacionan directa o indirectamente con la experiencia de la subjetividad artística y, en el fondo, no representan más que la extensión de la misma a todos los aspectos y momentos de la existencia. Algo parecido ocurre con el concepto de subjetividad radical, que Raoul Vaneigem se encargará de elaborar mucho más ampliamente. En efecto, la segunda parte del Tratado... –que lleva por título, precisamente, «La inversión de perspectiva»– se propone «acercarse a lo social con las armas de la subjetividad, reconstruir todo a partir de sí mismos»110. Sin embargo esta subjetividad no es algo meramente privado que se manifieste de forma distinta en cada individuo, sino que, precisamente, es radical en el sentido de que «todos los individuos obedecen a una misma voluntad de realización auténtica y su subjetividad se refuerza al percibir en los demás la misma voluntad subjetiva»111. Eso no significa que exista un solo modo legítimo de ser revolucionarios; Vaneigem evita llegar a semejante conclusión al afirmar que todas las subjetividades, a pesar de que comparten una misma voluntad de realización integral, difieren entre ellas.112 La solución a todas estas dificultades hay que buscarla en el hecho de que la subjetividad radical se identifica con la «creatividad universal», que no es otra cosa que la experiencia artística en su forma subjetiva. Lo que revela su pretensión de totalidad es el carácter ideal de su horizonte: en el fondo el mérito de Vaneigem es haberla expresado de manera extrema, mientras que su error fundamental consiste en haberla hecho pasar, pura y simplemente, por la dimensión psicológica revolucionaria. Así, según Vaneigem, ésta habría de manifestarse en un triple proyecto que implicaría su realización, comunicación y participación en ella. Estas tres pasiones guardan a su vez una estrecha relación recíproca y en un contexto de aislamiento degeneran respectivamente en voluntad de poder, en mentira, en masificación. La realización nace del deseo de crear, de objetivar un proyecto preexistente; la comunicación se relaciona con el amor, que es el modelo más puro y más difundido de comunicación auténtica; y finalmente, la participación se expresa en el juego, siempre y cuando se establezca una relación dialéctica entre los participantes del grupo que ayude a cada uno a radicalizar su propia subjetividad.
La espontaneidad
Especial interés presenta, en el tratamiento de Vaneigem, el concepto de espontaneidad. Lejos de aludir a una emergencia automática de un dato inconsciente ya constituido, la noción de espontaneidad es el punto de destino de un largo proceso consciente. Para los situacionistas no se trata de dar rienda suelta a fuerzas psicológicas super-individuales reprimidas o inhibidas (que contendrían en sí mismas todo el sentido), sino de conducir con obstinación y lucidez una lenta batalla en pos de la afirmación de la propia conciencia: «si la creatividad es la cosa mejor repartida del mundo», escribe Vaneigem, «la espontaneidad, por el contrario, parece depender de un privilegio. Los únicos que la detentan son aquellos a quienes una larga resistencia al poder ha conferido la conciencia de su valor individual: es decir, la mayor parte de los hombres en los momentos revolucionarios y más de los que se cree en un tiempo en el que la revolución se construye día a día»113. Los situacionistas sólo ven el aspecto subjetivo y consciente de la psique, y se proponen nada menos que eliminar el componente objetivo e inconsciente que se manifiesta en los sueños: «sólo es espontáneo», continúa Vaneigem, «aquello que, sin emanar de una constricción interiorizada hasta el subconsciente, escapa a la expropiación practicada por la abstracción alienante, a la recuperación espectacular… La reestructuración del individuo pasa por una reestructuración del inconsciente (cfr. la construcción de los sueños)». La justa exigencia de localizar y eliminar de la propia subjetividad todo cuanto ha sido impuesto por la educación autoritaria parte de una concepción de la psique que privilegia de manera exclusiva el aspecto activo y consciente. De ahí se deriva una dimensión existencial en la que cada pausa es percibida como una cosificación, cada reposo como una dimisión. La consecuencia más grave de esta forma de tratar el problema es que, por un lado, la subjetividad continúa viéndose a través de la lente deformante de la experiencia artística, mientras que, por el otro, el inconsciente, y en general toda forma de objetividad, quedan abandonadas a las interpretaciones conservadoras.
Crítica de la cosificación
Lo cierto es que Vaneigem se defiende muy mal de estas objeciones: «no es que las cosas», escribe, «no expresen nada. Cuando alguien otorga a un objeto su propia subjetividad, el objeto se hace humano. Pero en un mundo regido por la apropiación privada, la única función del objeto es la de justificar al propietario».114 De esta forma, Vaneigem entiende una vez más que la posición del objeto está subordinada al sujeto, confundiendo así el estatuto económico de las mercancías, derivado del intercambio, con la objetividad. Vaneigem está dispuesto a atribuir sentido y valor al objeto sólo en la medida en que éste sea la prolongación y el apéndice de la subjetividad, aunque ello conlleve, precisamente, desconocer por completo dicho objeto. Tampoco se puede decir que su intento de fundación histórica de la subjetividad radical haya sido un éxito: «Nosotros no hemos elegido la subversión de las perspectivas en virtud de un voluntarismo cualquiera, sino que es ella la que nos ha elegido a nosotros. Comprometidos como estamos en la fase histórica de la NADA, el paso siguiente no puede ser otro que un cambio del TODO. La conciencia de la revolución total, de su necesidad, es nuestra última forma de ser histórica, la última posibilidad que nos queda de deshacer la historia en ciertas condiciones»115. Tal y como ya ocurría en Debord, esta referencia a la historia es más un modo de absolutizar el sujeto, al sustraerlo de toda relatividad, que una manera de comprender la historicidad esencial de la autoconciencia artística. En conjunto, por lo tanto, el intento de los situacionistas de hacer de la subjetividad radical una realización efectiva del sentido parece del todo inadecuado a la amplitud y profundidad de las transformaciones exigidas: la falta de una crítica radical del arte, la aceptación plena del idealismo de la autoconciencia artística –que se cree todo porque posee el sentido de todo–, la confusión entre objetivación y cosificación y la ignorancia de la dimensión inconsciente de la psique son limitaciones que les impiden dar con las coordenadas de una dimensión verdaderamente alternativa de la vida psíquica.
El grupo revolucionario
Una de las cuestiones más importantes para la IS, ya desde el momento de su fundación, fue el proyecto de grupo, entendido éste como anticipador que prefigura nuevas relaciones humanas revolucionarias. En la primera parte de este estudio hemos seguido el desarrollo de dicho proyecto desde sus inicios hasta la ruptura total con el arte moderno y sus consecuencias; hemos visto cómo el legítimo rechazo del eclecticismo y la justa exigencia de constituirse en movimiento coherente contenían en sí mismos aspectos no superados de la autoconciencia artística que favorecían la afirmación del sectarismo y del dogmatismo. En el periodo sucesivo, comprendido entre los años 1964 y 1966, los situacionistas confirman su concepción de la IS, aunque tratan, eso sí, de introducir nuevas e importantes determinaciones tendentes a corregir los aspectos más exclusivistas y sectarios del movimiento. Dejando sentado que la IS es «un pequeño grupo experimental, casi alquímico, en el que se prepara la realización del hombre total»116, el problema que sus miembros tratan de resolver antes que ningún otro es el de cómo conciliar y armonizar la experiencia de la subjetividad radical con el proyecto de un grupo solidario y coherente. Vaneigem propone, en este sentido, «un conjunto de perspectivas individuales armonizadas, que no entren jamás en conflicto entre ellas y que constituyan el mundo conforme a los principios de coherencia y colectividad», y considera posible que «la totalidad de estos ángulos, todos diferentes, se abran no obstante en la misma dirección, ya que la voluntad individual se confunde desde ahora con la voluntad colectiva»117. El fundamento de semejante armonía se halla aún anclado en la universalidad de la subjetividad radical, la cual se manifiesta de la misma forma en todos los hombres: «Nadie puede reforzar su subjetividad sin la ayuda de los demás, sin la ayuda de un grupo convertido él mis...