Emmanuel Levinas: entre la filosofía y el judaísmo
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Emmanuel Levinas: entre la filosofía y el judaísmo

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Emmanuel Levinas: entre la filosofía y el judaísmo

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Emmanuel Levinas encarna una tensión entre Atenas y Jerusalén. Filósofo de la experiencia de la otredad como fenomenología de la experiencia que desborda al pensamiento y de la temporalidad por fuera de la historia, apela a la trascendencia de la subjetividad en clave ética, alega contra lo inhumano y encarna la intención de fundar una subjetividad más allá de la esencia inaugurando una relación sin violencia.

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Información

Año
2017
ISBN
9789876914949

1. Empezar es la cuestión:
anotaciones para una introducción

Es Aristóteles quien mantenía unida la retórica –integrada por la poética, la ética y la política– con la filosofía. Cabe aquí señalar que el presente texto se inscribe dentro de la antigua escuela alemana –anterior a Max Weber–, por la que la filosofía formaba parte –junto con la política y la sociología– de las ciencias sociales. Son estos dos presupuestos en los que fundo la presencia de la filosofía en la teoría social y en el hilo conductor de la lógica interna de la argumentación aquí desarrollada. Defensa de la filosofía que refleja lo que hacemos en sociedad, coincidiendo tanto con la ética y la política, y con un resguardo del judaísmo que intenta unir la tradición religiosa judía con el judaísmo secular. El presente trabajo –que cristalizó en mi tesis doctoral– es un esfuerzo de lectura de la obra de Emmanuel Levinas desde Emmanuel Levinas y la de su discusión tanto de sus fuentes –religiosas y filosóficas– como de los intelectuales que acompañaron su itinerario filosófico, su vida y su época.
La obra de Emmanuel Levinas dedicada al Infinito y a la alteridad irreductible del otro hombre aspira a decir el sentido de lo humano. Su reflexión permanece rebelde a la ontología ya que, para él, el ser no permite pensar en ese sentido. Levinas nos invita a abandonar la morada del ser. La fe significa el descubrimiento de que los recodos más secretos del yo no vibran sino al ritmo del Otro –el Otro como hombre, el Otro como trascendente–, expresión donde comienza lo humano en el ser. Levinas abrió los textos judíos para salvar la vida interior, sin esa atención no resultará posible escuchar la conciencia. El logos no basta para expulsar la ignominia. El intento de fundar un orden político pacífico, basado en la sabiduría griega, de la autonomía, la igualdad, la reciprocidad y la solidaridad, se convirtió en una conciencia culposa que reconoce que ese orden legitimó la violencia del imperio colonial y hasta del genocidio. El mundo cristiano y burgués que había asistido a la conciliación entre los valores trasladados por el cristianismo, como el respeto por la vida, la defensa de los derechos individuales, la libertad de conciencia y los transmitidos por la filosofía como la ciencia, la indiferencia del Estado respecto a la fe y la participación de los ciudadanos en la política –como seres libres e iguales en cuanto seres racionales–, es sustituido por un mundo en el que el individuo y la sociedad, la referencia a Dios y la existencia en el tiempo, la creencia y el conocimiento se alejan cada vez más hasta oponerse. No quiero caer en ningún lugar común al decir que Auschwitz culpabiliza a toda una civilización, lugar donde la catástrofe compromete a todos los hombres. El individualismo de las sociedades occidentales se tradujo en términos de odio hacia el otro hombre, desprecio hacia su diferencia, falta de compromiso ante su sufrimiento. A pesar de ser testigo de la Shoah, Levinas no cede ante el nihilismo ni cae en ningún antihumanismo. Frente a la barbarie, se hace necesario en él reavivar la memoria de otra fuente, distinta de la racionalidad griega, una fuente que vela por la promesa del advenimiento de lo humano. Levinas presta atención a lo que escapa al saber, no se resigna a la idea de que la alteridad –del mundo, del Otro, de Dios– deba plegarse a la ley imperativa del concepto. Hay que reemplazar ese legado por una tradición bíblica que tiene sus cimientos en el reconocimiento de la paz como responsabilidad para con el Otro.
Podríamos afirmar que frente a la multiplicidad de los enigmas sin resolver o los sufrimientos que carecen de explicación, aquello que anima el corpus de Emmanuel Levinas surge de un psiquismo reacio a los remedios teóricos. Su obra no puede ser mitigada por el orden conceptual, riguroso, preciso y cambiante proveniente de la filosofía, sino que vuelve su mirada hacia el pensamiento religioso que emana de la Biblia sin abandonar los conceptos ni el esfuerzo de una comprensión razonada. Aquí una realidad paradójica de la que simplemente daremos cuenta ya que ésta excede los límites de este texto: la Biblia es una palabra griega, bíblos: “libro” que acompañaba la publicación y el reconocimiento oficial de los judíos, de sus textos sagrados manifestados en una lengua extranjera, o sea, pagana. Esa palabra carece de equivalente en hebreo, doble pérdida de sentido interna y externa al judaísmo: “canon hebreo”, la “Biblia hebrea” y “canon cristiano”, con la denominación cristiana “Antiguo Testamento”, Antiguo y Nuevo Testamento en el sentido de Alianza, nueva Alianza entre teología y filosofía. Habrá que escuchar lo que el ruido del signo silencia. La palabra Biblia apareció en un texto del siglo II antes de nuestra era en la “Carta de Aristeo”: en consecuencia, la tradición considera que la Biblia es un bien cristiano desde antes de Jesús. Aquí es donde la palabra se vuelve cosa. La simultaneidad de la aparición de los términos Antiguo y Nuevo Testamento como de una única gestación donde la Biblia nació una con dos caras orgánicamente solidarias, obra que borra toda realidad textual hebraica pues no es la Biblia hebrea sino la versión de los Setenta la que se convirtió en el Antiguo Testamento. El equivalente en el judaísmo posterior al año 70 es la Miqrá, lectura y no escritura, manifiesto de oralidad. El judaísmo que asocia lo divino a la moral ha aspirado siempre a ser universal. La revelación de la moralidad describe el lugar de la elección, ésta no está hecha de privilegios sino de responsabilidades. Yo no soy igual al Otro, me veo obligado para con el Otro. Levinas es un judío ortodoxo –moderno, liberal y humanista– que universaliza el judaísmo; cuando le habla al mundo gentil universaliza valores judíos, pero se dirige a la humanidad entera. Ahora bien, aunque universaliza ciertos temas judíos, no trata de convertir a los gentiles como sí proclama Pablo. A pesar de la experiencia del nazismo y del fracaso de la asimilación, la gran vocación levinasiana es la de una sociedad universal y homogénea; a pesar de ello, el universalismo judío se manifiesta siempre en el particularismo. Para la ortodoxia judía la lectura y el estudio son el sustituto total del Templo desaparecido. La Biblia trata el exilio del hebreo, su voz se ha vuelto inaudible hasta su expurgación. El antijudaísmo es un elemento intrínseco tanto de la filosofía de la historia como de la religión, ello supone la derrota de lo humano por lo teológico-político. La distinción pertinente entre judaísmo y cristianismo pasa por los términos escritura y lectura donde la Torá sería un conjunto desescriturizado cuyo cuerpo está constituido por la enseñanza de la Mishná y el Talmud, y donde la Biblia cristiana sería la única Biblia en el sentido estricto del término. Podríamos decir que la interpretación ha precedido de tal modo a la traducción, que la traducción ya no traduce lo que el texto dice sino que traduce la interpretación. Ergo, los traductores traducen el signo y no el poema. Traducir consistirá, entonces, en instituir. Traducir es des-escribir. Para la Biblia, el original nunca es otra cosa que un escrito fijado por una tradición de lectura creyente. Traducir es el movimiento original del cristianismo, no hay lengua cristiana, sino una imposibilidad que es la tensión misma del misterio a anunciar. Las “lenguas fuente” para las primeras Biblias son el griego y el latín, y es a partir del griego y del latín como se lleva a cabo la genealogía de las lenguas que ha inscripto la Biblia en nuestra cultura. La palabra bíblica como interpretación latina tà biblía es una interpretación presentada como una pérdida del libro, una melancolía del libro, como una nostalgia del libro único. A pesar de ello, nunca ha existido un libro único habiendo sido fijado el corpus en su conjunto –y según los especialistas– hacia el siglo II antes de nuestra era –del canon hebreo hay testimonio desde el siglo II d.C.; su resultado final, notoriamente tardío, data del siglo VI al IX de la era cristiana–, componiéndose de veinticuatro libros, según la cuenta hebrea. No hay ni verso ni prosa en el hebreo bíblico, sólo conoce el cantar y el hablar. La apuesta del poema es ética y política. El plural oculta la unidad al igual que la unidad oculta la pluralidad. La Biblia en hebreo es una pluralidad que es una unidad, de oralidad y de ritmo. La unidad a la hebrea es plural y desde el origen; la unidad a la cristiana se sobreimpuso a aquella. La representación teológica sólo se ve a sí misma, sólo hay unidad en la repetición, sólo suma en el exilio de las palabras reunidas. Aquello que es distinto y que lo desborda es apropiado por lo religioso cristiano. La Biblia ha borrado de lo bíblico el hebraísmo y el judaísmo. En la doble identidad judeocristiana, la primera se ha vuelto inaudible, la “Biblia hebrea”, desaparece, ha sido silenciada. La hermenéutica cristiana está en la teología de la prefiguración, el paradigma cristiano del signo. San Agustín decía en sus Confesiones: “Una lengua enuncia mediante el cuerpo lo que el espíritu concibe”. Es el ser, la letra, el espíritu. Vale otra aclaración. Allí en sus Confesiones Agustín señala también: “Amo algo en él [el prójimo] que, aunque le es propio, no es él”. Para Agustín, el verdadero bien, fuente de la felicidad completa, lo ofrece Dios gratuitamente y de manera sobrenatural a todos los humanos, pero “sólo llega a poseerlo realmente el que abraza la fe”. El prójimo es alguien a quien sólo debemos ver en relación con Dios, no como una persona particular. Es primer mandamiento de la caridad: el amor a Dios; es segundo y semejante, el amor al prójimo. Hannah Arendt en tiempos de su tesis doctoral sobre Agustín (1929) decía: “El cristiano puede amar a todo el mundo porque cada persona es sólo una ocasión: el enemigo, incluso el pecador, son simples ocasiones de amor. No es realmente al prójimo a quien se ama en este amor, sino al amor mismo”. La caridad tiene su sustento en Dios, como causa y objeto principal; los otros son vistos como amor reflejo que deriva del amor a Dios. Entonces, la caritas implicará más el conocimiento del amor de Dios que del prójimo. Levinas se aparta y suscribe un acta de quiebre del principio egológico hegemónico en las filosofías de la conciencia. El mismo es, para Emmanuel Levinas, separación y multiplicidad, “con” y “para” el Otro que se halla en una situación de vulnerabilidad.
Leer la escritura es leer el origen. Una logología donde el discurso habla de sí mismo creyendo hablar de lo divino, una teología que no dice su nombre y aparenta hablar desde el interior de la filosofía. Teologizada la lengua, encarnación y traducción son análogas. Así, el griego lo demuestra mediante el silogismo. La hermenéutica judía es en su integralidad exégesis explicativa, prescriptiva, narrativa, dialéctica del sentido, relatos y ética. Es plural, en la repetición (mishná) y el estudio (Talmud) trabaja la paciencia del sentido. Leer la lectura es leer el funcionamiento. Literalidad y alegoría. El judío muestra el enigma. El pueblo judío es el pueblo de la interpretación del Libro, y el Talmud es el lugar donde se ponen en juego esas interpretaciones. Podríamos decir entonces que, tras su fase de fecundación y gestación hebrea, la Biblia nació griega para madurar y desarrollarse en una multiplicidad de lenguas. El sentido y su infinito significan la desaparición del texto como discurso; entonces, el lenguaje sustituye a la lengua; se pasa al discurso sin el concepto de discurso. Occidente forjó una lengua bíblica en el centro de sus lenguas cultas donde la Biblia ha hecho desaparecer a la Biblia hebrea. La Biblia nació con la construcción del occidente cristiano y no a la inversa. No hay polifonía, tan sólo único sentido. El punto de partida no es el canon hebreo, recibido, traducido e interpretado por el cristianismo, sino el griego, que sí produjo efectos retroactivos sobre el hebreo talmúdico o rabínico. Habrá que recordar que la identidad sólo adviene a través de la alteridad. Las verdades humanas que Levinas extrae de la Torá –entendida aquí como sinónimo de Biblia hebrea– incluyen: que todo ser humano debe sentirse mandado a estar a disposición frente al hambre, el sufrimiento, la vulnerabilidad del Otro. Esto es tan obligatorio como los mandamientos de amar a Dios y que es imposible dar cuenta desde un punto de vista filosófico. ¿Quién nos manda a actuar así? Lo que hace judía esta tensión es el hecho de que el Talmud –si bien fue gestado en un entorno helenístico en el cual toda persona culta conocía de filosofía platónica y posplatónica– no puede remitir a esa filosofía.
A mi juicio es precisamente en los tratados del Talmud donde Levinas encuentra la huella dejada en un pensamiento por la Revelación bíblica que por encima de la visión del ser, escucha la palabra de Dios. Nuevamente, si bien la lectura judía de la Biblia es indisociable de la Ley oral, las discusiones de los sabios, en los tratados del Talmud no tienen por objetivo prologar la Biblia. Levinas las presenta como una recuperación de los significados de las Escrituras con un espíritu racional, alerta y abierto a las potencialidades de renovación de sentido ofrecidos por la letra hebrea. Si bien la letra contiene el sentido, éste no se impone nunca como evidencia. En sus lecciones talmúdicas Levinas se propone mostrar –este espíritu y esta verdad– desde el sentido ético y el contenido de racionalidad que hay en ellas. Se plantea pensar el sentido de lo humano iluminado por la Revelación. La Biblia respira gracias a la tradición oral y el Talmud mediante sus discusiones. El Talmud enseña en muchas ocasiones que la Biblia habla el lenguaje de los hombres, lo que significa –según Levinas– que la Palabra de Dios está contraída en la Escritura, dándole así esta densidad infinita a la espera de las preguntas humanas para las respuestas del ahora. Para ello, se requerirá –enseña Levinas– una constante desmitologización de la Escritura y el cuidado de mantener cada texto particular en el contexto del Todo. Estas discusiones tienden a establecer una relación entre el hombre y la santidad de Dios, y a mantener al hombre en esta relación. Búsqueda infinita de la significancia primera e irreductible a un saber sobre ella y que orienta al hombre hacia el otro hombre. Israel significa en estos textos ideal de humanidad elegido para sostener la responsabilidad del mundo, responsabilidad original y universal hacia el Otro, más antigua que la libertad. El “no” –con que los judíos por siglos han contestado a los llamados de la Iglesia– no expresa una absurda obstinación, sino la convicción de que algunas verdades humanas se pierden en la teología bíblica. El rostro de la presencia de Dios es la tradición que da fe del mandato divino y de la comunidad interpretativa.
Es Platón en el Crátilo quien disoció teoría del lenguaje del conocimiento. Conocer es independiente del lenguaje. Platón y la tradición neoplatónica fueron quienes abrieron el camino a un pensamiento más allá del ser. Es desde Aristóteles, así como desde las escuelas estoica, epicúrea y escéptica, donde la metáfora de la curación médica ha guiado el itinerario filosófico en su extrema desconfianza, purgándolo de ilusiones aunque también de sentimientos. Sigamos con el hilo del siguiente análisis. Baruj Spinoza hablará en su inconcluso Tratado de la reforma del entendimiento de su determinación de “sanar el entendimiento y purificarlo”. La filosofía de Levinas no se conforma con hacer del logos el remedio de la inquietud humana ya que esta filosofía deviene de la racionalidad del saber inmanente al ser, lo que caracteriza la tradición filosófica de Occidente. Con el cristianismo el pensamiento religioso quiso transmitirse en la lengua de la filosofía en un intento de responder a los modelos de sentido del racionalismo griego. La piedad se modeló sobre la actividad de la inteligencia, sobre su nostalgia de una visión en acto de las ideas y sobre el sentimiento de que el devenir privaba de la eternidad de su contemplación. Una de las vías de la metafísica griega consistía en buscar la vuelta a la Unidad, la confusión con ella. Levinas se pregunta si la devoción que anima esa religión originariamente inseparable del amor al prójimo y del deseo de justicia no debía hallar en esa misma ética el lugar de su nacimiento semántico en vez de deberla a la no satisfacción del conocimiento. La religión se vio obligada desde entonces a adoptar los modelos de sentido en los que se exponía y que eran los de lo teorético, los del conocimiento, los de la nostalgia de la unidad del Uno. Siguiendo a Plotino, el acontecimiento teorético se convirtió también para la religión en el ícono mismo del regreso al Uno, al término de un largo camino que culmina en un éxtasis que se desvanece en la trascendencia alcanzada o recuperada. Si después de Filón de Alejandría los griegos penetraron en el judaísmo, es con Maimónides donde lo espiritual por excelencia equivale al conocer o al saber “en el que el ser está presente en el espíritu” y donde esta presencia es la verdad del ser, es decir, su develamiento. Incluso en Maimónides la posibilidad de ese conocimiento está reservada a los justos, se mantiene como comportamiento ético de benevolencia, de justicia, de equidad. Nadie va a la verdad sin humildad ni piedad, nadie puede pretender conocer y amar a Dios sin ejercitarse en la paz, en la paz con el prójimo y con el lejano. Maimónides, a pesar del reconocimiento otorgado a la filosofía griega, siempre afirmó la autoridad del profeta sobre el filósofo; la primacía de una razón inspirada por la trascendencia sobre una racionalidad que constituiría la medida y el fin de todas las cosas. La Torá es, para un judío, más íntima que la conciencia, sólo se trata de buscar los ecos y las huellas de sus múltiples sentidos. Podríamos afirmar que para Levinas la inquietud espiritual se mantiene irreductible al sosiego que proporciona el conocimiento y rebelde a las proposiciones de una teología basada en la ontología. El Infinito se halla ontológicamente separado, trascendente, ajeno, a lo que procede de él, no tiene esencia, ni puede identificarse con el ser –necesario e inmutable–, acto puro o pensamiento puro de los filósofos. Es precisamente esta sabiduría, surgida de la Biblia, que la lengua hebrea tuvo el privilegio de anunciar, la que pretende introducir Levinas en el núcleo de su discurso filosófico y que dice hallar en los textos judíos.
Levinas nos enseña que el hombre no está determinado por su pertenencia a la tierra. El espíritu es libre en la letra. Así el Libro se opone al paganismo. Dejarse educar por el Libro para mirar el mundo como creación es lo que preserva la verdadera universalidad cuya transmisión es la vocación del pueblo judío. El pagano, sólidamente instalado en el mundo –en el cual regula sus acciones y destino–, lo encuentra eterno; el judío, en cambio, se inquieta por su precariedad y percibe en él la huella de lo provisional y creado. Ninguna raíz lo mantiene cautivo de suelo alguno, no hay voz de la sangre que defina su humanidad. Contrapone el judaísmo la noción de arrepentimiento tanto a la tragedia de la moira griega en la que todo es irredimible como al dolor de la impotencia natural frente al tiempo. Es gracias a este concepto que el hombre no es una existencia definitiva, modifica el presente y borra el pasado, el tiempo pierde su irreversibilidad y el hombre lo libera. Para Levinas –a diferencia de los estoicos– el hombre no viene a ser una fortaleza fundada en la fuerza de una voluntad que no se somete a la violencia del mundo, sino que consiste en oponer la desnudez infinita de la conciencia moral a la inhumanidad circundante. La interioridad no es algo dado por la naturaleza. Su sentido trasciende los sufrimientos, pero también se manifiesta en la exterioridad preservando la chispa de lo humano.
En 1935 Levinas escribe un estudio sobre Maimónides en el que se pregunta qué representa –en su tiempo– la filosofía de este sabio de la Edad Media para los judíos en su condición de tales y de seres humanos. En ese artículo, al que tituló “La actualidad de Maimónides”, afirma –y no citando textualmente–: el paganismo trastoca valores, confunde las distinciones, borra los límites entre lo profano y lo sagrado, disolviendo los principios que hasta el presente permitían restablecer el orden. El punto central del estudio es el análisis de la aporía fundamental que opone –al autor de la Guía de perplejos– a Aristóteles frente a la interrogación acerca de si el mundo ¿ha sido creado o es eterno? Maimónides distingue entre universo ya creado, sometido a la lógica irrefutable de Aristóteles y la creación misma del universo que se le escapa. Dios es creador. Liberémonos de los hábitos intelectuales adquiridos en un mundo completamente acabado y comprenderemos la creación. Si, como enseña el judaísmo, Dios es exterior al mundo, no conviene hablar de Él ni medir su perfección tomando como referencia este mundo. La perfección y la acción de Dios no pueden medirse teniendo en cuenta lo que los hombres consideran perfección y acción al juzgar la naturaleza y las obras humanas. Maimónides afirma –a la vista de los argumentos aristotélicos– que no es legítimo pasar del funcionamiento del mundo, tal como es, en su estado definitivo y perfecto, a las condiciones que lo han hecho así. Una vez que ha alcanzado su estado definitivo y ha llegado a ser perfecto no se parece en nada a lo que era en el momento de nacer y ha sido creado de la nada. ¿Por qué hay que pensar que la idea de creación es un bálsamo que mitiga la angustia? Es porque, sostiene Levinas, devuelve a los judíos la confianza de su misión, al subrayar lo que separa al judaísmo del paganismo. El paganismo es una impotencia de salirse del mundo y por eso sitúa a sus dioses en el mundo. Para un pagano, el cosmos se cierra en sí mismo y el hombre ha de regular su comportamiento de acuerdo con él. El universo acabado, ordenado y armonioso es un modelo para los seres humanos sometidos al devenir. Ni siquiera Platón pone en cuestión el valor paradigmático del mundo visible. El sentimiento del judío respecto del mundo es diferente, destaca Levinas, carece de fundamentos definitivos, experimenta una cierta extrañeza respecto de la naturaleza, contiene la huella de lo provisional y de lo creado, lo que significa también la huella de la novedad. Ello sobrepasa las capacidades conceptuales, exige deshacerse del saber establecido, abrirse a lo que prohíbe el retorno a la certeza. Pensar en la creación es para un judío meditar sobre el primer versículo del Génesis. Plantearse la cuestión del principio es afrontar un secreto inviolable cuya propia inviolabilidad da sentido a toda vida. Levinas dirá que la propia creación supone una apertura a un misterio, obliga al hombre y lo aparta de cualquier nostalgia de comunión o de éxtasis. El verbo “crear” significa dar el ser a una existencia fuera de sí, poner una realidad nueva y distinta, y que no se sostiene en una relación de necesidad ni de dependencia respecto de su Creador. La criatura está puesta a distancia del Creador, y el vínculo entre ellos está constituido por una palabra que no se impone en forma de una necesidad. La palabra creadora no revela nada de la naturaleza o de la esencia de ese Dios, que no entra en el mundo de una forma esencial o sustancial. Es tan sólo su Palabra la que ordena la creación, su Palabra llama a las criaturas al ser, pero Él se mantiene fuera de los cielos y de la tierra. Dios contempla su creación y la halla satisfactoria, lo que significa que se complace de ella y que el hombre bíblico no tendrá que abandonarla so pretexto de acercarse a Él. La creación se mantiene en el ser, renovada todos los días por esta palabra y por esta mirada sobre ella, lo que significa que no está abandonada ni olvidada y que sin embargo –este no abandono y este no olvido– no equivalen a un vínculo de dependencia que contraría a la criatura. Maimónides sostendrá que el universo no está dejado al azar y a la necesidad, porque actúa en él una intención cuyo secreto no pretende penetrar jamás. Levinas insiste en este punto incluso señalan...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Acerca de este libro
  4. Dedicatoria
  5. Agradecimientos
  6. Unas palabras a modo de prólogo. Carlos A. González Gartland
  7. A modo de presentación
  8. 1. Empezar es la cuestión: anotaciones para una introducción
  9. 2. Filosofía de la alteridad o deseo del Otro
  10. 3. Lo judío y lo griego: impresión bíblica de los significantes de la tradición filosófica
  11. 4. Humanismo levinasiano: el sujeto ético
  12. 5. Sobre la traza de lo político: ontología de la guerra versus escatología mesiánica
  13. A modo de final
  14. Bibliografía
  15. Índice
  16. Créditos