¿Cómo pensar la desigualdad desde los derechos humanos?
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¿Cómo pensar la desigualdad desde los derechos humanos?

Nuevos abordajes para las injusticias sociales y económicas del siglo XXI

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¿Cómo pensar la desigualdad desde los derechos humanos?

Nuevos abordajes para las injusticias sociales y económicas del siglo XXI

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Una constatación evidente recorre hoy las experiencias políticas de países diversos: las herramientas democráticas y los instrumentos de derechos humanos –que han provocado avances innegables en la vida de millones de personas– resultan en gran medida insuficientes para evitar las formas extremas de marginación. En otras palabras, si bien los derechos humanos fueron fundamentales para visibilizar inequidades basadas en factores como el género y la identidad étnico-racial, está claro que coexisten con la permanencia de desigualdades socioeconómicas, y con el ascenso de populismos autoritarios que jaquean a las narrativas de derechos humanos en todo el mundo.Entre quienes señalan la incapacidad del activismo de los derechos humanos para conjurar la injusticia social, y quienes postulan la necesidad de separarlo del activismo de los demás derechos, este libro propone una postura intermedia: señala el trabajo de activistas, académicos y tribunales de países diversos que, con sus ideas y sus prácticas, muestran el potencial de los derechos humanos para resolver otras injusticias radicales y han contribuido a movimientos sociales más amplios contra la desigualdad y el mercado desregulado.Los autores y autoras de este libro son activistas-investigadores de organizaciones de derechos humanos de países muy disímiles y narran sus experiencias desde un ángulo geográfico y personal –el Sur Global, el relato "anfibio" entre la academia y el campo– que sitúa y enriquece sus miradas. Temas como los dilemas de la nacionalidad de los hijos de migrantes, la violencia contra las mujeres en el ámbito rural, la migración de indígenas a las ciudades, el estatus ciudadano de los refugiados, la empatía como ingrediente fundamental de las políticas públicas, el impacto social de las reformas radicales de mercado y la presencia del narcotráfico se abordan en estas páginas como contribuciones a la construcción de un movimiento de derechos humanos más eficaz, horizontal y creativo.

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Información

1. La discriminación racial contra los dominicanos de ascendencia haitiana
Del Batey al activismo
Ana María Belique Delba
Como investigadora y defensora de derechos humanos, tengo una conexión muy estrecha con la situación de los dominicanos de ascendencia haitiana en la República Dominicana. No solo como defensora y activista, por mi trabajo, sino también como afectada directa. De pequeña soñé con convertirme en una luchadora social o con participar en causas justas y relevantes de mi comunidad, pero jamás imaginé que me tocaría tan de cerca y de manera tan real como la situación que viví en carne propia por mi origen haitiano. Por esta razón, en el trascurso de este escrito encontrarán que hablo en primera persona o sencillamente me incluyo en el colectivo de dominicanos/as de ascendencia haitiana que lucha por cambiar esta realidad.
Al igual que las personas que han sido afectadas por los eventos que voy a describir, mis padres son inmigrantes haitianos. Mi madre llegó a la República Dominicana a fines de los sesenta, y mi padre, de los setenta. Se conocieron en los bateyes agrícolas del este del país. Como hija de inmigrantes haitianos, nací en un batey;[1] allí realicé mi primaria hasta el cuarto año, que era hasta donde había clases. El día a día en el batey no es fácil, pero no entendí las vicisitudes de la vida sino de grande; crecí en una suerte de burbuja, protegida siempre por los míos, pues allí la mayoría de los pobladores eran haitianos o descendientes de haitianos, a pesar de que había una diferencia marcada entre los novatos,[2] los veteranos y los dominicanos.
Mi entorno siempre me contuvo, y por eso no era tan consciente de la discriminación por cuestiones de origen, aunque sí recibía matoneo de parte de mis compañeros de escuela: recuerdo cómo me atacaban por mi cabello crespo y la forma en que mi madre me peinaba. Aun así, la palabra “discriminación” no era todavía parte de mi vocabulario. Nunca se nos había hablado de eso ni de sus manifestaciones; si me preguntaran si alguna vez, hasta mis 17 años, sufrí discriminación, sería imposible para mí describirla.
La primera vez que realmente me sentí discriminada ya tenía plena conciencia de lo que significaba. Tenía 24, y con uno de mis hermanos (Isidro) fuimos a la Oficialía del Estado Civil a solicitar un acta de nacimiento para inscribirme en la universidad, pero me fue negada. La forma en que me habló la oficial que me atendió me hizo experimentar el trago amargo de sentirse diferente. A pesar de mi insistencia, no conseguí el extracto de mi acta de nacimiento, pues alegaban que había que investigar cuál era el estatus migratorio de mis padres cuando nací.
Me invadían el llanto y la impotencia por no saber qué hacer. Además, intuía que esa investigación no terminaría jamás, pues Isidro llevaba dos años en ese proceso y seguía sin respuesta positiva. Él necesitaba su cédula de identidad, ya era mayor de edad y aún no la tenía, mientras que yo sí la había conseguido, pero precisaba un extracto de mi acta de nacimiento para presentar en la universidad. De regreso a casa, en plena indignación, me dije que eso no se quedaría así; no sabía qué haría, simplemente sentía que no podía quedarme de brazos cruzados esperando una respuesta que tardaría en llegar.
Así fue que, al año siguiente, a través de la iniciativa del Servicio Jesuita a Refugiados y Migrantes, se diseñó una campaña para visibilizar la realidad de los dominicanos de ascendencia haitiana a quienes se les estaba negando el acceso a su documentación a través de una disposición administrativa de la Junta Central Electoral (JCE). Isidro y yo participamos de manera activa en esa campaña y así, junto con un colectivo más amplio de dominicanos de ascendencia haitiana, se formó el movimiento Reconoci.do.[3] Soy una de las lideresas del movimiento, que es una agrupación de jóvenes dominicanos de ascendencia haitiana que luchamos por la restitución de nuestros documentos de identidad y nuestra nacionalidad, y que trabajamos contra la discriminación racial conscientes de que es el principal problema que nos aqueja por ser descendientes de haitianos, negros, bateyeros y pobres.
La relación dominico-haitiana
La República Dominicana y Haití son dos países en una misma isla. Después de la revolución haitiana, Haití ocupó toda la isla de Santo Domingo durante veintidós años, de 1822 a 1844. Desde ese momento se estableció un enfrentamiento entre los habitantes de la parte este y oeste de la isla: ambos lugares se han visto como un opuesto del otro. Haití aloja, según esta configuración, a negros africanos, mientras la República Dominicana se reivindica como hispana y niega sus raíces africanas.
Fue de Haití que la República Dominicana tomó su independencia y no de España, como la mayoría de los pueblos latinoamericanos (Franco, 2014). Así, se ha arraigado un fuerte sentimiento de antihaitianismo, respaldado por la clase dominante e intelectual dominicana de la época. Para autores como Pedro L. San Miguel,
el antihaitianismo como discurso ha hecho que lo dominicano pase a definirse frente a lo haitiano, una dicotomía presente casi en todos los niveles de la sociedad dominicana. La ideología en torno a lo nacional dominicano ha gravitado marcadamente en torno a una “otredad” en lo haitiano (San Miguel, 1997: 65-67).
Por su parte, Frank Moya Pons señaló una distinción entre el antihaitianismo político y el de Estado, que ilustra el arraigado sentimiento en la cultura dominicana de diferenciación entre las políticas y los discursos estatales, que han capitalizado ese sentimiento e ideas para justificarse, legitimarse y fundamentar su poder (Moya Pons, 1986).
Una diferencia marcada es cómo el dominicano ve al haitiano como un pueblo de negros esclavos venidos de África, practicantes del vudú y hablantes de creole; mientras que se ve a sí mismo como hispano, blanco, mestizo, católico y que habla español, lo que sitúa la ascendencia española por encima de la africana. Por su parte, el haitiano sabe que es negro y no pretende ser otra cosa, y mucho menos español.
Fue durante la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo (1930-1960) que el antihaitianismo alcanzó su máxima expresión como ideología y como política en la República Dominicana. Hubo una masacre en 1937 en la que fueron asesinados entre cinco mil y veinte mil haitianos (y entre ellos, algunos dominicanos negros) de la línea fronteriza. Esto fue el fruto del miedo infundado en la población sobre la supuesta “invasión pacífica” de los haitianos a la República Dominicana, y el deseo del dictador por blanquear la raza.
Emilio Rodrigo Demorizzi (1955, 1957), Manuel Arturo Peña Batlle (cit. en Henríquez Gratereaux, 1996) y Joaquín Balaguer (1990) fueron algunos de los intelectuales que desempeñaron un papel fundamental en la construcción de la ideología antihaitiana. De hecho, Balaguer fue el encargado en 1937 de redactar los discursos y conducir la negociación después de la masacre.
Esa visión ideológica y política del haitiano como el enemigo, el negro o el pobre que lleva su miseria a la República Dominicana se mantiene hoy en un minúsculo grupo que ha logrado establecerse en los sectores de poder desde la época de la dictadura de Trujillo. Su única bandera ha sido infundir el miedo a la población dominicana, a través del mito del interés de Haití en la unión de la isla bajo una misma bandera, o de la supuesta conspiración de las grandes potencias para que el país asuma los problemas de Haití y se fusionen ambos Estados.
A pesar del racismo que se ha querido infundir en la sociedad dominicana, también se ha creado una doble moral con respecto al haitiano. Los haitianos que muchos dominicanos no quieren ver por las calles, ni en los hospitales, o a quienes se les niegan sus derechos son los mismos que, durante décadas, han aportado su trabajo a la economía nacional, al punto de que prácticamente en todos los sectores de la economía es evidente la presencia de mano de obra haitiana (Cefasa y Cefinosa, 2012). Casi todos los sectores de la economía nacional se han beneficiado de esa mano de obra barata e indocumentada (CDN, 2017) y en múltiples ocasiones son los propios representantes del gobierno quienes, para abaratar costos, promueven el trabajo ilegal. De hecho, el actual presidente del Tribunal Constitucional dominicano, Milton Ray Guevara, antes de convertirse en precursor de la desnacionalización en masa fue representante del Estado dominicano para la contratación de mano de obra haitiana (Vásquez Frías, 2013)[4] para los ingenios azucareros dominicanos en 1978, durante el gobierno de Antonio Guzmán.
En otras palabras, se puede decir que la economía dominicana no se sustenta sin la contribución de los brazos haitianos. Esa misma gente, que en la República Dominicana es inmigrante ilegal, es la que los diferentes gobiernos han utilizado como mano de obra (Peña, 2013; Yangüela, 2001), a la vez que fomentan una doble moral frente a ella.
Por su posición de frontera y su diferente desarrollo económico en relación con Haití, la República Dominicana ha sido el destino principal de la migración haitiana. Esta ha sido una migración que, además de voluntaria, se puede considerar como inducida desde ambos lados de la frontera. Esto se aprecia desde la ocupación estadounidense de principios del siglo XX, cuando se promovió la migración de trabajadores temporales para el corte de caña en tierras dominicanas. Los haitianos que llegaron al país durante esos años para trabajar en el sector agrícola azucarero eran recluidos en asentamientos (los bateyes), que se ubicaban alrededor de los cañaverales (Moya Pons, 1986). Allí se crearon pequeñas comunidades de migrantes.
La contratación de mano de obra haitiana produjo grandes beneficios no solo para el sector cañero dominicano, sino también para el gobierno haitiano, ya que por cada migrante que se contrataba, el gobierno recibía un pago. Es decir, ambos Estados se beneficiaron con el acuerdo; en otras palabras, Haití vendió la fuerza laboral de su pueblo. Muchas veces he escuchado en las manifestaciones de la Unión de Trabajadores Cañeros palabras tan duras como “Haití nos vendió como esclavos para la industria de la República Dominicana”.
Discriminación racial y nacionalidad
Hay quienes, en la República Dominicana, no identifican los malos gestos, las palabras despectivas o los insultos proferidos hacia las personas negras que “parecen ser” haitianas como actos de discriminación. A veces, quienes actúan de esta manera no son conscientes de que sus palabras, gestos o actitudes son discriminatorias, y se justifican como si se tratara de algo normal, como si fueran actos de “cariño” o incluso gestos “de confianza”. Por ejemplo, en el lenguaje popular dominicano, moreno, haitiano, o pití suelen emplearse de manera despectiva para referirse a una persona de tez oscura, de nacionalidad o ascendencia haitiana. Ser haitiano en la República Dominicana es, en ocasiones, una ofensa o un insulto, pues se percibe que todo lo malo proviene de Haití, como si ser blanco garantizara bondad y ser negro, lo opuesto.
Es necesario mencionar la discriminación racial contra los dominicanos y dominicanas de ascendencia haitiana y su estrecha relación con la adquisición de la nacionalidad dominicana, pues este ha sido un problema serio al que se enfrenta esta población. En su informe de 2015 sobre la situación de los derechos humanos en la República Dominicana, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) habla de discriminación estructural e intersectorial contra los dominicanos de ascendencia haitiana en particular, y la población afrodescendiente en general (CIDH, 2015).
Como parte de la hostilidad contra el haitiano en territorio dominicano, los grupos que han sostenido políticas sobre la base del discurso racista, del miedo y del odio hacia Haití han configurado estrategias políticas para restringir derechos no solo a los haitianos, sino también a sus descendientes. En los últimos diez años se implementaron mecanismos restrictivos a la adquisición de la nacionalidad para los descendientes de inmigrantes haitianos, como por ejemplo una serie de procesos administrativos y jurídicos que los afectan severamente.
Asimismo, se adoptaron decisiones y políticas que desencadenaron el proceso que hemos denominado la desnacionalización de los dominicanos de ascendencia haitiana, que tuvo su máxima expresión en la Sentencia 168-113 del Tribunal Constitucional dominicano. En esta sentencia se estableció que no tienen la nacionalidad dominicana los hijos e hijas de inmigrantes nacidos en el territorio en condición de irregularidad[5] desde 1929 hasta 2007. Esta decisión fue el paso final de la legitimación a todas esas medidas que, de manera arbitraria, se utilizaron para discriminar y desnacionalizar a una población que representa el 2,7% del total del país. Al parecer, a través del Registro Civil han encontrado la mejor herramienta para limitar el derecho de los hijos de los migrantes y la imposibilidad de que ellos adquieran derechos en territorio dominicano.
Medidas restrictivas de la nacionalidad a nivel administrativo
Durante varias décadas se hicieron intentos por promover leyes o medidas restrictivas para los migrantes y sus descendientes, para lograr que los hijos e hijas de migrantes haitianos no pudieran acceder a la nacionalidad. En aquel momento, esas medidas no se materializaron. La figura 1.1 muestra una comunicación al jefe de las Fuerzas Armadas en la que se le sugiere dotar de cédula con la categoría de extranjero en tránsito a las personas contratadas para fines de trabajo temporal.
Figura 1.1. Carta del secretario de Estado de las Fuerzas Armadas
Descripción: C:\Users\Ana Belique\Documents\DEJUSTICIA\Taller\Carta1.png
Fuente: Fondo Presidencia Palacio Nacional. Sujeto: Bracero Haitianos. Caja 14.453, 1958-1978. Archivo General de la Nación, Santo Domingo.
Por su parte, la figura 1.2 es una carta de 1969, dirigida al entonces presidente Joaquín Balaguer, donde se alerta del peligro que corre la nación si no se controla la gran cantidad de haitianos en el territorio dominicano. Y, según se lee en esta comunicación, que la situación era aún más grave porque estos estaban procreando con dominicanas, cuyos hijos e hijas serían por derecho nacionales dominicanos, “aumentando así la invasión”. Desde entonces, se ve a los hijos de inmigrantes haitianos como parte de una invasión pacífica a la República Dominicana.
Figura 1.2. Extracto de carta de Manuel de Jesús Estrada Medina, subsecretario de Estado y encargado de la Dirección General de Migración. Mayo de 1969
Descripción: C:\Users\Ana Belique\Documents\DEJUSTICIA\Taller\Carta2.png
Fuente: Archivo General de la Nación-Santo Domingo, R.D.
Fue justo durante el gobierno de Leonel Fernández, en 1996, cuando los grupos ultranacionalistas adquirieron mayor poder, ya que formaron parte del gobierno y conquistaron puestos estratégicos en la administ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Índice
  3. Portada
  4. Copyright
  5. Introducción
  6. 1. La discriminación racial contra los dominicanos de ascendencia haitiana. Del Batey al activismo (Ana María Belique Delba)
  7. 2. La suerte de las mujeres indígenas en México. Ajmú Mbaa y la raíz de la tierra (Martha Ramírez Galeana)
  8. 3. Sobrevivir en la ciudad. El fenómeno de la migración indígena en el norte brasileño (Isabela do Amaral Sales)
  9. 4. La ciudadanía de los refugiados en Brasil. Un asunto plástico (Daniel Bertolucci Torres)
  10. 5. Historias mínimas desde la marginalidad en la ciudad de Buenos Aires. La empatía como parte de las políticas públicas (Juan Ignacio Leoni)
  11. 6. Lo que indigna a la sociedad. Acerca de las condiciones de vida de las mujeres privadas de libertad en Paraguay (José Galeano Monti)
  12. 7. Neoliberalismo y autoritarismo. Cómo las reformas radicales del mercado en Rusia destruyeron la débil democracia (Evgeny (Zhenya) Belyakov)
  13. 8. La batalla por los paraísos artificiales. La guerra contra las drogas en el Líbano, sus consecuencias y la lucha para terminarla (Karim Nammour)
  14. 9. El poder detrás de un número. Visibilidad estadística y desigualdad en Colombia y República Dominicana (Andrés Castro Araújo)
  15. 10. Derechos humanos, ética y amor. Los dilemas de la práctica (Harsh Mander)
  16. Acerca de los autores