La España resignada. 1952-1960
eBook - ePub

La España resignada. 1952-1960

La década desconocida

  1. 480 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

La España resignada. 1952-1960

La década desconocida

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Los años 50 constituyen la época más desconocida de la historia reciente de España. Entre los terribles años 40 de la posguerra y los cambios que trajeron los 60.Manuel Espín acude al rescate de esos tiempos en La España resignada (1952-1960). Una década desconocida, para devolvernos la imagen de un país que quiere dejar atrás los terribles recuerdos de la guerra y la posguerra para empezar a mirar hacia el futuro con esperanza.Los 50 verán la llegada de los estadounidenses, con sus bases, costumbres exóticas, objetos de consumo y fascinantes iconos cinematográficos y musicales. También serán testigos del nacimiento de la televisión en 1956, y de los años dorados de la radio. Así cómo de nuestras estrellas locales, de Bobby Deglané a Sara Montiel hasta Di Stefano y Kubala, pasando por Joselito, Antonio Molina o el Dúo Dinámico.Aunque el país sigue instalado en una autarquía alejada de la prosperidad, en 1959, se va a producir el doloroso, pero inevitable, Plan de Estabilización.Mientras, las costumbres y la moralidad pública se rigen por una omnipresente y estricta catolicidad, con pocas concesiones a la libertad personal y colectiva, bajo criterios de 'doble moral'.Ningún aspecto relevante de la vida española escapa a la aguda mirada del autor. Además, recrea pequeñas historias de personajes ficticios inspirados en la realidad, en un singular ejercicio de fusión de géneros. Y dedica especial atención al papel de unas mujeres que casi eran invisibles.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a La España resignada. 1952-1960 de Manuel Espín en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Historia y Historia social. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2020
ISBN
9788417241599
Categoría
Historia
Categoría
Historia social

1

Una catolicidad de masas

Flora es ama de casa, como todas sus amigas; tiene cuatro hijos y su misión en la vida es cuidar a su descendencia y velar por su marido. Ha entrado en la cuarentena, y en sus ideas y decisiones interviene una persona que no pertenece al núcleo familiar, don Narciso, el asesor espiritual, al que visita cada dos o tres semanas. De forma paralela consulta con su confesor, escogiendo entre dos o tres parroquias del barrio, pues no siempre quiere recibir la absolución del mismo sacerdote. Entre distintos curas, en caso de duda o discrepancia, siempre encontrará quien le dé la razón.
Se considera una mujer hacendosa como la del anuncio de una máquina de coser que publica la prensa, donde se ve a la señora de la casa recibiendo al esposo, que retorna cansado del trabajo, a quien muestra el vestido recién terminado. El marido hace este comentario: «Gracias a que me casé con una mujer tan ahorrativa y arreglada podemos vivir muy bien».
El texto publicitario añade:
Acaso carezca para usted de importancia el ahorro que representa confeccionar en casa sus vestidos y labores: sin embargo, ¡con qué orgullo los mostrará a su esposo!… Dar pruebas de sus dotes de ama de casa y ostentar ante los suyos una capacidad de iniciativa y buen gusto es el verdadero anhelo de toda mujer.
Lo cierto es que Flora visita a menudo a su modista, y no le apasiona adquirir la ropa ya confeccionada, no sea que se encuentre a otra señora vestida igual que ella. Hace años compró a plazos una máquina de coser, pero apenas la usa; cuando es necesario viene una costurera a casa por si hace falta arreglar ropa para los niños, y esa mujer es quien utiliza la máquina.
Desde que nació su hijo mayor ha estado muy pendiente del bienestar de los niños; todos matriculados en colegios religiosos, incluso el más pequeño, todavía en párvulos. Por fortuna, el de los chicos queda cerca del de la niña. Los mayores asisten a catequesis, aunque al cumplir los siete años ya hicieron la primera comunión. Flora acude a misa con sus cuatro hijos una vez a la semana, sin faltar ni un solo domingo, y con Braulio, su marido, que es más distante en estas cosas y a diferencia de ella comulga «de pascuas a ramos». Eso no hay quien lo arregle, aunque se ha comprometido con don Narciso a que logrará convencer al esposo.
Braulio trabaja de funcionario en Abastecimientos y Transportes, y a su vez complemente el sueldo con encargos de dos o tres gestorías, lo que le obliga a entrar y salir muy a menudo de casa. Flora reza para que aparezca por la puerta antes de que emitan «el parte» con las noticias a través de Radio Nacional de España. A veces, acuden juntos al cine, cuando la abuela se queda con los niños. Flora ha leído previamente las hojas de calificación moral sobre las películas cuyas notas de aviso se cuelgan en una vitrina de la parroquia.
Siente mucha curiosidad por ver una marcada con el 4, «gravemente peligrosa», pero no se atreve; y además teme ser identificada por algún conocido cuando se encienda la luz de la sala, que la habría sorprendido in fraganti cometiendo un grave pecado. Si quiere acudir su marido lo hará en solitario y no se lo contará; aunque ella lo intuya y guarde silencio. En esto las mujeres son diferentes a los hombres: una señora, y menos madre de familia, jamás entrará sola a un cine, y nunca a ver una de esas películas «gravemente peligrosas».
A Flora le obsesiona que su esposo salga de casa bien arreglado y lleve cortadas las uñas de las manos, lo que efectúa directamente con ayuda de un pequeño juego de manicura, fijándose en que no se olvide de colocar su anillo de casado, un amuleto que, en teoría, le debe proteger de cualquier tentación. A veces entre sus amigas escucha rumores de infidelidades de otros, pero está segura de que Braulio no pertenece a esa clase de hombres.
A su casa acude una asistenta varios días a la semana. Es una chica de pueblo que arrastra un «problema», del que se suele hablar en voz baja y cuando no están los niños delante: tiene una hija pequeña y está soltera. Su pareja la dejó embarazada; dicen que se trató de un casado, pero sobre esto la muchacha no suelta prenda. Si alguien le pregunta el día que inscriban a la niña en la escuela de párvulos, dirá que es viuda o que él «ha desaparecido». En las pasadas Navidades, Flora regaló un corte de tela de hábito a la madre de la asistenta, a la que no conoce en persona. La chica puede ser poco refinada, pero es cariñosa y trabaja muy bien. Además, sabe de cocina y muchos días se encarga de la compra. Flora recuerda con persistencia las jornadas en las que obligatoriamente se debe cumplir con el ayuno y la abstinencia. A menudo, la asistenta se marcha cuando viene alguna de las amigas de Flora, dejando el chocolate con leche o el café ya preparado y la bandeja colocada en la mesita del gabinete.
Esas damas, tan íntimas de la señora, llevan alteradas desde hace semanas. Preparan el gran recibimiento al brazo incorrupto de Santa Teresa, que se desplaza de ciudad en ciudad. El día tan esperado, padres e hijos asistirán juntos a la gran recepción en las calles más céntricas. Algunas amigas de Flora irán vestidas de mantilla, ella no. Tiene un traje negro que bien puede hacer las veces, con un tocado, pues no «se ve cómoda» con el velo negro de encaje ni le sienta bien a su pelo color caoba oscuro.
Sabe de antemano que esa tarde sonarán a la vez las campanas de todas las iglesias y conventos, y, en bloque, las autoridades acompañarán a la comitiva en procesión hasta la catedral donde permanecerá expuesta la preciada reliquia. Habrá, como en Semana Santa, penitentes descalzos o martirizados recorriendo metros y metros de rodillas, o con el rostro tapado por un tupido velo negro. Más una masiva comunión al acabar el sonado recibimiento, proclamado en todas partes como una de las noticias más relevantes del año. Durante unos pocos días no se hablará de otra cosa que del multitudinario evento y, con suerte, dentro de dos o tres semanas aparecerá en el No-Do. El párroco está convencido de que «será una de las jornadas más importantes en la historia de la ciudad».
Las clases se suspenderán después de comer, los comercios echarán el cierre y todo el mundo se irá a la calle para recibir la reliquia de la santa. Flora lo tiene bien organizado: los niños comerán bien pronto para no tener que hacer la digestión de pie, en plena procesión. Y ha conseguido de Braulio que suspenda todas sus visitas y compromisos laborales: no puede exponerse a que la vean sola y no del brazo de su esposo. Sus amigas congregantes les han reservado asientos en un reclinatorio, para que no se encuentren sin sitio donde sentarse cuando una parte del gentío se acomode en el interior de la catedral, y el obispo celebre el oficio, al que asistirán las principales autoridades con sus cónyuges. También ella ha hecho muchos favores a las de la congregación y ahora se lo devuelven permitiendo que se sitúen en el reservado, a cuatro filas del gobernador civil y del alcalde, que aparecen con sus respectivas esposas ataviadas con mantilla y el misal en la mano.
* * *
El resultado de la guerra pudo ser una catástrofe para el franquismo, que percibió desde poco antes del final del III Reich quiénes eran los «nuevos amos del mundo»; no precisamente aquellos con los que se había alineado. El boicot de Naciones Unidas de 1946 y la retirada de embajadores dejó al Régimen ante un espejo de soledades. Tan solo una poderosa influencia le dio apoyo e impulso: la Iglesia de Pío XII. La «catolicidad» fue uno de los elementos esenciales, por no decir el más importante, para la consolidación del franquismo en el poder; todavía más decisivo que el del Ejército surgido de la Guerra Civil. Sin la Iglesia el Régimen difícilmente habría sobrevivido en un ambiente internacional tan adverso.
Se ha designado este sistema como «nacional-catolicismo», un término empleado ocasionalmente en los días de la Guerra Civil, luego desaparecido y recuperado en los albores de la Transición, aunque con un matiz irónico y despectivo. En nuestro caso preferimos la denominación «catolicidad», como una actitud muy propia del pontificado de Pío XII, y no solo en España, marcada por una visión omnicomprensiva y un intento de imposición sobre la sociedad civil en su conjunto y de rechazo o desconfianza ante el pluralismo. Concepto que debe ser separado del de «catolicismo»; es decir, el libre ejercicio de una creencia y de una práctica religiosa, con la capacidad para expresarse dentro de una sociedad plural, junto a la presencia de una cultura humanista protegida desde la perspectiva de la libertad religiosa, tal y como reconoce la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Sin confundir, por lo tanto, el derecho a desenvolverse sin cortapisas de otro concepto puramente sociológico de exhibición externa y de abrumadora presencia favorecida por la confusión de papeles entre lo político y lo religioso y, por consiguiente, bajo la conversión de esa expresión moral y social en una «única y exclusiva verdad» impuesta sobre las demás. La crítica al maridaje entre lo civil y lo religioso de esa época no lo sería, por lo tanto, a la práctica social o espiritual de sus creyentes, y a su capacidad para transmitir su mensaje, sino a la imposición de un modelo único donde se venía a excluir el ejercicio de la libertad a quienes no participaran de él; gracias a que el poder civil lo imponía. Anacronismo de una época en la que el sistema político se apropiaba del «traje» de teólogo para decir cuál era «la única religión verdadera».
La aprobación en 1945 del Fuero de los Españoles —que no podía ser ni por asomo una constitución, ni siquiera una carta otorgada de derechos—, constituyó un intento de operación de maquillaje de limitado alcance. Mucho más importante, y a la larga eficaz, fue el relevo de una imagen de marcial simbología y estructuración vertical, con elementos emparentados con los del fascismo más clásico, por la de marcado signo de catolicidad, incluso en un elemento tan característico de esta época como los grandes actos de masas sociorreligiosos.
La Iglesia se lo permitía perfectamente al sistema: desde los inicios de la Guerra Civil y el bautizo como «cruzada» de un sangriento conflicto donde se jugaban muchos intereses, el franquismo trató de presentarse, con la aquiescencia de la institución eclesial hasta el Concilio, como el «más perfecto ejemplo de gobierno católico». Controló no solo áreas tan importantes como la educación en todos sus niveles, incluida la superior, sino que su influencia fue decisiva en la formación, la implantación y la fiscalización de la moral pública. A finales de 1944, en una entrevista para la agencia de noticias United Press, Franco presentó al Régimen como «una democracia orgánica y católica».
En la posguerra, el marchamo de catolicidad era fundamental para la mejora de la imagen exterior, especialmente de cara a la potencia hegemónica, los Estados Unidos; así, se utilizó al episcopado norteamericano, con el Cardenal Spellman como referencia emblemática, y a los sectores católicos de las cámaras, singularmente la minoría de origen irlandés, como cabecera de un lobby que contribuiría a difuminar, aunque no del todo, las reticencias que las administraciones norteamericanas mantuvieron sobre el Régimen. El papel del tenaz, aguerrido, influyente y vibrante Spellman en defensa del Gobierno de Franco fue importante de cara a la sociedad norteamericana, en un momento en que el prelado se posicionó en primera línea de la batalla ideológico-propagandística contra el comunismo.
No puede chocar la clamorosa acogida que se otorgó al futuro cardenal en sus viajes a España; de ello es buen ejemplo la intensa cobertura mediática de su recorrido por Cataluña en 1950 para visitar la Cova Sant Ignasi o Cueva Santa de Manresa, expresada en el propio No-Do en su edición del 20 de febrero de aquel año, con un gran despliegue de cámaras y de posiciones, en general con buena factura técnica, como era habitual en muchos de los contenidos del informativo, pese al fondo descaradamente propagandístico. Lamentablemente, en aquella ocasión, el sonido directo se estropeó y no pudo utilizarse. En el rodaje participó el luego director de cine Antonio Isasi Isasmendi.
Pese a esa influencia, había un factor que tenía un gran peso en la opinión pública norteamericana y en sus administraciones, y que incluso llegaría a estar presente en la fugaz visita de Eisenhower a Madrid del 21 de diciembre de 1959, la más importante de todas las de Estado durante el franquismo: las dificultades para el ejercicio de la libertad religiosa a los no católicos. Frente a esa intensa labor de las legaciones españolas en Washington, previa al restablecimiento de embajadas, ante las minorías católica e irlandesa y el episcopado de aquel país, el presidente Truman había expresado públicamente sus críticas al Régimen, entre otros aspectos por la falta de libertad para las confesiones protestantes, en un tiempo en el que la Iglesia española mostraba toda clase de reticencias frente al desenvolvimiento de otras religiones amparándose en la defensa de la «unidad religiosa» que también proclamaba el franquismo. Tanto es así que una de las razones que se han aducido para que el Plan Marshall dejara fuera a España fue su permeabilidad a las críticas de las confesiones evangelistas ante las dificultades para el ejercicio de su actividad en la cerrada sociedad española de la época.

La catolicidad se echa a la calle

Un factor relevante incidió en los prolegómenos de la luna de miel entre España y Estados Unidos: el inicio de la guerra de Corea y el discurso fuertemente anticomunista de la Norteamérica de finales de los años 40 y buena parte de los 50. Aunque con otras características, ese mismo discurso era compartido por la catolicidad de la Iglesia de Pío XII. Hasta el punto de que los términos religiosos y políticos se entremezclaban, y el concepto «católico» implicaba en paralelo el del «anticomunista». Un discurso en el que el Régimen fue a encontrar un asidero fundamental para la supervivencia. A esas características hay que añadir un hecho primordial: sería imposible la descripción del catolicismo español de los años 50 sin hacer referencia a su intensa labor de publicidad social, a su enorme presencia en actos de masas, promovidos, hermanados y tutelados con los del propio Estado hasta ser percibidos por la población casi como un «todo conjunto». Los 50 y buena parte de los 60 van a ser los años de las grandes procesiones, de las manifestaciones religiosas en las calles, de la llamada Cruzada del Rosario en Familia, del traslado de las reliquias de los santos, de las ceremonias públicas de expiación de los pecados, de los contenidos de «misión católica» en la radio y en el cine, de las imágenes de Franco bajo palio, de la mezcla de autoridades civiles, militares y religiosas en toda clase de actos…
Sin olvidar el decidido papel de tutela que la jerarquía adquirió sobre la mayor parte de las leyes, decretos y reglamentos, incluidos los de estricto nivel político, buena parte de los cuales fueron sometidos previamente a la consideración de obispos y cardenales. El ejemplo más característico sería la consulta al episcopado, que no se hizo pública, sobre lo que podía haber sido un decisivo proyecto político, el de José Luis de Arrese, último estertor de Falange, que en 1956 elaboró el borrador de una norma fundamental en la que se consagraba un hipotético futuro monárquico bajo un partido único. Sujeto al juicio de los prelados y evaluado negativamente, Franco archivó de manera definitiva una propuesta que, de haberse concretado, habría dado lugar a un régimen falangista sin pluralismo político, en línea muy distinta a la de los países occidentales. De la misma manera, altos representantes de la Iglesia se sentaban como tales en las Cortes, ejerciendo además una importante función de control sobre la autoridad civil, especialmente en materias como la enseñanza o la moral pública, que aparecían como territorios casi de competencia exclusiva.
Dentro de esa visión, en la primavera de 1952 se celebraba el más importante acto de masas conocido desde el final de la Guerra Civil, con la convocatoria en Barcelona del Congreso Eucarístico, cuyas consecuencias rebasaron plenamente el espacio de lo religioso. Protagonista indiscutible de esta iniciativa fue el arzobispo de la Ciudad Condal, el futuro cardenal Gregorio Modrego (1890-1972), un prelado de origen aragonés cuyo perfil biográfico era muy semejante al de la mayoría de sus compañeros. Modrego había firmado en 1937, junto al resto de los 48 obispos españoles —con excepción del cardenal Vidal i Barraquer, mientras el cardenal Segura mantuvo reticencias—, la Carta Pastoral Colectiva, documento del episcopado español dirigido a la opinión pública mundial y a los católicos, donde se reforzaba moralmente el papel de los sublevados, calificando el levantamiento —al que varios obispos designarían posteriormente con el término «cruzada»— de «plebiscito armado», «contienda popular», «movimiento cívico-militar», «movimiento nacional» y mencionando su «sentido patriótico y religioso». Esta carta colectiva del Episcopado español de 1937 traslucía la desconfianza, habitual en esa época, respecto al mundo de l...

Índice

  1. Cubierta
  2. Manuel Espín
  3. La España resignada
  4. Título
  5. Créditos
  6. Índice
  7. Introducción. Vidas comunes en el tiempo menos conocido
  8. 1. Una catolicidad de masas
  9. 2. Llegan los americanos
  10. 3. Al compás de lo cotidiano
  11. 4. Los «hijos del Régimen» se rebelan
  12. 5. Mujer, esposa y madre
  13. 6. La difícil disidencia interior
  14. 7. El desembarco de Hollywood en España
  15. 8. El «dios fútbol»
  16. 9. El sabor amargo de la Guerra Fría
  17. 10. Noches de cabaret
  18. 11. Catástrofes e inundaciones
  19. 12. Mundo, demonio y carne
  20. 13. Los años dorados de la radio
  21. 14. La televisión… en familia
  22. 15. Ifni: la guerra al trasluz
  23. 16. Jarabo y la España de El Caso
  24. 17. Las nuevas estrellas
  25. 18. Los jóvenes buscan su espacio
  26. 19. La doble vida de El Capitán Trueno
  27. 20. Inflación y escasez de divisas. La muerte anunciada de la autarquía
  28. 21. La antesala del desarrollismo
  29. 22. Cuando el «famoseo» era clasista
  30. 23. El día más corto de Eisenhower
  31. Epílogo. Mirando al futuro… de reojo
  32. Fuentes bibliográficas