LIBRO II
DE LA ESPIRITUALIDAD
AL BIOCENTRISMO
Por Iván Rodríguez
AGRADECIMIENTOS
A Eduardo Terrer y a Laura Luengo, fundadores del Santuario Wings of Heart, por su entrega y compromiso total y absoluto con la causa animalista. Y por la oportunidad que me han dado de conocer de primera mano su trabajo, colaborar con ellos e integrarme en su maravilloso equipo de fomento del respeto y la ayuda por los que más lo necesitan. A Carmen Nestares, por su fuerte compromiso idealista con el movimiento biocentrista y por su disposición constante a la colaboración para alcanzar el gran sueño compartido de fomentar el respeto animal. Al resto del equipo de Wings of Heart, especialmente a Marta, por su siempre pasión por el trabajo bien hecho.
A Nacho Fernández-Rubio, por su inestimable y desinteresada ayuda y asesoramiento en la difícil labor de llevar a cabo los objetivos del Santuario Wings of Heart, por su calidad humana y por ser un ejemplo vivo de aplicación práctica diaria de la espiritualidad, ínsita profundamente en todos sus planteamientos vitales.
A todo el equipo de Santuario Compasión Animal, por su extraordinaria labor, por su afán de divulgación y por permitirme participar como colaborador en la misma, como ponente tardío. Especialmente a Laura Llácer, cofundadora con Alberto, por su entrega integral al cuidado de nuestros hermanos de otra especie.
A Agustín Pérez por su inestimable ayuda y sabio consejo en la edición y preparación del libro.
A Silvia y a Luis, por su dedicación especial al movimiento animalista, de todo punto inspiradora y por haber compartido con Eva y conmigo maravillosas e inspiradoras charlas de sobremesa.
A todos los restaurantes veganos de mi entorno, especialmente a Loving Hut, Saníssimo Ópera, Punto Vegano y Healthy Lovers.
A Andrés, mi “brodel” espiritual, por su amistad, por su compromiso inigualable con la causa espiritual, y por su infinita paciencia con un estudiante duro de pelar. Especialmente por su prefacio, labor siempre complicada para un maestro como él y un alumno como yo.
A mi padre, Paco, por su ejemplo de persona íntegra y buena durante toda su vida. Y a Marisa, mi madre, siempre inspiradora influencia desde mi infancia y luchadora incansable por la vida.
Me pilla de sorpresa hacer tu loa.
Dejadizo y adverso la enfrento.
Pero enseguida me yergo y afrento
la tarea. Decidido y firme. Contento.
Veo que me apetece. Siento la coda.
Comienzo presto a escribir atento.
Tengo mucho que decir de ti.
Descubro al instante un gran acervo
de sentimientos encontrados.
Decir, por ejemplo, de estar a tu lado
la inmensa ternura del recuerdo.
La complicidad que parte de aquí.
De nuestra afinidad intelectual.
De los diálogos prolongados.
De los criterios encontrados.
De nuestra comunicación ritual
Siempre fecunda. De lado a lado.
Más allá, tus manos siempre cálidas,
tus besos de medianoche, tu cercanía
sincera y tu doméstica maestría.
Toda tu atención de ternura ávida.
Tu aporte de cariño, tu voz y tu guía.
Si te preocupaba cumplir, lo hiciste
con creces. Me diste de sobra todo
lo que necesitaba. Tu propio modo
siempre pendiente. Siempre viniste.
Siempre presta. Codo con codo.
Nada como escribir con quietud
para recordar con intensidad
tu entrega y tu sencilla verdad.
Tu alegría. Tu aporte de luz
en la confusión de un niño mordaz.
Crecimos juntos en este paraíso
para aprender lo más importante.
Que las diferencias de un instante
no cuentan. Que lo más preciso
de un tú a tú es tener buen talante.
Como el tuyo. Como tu ejemplo
de constante vitalidad. De un amor
por la vida con entrega y ardor.
De soslayar lo irrelevante. De mirar adentro.
De cada instante hacer un clamor.
Nuestra relación es controvertida.
A veces se cruza nuestra mirada
crispada por un devaneo de nada.
Pero en lo profundo nos une la vida,
Nos une la espontánea visión hilvanada.
A Alberto Terrer, cofundador de Santuario Compasión Animal y coautor de este libro, por su amistad, su constancia, inquietud y valentía a la hora de enlazar la espiritualidad y el biocentrismo. Por nuestra afinidad espiritual. Por su siempre inacabable curiosidad. Por su incesante actividad. Por las inacabables charlas por WhatsApp, inspiradoras del libro. Por su comprensión y generosidad. Por su inquebrantable dedicación al fomento del respeto por todos los seres vivos. Por sus proyectos visionarios, especialmente Tierra Nueva Compasión. Y por permitirme participar de su glorioso sueño.
A Alba, a Telmo y a Eva, por su paciencia infinita, por haber comprendido en todo momento mis “ausencias domésticas” sumergido en la redacción del libro. Especialmente a mi amada Eva, por su ejemplo diario de aplicación espiritual práctica, auténtica balanza equilibradora de mi vaivén vital.
Tu sutileza no deja de sorprenderme.
Tu modo tácito y bellamente insinuado
es un lenguaje nuevo, suave e inusitado
que me induce a imitarlo, a reflejarme
en su lámina brillante.
Tú transitas libremente entre el conflicto.
Yo te sigo, a penas duras, sorprendido
por tu solución fácil, tu recto veredicto
que deslinda toda dificultad, sin añadido
que enturbie tu talante.
Además me caigo irremediable atraído
hacia tu centro de gravedad circundante.
Mi imaginación vuela, ante tu insinuante
andar, leve y tenaz a mi atento oído,
coloreando mi semblante.
No siempre he comprendido quizás,
mas que un pequeño intervalo
de tu saber proceder, al compás
de la vida, aceptando el regalo,
disfrutando sin más.
Hoy eres mi mano tendida, mi sueño
realizado, mi frecuente referente
en el devenir diario, siendo el empeño
que nos depara el destino, el frente
escogido de nuestro común diseño.
INTRODUCCIÓN
Nuestro mundo parece estar organizado conforme a un conjunto de reglas muy concreto y determinado. En la mayor parte de los casos naces en un ámbito familiar que inicialmente condiciona tus primeros pasos en la vida. A partir de ese momento, te empiezan a enseñar las reglas básicas del mundo en que vives. Debes atenerte a una referencia externa que poco a poco va configurando tu esquema de la vida: obediencia a tus padres, mayores, profesores, autoridades; seguimiento de las costumbres arraigadas; estudiar y/o trabajar para labrarte un futuro y poder competir en un mundo de oportunidades escasas en el que debes defender tu individualidad, a tu familia, a tus grupos de pertenencia, a tu país, etc.
En resumen, miras por ti y por los tuyos en un mundo de competencia con todos los demás. Enseguida te das cuenta de que la vida exige que luches por lo que es tuyo frente a otros y, aunque tomas contacto con sistemas de ideas alternativos, tales como la religión, el civismo, la ética, la moral o la solidaridad, lo cierto es que se consideran habitualmente cuestiones secundarias que ceden ante la idea suprema de la defensa de tu individualidad frente a la de los demás. Pocas ocasiones quedan en dicho esquema de vida para el pensamiento profundo y cada persona finalmente elabora su propia versión sobre las respuestas a las grandes preguntas misteriosas sobre nuestra existencia basándose en lo que recibe de su entorno.
Nuestra aparentemente incontestable individualidad determina que puedan existir tantas versiones de respuesta a lo trascendente como personas haya. Así, nuestro mundo subjetivo, conformado por el componente socioeconómico, ideológico y cultural en el que nos hemos desarrollado, y matizado fuertemente por nuestro perfil de personalidad, va configurando una identidad que se convierte en nuestro más preciado tesoro, el cual tendemos a defender tal y como nos han enseñado y cuyo filtro marca indefectiblemente una particular interpretación de nuestro entorno. No en vano, ese filtro particularísimo determina que para compartir nuestro mundo tendríamos que incrementar muchísimo la comunicación unos con otros, tanto en intensidad como en variedad de cuestiones, sobre todo aquellas que reservamos para nuestra más estricta intimidad o la de nuestros seres más allegados. La calidad de comunicación entre dos personas determina la calidad de la empatía entre ellas, es decir, su mutua comprensión. Si nuestro nivel de comunicación con otros seres humanos es francamente deficiente, la empatía con el resto de seres vivos aún es mucho menor. Esta falta de comunicación determina una interpretación de las grandes cuestiones muy diferente de la de los demás, lo cual determina además una capacidad de empatía muy pobre, que dificulta tremendamente las relaciones, las cuales se mantienen en un nivel muy superficial de comunicación.
A pesar de nuestra capacidad ilimitada para formular nu...