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SER LLENOS DEL ESPÍRITU
Hace varios años asistí a una conferencia sobre evangelización dirigida por un conocido evangelista canadiense de ascendencia india. Este hombre dio bastante información, fue interesante y simpático. En un momento preguntó al público: «¿Cuál creen ustedes que es el mayor obstáculo para expandir el evangelio?»
Era una buena pregunta. Creo que para aquel entonces nunca la había hecho de un modo tan directo. El público respondió dando muchas de las razones que obstaculizaban la evangelización cristiana: falta de oportunidad, falta de conocimiento, malos ejemplos de algunos «malos testigos», hipocresía en la iglesia y así sucesivamente. Pero quizás el ejemplo citado con mayor frecuencia fue el temor.
La mayoría de las personas creía que el temor al rechazo, a las represalias, a ser cuestionado y al fracaso era lo que más obstaculizaba a los cristianos el compartir su fe con otros. Y creo que hay mucha verdad en sus respuestas.
EL CONTROL FUERTE DEL TEMOR
El temor motiva o entorpece en gran medida el comportamiento. Se dice que estamos bajo el «poder» del temor. Se trata de una gran metáfora porque en sí el temor tiende a sujetarnos con sus fuertes manos y a detenernos con su influencia. Forcejea con nosotros como un luchador olímpico, inmovilizándonos con un firme agarre y sujetándonos sobre la colchoneta.
En ocasiones he sentido el control fuerte del temor. Una vez me invitaron a participar de un diálogo público con un apologista musulmán sobre: «¿Quién es Jesucristo y cómo nos salva?» El tema lo habían escogido los estudiantes musulmanes, quienes patrocinaban el debate. Así que se podía esperar que yo tuviera algún tipo de recelo. Recuerdo que la noche previa al diálogo me senté al lado de mi cama lleno de temor. Había sentido su acecho a mi corazón por varios meses, literalmente, desde el momento en que recibí la invitación a participar de ese diálogo. No sé por qué sentía tanto temor. Debía ser mi tercera participación en un debate similar a ese. En los dos anteriores había estado muy bien. Sin embargo esta vez me sobrecogió el pánico.
Como parte de mi preparación, escuché el debate previo en el que se presentó el joven disertante musulmán a quien pronto me enfrentaría. El moderador le preguntó si él creía que los musulmanes que se convertían del islam, quienes hacían pública su conversión, debían morir. Sin dudar, él respondió: «Sí, definitivamente. Si ellos deciden dejar el islam en un país musulmán podrían confundir y desorientar a los musulmanes más débiles, haciendo que otros duden y dejen de creer. Por lo tanto, a fin de proteger a los musulmanes débiles, las personas que actúen de esa forma deben morir.»
En unas cuantas horas yo estaría en la misma plataforma que este hombre debatiendo acerca de: «¿Quién es Jesús?» y «¿Cómo podemos ser salvos?» Imaginé algunas de las cosas que podrían salir mal. Estábamos en una ciudad musulmana y se trataba de una discusión pública. Entre más grande el evento menos controlada podría estar la atmósfera. Podría haber reacciones de ira, y quizá hasta violentas, ante el hecho de que un ex musulmán estuviera relatando su conversión y hablando del evangelio en un país musulmán.
Nunca había sentido tanto temor en mi vida. Así que tomé el teléfono y llamé a mi esposa. Solamente quería escuchar su voz y orar. El temor sugería que podría ser mi última vez; que, llegado el momento, una «salida más sabia» sería restarle importancia a mi conversión.
EL PROBLEMA PARA ACEPTAR AL APÓSTOL PABLO
Podemos aprender del apóstol Pablo cómo manejar nuestros temores. Si echamos un vistazo a su vida podemos concluir que enfrentó muchas amenazas con valentía, celo y determinación… y escaso temor. Leer algunas de sus proezas del libro de los Hechos nos llevará a muchos de nosotros a pensar: Me gustaría parecerme un poco más a él. Y además, ¡Qué gran testigo de Cristo fue!
El apóstol Pablo parecía casi un superhombre. Y ese es el problema que se nos presenta al leer acerca de su vida. Para la mayor parte de los cristianos de hoy se trata casi de una leyenda.
Sin embargo, ¿era así Pablo?
En cierta ocasión el apóstol escribió que él y sus compañeros experimentaron luchas misioneras: «No queremos que desconozcan las aflicciones que sufrimos en la provincia de Asia. Estábamos tan agobiados bajo tanta presión que hasta perdimos la esperanza de salir con vida: nos sentíamos como sentenciados a muerte» (2 Corintios 1:8-9a). Su confesión contradice definitivamente mis ideas exageradamente románticas del apóstol Pablo.
Seguramente los cristianos de Corinto también habrán tenido una errada impresión de Pablo. Sin embargo, el apóstol les dejó en claro que, a veces, Timoteo y él se sentían incapaces de soportar las presiones de la vida cristiana y del ministerio. «Perdieron la esperanza de salir con vida». Sintieron la sentencia de muerte en su corazón. Estaban bajo el control del temor.
No se trataba de una experiencia desconocida para Pablo. La vida de los apóstoles estaba en constante peligro. Y escribió a la iglesia de Corinto lo que era haber estado encarcelado, haber recibido latigazos y haber estado expuesto a la muerte. En 2 Corintios 11:24-27 nos da muchos detalles de ello:
Cinco veces recibí de los judíos los treinta y nueve azotes. Tres veces me golpearon con varas, una vez me apedrearon, tres veces naufragué, y pasé un día y una noche como náufrago en alta mar. Mi vida ha sido un continuo ir y venir de un sitio a otro; en peligros de ríos, peligros de bandidos, peligros de parte de mis compatriotas, peligros a manos de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el campo, peligros en el mar y peligros de parte de falsos hermanos. He pasado muchos trabajos y fatigas, y muchas veces me he quedado sin dormir… he sufrido frío y desnudez.
Y agregó: «Cuando alguien se siente débil, ¿no comparto yo su debilidad?» (versículo 29). El apóstol conocía el sufrimiento, la debilidad y el temor. No era inmune a ellos. Estuvo expuesto a las mismas tentaciones que nosotros… incluido el temor.
Por eso le pidió a la iglesia de Éfeso que orara por él: «Oren también por mí para que, cuando hable, Dios me dé las palabras para dar a conocer con valor el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas. Oren para que lo proclame valerosamente, como debo hacerlo» (Efesios 6:19-20, cursivas añadidas).
Pablo era un hombre que se ponía las sandalias una a la vez, así como nosotros. No era un superhombre. Aunque sus proezas para el Señor eran grandes, experimentaba lo mismo que nosotros: fatiga, hambre, gozo, dolor, incertidumbre y hasta temor. Por eso pidió que oraran por él para que tuviera valor, que rogaran para que no sintiera temor cuando hablaba a otros del evangelio de nuestro Señor.
¿PUEDEN COEXISTIR EL TEMOR Y LA VALENTÍA?
A juzgar por la vida del apóstol Pablo, podemos concluir enfáticamente que sí. ¡El temor y la valentía pueden coexistir! Tener valentía no es lo que sentimos cuando no tenemos temor; es lo que sentimos cuando nos enfrentamos a él.
En parte, somos valientes cuando tememos a la persona adecuada; cuando buscamos amar y reverenciar a Dios y nos quedamos asombrados ante él, y no ante el hombre que puede oponérsenos.
En Mateo 10 leemos que el Señor Jesús envió a sus discípulos a un breve viaje misionero. Y les advirtió que enfrentarían todo tipo de oposición y persecución, incluso de sus propios familiares (versículos 17-22). La persecución sería tan fuerte que Jesús describió a sus seguidores como «ovejas entre lobos» (versículo 16). Y sería natural que sus discípulos reaccionaran con temor ante la amenaza de algún daño físico.
Sin embargo, el Señor les recordó que ellos no debían temer a sus enemigos: «No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el infierno» (versículo 28). En otras palabras, un temor sano al Señor desplaza el temor a los hombres. Esa fue la experiencia del rey David cuando proclamó: «Confío en Dios y alabo su palabra; confío en el Señor y alabo su palabra; confío en Dios y no siento miedo. ¿Qué puede hacerme un simple mortal?» (Salmos 56:10-11, cursivas añadidas).
Hay límites en cuanto a lo que nos puede hacer el hombre, pero no hay límites para el poder de Dios. Y lo maravilloso es que nuestro Dios omnipotente usa su poder para nuestro beneficio. «¿No se venden dos gorriones por una monedita? Sin embargo, ni uno de ellos caerá a tierra sin que lo permita el Padre; y él les tiene contados a ustedes aun los cabellos de la cabeza. Así que no tengan miedo; ustedes valen más que muchos gorriones.» (Mateo 10:29-31). Si tememos al Señor recordemos que Él está de nuestro lado, vigilando cada detalle de nuestra vida como un padre amoroso que cuida de sus hijos. Y nosotros valemos mucho más que los gorriones, que aparentemente son una parte insignificante de su creación a la que Él cuida amorosamente. Así que no debemos temer al hombre. «El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida; ¿quién podrá amedrentarme?» (Salmos 27:1, cursivas añadidas).
¿DE DÓNDE OBTUVO PABLO SU VALENTÍA?
Muchos piensan que la valentía es algo de lo que uno puede hacer acopio, que saca de alguna parte de sus «entrañas». Los deportistas, cuando se acerca el momento de comenzar el partido y necesitan tener valor, dicen: «Es momento de poner las agallas a prueba». Elogiamos un «desempeño con agallas» cuando un actor o una actriz se esfuerza en un papel audaz. Y admiramos a la gente «con agallas». Sin embargo, tenemos la tendencia de pensar que la valentía proviene de un depósito interno de fuerza y valor, y que aquellos que la tienen pueden mover un interruptor y sacarla «cuando hay que poner las cartas sobre la mesa».
Todo eso está muy trillado, y es muy impreciso desde el punto de vista cristiano. Cuando el apóstol Pablo les pidió a los cristianos de Éfeso que oraran para que él tuviera valor queda claro que él no pensaba que este se encontraba depositado en alguna parte de sus «agallas». De hecho, el pedido de oración sugiere que el apóstol estaba preocupado de no tener valentía en el momento en que tuviera que hablar de Jesús. Quizás incluso podía haber fallado al no hablar valientemente en ocasiones anteriores, y así conoció el aguijón que viene por acobardarse cuando debía estar firme.
Entonces, ¿de dónde sacó el valor Pablo si no surgía de adentro de él?
La valentía que Pablo necesitaba y demostraba no venía de sí mismo sino de Dios Espíritu Santo. Para testificar efectivamente de Cristo necesitamos estar llenos del Espíritu Santo.
SER LLENOS DEL ESPÍRITU SANTO
Existe mucha confusión en cuanto a lo que la Biblia quiere decir cuando habla de ser llenos del Espíritu Santo. Muchos imaginan una «segunda obra de gracia» en la vida del creyente, de manera que algunos tienen esta «llenura» y otros no. Otros piensan que ser «llenos del Espíritu» es lo mismo que llenar un vaso con agua o refresco: el cristiano estaba «vacío» y ahora «se llena» nuevamente.
Cuando la Biblia habla de ser «llenos del Espíritu» debe venir a nuestra mente una imagen diferente. Significa ser controlados por el Espíritu, de la misma manera que las velas de un bote al recibir la fuerza del viento son empujadas hacia el rumbo correcto. El Espíritu le da poder al cristiano para que pueda dar testimonio de Cristo. Esa es la promesa de Jesús que se encuentra en Hechos 1:8: «Cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (cursivas añadidas). Cuando leemos el Libro de los Hechos, la actividad que se asocia más frecuentemente con la llenura del Espíritu es hablar con valentía.
Medite en lo siguiente:
•En Hechos 2:4 dice que los apóstoles «fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse». Pedro explica que el don milagroso de lenguas cumplió la profecía de Joel el día en que el Espíritu de Dios se derramó sobre toda carne y la gente pudo profetizar. Pedro predicó valientemente el evangelio ante el público judío, y unas tres mil almas fueron salvas ese día.
•En Hechos 4 dice que Pedro y Juan fueron arrestados por enseñar acerca de la resurrección de los muertos. Cuando los presentaron ante los gobernadores, ancianos y el sumo sacerdote, Pedro estaba lleno del Espíritu Santo y les hablo acerca de la crucifixión y la resurrección de Jesús y de su culpabilidad en la muerte del Señor. El versículo 13 dice que los líderes religiosos «al ver la osadía de Pedro y Juan… quedaron asombrados» (cursivas añadidas).
•Más adelante, en Hechos 4, cuando se menciona que Pedro y Juan fueron liberados de la ...