Capítulo VII
La victoria de la compasión
«Erst kommt das Fresen,
Dann kommt die Moral»1
Bertold Brecht, La Ópera de Tres Peniques
Ahora, apartemos la mirada de los criminales para dirigirla a otros hombres de los mismos países pero de diferente naturaleza. Me refiero a los salvadores, a los que, desde el comienzo de la guerra, se dedicaron a ayudar a los demás.
Durante el verano de 1945 se produjeron dos acontecimientos extraordinarios, aparte de las explosiones atómicas. El primero fue el desencadenamiento de la venganza aliada sobre todos los alemanes, independientemente de que fueran culpables o no, y el segundo fue la puesta en marcha de la mayor campaña humanitaria jamás organizada en todo el mundo. Por aquella época, como en la nuestra y como en épocas anteriores, había regiones por todo el planeta que pasaban hambre. Pero en 1945, por primera vez en la historia de la humanidad, hubo un intento organizado por algunos países de acabar con el hambre en todo el mundo. Esto nunca se había producido anteriormente. Esta fue la verdadera noticia, no las eternas bolsas de hambre. Los países que lideraron esta campaña fueron Estados Unidos y Canadá, ayudados por Australia y Argentina.
Durante la primavera de 1945, el alivio del hambre en el mundo reposaba en las manos de unos pocos hombres en Ottawa y en Washington. Se trataba del primer ministro de Canadá, Mackenzie King; de uno de sus principales asesores, Norman Robertson, subsecretario del departamento de Exteriores; del nuevo presidente estadounidense, Harry Truman, y de una persona sin cargo oficial, Herbert Hoover.
Durante la primavera de 1945, Herbert Hoover se distanció de las muchas personas que desde Washington estaban imponiendo el hambre en Alemania. Pero, precisamente esta era la razón por la que Truman lo necesitaba: nunca había sido una persona vengativa. Hoover podía movilizar a una enorme cantidad de estadounidenses decentes y moderados que no iban a conformarse con otra persona que no fuera él. Toda campaña humanitaria bajo su mando resultaba creíble y efectiva. Cualquier otra persona que se pudiera plantear como organizadora contaba con un defecto de partida: no ser Herbert Hoover. Así que también en 1945, como anteriormente, Hoover representaba la conciencia de Occidente.
Harry Truman compartía el generoso impulso de Hoover de alimentar a los hambrientos, hubieran sido enemigos o no. Pero, en mayo de 1945 ambos quedaron atrapados por los juegos políticos de Washington. Truman necesitaba la sabiduría y experiencia de Hoover, pues el hambre amenazaba tanto a los aliados como a los antiguos enemigos en Europa, pero que el demócrata Truman acudiera a Hoover, conocido por su pasado político republicano, tenía sus complicaciones. Roosevelt había marginado a Hoover, una maniobra política que se mantuvo con la continuidad de Steve Early, el secretario de prensa de Roosevelt heredado por Truman. Steve Early y Roosevelt eran tan contrarios a los esfuerzos de Hoover por hacer llegar ayuda a los belgas y polacos que pasaban hambre, que el primero, en una ocasión, llamó desde su teléfono en la Casa Blanca a Norman Davis, consejero de la Cruz Roja estadounidense, y le dio instrucciones de «parar a ese tipo, Hoover; no queremos que meta sus narices en ningún lado»2.
Hoover era indudablemente la persona con mayor prestigio en cuestiones de campañas humanitarias internacionales, pero había sido apartado totalmente de la planificación aliada de la ayuda de posguerra. El plan de ayuda fue iniciado por los británicos en septiembre de 1941, ampliándose posteriormente para incluir a los estadounidenses, a los soviéticos, a los canadienses y a los chinos. Y fue precisamente el delegado chino el que, en el encuentro de la Comisión Interaliada en Washington, en diciembre de 1942, pidió que se llamara a Hoover para que aportara sus consejos para la resolución de algunos complejos procedimientos de votación. Pero la administración Roosevelt tenía tantos prejuicios contra Hoover que se negó a ello3.
El departamento de Estado también se oponía a Hoover. Esta situación ponía las cosas tan difíciles a Truman que los acercamientos preliminares, llevados a cabo durante la primavera de 1945, para lograr su ayuda, a través del secretario de Defensa Henry L. Stimson y de otros, duraron semanas, mientras ambos protagonistas se debatían de inquietud. Truman deseaba que Hoover le ofreciera públicamente su ayuda, de manera que no tuviera que pasar por el trance político de justificar que fuera él quien tomara la iniciativa. Pero Hoover necesitaba la invitación pública del presidente antes de aceptar, para demostrar a los demócratas más recalcitrantes y a otros que no estaba buscando un cargo, sino que tan solo atendía a las demandas nacionales. En un momento dado había tantos intermediarios implicados, que Truman, finalmente, para desbloquear la situación, la resolvió de la forma más sencilla: escribió de su puño y letra una carta a Hoover invitándole a una reunión y fue él mismo a llevarla a correos. Logró así romper el hielo. Hoover aceptó inmediatamente y en mayo fue a Washington para celebrar una reunión con el presidente en la Casa Blanca.
Truman pidió consejo a Hoover en numerosos temas, pero especialmente en lo referente a la ayuda humanitaria en el extranjero, excepto en Alemania. En aquella época, los países ocupados eran tratados exclusivamente como provincias dirigidas por los ejércitos ocupantes. Todas las discusiones sobre cuestiones humanitarias llevadas a cabo hasta ese momento entre los aliados occidentales tan solo habían logrado un flaco resultado: el programa de Administración de ayuda y rehabilitación de Naciones Unidas (UNRRA). Hoover tenía un concepto muy bajo del mismo, debido a que lo consideraba presa de intereses políticos y carente de autoridad. Aseguró a Truman que era «incapaz de administrar los enormes problemas económicos de Europa»4. Parte del problema consistía en que este programa estaba más interesado en sí mismo que en su misión. Truman probablemente se sorprendiera de escuchar en boca de un experto que la UNRRA era enormemente ineficiente. Al final de la presencia de esta organización en Europa en 1947, había administrado la distribución de unos 24 millones de toneladas de comida y de bienes valorados en unos 2,9 millones de dólares, y había pagado a sus empleados unos salarios bien sustanciosos. En contraste, la campaña humanitaria estadounidense administrada por Hoover durante y después de la Primera Guerra Mundial había distribuido casi el doble de comida y de bienes, por un valor que también doblaba el enviado por la UNRRA. Y todos los principales responsables de la campaña humanitaria estadounidense con Hoover eran voluntarios5. Cuando Truman y Hoover se reunieron, en mayo de 1945, la UNRRA estaba desplegando su campaña más ambiciosa, que para la primavera de 1946 seguía sin cubrir ni a un 20% de las bolsas de hambre mundiales. Y la mayor parte de la comida iba a parar a áreas controladas por los comunistas. Alemania había quedado totalmente excluida y Europa tan solo recibía una porción de ayuda relativamente pequeña6.
Truman volvió a invitar a Hoover a una segunda reunión, a comienzos de 1946, y este aceptó de nuevo ofrecer su ayuda. Comenzó su campaña humanitaria mundial estudiando la situación alimentaria global en documentación accesible en Washington, que demostraba que había mucha más comida disponible de la que el gobierno pensaba: la disminución de alimentos, según el secretario de Defensa Robert Patterson7, era tan solo del 9% per cápita en comparación a la época anterior a la guerra. Un 1% per cápita en relación a la población mundial de aquellos años significaba una diferencia suficiente de comida como para incrementar las raciones desde un nivel de hambruna de 1.200 cpd hasta un nivel más aceptable de 2.000 cpd para aproximadamente cincuenta millones de personas8. Hoover confirmó todo esto en su informe de la primavera de 1946, al asegurar, tras un estudio a escala mundial, que siguiendo los métodos que sugería «se podía cubrir hasta el 90% de la diferencia entre el suministro y las necesidades mínimas en las áreas de hambruna»9. Los Patterson Papers demuestran pues, de forma concluyente, que en los debates del gabinete de Estado de EEUU, durante la grave crisis alimentaria mundial de comienzos de 1946, los estadounidenses más informados, contando entre ellos al presidente Truman, estimaron que había suficiente comida tras el final de la guerra para alimentar a todo el mundo, incluyendo a los alemanes. El obstáculo contra el que se topó Patterson, una y otra vez, fue lo que él llamaba una cuestión de prioridades, no de carencias10.
Durante la primavera de 1946, Hoover retomó el tipo de iniciativas que habían resultado tan exitosas durante y después de la Primera Guerra Mundial, que apelaban a la generosidad de los estadounidenses, pues él creía fervientemente en los Estados Unidos de América. Estaba convencido de la buena voluntad mayoritaria de la opinión pública nacional. Y la función del gobierno no debía nunca consistir en decirle a la población lo que tenía que pensar, sino en cooperar con ella para lograr colectivamente lo que no se podía hacer individualmente11. Durante la Primera Guerra Mundial, Hoover recolectó dinero para enviar ayuda a los belgas procedente de aportaciones privadas y de los ahorros de la propia población belga. Tras la gu...