El cielo tendrá que esperar
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El cielo tendrá que esperar

Un recorrido por los tres primeros años de vida de Podemos

  1. 244 páginas
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El cielo tendrá que esperar

Un recorrido por los tres primeros años de vida de Podemos

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"Sin este libro no se entiende bien lo que ha pasado en la historia de Podemos. Y sin la historia de Podemos tampoco se entiende la historia reciente de España". Del prólogo de Ignacio Escolar.A lo largo de estas páginas, Aitor Riveiro da forma al libro más completo que se haya escrito hasta la fecha sobre el fenómeno político y social de Podemos, desde su fundación a principios de 2014 hasta las semanas posteriores al agitado congreso de Vistalegre 2. Un minucioso repaso a la intrahistoria de la formación morada, su expansión y sus tensiones naturales; imprescindible para comprender uno de los momentos más interesantes de la historia de la España reciente y una magnífica guía para entender cuáles serán los próximos movimientos de la que hoy es su tercera fuerza política.

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Información

Año
2017
ISBN
9788417023775

1. De la hipótesis populista a la hipótesis Podemos

«La hipótesis populista era incorrecta». La frase es de Juan Carlos Monedero. El politólogo, uno de los fundadores de Podemos, la pronunció en una conferencia en la Universidad Complutense de Madrid apenas dos semanas después de las elecciones generales del 26 de junio de 2016. El partido estaba en shock tras los resultados de los comicios. Junto a sus aliados cosechó el 21,1 % de los votos y se hizo con 71 diputados. Aun así sus líderes calificaron la jornada de «fracaso» y mostraron en público su temor al incierto futuro que se abría ante ellos. «Me acojona pasar de partisanos a ejército regular», confesaba el secretario general del partido, Pablo Iglesias, unos días antes de la charla de Monedero, en la inauguración de ese mismo ciclo de conferencias: El tema de nuestro tiempo: pensar el futuro, dirigido por Luis Alegre, otro de los fundadores de Podemos, en el marco de los Cursos de verano de El Escorial. Allí estuvieron también el por entonces número dos, Íñigo Errejón, y la quinta integrante del conocido como equipo promotor del partido, Carolina Bescansa, entre otros importantes referentes.
Era la primera vez desde la fundación de Podemos que sus cinco promotores se sentaban a analizar en público lo que habían conseguido y los retos que tenían por delante. Juntos, pero no revueltos. Por turnos. Y se puso en evidencia lo que era ya más que una intuición: el núcleo fundador no compartía la estrategia a seguir para conquistar el poder. Coincidían en la misión, pero no en la forma de ejecutarla. El ciclo de conferencias se programó en enero, días después de las elecciones del 20 de diciembre de 2015 y en un contexto mucho más favorable a Podemos. El horizonte político parecía limpio al inicio de 2016. Entonces no parecía real la opción de unas segundas elecciones generales en el plazo de seis meses. Y mucho menos que el partido que llegó para «patear el tablero» y «asaltar los cielos» fuera incapaz de superar al PSOE incluso después de unirse con IU.
24 semanas después del 20D, el ambiente era tenso y sólo se podía vislumbrar levemente la tormenta que se desataría ante la divergencia de los proyectos políticos que defenderían los principales líderes de la formación.
En apenas dos años y medio Podemos había pasado de ser una idea en la cabeza de un pequeño grupo de profesores, alumnos y activistas a poner el sistema político español patas arriba. Se había consolidado como tercera fuerza política de España tras siete procesos electorales repartidos entre europeas, estatales, autonómicas y locales. El 26J, tras someterse a todas las elecciones posibles, Unidos Podemos, En Comú (Catalunya), En Marea (Galicia) y A la valenciana (País Valencià) se quedaron a 1,5 puntos y menos de 400.000 votos del PSOE y duplicaron los apoyos de Ciudadanos, un partido con una década de historia y un apoyo económico y mediático sin precedentes para una organización que fue extraparlamentaria hasta diciembre de 2015.
Podemos había logrado además representación en la mayoría de los parlamentos regionales y en los ayuntamientos más importantes. Algunos de esos gobiernos municipales eran suyos y de sus aliados: Madrid, Barcelona, Valencia, A Coruña, Santiago, Ferrol, Zaragoza y Cádiz, entre otras ciudades. Eran «los ayuntamientos del cambio».
El Universo Podemos se había hecho fuerte en las principales ciudades del país, en la zona norte de España y en el arco mediterráneo, con especial incidencia en las llamadas nacionalidades históricas, donde había tejido importantes alianzas con los actores políticos locales. Su principal granero de votos eran los jóvenes, entre quienes arrasaba con índices superiores al 40 %, según la elección y el momento.
Un logro espectacular en tan corto periodo de tiempo. Sin precedentes. Pero un fracaso reconocido por ellos mismos. Las caras de los líderes de Unidos Podemos en la noche del 26J en la rueda de prensa posterior a la confirmación de los resultados no dejaban lugar a dudas sobre su estado de ánimo. Bajo un gran letrero donde se podía leer «La sonrisa de un país», los jóvenes que apenas dos años antes transitaban entre la academia y el activismo se presentaban ante España como los grandes derrotados de la noche.
Lo conseguido no sólo no colmaba las expectativas generadas, sino que cerraba el trepidante ciclo electoral en el que se había sumido el país a partir de las europeas de mayo de 2014 sin que el partido que irrumpió en dichos comicios hubiera alcanzado el objetivo definido en su asamblea fundacional en Vistalegre en el otoño de ese año: ganar el Gobierno de la Nación: «Sí se puede».
Porque la Hipótesis Podemos trataba de eso. De ganar las elecciones generales del 20 de diciembre, cuyo desenlace se dio en la segunda vuelta del 26 de junio tras el fiasco de la investidura de Pedro Sánchez. El concepto lo resumía uno de sus creadores, el secretario político de Podemos, Íñigo Errejón, en una tribuna en eldiario.es[1]: «La “hipótesis Podemos” leía que en España se abría una ventana de oportunidad para la victoria electoral de una fuerza transversal, popular y ciudadana, que articulase los consensos nuevos que ya comenzaban a fraguarse por fuera de la política institucional, en un divorcio acelerado entre “la gente” y las élites políticas y económicas».
El planteamiento era simple. Pero, como la mayoría de los planteamientos simples, alguien tiene que hacerlos. El 15M había sacado a la luz la oposición real a las políticas de austeridad y a las respuestas a la crisis económica desatada en 2008, puestas en marcha tanto por el Gobierno central como por los autonómicos y municipales. Por el PSOE, por el PP y también por partidos de implantación regional en Catalunya, País Vasco o Canarias. Centenares de miles de personas de todo el Estado, desde Málaga a Barcelona pasando por Madrid, se percataron aquel mayo de 2011 de que no estaban solos en su indignación. Y en las plazas pudieron mirar a los ojos a otras personas que, con ideas, experiencias, tradiciones y soluciones distintas, sufrían los mismos problemas, veían a su alrededor los mismos dramas y habían detectado a los mismos culpables: los partidos tradicionales.
El movimiento (o lo que los medios llamamos «movimiento» ante la ausencia de un mejor nombre) fue absolutamente novedoso en España y dividió la sociedad en dos partes. Pero no a partir de un eje horizontal, izquierda-derecha, sino en un eje vertical: arriba-abajo. Gente contra casta. Ciudadanos frente a élites extractivas. El 99 % vs. el 1 %. O lo que en otros momentos de la historia se ha planteado como la dicotomía pueblo-oligarquías.
El 15M mostró que el eje izquierda-derecha se había convertido en un problema para mucha gente, que no sabía o no quería identificarse con ninguna de esas categorías. Entre la pastilla roja y la azul de Matrix algunos preferían «la tercera pastilla», como había teorizado el pensador postmarxista Slavoj Žižek, uno de los muchos referentes intelectuales de Podemos.
Esa tercera opción, el nuevo eje, clarificaba el campo de juego. La gente contra las élites; la ciudadanía contra los políticos, los banqueros y los grandes empresarios. «No nos representan» fue el lema de un terremoto sociológico que comenzó antes de esa primera acampada en la Puerta del Sol y que se prolongó hasta las Marchas de la Dignidad del 22 de marzo de 2014. Tres años de mareas verdes, blancas y amarillas, rodeas y asaltas al Congreso, jaques al rey, luchas contra los desahucios, manifestaciones de preferentistas estafados, huelgas contra las reformas laborales y un largo etcétera de causas que se dirimían en las calles ante la ausencia de un referente institucional.
El 15M, y en esto han hecho mucho hincapié los principales portavoces de Podemos desde su fundación, no era un movimiento de izquierdas, no estaba organizado por la izquierda (o no por la izquierda clásica) y no supuso un revulsivo para la izquierda. Al menos en un primer momento. A la semana siguiente de la manifestación del 15 de mayo de 2011 el Partido Popular se impuso de forma holgada en las elecciones autonómicas y municipales. En Madrid, epicentro del movimiento, Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón revalidaban sus respectivas mayorías absolutas al frente de los gobiernos autonómico y municipal. Apenas seis meses después Mariano Rajoy arrasaba en unas generales que llevaron al PSOE a su mínimo histórico sin que Izquierda Unida lograra capitalizar la debacle del partido con el que se había disputado buena parte del electorado desde los años 80. IU subió en votos y escaños, algo muy importante para una organización en una situación más que precaria en lo económico, pero su fuerza seguía siendo irrelevante con un Congreso y un Senado dominados por una aplastante mayoría absoluta del PP.
El 15M no fue bien leído por muchos. Los partidos tradicionales, al menos las cúpulas, miraban con recelo, cuando no con desprecio, a esos jóvenes y no tan jóvenes que durante varias semanas decidieron desafiar a las autoridades y las instituciones hasta el punto de ignorar una resolución de la Junta Electoral que declaraba ilegal la concentración en la Puerta del Sol y otras plazas de España en la jornada de reflexión de las autonómicas y municipales del 22 de mayo de ese 2011. Pese a la prohibición, la manifestación se produjo con el beneplácito del Gobierno, en manos del PSOE, que no la impidió. El entonces vicepresidente del Gobierno y ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, optó por permitir que las protestas se prolongaran. En Madrid, la acampada se mantuvo un mes. Poco después del tercer aniversario del 15M, el rey abdicaba y Rubalcaba dimitía de la Secretaría General del PSOE. Era julio de 2014 y Podemos ya había llegado.
Aquel 15M, tres años antes de su fundación, el partido ya estuvo en la Puerta del Sol. Aunque ninguno de ellos imaginaba dónde iban a terminar. La manifestación que dio origen al movimiento fue convocada por diversas organizaciones. Una de ellas era Juventud Sin Futuro. Entre sus portavoces estaban Ramón Espinar, Eduardo Fernández Rubiño, Miguel Ardanuy o Pablo Padilla.
Los cuatro son hoy diputados en la Asamblea de Madrid. Además, Espinar es senador por designación autonómica y portavoz del grupo Unidos Podemos en la Cámara Alta. En noviembre de 2016 ganó, con el apoyo explícito de Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, la Secretaría General de Podemos en la Comunidad de Madrid. Una dura batalla que le enfrentó a algunos de sus antiguos compañeros de militancia, como la portavoz del Ayuntamiento de Madrid, Rita Maestre. O el propio Rubiño, responsable estatal de Redes Sociales del partido y que compartió candidatura con Maestre en la que se bautizó dentro del partido como la Batalla de Madrid. Ardanuy fue el primer secretario de Participación del partido. Rubiño y él entraron en la institución con 23 y 24 años respectivamente.
A la manifestación se unió también Íñigo Errejón, que ese mismo día aterrizó en Barajas de un viaje a Ecuador. Desde 2008, el politólogo colaboraba de forma habitual con la Administración de Rafael Correa en el país latinoamericano[2].
Buena parte de los integrantes de Juventud Sin Futuro lo eran también de la asociación universitaria Contrapoder, fundada en 2005 por Errejón e Iglesias en su época de alumnos. Su primera acción tuvo lugar en la cafetería de su facultad. Al micrófono, el que después sería número dos del partido, aseguraba: «Las cosas sólo se ganan con la acción. Con la desobediencia podemos cambiar los papeles y darle la vuelta a la tortilla»[3].
Contrapoder, entre los estudiantes, y la red de profesores conocida como La Promotora, ambas radicadas en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, han aportado un buen número de cuadros y de ideólogos a Podemos. Entre ellos, los cinco miembros del equipo de fundadores. Fueron los laboratorios teóricos en los que se fraguó Podemos.
En Contrapoder estaban también otras relevantes figuras del partido, como la ya mencionada Rita Maestre; la dirigente estatal y asesora también en el Gobierno de Manuela Carmena Sarah Bienzobas, con un papel muy activo aunque de poca visibilidad en los primeros meses de vida del partido; o la también diputada regional e integrante de la Comisión de Garantías Democráticas estatal en los primeros tres años de vida del partido, Raquel Huerta.
Espinar, Ardanuy, Padilla, Errejón y muchos otros asistentes a aquella manifestación que dio origen al 15M, como el dirigente de Izquierda Anticapitalista Miguel Urbán, fueron entrevistados en uno u otro momento por un desconocido programa de una pequeña y minoritaria televisión comunita...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Título y autor
  4. Dedicatoria
  5. La historia de Podemos, prólogo de Ignacio Escolar
  6. 1. De la hipótesis populista a la hipótesis Podemos
  7. 2. La batalla de Madrid: Los idus de marzo
  8. 3. La batalla de Madrid: piedra, papel o tijera
  9. 4. La larga marcha hacia Unidos Podemos
  10. 5. El partido del círculo
  11. 6. Podemos, la «posverdad» y la máquina de fango
  12. 7. Podemos como núcleo irradiador
  13. 8. Podemos, víctima de Podemos
  14. 9. Vistalegre 2: Podemos y el bloque histórico de cambio
  15. Epílogo. Una conversación con Pablo Iglesias
  16. Mecenas
  17. Contraportada