Bizancio y Venecia
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Bizancio y Venecia

Historia de un Imperio

  1. 278 páginas
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Bizancio y Venecia

Historia de un Imperio

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En este libro se reconstruye el período milenario que en el curso del medioevo ha unido a Venecia con el Imperio bizantino, hasta la caída de Constantinopla en el año 1453.La relación entre Bizancio y Venecia comienza en el siglo vi, dejando un legado que provocó que la ciudad de las lagunas, cuya vocación comercial era fortísima, se proyectase hacia Oriente, afianzándose como una potencia mediterránea, frontera entre oriente y occidente, entre el mundo musulmán y el mundo cristiano.El relato de los hechos que van desde la fundación de Venecia, en un momento de gran presión por la expansión lombarda, a la dependencia con el Imperio bizantino (aun con el crucial privilegio de poder comerciar libremente dentro de sus fronteras), a la hostilidad que conduce a Venecia a participar y financiar en la cruzada por la reconquista de Constantinopla, todo lo que se narra en este libro es un capítulo esencial del mundo mediterráneo y de la Edad Medieval.

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Información

Año
2015
ISBN
9788491140740
Edición
1
Categoría
History
Categoría
Ancient History

Capítulo II

De la alianza al enfrentamiento

1. UNA RELACIÓN DURADERA

Hacia mediados del siglo IX el ducado veneciano se encontraba en una situación privilegiada: autónomo, de hecho, por la ausencia de cualquier control militar directo por parte bizantina, pero sujeto formalmente al imperio y gozando de las ventajas que acarreaba esta condición. Al incluirlo dentro del área de influencia de Constantinopla, el tratado de Aquisgrán lo situaba al resguardo de cualquier pretensión occidental, y al mismo tiempo el vínculo con Bizancio se revelaba como algo rentable, dada la coincidencia sustancial en sus respectivos intereses estratégicos. Por parte veneciana era esencial mantener libres las rutas adriáticas, acosadas en el siglo IX sobre todo por los piratas eslavos y sarracenos y, por parte bizantina, el peligro que representaba la expansión árabe hacía que los esfuerzos militares convergieran en la misma dirección. La flota de guerra veneciana había hecho su aparición en el asedio de Rávena y, aunque luchó junto a las naves bizantinas, debió de tratarse de una fuerza por sí misma considerable, capaz de vencer las defensas de una ciudad tradicionalmente considerada entre las más difíciles de expugnar. Ya desde la segunda mitad del siglo VIII, los barcos mercantes procedentes de las lagunas alcanzaban los principales puertos mediterráneos, con una intensidad muy superior a la de los primeros tiempos. Aunque son escasas, las fuentes nos hablan de cómo los venecianos comerciaban con Istria y Dalmacia, amarrando regularmente en Rávena y surcando el Adriático; otras rutas tenían como destino el imperio bizantino, los musulmanes del África septentrional, además de España, y las ciudades de la costa del Tirreno y Roma. La crisis de la presencia bizantina en las costas dálmatas había llevado al nacimiento de un peligro constante para el libre tránsito, dada la presencia de piratas eslavos, en particular de los narentanos, asentados en la desembocadura del Narenta y en las islas vecinas, y de los croatas, más al norte. A este problema se le había sumado el avance fulminante de los árabes en Occidente: después de la toma de Creta, en 826, fuerzas musulmanas provenientes de Túnez desembarcaron al año siguiente en Sicilia iniciando la conquista de la isla, la cual, con fases alternas, acabaría por concluir en 902 con la derrota definitiva de Bizancio. El salto de Sicilia hacia las regiones peninsulares tardó poco en producirse, y en 838 Brindisi sufrió un terrible saqueo; algo más tarde, Tarento y Brindisi cayeron en poder de los invasores, que se establecieron allí fundando en 847 un emirato en Bari. Por tanto, los intereses militares bizantinos y venecianos acabaron por ser necesariamente coincidentes y, frente al peligro de una posible caída de Siracusa, en 827 el emperador Miguel II pidió ayuda al duque Justiniano Partecipazio, quien envió algunos navíos de guerra. Las fuerzas véneto-bizantinas operaron conjuntamente sin obtener un éxito definitivo, al igual que sucedió después con otro envío de una nueva flota poco tiempo más tarde. No obstante, se consiguió el objetivo inmediato de impedir la capitulación de la ciudad, obligando a los invasores a retirarse hacia el interior. Cuando al cabo del tiempoTarento acabó en manos islámicas, el nuevo emperador, Teófilo, preocupado por el peligro que ello podía suponer para sus dominios en elAdriático, buscó aliados en varias direcciones enviando, en concreto, al patricio Teodosio a Venecia en 840 con la intención de establecer los términos de una colaboración militar en tal sentido. La estancia deTeodosio en las lagunas duró todo un año, y el gobierno veneciano aceptó de buen grado unirse a la empresa. Pero las sesenta naves enviadas en ayuda de los bizantinos, que se enfrentaron directamente con los árabes en 841, fueron destruidas casi por completo en aguas de Tarento. La victoria ofreció a los musulmanes la ocasión para dirigir una valiente acción de piratería: sus naves avanzaron por el Adriático sometiendo violentamente la costa dálmata, saqueando Ancona y llegando a Adria y las bocas del Po. A su vuelta, haciendo leña del árbol caído, sorprendieron a una flota veneciana que regresaba de Sicilia, o quizá de otros puertos, y capturaron todas las naves. Al año siguiente, los árabes volvieron a la carga llegando hasta el golfo del Quarnaro, donde los venecianos les plantaron nuevamente cara en las proximidades de la isla de Sansego, aunque fueron de nuevo derrotados y empujados a la fuga. Mientras tanto los duques venecianos mantenían, con fases alternativas, su particular guerra con los eslavos: Juan Partecipazio (829-836) había firmado un frágil tratado de paz con los narentanos, violado poco tiempo después con el asesinato de unos mercaderes venecianos que regresaban de Benevento. En 839, el duque PedroTradonico tomó la iniciativa partiendo con una flota con el propósito de atacar a los croatas, aunque no obtuvo ningún resultado salvo la firma de un tratado de paz con su príncipe Mislav; un poco más tarde intentó lo mismo, ahora en territorio narentano, volviendo poco después a casa. Estos acuerdos duraban el tiempo que podían y, evidentemente, obedecían a la imposibilidad de aniquilar al enemigo; prueba de ello es que un posterior ataque al eslavo Diutino acabó en una derrota con la pérdida de al menos cien hombres y un bochornoso regreso a Venecia. El debilitamiento de las flotas de la laguna a consecuencia de las derrotas a cargo de los árabes acabó por invertir las fuerzas, y hacia el año 846 los eslavos pasaron a la ofensiva atacando el ducado y apoderándose de Caorle. En esta situación el gobierno ducal no pudo sino adoptar una política puramente defensiva y, con el fin de proteger mejor las lagunas, se construyeron dos chelandria, grandes navíos de guerra «que jamás habían sido vistos en laVenecia» y de los que sabemos que eran a dos órdenes de remos, que estaban armados con fuego griego y que contaban con una dotación de ciento cincuenta hombres cada uno.
El ataque sobre dos frentes ponía en serio peligro la supervivencia misma del ducado, y el hecho de que los enemigos pudieran aventurarse hasta sus mismas puertas era una demostración evidente de ello. No obstante, en la segunda mitad del siglo la escena internacional sufrió una imprevista modificación que supuso una ventaja para Venecia. Después de unos primeros síntomas de reactivación bajo el gobierno de Miguel III, en el poder de 842 a 867, el imperio de Bizancio se preparó para una decidida reafirmación de su poder con su sucesor Basilio I; éste envió en 867 una flota en socorro de Ragusa (Dubrovnik), asediada por los árabes, consiguiendo en poco tiempo reconstruir el dominio imperial en la región, donde se constituyó una circunscripción dálmata. La pérdida sucesiva de Sicilia, confirmada en 878 con la caída de Siracusa, se vio posteriormente compensada por la recuperación de las regiones de la Italia meridional. En estas tierras bizantinos y francos habían cooperado durante cierto tiempo con poco éxito para intentar contener la expansión islámica y, ante el fracaso de la alianza, Basilio I decidió tomar la iniciativa. En el año 876 Bari pasó a dominio del imperio y en el plazo de una década la contraofensiva bizantina consiguió reconquistar gran parte de la Italia meridional. Estos éxitos conllevaron grandes beneficios también paraVenecia y, aunque las amenazas externas no desaparecieron por completo, pudo gozar de una mayor estabilidad en las relaciones internacionales. Los venecianos cumplieron con su deber en ayuda de los propósitos de reafirmación bizantina, si bien con resultados distintos. Después de haber obligado al croata Domagoj a solicitar la paz para con ello evitar un enfrentamiento con su flota, en 867 el dogo Orso I se vengó del desastre infringido veinticinco años atrás derrotando a los árabes en Tarento. En 872 los musulmanes provenientes de Creta saquearon la isla de Brazza y una nave de reconocimiento enviada porVenecia fue capturada en Istria por los eslavos, quienes asesinaron a todos sus tripulantes. Un nuevo gran ataque árabe asedió Grado en el año 875, pero la resistencia de sus habitantes y la llegada de una escuadra al mando del hijo del dogo les hizo replegarse para acabar saqueando Comacchio. Pero ésta fue la última incursión en la laguna, hecho que marcó el comienzo de una larga paz destinada a mantenerse hasta comienzos del siglo XI, y en este contexto se hicieron sentir especialmente las consecuencias de la reafirmación bizantina. Más inestable fue quizá la relación con los eslavos: Orso I, hacia 864, reanudó las hostilidades con una exitosa incursión contra los croatas, quienes se vieron obligados a suscribir uno de los tan numerosos como frágiles tratados de paz con el ducado; pero algunos años más tarde (quizá en 875) los eslavos asolaron Istria, saqueando cuatro ciudades y obligando al mismo dogo a intervenir temiendo un ataque a Grado. En esta ocasión su campaña se saldó con éxito: los invasores fueron derrotados en «una masacre tal que ninguno de ellos pudo huir» y se recuperó el botín que fue restituido a las iglesias que habían sido expoliadas. Orso I volvió triunfante a Venecia y, poco tiempo más tarde, pudo consolidar esta victoria con otra paz con los eslavos y una expedición contra los narentanos.
No tenemos elementos de juicio que nos permitan saber con certeza si Venecia y Bizancio planearon conjuntamente estas intervenciones militares, aunque resulta bastante probable que fuera así, al menos en parte. La documentación de la que disponemos sobre las relaciones véneto-bizantinas se detiene en la derrota deTarento, y sólo se tienen noticias de una delegación de alto nivel de camino hacia Constantinopla a finales de 876, hecho que a primera vista nos haría pensar en una interrupción de las relaciones y su correspondiente reanudación después de más de treinta años. En cualquier caso, Orso I mantuvo estrechos vínculos de amistad con la capital del Bósforo, confirmados por los obsequios recíprocos y la concesión de un título nobiliario por parte del soberano. Hay testimonios de relaciones diplomáticas posteriores realizadas con cierta regularidad en tiempos de los dogos PedroTribuno (888-911), Orso II Partecipazio (912-932) y Pedro II Candiano (932-939), aunque se interrumpen después bruscamente durante cuarenta años. Seguramente el motivo de la interrupción no fue casual y tuvo que ver con los cambios en los intereses venecianos respecto a tierra firme y el mundo occidental iniciados por Pedro III Candiano (942-960) y acentuados por su hijo y sucesor Pedro IV, que se alió con el emperador germánico Otón I. Tradicionalmente, Venecia había mantenido buenas relaciones con el imperio occidental, pero con la mirada siempre puesta en Bizancio como referente privilegiado; sin embargo, en este caso el vínculo parecía aflojarse y, posiblemente con el fin de no proporcionar pretextos para una eventual reacción, en el año 910 Pedro IV había desempolvado un viejo decreto de ochenta años de antigüedad concerniente a la prohibición del comercio de esclavos, adaptándolo a las exigencias bizantinas y prohibiendo al mismo tiempo el transporte a Constantinopla de envíos procedentes de Italia, Sajonia y Baviera, cuyo tono ofensivo había irritado al imperio y provocado el descrédito deVenecia. El enfado bizantino no tardó en manifestarse y en 971 el gobierno imperial protestó por el suministro de material bélico a los árabes y por otras presuntas actitudes de complicidad con los enemigos del imperio. Los enviados de Juan I Zimisce llegaron aVenecia, donde «con terribles amenazas» expusieron sus quejas acerca de la existencia de un comercio ya prohibido por sus antecesores. Juan Zimisce se estaba preparando para atacar la Palestina islámica; no tenía, por tanto, ninguna intención de tolerar obstáculos por parte veneciana y, sin ambigüedades, amenazó con incendiar cualquier nave que fuera sorprendida transportando armas o madera para la construcción de barcos en puertos árabes. El imperio era una potencia merecedora del mayor de los respetos, por lo que Pedro IV Candiano no pudo hacer otra cosa que obedecer a su deseo, promulgando un decreto que prohibía el transporte de cualquier material potencialmente utilizable por los árabes con fines bélicos.
La carrera política de Pedro IV Candiamo se vio interrumpida por una insurrección popular que provocó su sangrienta caída en 976, y poco tiempo después el nuevo dogo Tribuno Memmo retomó los tradicionales contactos con el imperio enviando a su hijo a Constantinopla. La elección de Pedro II Orseolo (991-1008) trajo consigo un giro decisivo: con la clara determinación a hacer crecer la importancia de su ciudad, que se iba constituyendo progresivamente en una auténtica potencia, el nuevo dogo inauguró una política exterior de amplio alcance y el objetivo privilegiado fue una vez más el imperio de Constantinopla. «En el comienzo de su gobierno –escribe Juan Diácono– enviando embajadas se convirtió en un firme amigo pacífico y devoto de los emperadores de Constantinopla y de todos los príncipes sarracenos», añadiendo después que entabló una gran relación de amistad con el emperador Otón III. En efecto: en 992, o quizá un poco antes, un embajador veneciano llegó a Constantinopla para plantear al emperador Basilio II y a su hermano ConstantinoVIII, con quien compartía el trono, una cuestión de especial importancia para su dogo. El enviado de Orseolo refirió cómo las naves mercantes que llegaban o partían de la capital eran obligadas a pagar aranceles considerados exorbitantes, y hace poco multiplicados hasta casi por siete; además, los funcionarios aduaneros imponían gravosos controles, con los consiguientes abusos e inevitables pérdidas de tiempo. Los soberanos escucharon las quejas y, considerando el hecho de que los venecianos eran buenos cristianos y desde hacía tiempo aliados del imperio, ordenaron una considerable reducción del importe de las tasas, que volvieron a la cantidad que se pagaba antes del aumento (dos sólidos a la entrada de la aduana deAbido y dos a la salida), y al mismo tiempo restablecieron la jurisdicción única del logotete del dromo, alto funcionario que antiguamente se ocupaba del control de las naves mercantes venecianas. No podrían detenerlas más de tres días, sólo si hubiera una razón probada de hacerlo o si por parte veneciana hubiera alguna necesidad de justificar cualquier acusación o denuncia. A cambio, los mercaderes no debían transportar en sus naves ninguna de las mercancías prohibidas y, ya en un ámbito más general, Venecia estaría obligada a poner sus propias naves a disposición del imperio en caso de que Basilio II quisiera enviar tropas a la Italia meridional. El acuerdo fue sancionado en marzo de 992 con la promulgación de una crisobolla, edicto imperial con sello de oro con el que se solían firmar sólo las concesiones de privilegios o los acuerdos con los estados occidentales. A pesar de la modalidad diplomática adoptada, una concesión por parte del soberano, estamos ante un acto bilateral, que representa el primero de los numerosos tratados véneto-bizantinos que a partir de entonces continuarían estableciéndose durante siglos.
Este trato de favor, en virtud de las antiguas relaciones de alianza y forzado ahora por necesidades contingentes, supuso un logro muy significativo para el comercio veneciano y, al mismo tiempo, el primero de los notables éxitos de la política oriental de Pedro II Orseolo. El segundo fue la intervención en Dalmacia, que consiguió provocar un giro en las relaciones con los eslavos. Después de la victoria de Orso I, el dogo Pedro I Candiano había retomado las grandes operaciones militares con el fin de golpear definitivamente a sus enemigos tradicionales. Apenas fue elegido, en 887, había enviado una flota contra los narentanos, y cuando ésta volvió sin resultados decidió ponerse en persona al mando de las operaciones, partiendo en agosto deVenecia con doce navíos de guerra. Al llegar a cierta localidad dálmata (probablemente Macarsca) hizo huir a sus enemigos hundiendo cinco de sus naves; pero finalmente cayó muerto a manos de los eslavos junto a siete miembros de su séquito, y la flota, ya sin capitán, tomó el camino de vuelta. El dogo Pedro I, «un hombre valiente y audaz», había dirigido el gobierno durante sólo cinco meses y, si bien su actividad militar ha de considerarse de poca importancia, reducible en la práctica a una mera emboscada, su muerte en batalla supuso un grave golpe que empujó al gobierno de la ciudad a adoptar una actitud más prudente respecto a la del pasado. Por ello, y durante muchos años, no tuvieron lugar otras incursiones y cuando, en 912, el hijo del dogo Orso Partecipazio fue capturado por los eslavos mientras volvía de Constantinopla en misión diplomática, su padre prefirió rescatarlo en vez de intentar una acción de fuerza. En este caso, el acto de piratería cabía enmarcarlo en un escenario de alianzas internacionales, si se tiene en cuenta que había sido obra de Miguel, príncipe de Hum (Herzegovina), y que éste, en vez de quedarse con el prisionero, se lo había enviado al zar búlgaro Samuel, quien en aquel momento se encontraba en guerra con Bizancio y del que Miguel era aliado. En cualquier caso, los venecianos debieron poner al mal tiempo buena cara y fue sólo treinta y seis años después cuando se sintieron en condiciones de retomar la iniciativa: en 948 Pedro Candiano envió treinta y tres naves contra los narentanos. Pero los resultados fueron una vez más decepcionantes y, al año siguiente, se dio por concluida casi con sordina una segunda expedición con la firma de un pacto. Los acuerdos del siglo X no valían sin duda más que los del siglo precedente y Pedro II Orseolo era, por supuesto, consciente de ello. Siguiendo su nuevo estilo de hacer política, orientado a afirmar sin ambages el poderío del ducado, empezó, como primera medida, por interrumpir el tributo que pagaba regularmente a los croatas (quizá a partir de 878-879) para garantizarse la libre navegación; después, frente a la reacción de éstos, que viéndose privados de un considerable ingreso ejercían represalias sobre los venecianos de paso, envió seis naves al mando de Badoer Bragadin. Éste llegó a Chissa apoderándose de la ciudad, de la cual llevó aVenecia un buen número de prisioneros de ambos sexos. Esta acción –apunta Juan Diácono– tuvo como consecuencia lógica la exacerbación del odio entre vénetos y eslavos, con una acuciante petición por parte de estos últimos de reinstaurar el tributo. Pero Orseolo se sentía seguro de sí mismo y respondió despectivamente que no lo enviaría con embajadores, sino que se dirigiría allí para llevarlo en persona. Y, en efecto, cumplió su palabra lanzando no más de cuatro años después una campaña de proporciones jamás vistas contra tierra eslava. Hay cierta incertidumbre entre los historiadores sobre si trató de un gran primer acto de colonialismo veneciano, dirigido a poner de manifiesto la nueva fortaleza del ducado en tierras que, al menos en teoría, pertenecían a Bizancio o, más bien, si la operación fue llevada a cabo en complicidad con el imperio mismo. La segunda es quizá la hipótesis más verosímil, si se tienen en cuenta las particulares relaciones de alianza existentes entonces; y es que por parte veneciana habría sido insensato poner en peligro las relaciones con una iniciativa unilateral: probablemente puede entenderse la operación en el contexto de una estrategia dirigida a hacer daño al joven reino croata, aliado de los búlgaros, y por aquel entonces en conflicto con Basilio II, y al mismo tiempo a allanar el camino de la resolución, por parte deVenecia, del secular problema del control de las costas dálmatas.
También en el contexto de un acuerdo con Bizancio cabe suponer un pacto preliminar en la misión realizada en Constantinopla por el hijo del dogo, Juan, inmediatamente después de la toma de Chissa. Como era habitual en el caso de los amigos del imperio, el joven Orseolo recibió un tratamiento de gran respeto, dirigido a subrayar su importancia a los ojos de Bizancio, al tiempo que obtuvo regalos y «honores prestigiosos» no del todo bien especificados por nuestras fuentes. El acontecimiento debió de suceder en 997, y tres años más tarde la proyectada expedición se puso en marcha, después de que una embajada de las ciudades dálmatas llegara aVenecia para solicitar ayuda contra las vejaciones infringidas por croatas y narentanos. Estas ciudades dependían nominalmente de Bizancio, aunque de hecho gozaban de una relativa autonomía y entre ellas sólo Zara obedecía al ducado veneciano, quizá cedida por el gobierno imperial para facilitar las operaciones de defensa de la región. El dogo Orseolo no se hizo rogar y el día de la Ascensión del año 1000, tras una ceremonia solemne oficiada por el obispo de Olivolo, una flota a sus órdenes levó anclas acompañada por el estandarte de la victoria. La expedición acabó en un éxito completo: el dogo obtuvo el juramento de fidelidad de los notables de las ciudades costeras, al mismo tiempo que la aniquilación por la fuerza de los refugios de piratas. Después de su campaña dálmata el dogo veneciano asumió el título de «dux Veneticorum et Dalmaticorum», que llevarían también sus sucesores, sancionando de tal modo el gran éxito obtenido. Aunque no se ejerció de un dominio directo sobre la región, el alcance de la empresa fue enorme, resolviendo de hecho el secular conflicto con los eslavos y haciendo que el poderío veneciano se hiciera presente más allá del ámbito puramente local. Las consecuencias positivas se extendieron al mismo tiempo al imperio, que a través de la ciudad aliada reafirmó de modo indirecto sus propios derechos sobre la región y debilitó al reino adversario de Croacia, permaneciendo una vez más en sintonía con su tradicional aliada. Pocos años más tarde, entre 1002 y 1003, se presentó la tercera gran ocasión para consolidar la relación de cooperación entre Bizancio y Orseolo, cuando los embajadores imperiales llegaron a Venecia con una petición de ayuda para liber...

Índice

  1. Prefacio
  2. Capítulo I. LaVenecia bizantina
  3. Capítulo II. De la alianza al enfrentamiento
  4. Capítulo III. La Cuarta Cruzada y el Imperio Latino
  5. Capítulo IV. Venecia y la decadencia de Bizancio
  6. Cronología
  7. Bibliografía