1. Génesis de los estudios del clientelismo
Circulaciones geográficas y disciplinares
Desde la década de 1940 los antropólogos tienen un interés pionero en la manera como las relaciones personales, cara a cara, modelan las relaciones políticas en las sociedades occidentales modernas. Más allá de las interacciones tramadas en el marco de las instituciones formales y gobernadas por las reglas del juego oficial, han puesto de relieve el hecho de que los lazos de parentesco y de amistad siguen siendo parte integrante de la vida política, sobre todo en el nivel local, incluso cuando se trata de prácticas asociadas a priori con las llamadas sociedades tradicionales. Este proceder algo escandaloso implicaba poner en entredicho ciertos principios establecidos de lectura de la política moderna –y sobre todo de las sociedades democráticas–, que ratificaban la idea de que todas las formas de política “tradicional” habían sido superadas por formatos universales y anónimos cuando, al surgir el Estado legal-racional (según la tipología weberiana), se consagró un individuo-ciudadano emancipado de las relaciones de dependencia y conocimiento mutuo.
A partir de la década de 1970, la ciencia política, por entonces muy inspirada por las teorías de la modernización, dedicó sus energías al estudio de las relaciones de clientela. Las sociedades “subdesarrolladas” y “en vías de modernización” fueron el terreno privilegiado de nuevos enfoques que procuraban identificar los “obstáculos” culturales y morales que se interponían al desarrollo de las instituciones políticas modernas. Los fenómenos identificados por los antropólogos se interpretaron desde entonces como un residuo del pasado, meras supervivencias destinadas a desaparecer debido al fortalecimiento continuo de las instituciones de la democracia occidental.
Comenzaremos por volver a los estudios realizados por los antropólogos en las décadas de 1950 y 1960, para describir a continuación los viajes y las reapropiaciones del concepto en el decenio siguiente.
Los primeros estudios sobre las relaciones personalizadas en las sociedades tradicionales y occidentales
Luego de la Segunda Guerra Mundial, de ambos lados del Atlántico, pero más aún en el mundo anglosajón, jóvenes doctorandos en antropología comenzaron a trabajar terrenos hasta entonces poco estudiados por sus predecesores. De este modo, Asia, las “sociedades mediterráneas” –como se las llamó desde entonces– y América Latina fueron laboratorios de análisis del funcionamiento social y político de las sociedades occidentales. En ese contexto, corrientes ya establecidas –como el funcionalismo, el marxismo y la teoría de la modernización– fueron a la vez brújulas orientadoras de la construcción de problemáticas de investigación e interlocutores criticados en función de los desafíos conceptuales de los campos abordados.
De los “primitivos” a los “modernos”
En los años cincuenta, en los Estados Unidos, antropólogos procedentes de las tradiciones marxista y evolucionista estudiaron las relaciones políticas locales con la idea de que no podía reducírselas a las instituciones formales. Eric Wolf, un austríaco de formación marxista, exilado en los Estados Unidos durante el nazismo, estudió antropología en la Universidad de Columbia bajo la influencia de Julian Steward y Ruth Benedict y participó en la investigación realizada por el primero y Sidney Mintz sobre Puerto Rico, cuyos resultados se publicaron en The People of Puerto Rico (Steward y otros, 1956). Ese proyecto contribuyó al viraje de la antropología de la posguerra, que procuraba alejarse de los estudios de las llamadas sociedades “primitivas” y de las sociedades no industriales, tratadas como configuraciones aisladas y autónomas del mundo “moderno”, para ocuparse de las sociedades contemporáneas forjadas por el colonialismo y que participaban del sistema mundial. El equipo dirigido por Steward estudió comunidades de diferentes regiones del país consideradas representativas de los principales rasgos de la vida política y económica de la isla. Ese trabajo es, pues, un primer intento de aplicación de las herramientas antropológicas a una sociedad no tradicional.
A continuación Wolf se interesó en México e Italia, así como en las sociedades de Europa meridional, donde realizó investigaciones sobre los vínculos entre las comunidades locales y los sistemas políticos y económicos que las englobaban. El objetivo de sus trabajos, que llegarían a ser una referencia en el estudio de las sociedades “complejas”, era mostrar que, en las sociedades modernas, los métodos de investigación de la antropología –la observación practicada en el nivel de pequeñas comunidades– no eran suficientes para explicar cómo se inscriben las relaciones sociales en las relaciones económicas, culturales y políticas constitutivas del sistema mundial. La antropología, en consecuencia, debe lograr articular los resultados de las investigaciones etnográficas localizadas con análisis realizados a mayor escala. El autor apela principalmente a la conceptualización marxista para tratar de sacar partido de esos “juegos de escalas” (Revel, 1996), vinculando las realidades locales rurales con características socioeconómicas y sociopolíticas más vastas. En un artículo de 1956, Wolf se refiere a los mediadores políticos comunitarios de México como eslabones de una cadena que liga la comunidad con el Estado central. De ese modo demuestra la importancia de los vínculos políticos informales para comprender cómo se construye la articulación entre diferentes niveles de la acción estatal.
A partir de la publicación de su artículo “Relaciones de parentesco, de amistad y de patronazgo en las sociedades complejas”, que pone en juego datos recogidos durante investigaciones de campo en América Latina y la Europa mediterránea, llega a la conclusión de que “los marcos formales del poder político y económico coexisten o se entremezclan con varios otros tipos de estructuras informales, intersticiales y paralelas” (Wolf, 1966: 2). El clientelismo, como relación que incluye a dos actores de desigual poder, forma parte de esas estructuras y, según Wolf, incorpora una dimensión instrumental, pero también una dimensión afectiva, ya sea simulada o sincera. En las zonas donde el poder central no puede o no quiere intervenir de manera directa, se imponen obligaciones colectivas en la modalidad de alianzas enunciadas en el registro de la amistad y el compadrazgo, las cuales construyen grupos dotados de cierta forma de poder, al margen de los mecanismos estatales formales.
En el enfoque elaborado por Wolf hay, por lo tanto, dos dimensiones centrales y relativamente innovadoras: la importancia de los vínculos entre lo local y lo nacional-internacional para comprender las funciones de las instituciones y prácticas políticas y económicas, y la capacidad de las estructuras informales de actuar paralelamente a los marcos formales. Esas innovaciones representan el punto de partida de nuevas investigaciones sobre las sociedades complejas y las prácticas informales.
Contemporáneo de Wolf, George Foster, formado en la Universidad de Berkeley y también influido por Steward, participó en esa renovación de la antropología norteamericana en virtud de su dedicación a nuevos terrenos. En su caso, el mundo campesino se analiza a través de los ejemplos de México y España. En 1945 viajó por primera vez a Tzintzuntzan, México, donde realizó investigaciones sobre las relaciones informales dentro del mundo campesino; esos trabajos no tardarían en ganar celebridad. Foster analiza en ellos el modo en que los campesinos, en su vida cotidiana, mantienen vínculos exogámicos, diádicos e informales, que involucran a personas de diferentes estratos sociales y les permiten ayudarse unas a otras, es decir, compartir el acceso a bienes y servicios de distribución desigual. De hecho, una gran parte de los estudios recientes sobre el clientelismo definen así las relaciones de clientela: un tipo de contrato diádico que vincula a personas de poder asimétrico que intercambian de distinta manera bienes y servicios. Esos vínculos se perciben como asimétricos porque los interlocutores se distinguen por su posición social y sus obligaciones (Foster, 1963).
La mirada funcionalista no está ausente de este enfoque, que puede considerarse como el origen del concepto de clientelismo entre los antropólogos: según Foster, la existencia continua de ese tipo de intercambios contribuye a la estabilidad del sistema social. Para cumplir esta función es preciso que las relaciones sociales que garantizan los intercambios se reproduzcan en el tiempo. En tal sentido, Foster es el primero en distinguir, por un lado, el discurso normativo y el ideal a través del cual el grupo describe y se representa esa institución informal, y por otro, el comportamiento real que actualiza la relación patrón-cliente. Si los relatos ideales reflejan preceptos sociales de educación –el respeto y la ayuda mutua entre pares– y hacen del compadrazgo el vínculo generador de relaciones de reciprocidad igualitarias y desinteresadas, en los hechos los individuos participantes en esas relaciones despliegan estrategias económicas y políticas a fin de maximizar sus ganancias y alcanzar sus objetivos individuales. Esa distancia entre el relato de los actores y las relaciones de fuerza reales será uno de los puntos fuertes de los estudios dedicados a la relación patrón-cliente en los años venideros.
En Europa, en el contexto de la crisis de la antropología funcionalista y el inicio del proceso de descolonización de Asia y África, algunos investigadores, en especial británicos, formados por lo que más adelante se denominará antropología social (Evans-Pritchard, 1977: 7), abandonan el terreno de las sociedades “primitivas” para comenzar a estudiar las sociedades occidentales. La cuestión es poner a prueba en ellas las herramientas de la antropología, pero también mostrar que esta disciplina es capaz de explicar “estructuras sociales” de cualquier sociedad en momentos en que se desencadena la crisis del mundo colonial (1977: 8 y 75). Esta empresa de conquista de nuevos terrenos se lanzó en gran medida desde la Universidad de Oxford, donde Alfred Radcliffe-Brown y luego Edward Evans-Pritchard, director del pequeño departamento de antropología creado después de la Segunda Guerra Mundial (Kuper, 2000: 102), se esforzaron por competir con las teorías de Bronislaw Malinowski, quien, con su estudio del sistema de reciprocidad de la kula de Oceanía (Los argonautas del Pacífico occidental, 1922), sentó las bases de la teoría maussiana del “don” y el “contradón” (Mauss, 1923-1924). La meta de aquellos fue establecer una antropología funcionalista universal sobre la base de la recolección de la mayor cantidad posible de informaciones acerca del funcionamiento de las distintas sociedades.
Una aldea andaluza
En ese contexto, el antropólogo inglés Julian Pitt-Rivers, bajo la dirección de Evans-Pritchard, viajó a España para realizar una investigación sobre una aldea de Andalucía, Grazalema (véase recuadro 1). En su caso vemos en acción la voluntad de la antropología de observar sociedades “no primitivas”. Antes de la guerra los antropólogos británicos habían invertido muchas más energías en los terrenos africanos (Campuzano, 2008). Como señala Pitt-Rivers en el epílogo de la segunda edición española de su libro, se trataba del “primer intento de aplicar los métodos de la antropología social británica al estudio de una población europea, realizado por alguien perteneciente a esa escuela” (Pitt-Rivers, 1954: 238). Su trabajo apuntaba de tal modo a describir la comunidad aldeana de Grazalema como conjunto complejo de relaciones interpersonales modeladas por valores sociales como el honor, la amistad y el respeto. En esas condiciones, las relaciones políticas personalizadas, llamadas aquí relación de “patronazgo” y no de clientelismo, forman parte de la organización política y social de la aldea y rigen el reparto de bienes, las relaciones sociales cotidianas y, sobre todo, la relación entre la aldea y los centros políticos: el gobierno de la región y el gobierno nacional. Para Pitt-Rivers las lógicas horizontales de las relaciones sociales que dominan la vida aldeana están en tensión con las relaciones jerárquicas impuestas por los dos centros políticos.
En ese contexto de conflictos entre los valores de autoridad e igualdad, el clientelismo, y más precisamente una “jerarquía clientelista”, viene a resolver la tensión: propone un principio de orden político tendiente a mantener unidas las lógicas de una autoridad local que responde a las autoridades exteriores y los principios morales que regulan la vida dentro de la comunidad. Así, el patronazgo se ve como una respuesta funcional a los problemas originados en el vínculo complejo entre el gobierno central y la comunidad local de Grazalema. Pitt-Rivers señala que las élites locales “ligan la ciudad a la estructura del Estado por medio de contactos sociales y políticos […]; representan al gobierno frente al pueblo, y al pueblo frente al gobierno” (1954: 32).
El análisis del patronazgo hecho por Pitt-Rivers contiene aportes importantes para el análisis de las relaciones políticas personalizadas. Muestra que no estamos frente a un puro intercambio de dones y contradones; que está presente cierta forma de moral de los intercambios y las relaciones amistosas; que el patrón no puede dar de cualquier manera, y que las dimensiones de su clientela, así como el modo de repartir favores entre ella, son factores claves para explicar cómo se ponen en práctica las relaciones clientelistas. William Douglass afirma que Pitt-Rivers analiza aspectos hasta entonces ausentes de la antropología:
[Pitt-Rivers] ha generado un interés antropológico por ciertos temas como el honor y el clientelismo que aún hoy son importantes no sólo para los estudios sobre Andalucía, sino también sobre España e incluso sobre el mundo mediterráneo. Esos temas han adquirido una importancia indudable para los trabajos latinoamericanistas y, más en general, para el estudio del clientelismo en la antropología mundial no marxista (Douglass, 1989: 236).
Como señala Vincent Lemieux, Pitt-Rivers muestra también que la asimetría de las prestaciones materiales “muy bien puede acompañarse de cierta simetría de las prestaciones inmateriales, es decir, del honor o el prestigio, que el patrón y el cliente obtienen de su relación” (Lemieux, 1977: 14). En efecto, para el antropólogo británico “el honor es la espina dorsal del sistema de patronazgo”; “tanto el patrón como el cliente ven aumentado su prestigio por la relación de patronazgo; el cliente participa del prestigio del patrón y este incrementa el suyo al acordar protección a quienes reconocen su poder” (1977: 14).
De todos modos, el enfoque de Pitt-Rivers fue objeto de importantes críticas. En particular, se le reprochó ...