La dictadura militar. «Nadie debe lavarse las manos»
Las turbulencias de la dictadura militar, la iglesia Santa Cruz y Esther Ballestrino de Careaga
Era el único lugar donde se sentían seguras y sentían que podían hablar libremente, organizarse y apoyarse entre sí. Es el lugar de donde fueron secuestradas el 8 de diciembre de 1977. Y es el lugar donde fueron a parar sus restos en 2005, el lugar de su último descanso: la iglesia de la Santa Cruz, en el barrio porteño de San Cristóbal.
En esta iglesia se reunieron y organizaron en un primer momento las madres cuyos hijos fueron secuestrados y en su mayoría asesinados durante la dictadura militar argentina (1976-1983). La iglesia es el lugar que vio nacer a la organización de derechos humanos Madres de la Plaza de Mayo. Las madres de los jóvenes secuestrados se reunían en la plaza ubicada delante de la sede del gobierno, la Casa Rosada, donde marchaban en silencio para expresar su protesta por desconocer la suerte de sus hijos. Las reuniones en emplazamientos públicos durante la dictadura militar estaban prohibidas, por lo que las Madres no se detenían nunca, desfilando en círculos alrededor de la plaza, incansables.
Desde el 30 de abril de 1977 hasta hoy, las Madres aún vivas marchan todos los jueves alrededor de la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, portando fotografías de sus hijos e hijas desaparecidos. Nos recuerdan que aún no se ha esclarecido el destino de miles de argentinos que cayeron víctimas de la dictadura. En medio del gentío que circula por la zona apurado sobresalen por los pañuelos blancos que cubren sus cabezas. Estos pañuelos blancos son su sello y estaban hechos originalmente del material de los pañales de tela que sus hijos habían usado de bebés. Su intención es resaltar el dolor por la pérdida de sus hijos.
Quien en aquella época hacía muchas preguntas o exigencias y expresaba su descontento con el régimen, se exponía al riesgo de ser también secuestrado. Así, algunas Madres sufrieron la misma suerte que sus hijos desaparecidos. Tres sencillas lápidas recuerdan hoy, en el pequeño jardín de la iglesia, a las mujeres y madres secuestradas, torturadas y asesinadas. Una de ellas es Esther Ballestrino de Careaga. Su lucha empezó aquí mismo, en la iglesia de la Santa Cruz.
De las 177 iglesias católicas que existen en Buenos Aires, la iglesia Santa Cruz es conocida principalmente por su excepcional historia. Fue construida por inmigrantes irlandeses en 1884. Hasta 1945 los servicios religiosos se oficiaban en inglés únicamente. Desde 1962 la iglesia ha representado siempre un espacio para la discusión de temas controvertidos al amparo de sus paredes. Las bancas de la iglesia están dispuestas en círculo para facilitar el diálogo. Durante el Concilio Vaticano II (1962-1965) se realizaron en este lugar debates entre feligreses en torno a la apertura de la Iglesia Católica. En la casa de Dios de Santa Cruz se promueve una cultura del intercambio permanente de ideas y la libre comunicación, y en ella los teólogos de la liberación, con sus ideologías teológicas, despertaron un gran interés entre los católicos creyentes. La teología de la liberación se desarrolló en América Latina a partir de los años sesenta con base en la teología cristiana, con miras a defender los derechos de los pobres. Se basa parcialmente en las ideas políticas sobre movimientos de liberación impulsadas por Karl Marx, en el sentido de que respalda los movimientos revolucionarios —en caso necesario, incluso la lucha armada— y critica las instituciones tradicionales de la Iglesia.
En aquel tiempo, es decir, a principios de los años sesenta, el joven Jorge Mario Bergoglio era novicio y estudiaba filosofía y teología en el Colegio Máximo San José de San Miguel, una pequeña localidad a una hora de distancia del gran Buenos Aires. Ahí conoció, en 1962, a los jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics, que fueron secuestrados y torturados durante la dictadura militar. Ambos pertenecían desde 1972 al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.
Jorge Mario Bergoglio había recibido el sacramento del sacerdocio el 13 de diciembre de 1969 y completado sus estudios de teología en 1970. Las ideas del teólogo Lucio Gera habían ejercido una fuerte influencia sobre él. Este era el fundador de la «teología del pueblo», una variante argentina de la teología de la liberación cuyos fundamentos desarrolló Gera junto con el padre jesuita Juan Carlos Scannone. Si bien hacían suyas las ideas libertarias, se remitían con mayor énfasis a las tradiciones de la religiosidad popular y sus potencialidades para la igualdad de derechos. Bergoglio tomó de Lucio Gera y Juan Carlos Scannone el concepto de que la Iglesia debía estar claramente del lado de los pobres, reivindicar los derechos de los pobres y fomentar su participación en la Iglesia y en la sociedad. En 2012, el cardenal Bergoglio ordenó que Lucio Gera fuera sepultado en la cripta de la catedral de Buenos Aires.
Juan Carlos Scannone desarrolló una estrecha amistad con Bergoglio. Hoy recuerda el día en que le dio su primera clase de griego a un Bergoglio de dieciocho años y también el día en que asistió, unos años después, a la primera homilía del recién consagrado sacerdote. Cuando Bergoglio fue nombrado superior provincial de los jesuitas, en julio de 1973, a la temprana edad de 37 años, residía con Juan Carlos Scannone y los jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics en el Colegio Máximo San José de San Miguel. El colegio jesuita fue fundado en 1932 y funcionó desde entonces también como un santuario de retiro espiritual, lejos de la vorágine de la gran ciudad y de los problemas de una gran metrópolis como Buenos Aires, de varios millones de habitantes —un refugio que especialmente en los años setenta ofreció protección a mucha gente perseguida por la dictadura—.
Por espacio de seis años (hasta 1979), Jorge Mario Bergoglio dirigió la Orden de la Compañía de Jesús en Argentina. Una época turbulenta, durante la cual el país se escindió crecientemente en dos bandos. El gobierno militar, en el poder desde 1966 bajo la égida de los generales Juan Carlos Onganía, Marcelo Levingston y Alejandro Lanusse, se vio confrontado por una creciente oposición, que se había formado entre las más diversas agrupaciones sociales. Los sindicalistas desafiaban a las empresas haciendo huelga y los estudiantes salían a las calles a exigir reformas a nivel universitario, democrático y de modernización social. Sus facciones más radicales se organizaron en grupos revolucionarios.
Uno de los dirigentes estudiantiles de aquella época, y miembro fundador de la Unión Nacional de Estudiantes, es el hoy cientista político Julio Bárbaro. En su pequeño apartamento del distrito residencial porteño de Recoleta, recuerda cómo los estudiantes y trabajadores proclamaban la lucha armada y exigían una restructuración socialista de la sociedad, la desaparición del latifundio y mejores condiciones de vida para las clases bajas. Al igual que muchos de sus compañeros de armas, Julio Bárbaro fue secuestrado durante el régimen militar que se mantuvo en el poder entre 1976 y 1983 e interrogado bajo tortura. Bárbaro admite que los tiempos han cambiado, pero afirma seguir siendo un ferviente admirador de Karl Marx.
Julio Bárbaro estuvo presente el 20 de junio de 1973, cuando el expresidente Juan Domingo Perón regresó a la Argentina después de dieciocho años en el exilio. Según Bárbaro, todas las esperanzas de encontrar una salida a una situación política cada vez más complicada y de reconciliar a un país dividido bajo una sola línea común peronista estaban cifradas en Juan Domingo Perón. Añade que la política del justicialismo (peronismo), que Perón había puesto en marcha desde mediados de los años cuarenta junto a su esposa, Eva (conocida como «Evita»), y por la cual incluso Jorge Mario Bergoglio había mostrado un gran entusiasmo en sus años mozos, ya no existía más en su forma original. Veinte años después, sostiene, las necesidades y demandas políticas y sociales de la sociedad argentina habían cambiado.
Es así que el peronismo se dividiría a principios de la década del setenta en dos facciones. De un lado estaba la izquierda peronista, que luchaba por una Argentina socialista y contra el poder de la clase alta dominante y los grandes latifundistas. Y en el otro bando estaba la derecha peronista —formada por representantes del aparato partidario y sindical y a la cual pertenecía Perón—, que representaba la tradición autoritaria y conservadora del justicialismo. El 23 de setiembre de 1973, Juan Domingo Perón asumió finalmente una vez más la conducción del Estado. Sin embargo, incluso el patriarca fundador del peronismo fracasó en el intento de reconciliar a ambas facciones.
En mayo de 1974 se produjo un rompimiento definitivo y los grupos peronistas de izquierda pasaron a la clandestinidad. Jorge Mario Bergoglio era ahora, desde hacía casi un año, provincial de los jesuitas en Argentina. Se avecinaban tiempos difíciles —incluso al interior de la orden—. En ese contexto, el trabajo de los religiosos Orlando Yorio y Francisco Jalics como «sacerdotes para el tercer mundo» en los barrios marginales de Buenos Aires generó roces al interior de la congregación. Fue criticado y rechazado, especialmente por las corrientes jesuitas conservadoras argentinas.
La muerte de Juan Domingo Perón, el 1 de julio de 1974, llevó a una escalada de la situación. Su tercera esposa, María Estela Martínez de Perón, más conocida como Isabel Perón, asumió el manejo del Estado, flanqueada por peronistas de derecha que, junto con los responsables de las fuerzas de seguridad, fundaron la Alianza Anticomunista Argentina, más conocida como la Triple A, una suerte de escuadrón de la muerte. Mientras los peronistas de izquierda, denominados «montoneros», atentaban contra la vida de funcionarios peronistas de derecha, la Triple A recibía luz verde de los peronistas de derecha para secuestrar montoneros, interrogarlos bajo tortura y aniquilarlos. Entre 1974 y 1975...