Capítulo 1
La continuidad interrumpida
1. LA EMIGRACIÓN DE UN PUEBLO
Los godos entran en nuestra Historia en la década de los sesenta del siglo IV, pero antes, en las postrimerías del II, formaban un pueblo, básicamente militar, que había emigrado desde el Vístula, desde las orillas del Báltico, hasta las tierras del mar Negro; finalmente, entre el Don y el Danubio encuentran tierras en las que establecerse. Al entrar en una región de antiguas influencias helénicas empiezan a culturizarse.
El crítico siglo III les invita a intentar forzar el limes romano. No tienen suerte y las armas romanas les golpean con dureza, adversidad que quiebra su unidad. La parte del pueblo asentado al este del Dniéster forma la unidad ostrogoda, mientras que la visigoda se mueve entre este río y el Danubio.
Al otro lado estaba la civilización romana, y Roma necesitaba de buenos soldados que librasen sus guerras. Y empiezan los influjos, entre ellos los religiosos, y el cristianismo se propaga, en su versión arriana, obra de un obispo llamado Ulfila que, como buen oriental, rechazaba que un hombre pudiera ser Dios y, en consecuencia, negaba la divinidad de Cristo.
Siguen las presiones de los hunos, la división entre ostrogodos y visigodos, que logran permiso para cruzar el limes para así entrar en el Imperio romano y pasado algún tiempo vencer a las legiones en la batalla de Adrianópolis, en el 378. La paz la firmaron con Teodosio en el 382, los visigodos logran el reconocimiento de pueblo amigo a cambio de luchar como foederati. Ha empezado una verdadera asimilación o romanización. Con la elección de un gran jefe, Alarico , empieza otro capítulo, porque sueña en convertirse en un verdadero rey. No lo conseguirá él, y hay que esperar a un nuevo rex, Valia, que logra entenderse con el emperador; firma un foedus, en el 416, por el que consigue la hospitalitas romana a cambio de convertir a sus hombres en tropas auxiliares.
Tenemos que remontarnos al 406, vándalos, sármatas, alanos, sajones, burgundios, alamanes…, el 31 de diciembre pasan el helado Rhin, en su unión con el Meno y a la altura de Maguncia. Estas masas bárbaras se mueven por la Galia entre los años 407 y 409. Las legiones romanas logran desviar a los vándalos, alanos, suevos hacia el Sur, hacia Aquitania y hacia los Pirineos.
Hispania, envuelta en los forcejeos de las diversas facciones del poder romano, ve impotente, en el 409, la entrada de estos pueblos, que al cabo de dos años llegan al acuerdo con los poderes locales de cesar en sus correrías y de sedentarizarse.
Y, como tantas otras veces, empezaba el lento proceso de romanización, que queda interrumpido por la llegada de los visigodos. Como tropas federadas entraron en Hispania, y se dirigieron a liberar las provincias más ricas y romanizadas de Hispania. Eran en las que tenían más intereses los linajes senatoriales.
Valia tuvo éxito y descoyunta el poder de alanos y vándalos. Dos años después, es la ocasión de conseguir la realización de un sueño. Se les concede fundar el Reino Visigodo de Tolosa1, 411-507, en las provincias de la Novempopulania y de la Aquitania Secunda. Incluía la Septimania, provincia francesa que va desde Narbona hasta Carcasona. Tenemos ya el mecanismo de las penetraciones visigodas. A las órdenes de la autoridad romana partían del Reino de Tolosa y penetraban en Hispania. Todo queda interrumpido, las insidias desestabilizan una vez más la capital del Imperio, Rávena, con lo que el esfuerzo militar en Hispania se debilita.
La explosión bagauda se produjo en medio del desorden creado. Eran la manifestación del carcoma que representaba el proceso de ruralización y la consiguiente explotación del campesino y su pérdida de libertad. El peligro se cernía sobre la Tarraconense, la provincia, hasta ahora, salvada de todos los peligros. El Imperio no podía transigir y logró cortar de raíz toda insurrección gracias a sus foederati visigodos.
Los acontecimientos parecen precipitarse. En Tolosa sube al trono un nuevo rey visigodo, Teodorico II, con él los godos profundizan su romanización. Mientras tanto, el nuevo rey, inmerso en la gloria del Reino de Tolosa , se embarca en la conquista de la preciada Tarraconense y logra la aceptación imperial de la ocupación. Presencia la muerte de la institución imperial del año 476 y vive su consecuencia, que es el comienzo del dominio visigodo sobre extensas regiones de España.
El peligro franco se acercaba. Ya se había apoderado de diferentes plazas visigodas. La amenaza era tan cercana que Alarico II , 506, no tuvo más remedio que presentar batalla a los francos de Clodoveo, en Vouillé. Alarico fue derrotado y muerto. Solo la intervención, en el 508, del ostrogodo Teodorico consiguió salvar para los visigodos un resto del Reino perdido, la Narbonense o Septimania.
2. LA ESPAÑA VISIGODA HEREDERA DE RÁVENA
La formación de la patria goda
A los visigodos les espera una prepotente aristocracia senatorial tardorromana con la que ya habían anudado fuertes lazos de colaboración. Eran el poder, apoyado en el control de la economía y de la sociedad local, porque ya poco o nada podían esperar del desintegrado Imperio. Ante ella se presentaba el poder visigodo con el deseo de representarla, orlado por un cierto halo imperial, aunque sus ejércitos estaban formados, más que por legiones, por caudillos y sus clientes. La realidad es que el pueblo visigodo era una minoría que necesitaba pactar con los poderes locales si pretendía, además de vencer, gobernar y ser aceptado.
Y, como no podía ser de otra manera, aunque los visigodos tenían el camino trazado, no les va a ser fácil renunciar al Reino de Tolosa y a sus sueños. La crisis durará cincuenta años.
Es precisamente a partir del 526 y hasta la mitad de la centuria cuando el corazón del poder visigodo se asienta en Hispania, y las regiones de la Bética aceptan formar parte del Reino, cuyo eje fundamental va desde Barcelona, pasa por Zaragoza, Toledo, Mérida y acaba en Sevilla. Quedaba claro que Toledo era el centro de este eje vital que apuntaba a la Septimania como último o primer eslabón de la cadena de sus dominios. El Reino de Toledo es ya una realidad que durará hasta el 711.
Otro nuevo peligro que tiene que superar el ejército visigodo es el representado por el poder bizantino en los años de la Restauratio, dirigida por Justiniano. Parte de una fuerza expedicionaria bizantina salta desde Ceuta a Gades y la otra parte desembarca en Cartago Nova. Las fuerzas visigodas multiplicadas salvan el Reino pero no son capaces de expulsar a los bizantinos.
El rey visigodo, Atanagildo, tiene, además, la importancia de haber escogido Toledo como sede real. Su sucesor, Liuva , elegido en la Septimania, nombra para gobernar en Hispania, como co-rey, a su hermano Leovigildo.
El paso del Reino de Tolosa al Reino de Toledo ha sido laborioso y tardado años, pero ya se ha producido. La cabeza se convierte en el apéndice, la Septimania, y el apéndice se convierte en cabeza, el Reino de Toledo.
La llegada de los visigodos tuvo para Hispania una gran importancia pues marca un paso decisivo hacia la consecución política de su personalidad. Deja de ser una provincia imperial dependiente para convertirse en un reino, el Reino de Toledo , mientras que la institución imperial empieza a cubrirse del polvo del pasado.
El hallazgo de restos visigodos de esta época nos habla de su permanencia, sobre todo, en las tierras comprendidas entre Pamplona, el Pisuerga y el Tajo, en las provincias de Burgos, Palencia, Valladolid, Segovia y Soria2. Acabaron dominando toda Hispania.
Dos momentos clave centrarán nuestra visión del Reino de Toledo, hasta el punto de formar sus dos grandes momentos constituyentes3. El primero girará alrededor de los reinados de Leovigildo y su hijo Recaredo, 569-601; el segundo buscará los de Chindasvinto y su hijo Recesvinto, 642-672. Los dos estarán trasfundidos del espíritu isidoriano. En estos reinados se establecería la imagen que salta a la cristiandad medieval y que subyace debajo de los esfuerzos reconquistadores de los reinos hispanos.
Y entramos en el primero de los momentos clave del Reino de Toledo. Es uno de los momentos mejor conocidos de la Historia de España en la antigüedad tardía. La iluminan la Crónica de Juan Biclaro, las Historias de los godos y suevos y de Viris illustribus de S. Isidoro, Vida de S. Millán, Vidas de los santos padres emeritenses y los escritos de Gregorio de Tours y Gregorio Magno.
Quedaba lo más importante para constituir un verdadero reino. Faltaba la aceptación del pueblo. Una minoría visigoda de doscientos mil miembros constituía la clase dominante basada en su poder mil...