Educación de la conciencia
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Educación de la conciencia

  1. 256 páginas
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Educación de la conciencia

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Índice
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Información del libro

Esta reflexión sobre la educación de la conciencia consta de tres partes diferentes. La primera trata, en general, sobre la conciencia y sobre algunas de sus características; la segunda aborda específicamente el tema de su educación; y la tercera se ocupa de su formación en unos temas muy concretos y muy propios de nuestra cultura. Muy recomendable tanto para el profesorado de Religión como de Ética y Filosofía.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2013
ISBN
9788428824910

Primera parte

1

JUAN PALOMO, UN «SINCONCIENCIA»

Juan Palomo, el de «yo me lo guiso, yo me lo como»; aquel que no tiene en cuenta a nadie para guisarlo ni para comerlo: él solito. De otra manera: que en el guiso de pensar, deliberar y decidir, todo empieza y acaba en el mismo yo. Una bonita manera de negar a los demás; su pensamiento no vale frente al mío, ni sus sentimientos, ni su memoria, ni su experiencia. Es decir, el mundo es como yo lo veo. ¿Que otros lo ven de distinta manera? Peor para ellos: están equivocados. Yo no; yo lo entiendo, yo sé qué hacer. ¿Contar con la ayuda de los demás? Yo me basto y me sobro. ¿Maestros? Yo soy mi maestro. ¿La verdad? Mi verdad es la verdad. No me importan otros modos de pensar, de sentir y de ver, sobre el pasado, el presente o el futuro: yo soy Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como. ¿La conciencia? ¡Mi conciencia! Bueno es lo que yo llamo bueno, y malo lo que yo llamo malo. ¿La verdad moral? Yo la poseo, no necesito de otros.
1. ¿Un «sinconciencia»?
–Juan Palomo, ¿un «sinconciencia»?
–Sí, seguro. Verás: con-ciencia es un saber moral con otros. Mi saber es mi ciencia; mi conciencia es mi saber moral confirmado, confrontado, negado, comparado con otros. Mi saber moral es, supongamos, que la calumnia, que hoy se celebra y se paga en cientos de miles de euros, no me hace mala persona. Hago conciencia oyendo a unos que exponen sus razones y sus experiencias contrarias a lo que yo pienso, a otros que no se preocupan por esas cosas y a otros que opinan como yo. Escucho a los que llegan a otras conclusiones distintas y sus razones pueden hacer tambalear las mías; al menos sabré que hay otras maneras de pensar que me invitan a continuar mi reflexión. Eso es la conciencia, un saber sobre el bien y el mal que se hace con otros: sobre la calumnia o sobre la justicia, sobre el mentir o sobre el trabajar.
–Pero, entonces, ¿cuál es mi papel, el de mi conciencia?
–Después de escuchar y pensar llega la hora de la decisión. Entonces todas las maneras de ver y de analizar se cierran en un yo que decide: esto es bueno e intentaré hacerlo, o esto es malo y no lo haré. Eso sí es una conciencia. Puede ser que Juan Palomo tenga mucha ciencia, mucho saber moral, pero nunca tendrá una con-ciencia, es decir, siempre será un «sinconciencia», por la sencilla razón de que nunca se le ha pasado por la mente que necesita compulsar su verdad con la de otros, que no son maestros, pero que ofrecen otra experiencia y otro saber: para comparar, pensar y sentir de otra manera y, quizá, para llegar a nuevas conclusiones. Rehusar comparar, rehusar mejorar, rehusar otros saberes no es de seres humanos, sino de dioses.
2. Buscar evidencias
Para muchos, nuestro destino es este: «Somos buscadores impenitentes de evidencias cada vez más fuertes, y no se trata de un propósito voluntario, sino del destino mismo de la conciencia» 1. Pero la evidencia es un proceso continuo en toda nuestra vida, y por eso «necesitamos nuevas evidencias que vayan sustituyendo a las anteriores, que calificamos a veces como errores». «Hay evidencias de bajo nivel (las sentimentales, que por supuesto son verdaderas, pero miopes), a veces impuestas por las circunstancias, y la responsabilidad humana consiste en no pararse nunca» 2. La evidencia que se apoya en las razones de muchos, en la visión de muchos y en la experiencia de muchos siempre es preferible y más evidencia que la privada, por aquello de que ven más cuatro ojos que dos. Por otra parte, la libre adhesión al bien no existe de por sí, así que todo el mundo necesita motivarse. Claro que todo depende también del nivel de exigencias que uno tiene, y las de Juan Palomo no son excesivas. José Antonio Marina las llamaría «órbitas», según el sueño hacia el que uno camina, y el sujeto en cuestión no camina hacia un gran horizonte; en todo caso, hacia unas exigencias mínimas e inmediatas.
¿Consultar a quién? Supongamos que Juan Palomo es un profesor que se cree que todo lo sabe y que, por tanto, no debe consultar con nadie. Él sabe de su asignatura y sabe de pedagogía, pero podría hacerlo con el profesor o los profesores del curso anterior, para saber algo del nivel de sus alumnos. Podría preguntarles a ellos mismos al menos sobre sus conocimientos y las maneras que les han gustado; le podrían ayudar, pero ya sabe suficientemente de todo y no necesita peguntar.
¿Preguntar a quiénes? Especialmente a los que uno cree los mejores: los mejores profesores, los mejores ciudadanos, los mejores padres, los mejores hijos, la gente buena, la gente que piensa y sabe, los mejores creyentes en su caso.
3. Dos momentos
En todo este tema de la conciencia habría que distinguir dos pasos distintos: saber y decidir. Es en el primero donde están las carencias de Juan Palomo. Necesitamos, en ese primer momento, la ayuda de cuantos puedan aportar algo razonable, sea por su ciencia o por su experiencia. Porque después, en el momento de la decisión, es solo el interesado el que tiene que tomarla. Ya no se trata de conocimientos, sino que es la persona la que se implica: yo decido. La conciencia es como una pirámide, que necesita una base amplia y segura –conocimientos, razones, experiencias–, pero que acaba en punta, es decir, que a la hora de la decisión es la propia persona la que ha de tomarla sola y así se hace responsable de ella.
Es verdad que el primer momento no se cumple por el solo hecho de acumular saberes legales o teóricos sobre el bien y el mal; la experiencia del bien, el haberlo gustado, ayuda de una manera clara en este aportar conocimientos y sentido. El segundo momento es la función propia de la conciencia: tomar una concreta decisión moral, hacer o no hacer, ir por este camino o por el otro, elegir y renunciar. Es verdad que, en la mayoría de los casos, esa función se cumple casi de una manera automática, pero no faltan situaciones en las que tomar esa decisión es cosa bien difícil por la complejidad de la vida o por las circunstancias; necesitamos pensar y repensar hasta ver alguna luz. Se trata de evaluar y sopesar co...

Índice

  1. Portadilla
  2. Prólogo
  3. Primera parte
  4. Segunda parte
  5. Tercera parte
  6. Contenido
  7. Créditos