Ecología política
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Ecología política

De la deconstrucción del capital a la territorialización de la vida

  1. 485 páginas
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Ecología política

De la deconstrucción del capital a la territorialización de la vida

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Este libro despliega la trama conceptual de la ecología política latinoamericana en la que late una pulsión de emancipación de la vida. Más allá de la voluntad de cuestionar el legado del pensamiento filosófico y de la ciencia logocéntrica como las causas históricas que desencadenaron la crisis ambiental, asume la responsabilidad de dar palabras al proceso de desposesión de los pueblos y a la degradación ecológica del planeta. Este libro nace del abismo de la vida, de la falla constitutiva del ser desde donde irrumpe y se constituye el campo de una ontología política. No sólo como una nueva disciplina en el campo de las humanidades y las ciencias sociales, sino como un proceso de rexistencia de la vida que reorienta el proceso civilizatorio de la humanidad, desde las condiciones de la vida y los derechos de existencia de los Pueblos de la Tierra, a través del diálogo de saberes que abre los horizontes del devenir y la sustentabilidad dela vida en el planeta. Las letras y las palabras de este libro se articulan en el compromiso ético de deconstruir el régimen ontológico del capital que ha dislocado la vida para recorrer los caminos que está abriendo el ambientalismo crítico hacia la territorialización de la vida.

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Información

Año
2019
ISBN
9786070310409
Edición
1
Categoría
Sociología
1. LIBERANDO LA SUSTENTABILIDAD DE LA VIDA 1
Hace medio siglo sonó la alarma ecológica anunciando un acontecimiento inédito en la historia humana: una crisis ambiental planetaria. No se trataba de una catástrofe ecológica debida al reajuste del metabolismo de la vida en la biosfera, de la manera como ocurriera anteriormente en la historia geológica de la Tierra. Este “fenómeno de la naturaleza” fue percibido como una crisis de civilización: de los modos de intervención de la humanidad sobre los cursos y los destinos de la vida; de los límites del crecimiento económico y el desencadenamiento de las fuerzas prometeicas de la tecnología que habían sobrepasado la “capacidad de carga” y las “funciones de resiliencia” de la frágil trama de la vida en la biosfera. Para controlar la degradación entrópica del sistema de soporte de la vida en el planeta y contrabalancear los efectos destructivos generados por la inercia de la pulsión del proceso de globalización tecno-económica fue forjada una palabra maestra: sustentabilidad. La construcción de la sustentabilidad de la vida fue el llamado para salvar a la Tierra de una catástrofe tan no intencionada como impredecible.
De esta manera, la humanidad fue convocada para dar bases de sustentabilidad al proceso de desarrollo. Pero en esa búsqueda por asegurar la vida en el planeta, varias preguntas quedaban en el aire: ¿cómo se había constituido el régimen de racionalidad que atenta contra la sustentabilidad de la vida en el planeta?, ¿cómo incorporar las condiciones de sustentabilidad a la economía? El llamado a la sustentabilidad ha sido percibido como la ocasión para cortar el listón en la glamurosa celebración de un simulacro; como el Guasón que nos esperaba a la vuelta de la esquina luego de haberse escondido de nuestra mirada durante toda la historia de la humanidad. Pero, ¿cuál es el sentido profundo de la sustentabilidad? ¿Qué la ha cegado, acallando su mensaje revelador, bloqueando y restringiendo sus potencialidades, constriñendo su propósito transgresor? ¿De qué maleficios habríamos de exorcizarla y liberarla? ¿Está encadenada por los poderes hegemónicos que dominan y gobiernan el orden mundial, o es el temor de abrir un proceso revolucionario capaz de subvertir la seguridad ontológica del orden establecido sacudido por el riesgo ecológico? Pareciera que hay algo enigmático y sospechoso en el término “sustentabilidad”, una falsa promesa, un riesgo peligroso, un poder no revelado que quisiera constreñir su significado, limitando y desviando su sentido hacia la miope visión de un mundo enverdecido.
De hecho, sustentabilidad era una palabra prácticamente inexistente en el vocabulario de la teoría económica, de las políticas públicas y de los asuntos internacionales antes del 22 de abril de 1970, el día que fuera fundado el Día de la Tierra en la cúspide del movimiento contracultural en Estados Unidos, dando voz a una conciencia emergente que canalizó la energía de la protesta antinuclear y contra la guerra de Vietnam hacia la irrupción del movimiento ambientalista. El gerundio “sosteniendo” o “sustentando” y el adjetivo “sustentable” o “sostenible” aparecen en diccionarios definiendo “la habilidad de sostener algo” o como descriptor de “algo susceptible de ser sostenido”. Pero el concepto de sustentabilidad, entendido como una norma social, como una condición del proceso económico y de la vida misma, emergió como un neologismo con el Informe Brundtland: Nuestro Futuro Común (WCDE, 1987), habiendo sido inseminado por los debates y las publicaciones de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) durante los ochenta. Antes de ello vivíamos en un mundo gobernado por la ideología del progreso, del crecimiento económico y la potencia tecnológica sin límites. En esos tiempos, la irrupción de la crisis ambiental, la idea de un posible colapso ecológico fue un “shock” cultural. Un día amanecimos confrontados con una crisis civilizatoria que no habíamos anticipado. ¿Cómo es que tal resultado de la historia había podido mantenerse invisible para la moderna cultura del conocimiento, ciega al Iluminismo de la Razón, oculta a la verdad de la ciencia? ¿Cómo es que los principios del progreso, basados en los derechos y el deber de los seres humanos de explotar la naturaleza –una ideología tan arraigada en la civilización judeo-cristiana occidental y en el principium rationis de la modernidad– pudieran mostrarse tan fallidos? Qué es lo que se había abismado del pretendido fundamento –de la transparencia, la objetividad y el control– del conocimiento de nuestro mundo moderno?
Lo que estaba emergiendo a la claridad era algo que estaba profundamente equivocado en la concepción moderna de la vida humana y de su desarrollo, en las formas dominantes del conocimiento y en los modos de producción, en nuestras maneras de comprender la vida, de habitar el planeta y de ser-en-elmundo. El mundo civilizado, la sociedad del conocimiento, despertó un día cegada por el Iluminismo de la Razón; los ciudadanos fueron impedidos de respirar su aire enrarecido, de bañarse en sus aguas contaminadas; la humanidad entera se vio manchada y embarrada por el lodoso y pantanoso mundo creado por la historia de la ceguera de la vida, viviendo la metáfora escatológica de José Saramago.
Grandes pensadores habían anticipado con sus intuiciones premonitorias, el advenimiento del mundo siniestro de la tecnología: la frase emblemática de Nietzsche “el desierto crece” simbolizó el nihilismo de la razón. Heidegger caracterizó el mundo de la Gestell gobernado por la tecnología (Heidegger, 1935). Freud desentrañó el fondo inconsciente de lo unheimlich manifiesto en el Malestar de la cultura (Freud, 1930). Más recientemente la Nube de smog de Italo Calvino (1958) y la Primavera silenciosa de Rachel Carlson (1962) ponían de manifiesto la visión fantasmagórica del mundo contaminado por venir de Fernando Pessoa (2002), “inaprensible a la razón y a los sentidos”. Pero fue con Los límites del crecimiento –el estudio del MIT y el Club de Roma publicado al tiempo de la Conferencia Mundial de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, celebrada en Estocolmo en 1972– que sonó la alarma ecológica. Ésta anunciaba que si la economía, la población y la tecnología continuaran sus tendencias de crecimiento se produciría un colapso ecológico en el planeta a la vuelta del siglo (Meadows et al., 1972).
La humanidad no estaba preparada para recibir tan aciagas y amargas noticias. Las primeras reacciones surgieron de inmediato, como antídoto para el mal: control de la natalidad, crecimiento cero, responsabilidad ética y control social de la tecnología. En tanto que los países “subdesarrollados” respondieron reclamando su “derecho al desarrollo”, en tanto que veían en el freno al crecimiento su condenación a la pobreza, el sistema económico resistía el desafío desde la voluntad de poder instaurada en sus paradigmas teóricos e intereses prácticos. Incapaz de asimilar la crítica radical de la crisis ambiental a la racionalidad de la modernidad –y a la historia metafísica de la civilización occidental–, el “establishment” económico trató de minimizar el problema, al tiempo que buscó reabsorber y superar la crisis dentro de sus principios de racionalidad.
La respuesta desde la racionalidad económica fue su propósito de internalizar las externalidades ecológicas ignoradas hasta ese momento, extendiendo los tentáculos de la economía a los elementos anteriormente libres y abundantes de la naturaleza: primeramente la valoración económica del aire y el agua, los bosques y la biodiversidad; para terminar incorporando al sistema económico los sistemas de soporte de la vida, los bienes y los servicios ambientales, y el cambio climático. De esta manera, la naturaleza ha sido recodificada y resignificada, valorizada y despreciada por el sistema económico; absorbida y consumida por una racionalidad tecno-económica totalitaria y omnívora. Si la gran transformación (Polanyi, 1944) operada por el capitalismo naciente había convertido a la naturaleza en recursos y materias primas, y a los seres humanos en fuerza de trabajo, dispuestos para ser apropiados y movilizados por el mecanismo auto-regulado del mercado, en la fase actual de la globalización económica, la Naturaleza organizada de la biosfera se desintegra en masa y energía manipulable por la tecnología. El homo sapiens se ha convertido en homo economicus; ya no precisa pensar para establecer su lugar en la Tierra; le basta con ejercer su juicio racional –su rational choice– para responder a las señales del mercado.
La respuesta desde la disciplina emergente de la economía ecológica fue de alguna manera naive y, desde otra perspectiva, radical. En su vena más optimista, postulaba que el sistema económico tendría que restringirse a las condiciones de sustentabilidad de la biosfera, a un “estado estacionario” y de balance ecológico, a las condiciones de reproducción de los recursos naturales y de restauración de los ambientes degradados (Daly, 1991). Desde la corriente más radical abierta por Nicholas Georgescu-Roegen (1971), el proceso económico era visto como una mega-máquina que se alimenta de naturaleza, que es transformada en el proceso de producción siguiendo la ley de la entropía, la segunda ley de la termodinámica. Por consiguiente, la auto-complacencia de la racionalidad económica y su promesa de un crecimiento ilimitado, ha resultado en un proceso económico insostenible: en un horno que consume una naturaleza escasa; que transforma y degrada toda la materia y la energía en residuos no reciclables y en una producción irreversible de calor. El sistema económico desencadena e impulsa así la muerte entrópica del planeta. Este proceso se ha exacerbado por una economía alimentada por fuentes fósiles de energía que se descomponen en gases de efecto invernadero.
De esta manera, la sustentabilidad emerge en el horizonte de un mundo convulsionado por la crisis ambiental, en el que se han quebrantado y degradado las estructuras ecológicas básicas que dan soporte a la vida. La sustentabilidad devino en una palabra vigilante para reajustar el proceso económico, las prácticas sociales y los comportamientos personales para devolver el equilibrio a la vida. Empero, abrir los cauces a la sustentabilidad de la vida implica mucho más y otra cosa que aceitar los oxidados y desgastados mecanismos económicos para internalizar las externalidades ambientales a través de la creación de nuevos instrumentos económicos para la “gestión ambiental”. La sustentabilidad implicaba construir fronteras y poner límites al sistema económico, pero la propia racionalidad económica ha mostrado su indisposición e incapacidad para recomponerse internalizando las condiciones termodinámicas y ecológicas de la vida.
La sustentabilidad se convirtió así en un sueño imposible, en tanto que su propósito contraviniera la voluntad de crecimiento económico impulsado por las fuerzas del mercado y desencadenado por la potencia tecnológica, como una promesa de la modernidad instituida en el alma misma de la racionalidad económica. La economía ecológica estaba en lo justo al postular que la economía no debiera violar y violentar los límites y las condiciones de la naturaleza; pero no le proveyó al psicoanalista que pudiera curarla de su psicótica pulsión de crecimiento, ni al biotecnólogo capaz de modificar el gen insustentable que resiste a todo intento de controlar su desbocamiento hacia el vacío, ni al cirujano para extraer su tumor maligno y adaptar el organismo económico a las condiciones ecológicas de la biosfera del planeta vivo que habitamos. La sustentabilidad hizo su entrada en el vocabulario de la economía y de la vida cotidiana como un significante mesiánico que vendría a salvar a la humanidad, a restaurar al mundo tecnológico que ha degradado y corrompido la vida. Pero la profunda herida abierta por la separación cartesiana entre sujeto y objeto, entre sentimiento y razón, cultura y naturaleza, necesita algo más que una palabra maestra, de un concepto que ha sido presa fácil de las estrategias de simulación del discurso y de la geopolítica del “desarrollo sostenible” (Leff, 2002).
La propia polisemia de la palabra se prestó sin duda para tal manipulación. Mientras que en español podemos distinguir a la sustentabilidad como la necesidad de dar una base o soporte a algo –de dar sustentabilidad ecológica al proceso económico–, de la sostenibilidad como un proceso que se mantiene en el tiempo –la circunvalación de los planetas alrededor de sus soles ha sido un proceso sostenible–, en inglés, así como en varias otras lenguas (francés, portugués, etc.), tal distinción no es posible. En consecuencia, la necesidad de internalizar las bases ecológicas de sustentabilidad fue cooptada por la expresión voluntarista de un desarrollo sostenible, como significante de la voluntad de poder de apuntalar el proceso económico sin más restricciones que la “cantidad de ecología” que pudiera asimilar el capital sin contrariar su proceso expansivo. Así, fue creada la “economía verde” al corromperse el concepto crítico de sustentabilidad que emerge con la crisis ambiental. Sin embargo, el discurso dominante de la sostenibilidad actuó como un búmeran: giró en círculos y volvió a su punto inicial; un tanto enverdecido y enmascarado en su mismidad quedó atrapado en el cerco de la “modernización reflexiva” (Beck, Giddens, Lash, 1994).
En sus estrategias de simulación, el discurso del desarrollo sostenible declara su intención de asegurarle un futuro a la humanidad. Con este propósito ha diseminado el lema que define la sostenibilidad como el “desarrollo que satisfice las necesidades presentes sin comprometer las necesidades del futuro”. Se pretende así que el “desarrollo sostenible” sea un paradigma holístico firmemente sustentado en tres pilares: la economía, la sociedad y el ambiente: fundado en una democracia epistemológica y en la gestión participativa de los recursos. Y, sin embargo, en la práctica, la geopolítica del desarrollo sostenible se despliega como una sujeción más amplia, férrea y profunda del mundo al funcionamiento del sistema económico global establecido, al imperio del mercado, a la voluntad de desencadenar un proceso sostenido de desarrollo a través de la valorización económica de los bienes naturales y los servicios ambientales del planeta.
De esta manera se han creado los sumideros y los bonos de carbono, en tanto que los gases con efecto invernadero han sobrepasado ya el umbral de 400 ppm en una atmósfera ya saturada, incrementando los riesgos de catástrofes socio-ambientales. Entretanto, los impulsores y los administradores de ese mundo economizado sólo ofrecen respuestas retóricas, como las expresadas por los líderes del G-8 o el G-20 sobre su voluntad de reducir las emisiones de gases con efecto invernadero para el año 2050, un tiempo suficientemente largo para desresponsabilizarse de no haber tomado acciones consistentes con tales declaraciones. Actúan como el Doctor Dulcamara, aquél personaje de la opera buffa de Donizetti, L’Elisir d’Amore, que va vendiendo su mágica poción (vino barato de Bordeaux) asegurando a Nemorino que obtendrá su efecto sorprendente en tan solo un día, tanto tempo sufficiente per cavarmela e fugir (el tiempo suficiente para arreglármelas y huir).
Entretanto, China ha sobrepasado las emisiones de Estados Unidos, seguido de India, y los “países emergentes” vienen detrás. La ilusión tecnológica promovida por el Instituto Wuppertal en Alemania de desmaterializar la producción 4 y hasta 10 veces por unidad monetaria del producto (Weiszsäcker et al., 1997) ha fracasado, y continuará fallando porque si hay algo que no puede revertir la tecnología es la degradación irreversible de materia y energía que entra en el proceso económico, es decir, la ineluctable ley de la entropía. Si ha fracasado el Protocolo de Kioto en su propósito de controlar el cambio climático, el Mecanismo de Desarrollo Limpio se ha convertido en el Caballo de Troya que ha desembarcado en las tierras tropicales del sur del planeta para efectuar la colonización neo-eco-liberal de sus territorios. Al promover el Programa de Reducción de las Emisiones de la Deforestación y la Desertificación (conocido por el acrónimo REDD), los organismos financieros y ambientales internacionales, junto con los gobiernos de los países desarrollados y las empresas trasnacionales pretenden reducir las emisiones provenientes de la deforestación y la desertificación asignando un valor económico a la conservación de los bosques y de la biodiversidad. De esta manera se está refuncionalizando la biosfera para servir a los propósitos de una economía en crecimiento.
Como un caballo salvaje que relincha cuando intentan forzarle los arneses, la economía ha rechazado la sustentabilidad como una norma que busca constreñir su irrefrenable deseo de expansión. El “desarrollo sostenible” es el sintagmático disfraz de la estrategia de poder del capital en su fase ecológica. Pero se abre la pregunta: ¿es ésta la única manera de pensar y de abrir los cauces para la sustentabilidad del planeta y de la humanidad? O, ¿podemos encontrar una significancia más radical y profunda, otras potencialidades a ser des-veladas, des-encubiertas y des-encadenadas, liberadas de los constreñimientos de la jaula de racionalidad de la modernidad donde los potenciales ecológicos, culturales y humanos han sido ocultados y oprimidos por el poder hegemónico de la razón económica?
La liberación de la sustentabilidad es un propósito que nace de otra voluntad que la de expandir los límites de la economía para absorber a su ambiente circundante. Va más allá del proyecto interdisciplinario de abrir las fronteras del conocimiento a nuevas disciplinas vecinas, pretendiendo que el ambiente no es sino una nueva dimensión a ser incorporada dentro de los paradigmas normales de la ciencia, de la misma manera en que la economía pretende internalizar sus externalidades ecológicas. El ambiente emerge desde otro lugar, en otro territorio epistémico, en el horizonte de un nuevo mundo que emerge desde una ontología de la vida. El ambiente no es una disciplina capaz de amalgamar a los conocimientos fragmentados ni de cerrar el círculo perfecto de las ciencias. El ambiente es extranjero al logocentrismo de la ciencia (Derrida, 1989) y al sistema económico. En ese punto los economistas están en lo correcto; pero el ambiente es una externalidad que resiste ser reabsorbida en esa racionalidad que lo ha expulsado hacia un espacio exorbitante fuera del centro de la modernidad, del núcleo de racionalidad que ya no puede mantener dentro de su órbita a los electrones sobre-energizados que saltan hacia las esferas de la vida y de la existencia humana. El ambiente emerge en la exterioridad de la racionalidad envuelta en los principios de lo Uno y de lo Universal, de la reducción de la diversidad del ser a la homogeneidad del modo tecnológico de apropiación de la naturaleza: del dominio de la racionalidad teórica-instrumental-económica que ha cerrado sus fronteras ensimismándose en su unidad, exterminando la vida, constriñendo la diversidad, subordinando la diferencia originaria desde la cual el pensamiento humano desbarrancó los cursos de la vida de su evolución creativa hacia los abismos de la insustentabilidad ambiental.
La sustentabilidad aparece en el horizonte de la otredad, de esos otros mundos invisibles pero posibles, si al menos fuéramos capaces de liberar la vida que ha sido dominada y minada por la fuerza de una racionalidad antinatura, en un proceso de racionalización que desvió la potencia emergencial de la vida hacia la muerte entrópica del planeta. Pero ¿cuáles son las fuerzas, las potencialidades que habría que liberar de manera que pudieran abrirse los cauces por los que pudiera transitar la vida en su odisea evolutiva hacia los horizontes de un futuro sustentable? Esta pregunta abre una indagatoria que partiendo de la pregunta esencial, ¿qué es la vida?, conduce al pensamiento hacia la cuestión fundamental, la más radical y abismal, para liberar la physis que sostiene a la sustentabilidad de la vida. Llegamos así a la cuestión esencial: ¿cuál es la oscura razón que ha mantenido la vida en el olvido a través de la historia de la me...

Índice

  1. Cubierta
  2. Indice.xhtml
  3. Portada
  4. Copyright
  5. Dedication.xhtml
  6. Prologo
  7. 1. Liberando La Sustentabilidad De La Vida
  8. 2. ¿De Quién Es La Naturaleza? La Disputa Social Por La Sustentabilidad De La Vida
  9. 3. Espacio, Lugar Y Tiempo: La Construcción Local De La Racionalidad Ambiental
  10. 4. Justicia Ambiental: Los Derechos Colectivos A Los Bienes Comunes De La Humanidad
  11. 5. La Geopolítica De La Biodiversidad Y El Desarrollo Sustentable: De La Capitalización Del Mundo A La Empropiación Social De La Naturaleza
  12. 6. La Racionalidad Ambiental Y El Fin Del Naturalismo Dialéctico
  13. 7. La Teoría Del Valor En Marx, El Progreso Tecnológico Y Las Fuerzas Productivas De La Naturaleza
  14. 8. Resurgimiento De La Naturaleza: De La Explotación Del Campesinado En El Capitalismo A La Emancipación De Los Pueblos De La Tierra
  15. 9. El Ecomarxismo Ante La Cuestión Ambiental: Dialéctica De La Historia Y Territorialización De La Vida
  16. 10. Decrecimiento O Deconstrucción De La Economía: Hacia Un Mundo Sustentable
  17. 11. Ecología Política: Conflictos Socio-Ambientales, Ontología De La Diversidad Y Política De La Diferencia
  18. 12. Las Relaciones De Poder Del Conocimiento En El Campo De La Ecología Política
  19. 13. La Constitución Del Campo Socio-Ambiental: Movimientos Sociales Y Territorios De Vida
  20. 14. Devenir De La Vida Y Trascendencia Histórica: Las Vías Abiertas Del Diálogo De Saberes
  21. Referencias