El pensamiento de Leonardo Polo
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El pensamiento de Leonardo Polo

  1. 288 páginas
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El pensamiento de Leonardo Polo

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Comprender a Leonardo Polo exige romper previamente con las categorías tradicionales. Su pensamiento, en la tradición de la filosofía perenne, es clásico; pero también domina la filosofía moderna y su lenguaje. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo puede dialogarse con alguien así?Polo refuta la antropología moderna y brinda respuestas aún más profundas.

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Información

Año
2011
ISBN
9788432139321
Categoría
Literatura
VII. LA TERCERA DIMENSIÓN DEL ABANDONO DEL LÍMITE
1. LA ANTROPOLOGÍA MODERNA
La antropología trascendental es una refutación de la antropología moderna en sus propios términos; no una crítica externa sino interna. Así lo cree Polo, y por eso piensa que está a la altura histórica. La filosofía moderna se ha centrado en el tema del hombre pero se ha equivocado. ¿Por qué la antropología ha sustituido a la naturaleza —a la fisis— como problema central?
Polo lo explica así: «la metafísica de raigambre clásica fue afianzando su propia temática, y profundizando en ella, hasta finales del siglo XIII. Desde entonces, poco nuevo se ha dicho en esta línea, prácticamente detenida en Tomás de Aquino. Pero no por eso se ha dejado de filosofar. Los pensadores posteriores se dieron cuenta de que la metafísica había olvidado un gran tema en el que convenía concentrar la atención: el sujeto. El tema central de la especulación moderna es el sujeto, y se afronta desde la clara advertencia de que había sido poco tratado, o relegado a una posición subordinada, en la filosofía precedente. Por eso se dice que la filosofía moderna es antropocéntrica»1.
Evidentemente, las circunstancias históricas tuvieron una gran influencia en este cambio de perspectiva. El nominalismo y la reforma protestante, en concreto, junto con el humanismo renacentista, están en el origen del planteamiento moderno. En el siglo XVII este bagaje se concretó en la filosofía moderna: «Descartes se halla, por vez primera en la historia del pensamiento humano, en la trágica y paradójica situación, no solamente de encontrarse segregado del universo —eso lo realiza ya el Cristianismo al comienzo de nuestra Era—, sino segregado también de Dios. En el momento en que el nominalismo ha reducido la razón a ser una cosa de puertas a dentro del hombre, una determinación suya, puramente humana, y no esencia de la divinidad; en este momento queda el espíritu humano segregado también de esta. Solo, pues, sin mundo y sin Dios, el espíritu humano comienza a sentirse inseguro en el universo. Y lo que Descartes pide a la Filosofía, al principio del filosofar, es justamente eso: volver a encontrar un punto de apoyo, una seguridad… El último reducto seguro es aquel en que aún subsiste la necesidad racional. De esta manera llega el yo, el sujeto humano, a ser centro de la Filosofía…»2.
Buscando un refugio seguro para el hombre, se llegó a la idea de que la subjetividad debía ser autosuficiente, ya fuera como autoconciencia o como autonomía. En el fondo, la antropología moderna encierra al hombre en sí mismo con la pretensión —imposible— de hacerlo autónomo: «yo creo que la tragedia del subjetivismo consiste en algo así como una contradicción interna: en la imposibilidad de sostener, de una manera legítima y con suficiencia, la noción de sujeto humano cuando esta noción se desequilibra por poner demasiado énfasis en mantenerla. Y esa exageración de la que, contradictoriamente, resulta una destrucción, esa especie de dinámica autonegativa…, tiene su razón de ser en que se intenta pensar, afirmar o vivir la subjetividad humana… desde una situación, o como una situación, de autonomía completa»3.
Por desgracia, la idea de que el hombre es —o debe llegar a ser— autónomo, ha calado también en parte de la filosofía realista, desvirtuándola, pues en su origen y, sobre todo, desde el cristianismo, se entendió justamente al contrario: como una criatura salida de Dios que debe volver a Él. Este es, en concreto, el planteamiento general de la Summa Theologiae de santo Tomás4. El hombre, sin Dios, deja de tener sentido.
Se dijo antes, citando a Polo, que la tercera dimensión del abandono del límite mental es la más «teológica», y que no puede entenderse si se olvida la elevación al orden sobrenatural. Pero la antropología trascendental no es teología sino filosofía. La inspiración cristiana, sin embargo, es evidente, como lo hace notar el propio Polo: «también la persona se descubre en el hundimiento de un mundo. Si el ente griego obedece al hundimiento del mundo homérico y el socratismo a la crisis de la polis, la persona es una profundización requerida por un hundimiento de mayor alcance, a saber, la problematicidad del mal como presente en el mundo humano. El mal es un defecto inherente al mundo cualquiera que este sea o, por decirlo así, a la mundanidad del mundo. El mal hunde sus raíces en el hombre y forma parte del plexo de lo interesante, al que desbarata o perturba impidiendo su estabilidad misma»5.
La existencia del mal no puede explicarse apelando a causas externas y tampoco cabe darle una razón superficial: «atribuir el mal a una causa anónima o exterior no es suficiente. El mal arranca del hombre y se inscribe en su vida, desvaneciendo su sentido inmediato con su enigmático influjo. De esta manera constituye una aporía insoluble ante la que decaen los recursos humanos. Es imposible desterrar el mal. Ello exigiría una reforma del comportamiento que habría de ponerse en obra desde una iniciativa de profundidad máxima. Sin embargo, es esa profundidad lo que el mal paraliza»6.
En el pensamiento moderno se han construido numerosas utopías para llevar a cabo una autosoteriología, una salvación del hombre realizada por el propio hombre. Pero no solo han fracasado, sino que han dado lugar, en el terreno político, a las mayores tiranías y a conflictos y guerras nunca conocidos. En el terreno moral, las nuevas éticas han llevado al permisivismo y, al final, al nihilismo.
Para Aristóteles el hombre es un «animal racional»; para el cristianismo, en cambio, es persona, término que previamente la teología usó para referirse al misterio de la Santísima Trinidad y el de la Encarnación del Verbo. No es ningún desenfoque aplicarlo también al hombre, no solo porque sea racional y libre, sino, más radicalmente, porque ha sido salvado por Dios: «enmarcado de esta precisa manera, el mal se corresponde con el concepto de salvación. En la medida en que lo sufre principiándolo, el hombre es incapaz de salvarse a sí mismo. La salvación ha de serle otorgada como un don. Pero nótese bien: este don ha de penetrar hasta lo más profundo del hombre y ha de restaurar lo más profundo de manera que ya no sea raíz del mal. Y como esa raíz es aplastada por el mal, al ser salvado lo radical en el hombre es liberado en orden a una expansión que le corresponde sin más, pero que es insospechable sin la salvación. Por eso la radicalidad de la persona se destaca en la teología cristiana, y su consideración desde otro ángulo comporta un desenfoque inevitable»7.
La salvación es una relación tan estrecha e íntima de Dios con el hombre que manifiesta por sí misma que el hombre no es un ser más del universo. «Tal y como la salvación se lleva a cabo implica, por ser un don, la pura capacidad de dar. Lo cual es lo insospechado mismo. Solo la generosidad infinita es la salvación en acto. Y esto es lo que se llama amor. Ser salvado implica ser el término de un amor infinito. Y ahora se destaca lo radical que llamamos persona. Persona es lo insospechado, lo más sorprendente»8. Persona no es un término genérico, no debería usarse en plural porque hace referencia a lo más radical de cada hombre: «la expresión que dice el destacarse de la persona es de S. Pablo: Cristo ha muerto por mí. Esta frase manifiesta lo inaudito. Desde luego, significa que yo soy un quien; solo puede ser salvado alguien. Pero ese quien es instado, reclamado constantemente en su mismo carácter de quien. La reclamación va dirigida a lo profundo. El hombre toma contacto con su salvación cada vez más adentro. Y a medida que se adentra responde. El adentrarse en la respuesta significa intimidad. La persona es la intimidad de un quien. Y esto es más de lo que se llama un yo. Por decirlo así, el yo es la primera persona, pero no lo primero en la persona, sino más bien la puerta de su intimidad. Por eso, la fórmula ‘yo se quién soy’ es incorrecta, incluso ridícula. Quién soy solo lo sabe Dios. Dicho con terminología tomista, Dios significa el yo soy del acto de ser. Por lo tanto, el quien humano solo se sabe en Dios»9.
Hacer de la persona un ser autónomo, cerrado en sí mismo, es lo más contrario a lo que es propiamente la persona; por eso la antropología moderna está llena de contradicciones tanto teóricas como prácticas. «Prescindir de Dios equivale a ignorar que la persona humana es un quien. Esta ignorancia abre un vacío vertiginoso, pues en tanto que subsiste el hombre busca la continuación, o la réplica, de su subsistir y no la encuentra. La persona humana no tiene réplica personal (no es relación subsistente); en tanto que pretende encontrarse, todo lo que encuentra frustra la pretensión»10.
Al perderse la inspiración cristiana que dio origen a la noción de persona aplicada al ser humano, el hombre queda reducido a un ser sin horizonte, clausurado y, en definitiva, sin sentido. En cambio, desde la perspectiva abierta por la fe, «la expresión ‘el hombre es persona’ equivale a ‘el hombre nace...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Dedicatoria
  4. LISTA DE ABREVIATURAS DE LAS OBRAS CITADAS DE POLO Y EDICIONES USADAS
  5. INTRODUCCIÓN
  6. I. LA CONTINUACIÓN DEL REALISMO: EL REALISMO TRASCENDENTAL
  7. II. EL CONOCIMIENTO OBJETIVO
  8. III. EL MÉTODO
  9. IV. EL SER EXTRAMENTAL
  10. V. LA SEGUNDA DIMENSIÓN DEL ABANDONO DEL LÍMITE MENTAL
  11. VI. LA ANTROPOLOGÍA TRASCENDENTAL
  12. VII. LA TERCERA DIMENSIÓN DEL ABANDONO DEL LÍMITE
  13. VIII. LA CUARTA DIMENSIÓN DEL ABANDONO DEL LÍMITE MENTAL
  14. IX. EL CUERPO HUMANO
  15. BIBLIOGRAFÍA BÁSICA SOBRE LA FILOSOFÍA DE LEONARDO POLO