El fundamento ontológico de Dios
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El fundamento ontológico de Dios

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El fundamento ontológico de Dios

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¿Existe un ser supremo, o es solo una creencia que justifica nuestra existencia? La humanidad ha debatido siempre al respecto. Único Todopoderoso o de múltiples apariencias, son objeto de plegarias y rituales confiando destino, anhelos, perdón o justificación a infortunios.¿Cuál es el verdadero dios? ¿Quiénes son sus legítimos representantes? Estos interrogantes han conducido a la humanidad a los grados más diversos de violencia. ¿Ha resultado? El estado actual del mundo es la respuesta. Esta breve obra es un esbozo del camino recorrido por los pensadores que argumentaron la existencia o no de un ser supremo pero por sobre todo nuestro trascendental rol en lograr la convivencia en este planeta que es nuestro hogar.

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Información

Año
2018
ISBN
9788417467098
Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es incurable.
Voltaire
A Marta, mi esposa, mi amor, mi luz
Gracias por todo
Gracias por tanto
A mis hijas Coralie y Ana Patricia
Mi significado personal de la palabra «existir»
PRÓLOGO
Si bien los hubo, pareciera difícil en nuestro días creer en la imagen de un médico filósofo, pero existen. He aquí a uno de ellos: Carlos Arbo; médico y filósofo.
Este pensador nos deja ver su curiosidad desde lo profundo de su indagación y sus preguntas, pero sobre todo desde su seria reflexión sobre el fundamento ontológico de Dios: todavía pensamos, aun cuando se diga que la Filosofía en nuestros tiempos tiene poco esplendor y se la compare a una «diosa inútil». Nada más lejano.
El autor recorre variados argumentos y articula diversos pensamientos, desde Baruch Spinoza, Descartes, Kant, Santo Tomás de Aquino, Leibniz, Diderot, Darwin, Marx, Sartre, Guitton, Bergson y otros filósofos, en un gran debate sobre el tema. La existencia de Dios continúa ocupando un lugar importante en la vida humana; ya sea por necesidad de explicar lo inexplicable, ya sea provocando tensión en enfrentamientos dinámicos beligerantes o por otros motivos.
Alabo el esfuerzo de Carlos Arbo y lo pongo como ejemplo de tenacidad al seguir filosofando en nuestros días, cuando se dice que la Filosofía es un imposible y una actividad prescindible; y estoy muy orgullosa de haberlo tenido como alumno.
Este trabajo, si bien es su reflexión personal y un razonamiento íntimo, nos deja muchas preguntas e ideas para seguir pensando en lo que está ocurriendo en el mundo hoy, confirmando que sin pensamiento, el ser humano no existe.
Licenciada Marta Ramos
Profesora de Filosofía
Universidad Nacional de Asunción - Paraguay
EL FUNDAMENTO ONTOLÓGICO
DE DIOS
¿Existe Dios o es solamente un sustento emocional e intelectual del ser humano para creer en lo que no podemos demostrar, o quizás una entidad imaginaria, un constructo mitológico al cual agradecer nuestros logros y victorias o buscar consuelo en la derrota, depositario de nuestras creencias para ideales de justicia, redención, premio o punición –ya sea en vida como después de esta– o para aplacar nuestro miedo ante el misterio de la muerte?
¿Creó Dios al universo y todo cuanto existe, o fuimos nosotros los que sentimos la imperiosa necesidad de explicar lo misterioso, y entonces concebimos una entidad suprema con ese poder infinito?
No creo que nadie en la época o circunstancia que fuera, desde el momento en que en el género homo apareciera la capacidad de abstracción, se haya dejado de cuestionar alguna de estas cosas.
En un fragmento de una célebre entrevista realizada por un rabino a Albert Einstein en donde le preguntaba si creía en Dios, el físico sin titubear le respondió que sí, pero que creía en el «Dios de Spinoza».
Para los que han tenido oportunidad de leer a este filósofo holandés, la respuesta no es particularmente sorprendente.
Pero para evitar sesgos de interpretación de origen personal, atribuidos sin duda a mi limitada formación en algo tan profundo y complejo como es la Filosofía, recurramos a aquellos que han consagrado su vida a esta.
Para el filósofo de origen judío Baruch Spinoza, quien se consideraba un discípulo de Descartes (aunque en la práctica su filosofía distaba de la de este), se inician sus primeras discrepancias con la religión al afirmar que los textos sagrados deben ser interpretados libremente por quien los lee, sin las opiniones ni influencias de los doctos, los cuales, según su opinión, solo utilizaban las escrituras consagradas por la religión y su supuesta «sabiduría» para dominar a las masas.
Contrariamente a Descartes, que afirmaba que existían dos sustancias; res extensa y res cogitans, Spinoza afirmaba que ambas eran expresiones de una misma sustancia: Dios.
De esta manera, Dios se identificaba con el universo entero. Esta teoría unificadora y conciliadora de Dios para toda la humanidad no le valió en absoluto el reconocimiento, sino la excomunión. Haciendo analogía con nuestro tiempo, sería la forma de represión utilizada por las dictaduras cuando no estamos de acuerdo con las doctrinas hegemónicas.
Su obra La Ética, quizás la más importante de todas, resume lo esencial de su filosofía.
«Todo es Dios», afirmaba, puesto que nada finito puede existir más allá de lo infinito, por lo tanto el límite de lo finito es lo infinito. En esta perspectiva todo está relacionado entre sí; cuando aprendo a conocerme, aprendo a amarme y, por ende, como sustancia finita, comprendo mejor el amor de Dios, sustancia infinita, y su amor a todo lo finito.
Afirmó que desde el punto de vista de la sustancia misma (Dios) no existe el mal, el mal surge de las relaciones entre seres humanos, entonces lo que existe es lo bueno y lo malo. Lo bueno es aquello que me produce alegría, genera encuentro y composiciones; y exactamente lo contrario, lo malo.
Criticó fuertemente a aquellos que consideraban a las pasiones humanas como pecados o vicios y afirmó que, al ser constitutivas de la naturaleza humana, solo a partir del reconocimiento de estas se puede acceder a un conocimiento racional.
Afirmaba que la libertad solo se alcanzaría de una manera: a través del conocimiento. Sin él, el hombre sería siempre un esclavo. Esta afirmación nos permite inferir que en su búsqueda de la verdad, Spinoza también estudió la Biblia cristiana, ya que en el libro de Juan, Capítulo 8, versículos 31-38, se lee:
«Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en Él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».
La ética spinozista es una ética de deseo, de hecho, «el conato» es el deseo o impulso de la mente de existir por siempre, al que se llama voluntad. Es eminentemente mental. Pero cuando el conato es la mente y además el cuerpo, se llama «apetito o deseo», lo cual no es otra cosa que la esencia misma del hombre.
No nos apetece algo porque sea bueno, sino porque creemos que es bueno: por eso tendemos a ello, lo queremos, nos apetece, lo deseamos.
Esto fue utilizado siglos más tarde por la escuela psicoanalítica, que le dio el nombre de Eros, pero para Spinoza era un camino para sobreponerse con la fuerza de la razón a fantasías e influencias externas y transformarse en sabiduría (suma cupiditas). A esta sabiduría Spinoza llama «el amor intelectual de Dios».
A través de la razón estamos más allá de la superstición, el dogmatismo, el miedo y la jactancia –y pone en ese mismo nivel a las castas sacerdotales que solo buscan someter al hombre–.
La razón no tiembla ante fantasmas, no halaga el desenfreno de las pasiones, no adula ni fomenta la prepotencia.
Hecha esta introducción, podemos arriesgarnos a decir que toda la filosofía moderna está influida por Descartes, sea para bien o para mal.
Pero si tenemos que remontarnos a la Edad Media ¿quién sería un referente en este tema, cuyo debate se extienda hasta nuestros días?
Probablemente el más indicado y sin quien no podríamos seguir escribiendo es Santo Tomás de Aquino o «El filósofo de la fe».
En una época muy difícil, en que filosofía y teología convergieron peligrosamente de manos del catolicismo, introduciendo elementos de dogmatismo y discriminación intelectual hacia aquellos que no aceptaban lo impuesto por la Iglesia entonces más poderosa de Europa, se alza la figura de Tomás de Aquino, fraile dominico, filósofo y brillante catedrático, quien rápidamente entendió que hacer filosofía requería de un alejamiento de los dogmas teológicos, pero que a la vez debían ser manejados con mucho cuidado, dadas las circunstancias de la época.
Siendo probablemente el mayor representante de la escolástica, intenta la reivindicación de los conceptos aristotélicos, sin embargo, estos se encontraban entonces condenados por la Iglesia Católica por ser Aristóteles un pagano que además había sido reivindicado por los musulmanes. En esa difícil posición de «abogado de Aristóteles» Tomás se lanza en su gesta filosófica, demostrando que Aristóteles y Dios no son necesariamente rivales.
El primer gran problema de la teología como ciencia es el hecho de que no sabemos con exactitud si su tema central existe o no, pero para un hombre profundamente espiritual como Tomás no cabía duda sobre la existencia de Dios, como tampoco para todos aquellos que profesaban la fe. Aun así, Tomás podía comprender las dudas con respecto a la existencia de Dios en aquellos que no la tenían y que la aceptación de los d...

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