Política y filosofía en Hannah Arendt
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Política y filosofía en Hannah Arendt

El camino desde la comprensión hacia el juicio

  1. 410 páginas
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Política y filosofía en Hannah Arendt

El camino desde la comprensión hacia el juicio

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Una de las problemáticas fundamentales que recorre los escritos de Hannah Arendt desde sus primeras formulaciones en torno de la comprensión, su profundización de estos motivos en relación con la narración y sus desarrollos sobre el juicio es el desmantelamiento de la oposición tradicional entre la vida del filósofo y la vida política o, en otras palabras, entre el espectador y el actor.A partir de la reapropiación que Arendt realiza de la comprensión en Martin Heidegger y de la narración en Walter Benjamin, este libro se propone no sólo reconstruir el camino conducente a resituar las actividades intelectuales en el seno de los asuntos humanos, sino también delimitar las características de la peculiar concepción de la filosofía que emerge en íntima conexión con el juicio. De este modo, luego de haberse alejado deliberadamente de la filosofía y emprendido una crítica radical de esta tradición, entendemos que hacia el final de su vida Arendt retorna a la filosofía para reconstruirla como una forma de pensamiento que, a través de su articulación con el juicio, resulta capaz de desafiar y desmontar la vieja hostilidad de la filosofía hacia la política.

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Información

Año
2017
ISBN
9789876914925

Capítulo 1

Las dificultades de la comprensión1

1. La comprensión frente al totalitarismo

Las dificultades de la comprensión sólo pueden ser entendidas en la obra de Hannah Arendt en su íntima vinculación con el desafío que representa el estudio del fenómeno totalitario.2 A pesar de que Arendt manifestó un abierto desinterés por las cuestiones metodológicas, se vio impelida a dar cuenta de ellas a partir de las críticas y las objeciones que suscitó la publicación de su libro Los orígenes del totalitarismo [1951]. Así, en 1953 escribe “Una réplica a Eric Voegelin” en respuesta a la reseña crítica que él había publicado sobre su libro y posteriormente ese mismo año publica el artículo “Comprensión y política”,3 donde se aboca más extensamente a esclarecer su concepción de la comprensión. Posteriormente, a comienzos de los años 60, Arendt realiza una nueva elucidación de su manera de comprender el abordaje de la historia y la política en los ensayos que conforman Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política [1961], y particularmente en el prefacio “La brecha entre el pasado y el futuro”. En este capítulo y el sucesivo nos concentramos en estos dos agrupamientos de textos, cuya publicación se encuentra separada entre sí por el transcurso de ocho años, para adentrarnos en el análisis de la comprensión y de sus vínculos con la narración y con el juicio.
Aunque en estos textos Arendt no lleva a cabo una reflexión sistemática sobre la metodología de investigación que utiliza, diversos intérpretes (Vollrath, 1977; Althaus, 2000; Sánchez Muñoz, 2003) encuentran allí indicios que les permiten reconstruir “su método de pensamiento político” (Vollrath, 1977: 161; nuestra traducción). Asimismo, las reservas y los cuestionamientos respecto de los procedimientos metodológicos de Arendt se pusieron de manifiesto en los años siguientes a la publicación de su libro sobre el totalitarismo y se profundizaron posteriormente con la aparición de su libro Sobre la revolución [1963].4 En este contexto, algunos historiadores y politólogos llegaron incluso a denunciar la carencia absoluta de método y el carácter “metafísico” del pensamiento de Arendt (Hobsbwam, 1965; Berlin, en Jahanbegloo, 2009).5
Nuestra hipótesis de trabajo se sitúa entre estas dos líneas interpretativas: por un lado, procuramos mostrar que estos últimos posicionamientos se sustentan en ciertos equívocos respecto de conceptos como “ciencia”, “objetividad”, “causalidad”, que son objeto de profundas críticas por parte de Arendt. Por ello, resulta necesario hacer a un lado estos conceptos y pensar la historia en una nueva trama conceptual articulada en torno de nociones como “comprensión”, “imparcialidad”, “cristalización”, por mencionar sólo algunas de las más relevantes. De este modo, se despejarán las objeciones que señalan que Arendt carece de método y que su pensamiento procede por asociaciones arbitrarias, antes bien resultará manifiesto que se estructura en torno de una concepción epistemológica no convencional, en la que confluyen elementos de una fenomenología-hermenéutica de cariz heideggeriana, junto con una perspectiva crítico-fragmentaria proveniente del legado benjaminiano. Sin embargo, por otro lado, tampoco queremos sustentar que puede encontrarse en Arendt una “metodología” particular (Sánchez Muñoz, 2003: 5), sino más bien ciertas pautas y criterios, sometidos a continua revisión,6 que obran como marcos orientadores en la tarea del “pensar sin barandillas” (Denken ohne Geländer) a la que nos ha arrojado la ruptura de la tradición provocada por el totalitarismo.
A partir de esta peculiar conjunción signada por el impacto de las fábricas de la muerte que constituyen “la experiencia básica” del siglo XX (EC: 248), el enfoque de Arendt adquiere rasgos distintivos que no permiten simplemente subsumirla en las tradiciones filosóficas imperantes, aun cuando resulta manifiesta la reapropiación de ciertos motivos filosóficos que es preciso dilucidar. En este y en el próximo capítulo, procuramos profundizar en las peculiaridades de la concepción de Arendt de la comprensión, y en los dos capítulos sucesivos avanzamos más allá de la discusión metodológica para indagar en la dimensión existencial que detenta la comprensión, también como producto del legado de Heidegger, y cuyas implicancias no han sido suficientemente analizadas.
Las dificultades de la comprensión surgen en toda aproximación al estudio del pasado, pero sin lugar a dudas, en confrontación con el fenómeno totalitario, sus consecuencias se vuelven ineludibles y ponen en cuestión los fundamentos mismos no sólo de la historiografía sino del mundo mismo en el que fueron posibles los campos de concentración y exterminio. A continuación abordaremos tres grandes problemáticas que se encuentran a la base de los desarrollos de Arendt y que aun con variaciones atraviesan toda su obra, y por tanto, nos servirán como hilo conductor para la lectura de las articulaciones y las reelaboraciones en torno de los desafíos de la comprensión, de la narración y del juicio. La primera problemática remite al impulso conservacionista de la historia frente a los horrores del pasado (apartado 2); la segunda, al papel de la causalidad en la explicación histórica (apartado 3), y la tercera, a la insuficiencia de las herramientas conceptuales de la historia debido a la ruptura de la tradición que implica el totalitarismo (apartado 4). A partir de esto, comenzaremos a esbozar la peculiar hermenéutica crítico-fragmentaria que se despliega y en la que se sustenta el abordaje arendtiano (apartado 5).

2. Historia y conservación

La historiografía7 desde sus inicios se funda en el impulso de conservar las acciones pasadas de los hombres para salvarlas del olvido. Esto implica adoptar un posicionamiento a favor de algo que ocurrió y que es concebido como digno de ser preservado. Por eso, hacer historia constituye un acto de recordar, que frecuentemente también supone la voluntad de resguardar lo que ha acaecido. Así, frente a la futilidad de las acciones humanas, la historia se presentaba entre los griegos como aquello que permitía asegurar su preservación para la posteridad.8 Esta pretensión, que parecía constituir la razón de ser de la historia, ya no puede sustentarse en nuestros días, especialmente cuando nos vemos confrontados con acontecimientos cuyo horror no queremos en absoluto preservar.9 Por ello, cuando emprende el estudio del totalitarismo Arendt confiesa que se encuentra ante el problema de “cómo escribir históricamente acerca de algo, el totalitarismo, que yo no quería conservar, sino que, al contrario, me sentía comprometida en destruir. Mi forma de solucionar el problema ha dado lugar al reproche de que el libro estaba falto de unidad” (“Una réplica a Eric Voegelin”, EC: 484).
La discontinuidad narrativa se presenta como una forma de resguardarnos del riesgo de reificación del pasado (Honneth, 2007: 38),10 al ponernos de manifiesto que el pasado no es un encadenamiento cerrado que sigue su curso indefectiblemente, sino que discurre en el ámbito de los asuntos humanos signado por la contingencia y donde cabe siempre recordar que lo que sucedió podría haber sido de otra manera. El libro de Arendt sobre el totalitarismo consta de tres partes: antisemitismo, imperialismo y totalitarismo respectivamente. Las dos primeras partes constituyen un análisis de los elementos de la época moderna, y especialmente del siglo XIX, vinculados con el antisemitismo y el imperialismo que de alguna manera sentaron las bases que hicieron posible la configuración del totalitarismo en el siglo siguiente. Sin embargo, no hay unidad entre las tres partes, porque el análisis del fenómeno totalitario no puede reducirse a los elementos que lo precedieron. El totalitarismo, abordado en la tercera parte del libro, no es un efecto, un mero producto deducible de precedentes, sino que detenta una singularidad que lo vuelve irreductible a los elementos que lo configuran. La falta deliberada de articulación de la narración nos recuerda que no hay fatalidad ni proceso histórico cuyo desenlace pueda explicar el devenir de la historia, y nos impele a afrontar el estudio de un acontecimiento sin olvidar la contingencia y la singularidad que lo atraviesan. De este modo, la discontinuidad narrativa lleva consigo una crítica del progreso y de todo determinismo que pretenda clausurar la indeterminación propia de la historia en tanto ámbito de interacción.11
De manera que, aunque no es posible erradicar el riesgo de preservar y de reificar el pasado, cuando emprendemos su estudio, Arendt considera que es posible al menos mitigarlo si, en lugar de abordarlo como un desarrollo acabado y continuo, rescatamos sus interrupciones y sus discontinuidades, mostrando las corrientes que efectivamente condujeron a la configuración de un fenómeno, pero que también podrían haber deparado otros derroteros. Una narración articulada del pasado reviste a los hechos históricos de una necesidad que encubre la contingencia propia de las acciones humanas. En este sentido, la comprensión a través de la discontinuidad puede resguardar el carácter contingente e irreductible del pasado y, al mismo tiempo, penetrar en las corrientes dominantes que, con todo, no conducen a un progreso ni a un fatalismo automático.12 Así, la comprensión constituye un precario equilibrio entre la captación de la maleabilidad de las acciones humanas en el pasado y su posterior confluencia en un fenómeno determinado. Advertir las interrupciones del pasado y su carácter potencialmente contingente nos previene de la reificación involuntaria del pasado que queremos comprender.
De este modo, la discontinuidad se torna un precepto central en el abordaje del pasado, que le otorga una connotación peculiar al enfoque narrativo de Arendt. Toda narración implica una continuidad y, sin embargo, para no constituirse en una mera preservación del pasado, tiene que permitir recuperar la discontinuidad y la irrupción de lo inesperado en las acciones pasadas. Esta es la apuesta que Arendt emprende siguiendo a Benjamin,13 y que Benhabib (2000: 94) caracteriza como una narración fragmentaria (fragmentary historiography o storytelling). Aquí sólo queríamos señalar la dificultad que implica contrarrestar el impulso de la historia hacia la preservación y la salida que Arendt encuentra en un modo de narración, estructurada no sólo en torno de un comienzo y de un fin, sino fundamentalmente en relación con el acontecimiento y su carácter disruptivo. Esta forma de narración inclina la balanza por la discontinuidad frente a la continuidad, por la destrucción frente a la conservación y por la fragmentación frente a la unidad, y pese a ello pretende seguir siendo un modo narrativo de comprensión que no se disuelve en la mera discontinuidad, destrucción y fragmentación. Retomamos estas cuestiones para desarrollarlas en profundidad en los capítulos 5, 6 y 7, mientras que en el próximo capítulo tratamos de dilucidar cómo Arendt emprende este desafío con una red conceptual que no resulta usual en el ámbito historiográfico.

3. Historia y causalidad

La actividad histórica pretende, a través de procedimientos “científicos”, sea de carácter deductivo o de explicaciones causales, obtener resultados definitivos. Así, la historia que es el producto contingente y efímero de las interacciones entre los hombres es concebida como resultado de procesos que los trascienden. Parece haber, entonces, una tensión irreductible entre el hacer historia y su pretensión de fijar el pasado, por una parte, y el curso ineludiblemente imprevisible y mutable de los asuntos humanos, por otra. Es como si, al hacer historia, se violentara el carácter contingente constitutivo de las acciones humanas, para presentarlas como consecuencias necesarias que se deducen de premisas verdaderas o que se explican exhaustivamente en relación con causas que las originan; mientras que el primero es el procedimiento predominante en las denominadas “filosofías de la historia”,14 el segundo impera en las explicaciones historiográficas de corte funcionalista y estructuralista. La historiografía pretende así explicar acontecimientos relacionándolos con otros precedentes, a través de vínculos causales o deductivos, con lo que parece poder revestirse de una necesidad científica, pero a costas de negar el carácter propio de las acciones humanas que la constituyen. De modo que, según Arendt, las explicaciones causales, deductivas y también las teleológicas presentan la historia como un producto inevitable de un encadenamiento de sucesos precedentes, clausurando de este modo lo inesperado, lo contingente y la inestabilidad de las acciones pasadas.
Sin embargo, esta crítica de Arendt no debe ser entendida como una negación de la pretensión de la historia de constituir una forma de conocimiento, como lo entiende Annette Vowinckel (2001: 5), sino que más bien tiene por finalidad la impugnación del modelo científico dominante de las ciencias naturales, que hasta entrado el siglo XX seguía obrando como marco de referencia para la historia y para las ciencias sociales en general. Arendt se muestra así profundamente crítica de los intentos de “concebir una «ciencia de la sociedad» como disciplina omniabarcadora, «suma total de las llamadas ciencias históricas y filosóficas» que compartiría los mismos patrones científicos de la ciencia natural y procedería de acuerdo con ellos” (EC: 456). De este modo, la argumentación arendtiana procede de manera aristotélica procurando delimitar la especificidad del objeto de la historia para, a partir de ello, dilucidar el abordaje metodológico apropiado.
En diversas obras, Aristóteles distingue entre el conocimiento teórico, el práctico y el productivo de acuerdo con el tipo de entidades de que se ocupan, las finalidades que los rigen y los métodos adecuados para su estudio.15 Esta distinción es relevante porque otorga el estatus de conocimiento legítimo al ámbito de los saberes prácticos (ética y política) y productivos (...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Acerca de este libro
  4. Dedicatoria
  5. Agradecimientos
  6. Abreviaturas de las obras de Hannah Arendt
  7. Introducción
  8. Capítulo 1. Las dificultades de la comprensión1
  9. Capítulo 2. La concepción arendtiana de la comprensión
  10. Capítulo 3. Derivas de la relación intelectual entre Arendt y Heidegger
  11. Capítulo 4. La dimensión existencial de la comprensión: la impronta de Heidegger
  12. Capítulo 5. De la historia a la política. Motivos benjaminianos I
  13. Capítulo 6. La narración y la historia. Motivos benjaminianos II
  14. Capítulo 7. Narración y subjetividad en La condición humana
  15. Capítulo 8. El camino hacia el juicio: el caso Eichmann
  16. Capítulo 9. El juicio: la lectura arendtiana de Kant
  17. Conclusiones
  18. Bibliografía
  19. Índice
  20. Créditos