La librera y los genios
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La librera y los genios

Una historia de Nueva York

  1. 232 páginas
  2. Spanish
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La librera y los genios

Una historia de Nueva York

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Información del libro

La Gotham Book Mart no era una librería al uso. Era un refugio literario, una casa de acogida, un oasis en el corazón de Nueva York. Un espacio de referencia que, gracias al sello inconfundible de Frances Steloff, su promotora, reunió bajo el mismo techo a los autores más representativos del pasado siglo. Algunos de los clientes más asiduos de la librería fueron John Steinbeck, William Faulkner, Gertrude Stein, e. e. Cummings, Arthur Miller, John Updike, Charlie Chaplin, Allen Gisberg, Saul Bellow o Woody Allen."La librera y los genios" cuenta su historia. La de una mujer admirable, resuelta y nada ñoña: una librera siempre dispuesta a reunir pequeñas sumas para ayudar a un amigo (Henry Miller), o ayudar a otra (Anaïs Nin) a publicar los diarios que le han rechazado todas las editoriales. Aprendemos cómo lograba burlar la censura de la época trayendo de contrabando ejemplares de libros prohibidos (Ulises, Trópico de Cáncer, El amante de Lady Chatterley) o por qué no dudó en enfrentarse a la ley para vender la autobiografía de André Gide, ni en despedir a Tennessee Williams por no saberatar correctamente un paquete. El resultado es un libro único de una época irrepetible, cuyos personajes aún nos inspiran.

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Información

Año
2020
ISBN
9788412187427

la librera y los genios

GBM – calle 45 oeste, 128

Un día, hacia mediados de diciembre de 1919, iba yo al Hotel Astor, donde mi hermana trabajaba de cajera, cuando, al cruzar la calle 45, a medio camino entre las avenidas Sexta y Séptima, reparé en un cartel hecho a mano y puesto en un improvisado escaparate que no tendría más de un metro cuadrado: «Local en alquiler». Era un bajo inglés de piedra marrón, al que se descendía por tres peldaños, situado entre dos edificios remodelados. Miré por el escaparate, cuyo interior estaba tapado por un trapo viejo. La puerta también estaba cubierta por un trapo, pero alcancé a ver máquinas de coser y varias chicas trabajando. Me hice oír a través de la puerta cerrada, y las chicas me indicaron por señas la Tienda de Costura de Claire, que estaba en la puerta de al lado. Pregunté por el local a la mujer que estaba allí y ella misma me llevó hasta él por la parte trasera. De pie en el umbral de la puerta que separaba ambas habitaciones –una había sido el comedor, la otra contenía una enorme cocina empotrada, todavía cubierta en parte por tablones– dijo:
–Todo esto se alquila –refiriéndose a toda la habitación delantera.
Yo estaba emocionadísima, y era como si una voz me dijera «Aquí lo tienes. Adelante. Tómalo». El alquiler sería de setenta y cinco dólares al mes, y si más tarde deseaba también la habitación trasera, no habría inconveniente. Le ofrecí diez dólares en depósito por guardarme la opción hasta el día siguiente y proseguí mi camino hacia el Astor, donde, emocionada, le conté a mi hermana lo de la tienda. Ella no mostró demasiado entusiasmo, aunque me dijo que, caso de necesitarlos, tenía trescientos dólares en el banco. Aquella misma tarde llevé a David Moss,[1] que trabajaba conmigo en la librería Brentano’s, para que viese el local a través del escaparate parcialmente tapado. Le gustó, pero le pareció que era jugársela demasiado, y opinó que debía seguir trabajando durante uno o dos años más para así estar mejor preparada.
–Sí, pero –dije yo–, ¿cómo encontraré entonces otro local tan mono como éste, y a setenta y cinco dólares al mes?
En aquellos días era casi imposible encontrar locales comerciales. No era raro ver distintos tipos de mercancía mezclados en una misma tienda, y aquí al menos tendría el uso exclusivo de la habitación delantera y del escaparate, por pequeño que fuera. ¿Cómo podía dejar pasar una oportunidad así? Además, me seguía dominando aquella sensación de «¡Adelante!» que me había venido cuando estaba dentro. Hice un inventario mental de mis bienes: un Bono Liberty[2] de cien dólares, casi cien dólares más en efectivo, una enorme estantería repleta de libros agotados que había ido reuniendo a lo largo de los años, más los que me habían ido regalando por mi cumpleaños, o en las Navidades. Podía pagar al menos un mes de alquiler y comprar estanterías con las que cubrir un lado de la habitación. David seguía dudando, pero prometió pensárselo bien. Al día siguiente fui a ver al señor Weyhe para ver si me daba ánimos; por aquel entonces él ya disponía de su propio edificio en la avenida Lexington, diseñado por Rockwell Kent, y tenía mucho éxito.[3] Al señor Weyhe no le cabía en la cabeza cómo podría subsistir una librería tan al oeste, en pleno distrito de los teatros. «Los actores no leen», dijo, y sin lugar a dudas me moriría de hambre. Esto fue un mazazo, pero no terminó de ensombrecer aquella sensación de «¡Adelante!». Llamé por teléfono al señor Mischke,[4] que había tenido que cerrar su tienda en la avenida Lexington y ahora trabajaba para Sam Rains en una galería de arte-librería situada en la parte sur de la Quinta Avenida. Dijo que se reuniría conmigo a la vuelta de la esquina, en el Prince George, lo antes que pudiera después de las seis. El señor Mischke me escuchó con interés. Tras hacerme varias preguntas intentó encontrar palabras de aliento.
–Al menos está en el lado adecuado de la calle –dijo.
No prestó mucha importancia a mi dilema sobre qué libros vender y contestó:
–Sus clientes la educarán.
Al despedirnos, añadió:
–Asegúrese de que su primer cliente sea una persona joven.
Aquello me dejó intrigada, pero no hice preguntas innecesarias.
Al día siguiente, saqué todo mi dinero del banco, y con mi Bono Liberty en el bolsillo fui a ver a Claire, la casera. Sí, trasladaría el taller a la habitación trasera y yo podría tomar posesión inmediatamente, pero necesitaba un mes de depósito. Me esforcé por quitarle aquello de la cabeza, pero fue inflexible. Tras darle mi bono y cincuenta dólares en efectivo, apenas tenía suficiente para comprar madera y pagar al carpintero. David se ofreció entonces a prestarme su bono de cincuenta dólares, lo que salvó la jornada.
Ahora hacía falta un nombre. El señor Mischke dijo que no se le ocurría ninguno mejor que el mío, pero a mí no me atraía la idea de ver mi nombre sobre la puerta escrito en un letrero. Además, quería que las palabras «book mart» fueran parte del nombre. David propuso entonces unos cuantos. Apenas dijo «Gotham» supe que la tienda había sido bautizada.[5] El día de Año Nuevo de 1920, por la mañana, David y George vinieron a verme a mi habitación de la calle 16 Oeste y me ayudaron a terminar de empacar. Después David bajó hasta el East Side y encontró a un hombre que tenía un carromato y un caballo. Cogimos todo lo que pudiera utilizarse en la tienda: estanterías, mesa, escritorio, sillas, cuadros y libros. Aquella noche, cuando abandonamos el local, todo estaba en su sitio. A la mañana siguiente fui temprano y aparté la nieve que había caído sobre los peldaños. Aquel fue un invierno inusualmente duro. Me pasé el día ordenando los libros para que dieran una mejor impresión, puesto que no había suficientes como para llenar la pared donde estaban las estanterías. En la pared de enfrente había una chimenea de gas con unos leños de imitación y una repisa de mármol. A un lado de ésta puse mi estantería y al otro una que me habían prestado. Encima de los estantes coloqué unos grabados.
Por la tarde vino David, y salí a comprar comida. David me trajo unas cuantas novelas viejas que los representantes le habían dado con motivo de su publicación. Contribuyeron a llenar los estantes. A la mañana siguiente pusimos el letrero y ya estaba todo listo para abrir el negocio.

Glenn Hunter[6]

Verás, no sirvo para hacer nuevas amistades, pero ¡menudo talento tengo para recordar a los viejos amigos!
Con cariño,
Glenn
Hacia el mediodía de mi primera jornada en el negocio, un viejo tambaleante que se agarraba a la barandilla bajó los peldaños y me pidió un libro que no tenía. No supe si alegrarme o lamentarlo; estaba ansiosa por hacer mi primera venta, pero recordaba que el señor Mischke me había dicho que mi primer cliente tenía que ser joven. Al día siguiente vi a un apuesto joven mirando por el escaparate y pensé, «Si al menos entrara y encontrase un libro de su gusto, mi éxito estaría asegurado». Apenas había pasado este pensamiento por mi cabeza cuando el joven bajó las escaleras, entró en la tienda y pidió que le enseñara el libro sobre indumentaria que estaba abierto sobre la superficie de mi pequeño escaparate. Era la única obra sobre el tema que tenía, además de ser el libro más caro de la tienda. Todas las ilustraciones eran en color. Cuando le dije que valía 15 dólares me dio un billete de diez dólares y me dijo que recogería el libro después de la matinée. Al mismo tiempo, me entregó una estrecha tarjeta blanca que llevaba su nombre: señor Glenn Hunter.
Cuando se marchó, salí fuera y lo vi entrar por la puerta trasera del Hudson Theater, que estaba unos cuantos números más al oeste. Me acerqué hasta la puerta. En ella había un cartel que anunciaba la puesta en escena de Clarence de Booth Tarkington, con Glenn Hunter y Billie Burke. Volví a la tienda y bailé alrededor de la mesa, pues había hecho mi primera venta y el comprador había sido un apuesto joven.
Después de la matinée, Glenn Hunter volvió acompañado por su compañero de habitación que era arquitecto. Examinaron los libros que había esparcidos por la mesa y encontraron un tomo encuadernado de Jugend con un montón de ilustraciones coloreadas, que compró el amigo de Glenn. Mientras salían oí a Glenn decirle que aquí era donde tenía que comprar sus libros.
Glenn solía dejarse caer los días de matinée. A menudo encontraba algo que le gustaba. Años después me dijo que si venía tan a menudo era porque le parecía que era necesario ayudar a la librería.
La siguiente obra en la que actuó fue Merton en Cinelandia,[7] que fue un gran éxito en Broadway y estuvo años en cartel. Siguió acudiendo a la librería dos o tres veces por semana. Me dio entradas cuando era casi imposible adquirirlas. Y un día me dio una entrada para «El cisne» de Pavlova, con la condición de que la utilizara yo y no se la cediera a nadie. Conseguí que la hija de la casera me cuidara el negocio y vi a Pavlova desde una butaca de la sexta fila central, en la platea. Todavía me emociono al recordarlo.
Cuando, finalmente, Merton en Cinelandia fue retirada de cartel, Glenn se marchó a Hollywood, y poco menos que le perdí la pista. Cuando volvió a Nueva York en 1945 actuó en varias obras que, desgraciadamente, no tuvieron mucho éxito.

Las cazafortunas[8]

Mientras Glenn estaba en el Hudson actuando con Billie Burke en la obra de Tarkington, Ina Claire protagonizaba Las cazafortunas en el Lyceum Theater, en la acera de enfrente. Estuvo años en cartel. La mayoría del reparto no tardó en descubrir la Gotham Book Mart, y los actores acostumbraban a venir por las noches después de la función; fue así como acabé por tener abierto hasta medianoche. Ina Claire venía de vez en cuando, a veces en compañía de su madre. También venían Beverly West y Louise Galloway. Muchos años más tarde, durante un viaje en coche por Maine en compañía de Janet Fauntleroy, me fijé en un enorme cartel que decía «Half-Way House–Louise Galloway». Como habíamos estado haciendo tantas paradas en tiendas de anticuarios, le dije a Janet que no le pediría que paráramos en otra si hacíamos una pausa en The Half-Way House, para poder así averiguar si se trataba de la Louise Galloway que conocía y, en caso de serlo, saludarla.
Tras recorrer muchos kilómetros, llegamos a The Half-Way House. Era un lugar elegante, con hermosos jardines. Había un portero, al que entregué mi tarjeta diciéndole que quería ver a Louise Galloway. Ella bajó inmediatamente y parecía tan encantada como yo. Entonces me llevó a sus habitaciones privadas, donde vi muchas de las cosas que me había comprado. Entre ellas un antiguo reloj de campana y un encantador cuadrito al óleo. Siempre he coleccionado estas cosas, y a menudo las tenía a la venta en la librería. Fue una visita de lo más agradable.
Las cazafortunas hubiera estado eternamente en cartel si Ina Claire no hubiese decidido que necesitaba unas vacaciones. David Belasco, el productor, no estuvo de acuerdo en interrumpir las funciones, y le dijo que si exigía vacaciones retiraría la obra. Finalmente, ella insistió en que se le dieran dos semanas, y Belasco le hizo saber que, por lo que a él se refería, podía tomarse dos años. Ina Claire no volvió a actuar en una producción de Belasco. El fin de las funciones fue toda una pérdida para la GBM, pues todos los miembros del reparto se habían hecho clientes, y ahora el teatro estaba a oscuras.

Frank Marling

Durante la Primera Guerra Mundial tuve a mi cargo la sección de teatro de la librería Brentano’s. Había entonces una gran demanda de obras en un solo acto. A diferencia de lo que sucedería durante la Segunda Guerra Mundial, las funciones para los soldados estaban a cargo de aficionados y no de profesionales. Se habían agotado nuestras existencias de obras en un solo acto cuando Scribner’s anunció un nuevo tomo de cuatro obras en un acto de J. M. Barrie titulado Echoes of the War.
Cuando Frank H. Marling, el representante de Scribner’s, vino a tomar nota del pedido, persuadí al encargado de compras, John Loos, de que adquiriera 500 ejemplares. El señor Marling se mostró atónito y complacido. En aquellos días no se usaba aún el sistema de depósito, y los libreros tenían que comprar en firme los libros q...

Índice

  1. Gotham Book Mart o la atracción del caos (José Manuel de Prada-Samper)
  2. La librera y los genios
  3. Epílogo: Mis años en Gotham Book Mart con su propietaria (Matthew Tannenbaum)
  4. Notas
  5. Sobre la autora
  6. Créditos