SEGUNDA PARTE
1
Tortillitas de manteca
Pa’mamá que está contenta…
Cada mañana, con medio cuerpo adentro y medio cuerpo afuera, desbordándose desde la ventana de su habitación, Loxandra da palmadas y se gana a los bebés del barrio.
Ahora cecea ligeramente porque ha perdido un par de dientes delanteros en la mandíbula inferior. Le ha aumentado la papada. Sus cabellos han comenzado a encanecer. Y desde el momento en que empezó a perder el oído, grita todavía más alto.
—Shhh, tía Loxandra, vas a despertar a todo el vecindario—dice Jaricló, que está en el balcón de enfrente envuelta en su bata violeta y con su bebé en brazos.
¿El vecindario va a salir a insultarla? Que se vayan por un tubo. El barrio es suyo.
En la casa de al lado vive ahora Plopló, que se casó con Kotkotinos. En la de la esquina, encima del barbero, vive Sofía Lungrú, que se casó con el farmacéutico y se dio mucha prisa en tener gemelos. En la casa de la señora Danesakis, que se mudó a Stavrodromi, se instaló Jaricló con el Sapientísimo. Y del otro lado está el jardín del pachá, que poco a poco se deteriora detrás de las altas tapias. ¿Qué barrio va a salir a insultarla?
Loxandra mira el mar y su corazón da un vuelco.
—Jaríclia. Mírame. Está soplando viento del sur. Caerá un aluvión de sardinas. ¿Por qué no vas a comprar para hacerlas a la parrilla? Pero no olvides que hay que envolverlas en hojas de parra. Untas muy bien con aceite la hoja de parra, pones encima la sardina, la envuelves y la dejas en la parrilla. Pruébala y verás lo que es… Hummm…
—¿Tú qué vas a preparar hoy?—pregunta Jaricló.
—Tengo codornices. Tzarmados fue de cacería a Hartalimi y me trajo codornices. Si quedan buenas, te mando algunas para que pruebes. ¿Vas a estar aquí por la mañana? ¿No querías ir a darte un baño? No vayas, mi princesa, espérate unos cinco o seis días, deja que pase esta semana. Es un pecado que vayas tú y que encima expongas a las niñas.1
—¿Y si les cuelgo unas llaves oxidadas del cuello?
—No, mejor no. Estás bien donde estás.
Levanta el brazo y le hace una señal a Jaríclia, indicando la ventana cerrada de Klío:
—Jaríclia, mírame…
Le señala de nuevo la ventana y su mano gira en el aire:
—Grandes cambios…
—¿Qué?
—Se desbarató, se deshizo—hace un embudo con la mano y la pega a la boca para poder decir un secreto—, el casamiento que habíamos arreglado.
—¿¡Cómo!? ¿Se deshizo?
—No quiere.
Se da golpecitos en la frente y hace diferentes y variados movimientos con los dedos para hacerle saber que Klío ha perdido completamente la cabeza. Se golpea el pecho y da pequeños tirones al cuello de su blusa. Está hasta el cogote de Klío, ya no la aguanta.
—Va a acabar conmigo. De la mañana a la noche no para de gr-gr, gr-gr, gr-gr.
Jaricló se persigna con la vista puesta en el cielo:
—Que Dios la ilumine.
—Amén.
—¿Y Agathó qué dice?
—¿Qué dice? Agathó quiere que nos mudemos a Stavrodromi. Qué manía les ha dado a todos con eso de «Pera». «Pera y Pera» el día entero. Hasta ahora, cuando alguien iba a Stavrodromi era porque andaba buscando novio.
—La verdad es que en Makrojori somos cada vez menos. Se ha ido llenando de turcos y de armenios. Ojalá yo también hubiera comprado mi casa en Stavrodromi, tía Loxandra. ¿Has visto qué precios tienen allí las casas?
—Cállate, zonza. —Se seca la frente con el puño—: Uf, desde esta hora empieza a sentirse el calor. Bueno, voy a cocinar las perdices antes de que se echen a perder.
Envía un último beso al bebecito y se pone en camino.
—Pajarito mío, alma mía…—balbucea mientras baja la escalera.
Y de pronto se pone a hacer la señal de la cruz sobre su ojo derecho. Entra en la cocina y lo persigna una última vez.
Anegado en un mar de plumas, Tarnanás está sentado en mitad de la cocina desplumando aves.
—Oye Tarnanás, hoy todo el día me ha estado saltando el ojo derecho.
—O sea que vas a ver a una persona—dice Tarnanás sin levantar la cabeza.
—¿Tú crees? ¿Será que a diario veo burros y hoy voy a ver a una persona?
Ésas eran las bromas de Loxandra y Tarnanás siempre se las festejaba.
—Qué bobo eres, Tarnanás. ¿Y Sultana?
—Está en la cama.
—Bueno, déjala.
La pobre Sultana ya andaba por los cincuenta y comenzaba a padecer lumbago. La víspera, Loxandra había batido unas claras de huevo con ralladura de jabón y le había puesto unos emplastos para aliviarle el lumbago.
—¡Uy-uy-uy!—dice Loxandra remangándose—. ¡Cómo pasa el tiempo! ¿Cuántos años hará que murió Dimitrós? ¡Uy-uy-uy! ¡Quién nos vio y quién nos ve! Qué se habrá hecho de Theódoros…
Traga saliva e intenta detener una lágrima. Theódoros había cambiado. Desde el día en que se volvió tan rico, lo habían perdido de vista. Él no ponía un pie en la casa y ellos no se atrevían a ir a verlo.
Relegada, Loxandra encuentra ahora consuelo en el barrio y en los bebés del barrio, y en los perros del barrio, y en el sereno que cada mañana mira con ojos tiernos su ventana mientras espera que le hagan su café. También encuentra consuelo en el marchante tártaro de huevos que viene a pedirle que le ponga unas gotas de agua bendita en el ojo para que sane. Encuentra consuelo en Baluklí, adonde va con regularidad, come sus dolmás y bebe agua bendita, ese bálsamo que la hace eructar y le alivia el corazón.
¡En todo encuentra consuelo Loxandra! En el hermoso mar que mira desde su ventana cada mañana, y en el sol, y en la lluvia que cuando cesa deja de regalo unos caracoles enormes en el jardín, ¡qué caracoles!…, blancos, blancos y así-í-í-í de grande cada uno. Los caracoles que luego se comen guisados con mucho orégano.
Alabado sea Dios, que creó el mundo con toda su sabiduría. Y si Klío no se casa, es porque ése es su destino.
Así estaban las cosas cuando llamaron a la puerta aquella mañana. Era Epaminondas, que había llegado a Makrojori con su amigo Yorgakis.
2
El ojo de Loxandra no la engañaba jamás. Y aquel día había estado saltando porque Epaminondas había llegado a Gálata la víspera.
El barco de Epaminondas, el Queen Bess, no había acabado de atracar todavía en el puerto, cuando ya se había enterado de su llegada Madame Marie, que tenía una casa en el callejón Abanoz, y había enviado a todas sus muchachas a bañarse. Cerró sus puertas al público en espera de ver llegar a la tripulación del Queen Bess.
Loxandra no sabía nada de eso. Ni siquiera sabía dónde se encontraba el callejón Abanoz. Jamás había oído hablar de las orgías que se organizaban en esas callejuelas en las noches del Ramadán. Por la noche, acurrucadas en sus camas, todas las Loxandras dormían el sueño de los justos, y aunque hicieran amistad con el huevero o con el sereno turco, sus hijas jamás ponían un pie en una casa turca.
Entre la tripulación del Queen Bess se encontraba, en esta ocasión, «el Inglés», el mecánico en jefe del barco. Yorgakis,1 el Inglés, era un gallardo hydriota,2 un lobo de mar al que toda la tripulación quería bien.
Sólo un problema tenía Yorgakis: la bebida. Mientras el barco viajaba y él estaba en las máquinas, no se llevaba una gota de vino a la boca. Pero en cuanto el barco anclaba, Yorgakis se ponía hecho una uva. Y no se emborrachaba con vino, sino con ginebra inglesa y con whisky, y tenía muy mal alcohol.
Así era Yorgakis, y sin embargo la tripulación lo quería porque era un hombre afable y recto. El capitán también lo quería, porque era muy buen mecánico. Lo querían todas las muchachas de Madame Marie, porque era generoso y porque tocaba la guitarra.
Mariona, rompe los vasos,
estréllalos contra el suelo,
hazlos añicos, Mariona,
con tus manitas preciosas…3
Y Mariona esa noche se divirtió. Se divirtió con su lunar postizo en la mejilla y su ricito caído entre las cejas. Madame Marie servía la bebida y Yorgakis pagaba.
Al amanecer, Yorgakis y Epaminondas se encontraron abrazados en la acera de Madame Marie. Ni un centavo en los bolsillos.
—¿Y ahora qué hacemos, Epaminondas?—preguntó Yorgakis.
—Le pedimos prestado a Madame Marie el dinero que nos hace falta para el viaje y nos vamos a Makrojori a ver a mi tata.
—¿Y qué vamos a hacer sin dinero?
—Mi tata nos dará.
—¿Quién es tu tata? ¿De veras crees que nos dará?
—Uh…—dijo Epaminondas—. Mi tata se encontró un tesoro. Excavó en la carbonera de la casa y halló un tesoro. Tiene mucho dinero y seguro que lo comparte con nosotros. Es muy buena mi tata.
Y se puso a llorar. Cuando Epaminondas se emborrachaba se volvía muy sentimental y siempre que se acordaba de su tata se emocionaba.
Tomaron el barquito en el muelle de Gálata y se acomodaron en la cubierta. Era el primer barco de la mañana y nadie viajaba a la intemperie. Así que cada uno eligió un banco y se echó a dormir. Y en lo que tardaron en llegar a Makrojori, se les había pasado la borrachera. Además, con aquella brisa de agosto, se les despertó el apetito.
Les abrió la puerta Klío. Así lo quiso el destino: que Sultana estuviera enferma, que aquella mañana Klío, en vez de levantarse a las diez, como de costumbre, se hubiera levantado temprano y se hubiera puesto su vestidito rosado con el cinturón azul agua, y que, además, ese día le sentara maravillosamente bien el color rosa.
Klío se había hecho muy alta, muy esbelta, de caderas estrechas y pecho infantil. Sus cabellos castaños eran rizados y abundantes; sus labios muy rojos y parecían más rojos todavía en contraste c...