La Argentina transgénica
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La Argentina transgénica

De la resistencia a la adaptación, una etnografía de las poblaciones campesinas

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La Argentina transgénica

De la resistencia a la adaptación, una etnografía de las poblaciones campesinas

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La Argentina transgénica no es ninguna novedad: el cultivo de soja genéticamente modificada para resistir los herbicidas se expande cada vez más, al tiempo que las empresas de agronegocios se concentran en unos pocos jugadores transnacionales. Frente al fenómeno, están los que celebran este modelo tecnoproductivista, afirmando que permitirá "solucionar el hambre en el mundo", y quienes advierten sobre el daño ambiental y llaman a resistir activamente el modelo. ¿Hay modo de abordar esto por fuera de un enfoque de buenos y malos, de víctimas sumisas por un lado y élites perversas por el otro? ¿Hay modo de pensar más allá de un optimismo sin verdadero fundamento, pero también de los críticos que idealizan un mundo rural perdido como si fuera posible recuperarlo?Pablo Lapegna se apoya en un riquísimo trabajo etnográfico con poblaciones rurales del norte argentino para iluminar las zonas grises del modelo socioeconómico que se instaló en los noventa. Poniendo el foco en las comunidades expuestas a los efectos de las fumigaciones y en las organizaciones que las representan, se pregunta por qué pasan de períodos de confrontación abierta y protesta encarnizada, como en 2003, a la aparente resignación de 2009 en adelante. Así, atento a los vínculos entre movimientos sociales y autoridades locales, provinciales y nacionales, revela que la desmovilización no debería entenderse como pura pasividad frente a los poderosos, ya que involucra complejos procesos de negociación política en los que se juegan el reconocimiento y los recursos. Lapegna logra mirar desde un ángulo novedoso los mecanismos clientelares, las contradicciones que atraviesan a los movimientos sociales y los resortes que explican cuándo y cómo las comunidades rurales deciden abandonar la acción directa para buscar formas de adaptación en un contexto desfavorable.

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Información

1. El lado oscuro del boom
Neoliberalismo, soja transgénica y cambio agroambiental en la Argentina
Buenos Aires es una vasta área metropolitana de más de 13 millones de habitantes. La ubicación de la ciudad sobre la chata planicie pampeana solo permite observar directamente esta gran mancha urbana desde un avión o desde uno de los grandes edificios que dominan el skyline de la ciudad. Pero al recorrer las rutas en dirección noroeste, basta un par de horas para que los campos verdes dominen el paisaje y ver las plantas de soja que llegan hasta la cuneta del camino, donde un vehículo podría menearlas al ritmo de su veloz brisa. Los carteles adheridos a los alambrados, que exaltan nombres como “Delkab”, “Nidera”, o alguna otra semilla o empresa agroquímica, colorean publicitariamente el paisaje.
A poco más de cuatro horas de partir de la CABA se llega a Rosario, en la provincia de Santa Fe, ubicada sobre la orilla del pardo, largo y amplio Paraná. Esta ciudad es uno de los mayores centros operativos de la exportación sojera argentina: el puerto recibe las cosechas tanto de las provincias mediterráneas (como Córdoba y Santiago del Estero, por ejemplo), como de las que se encuentran a lo largo del río Paraná (Santa Fe, Chaco, Formosa y Entre Ríos). Desde allí, la soja se traslada a través del río, o bien se procesa y exporta al resto del mundo (sobre todo a Europa, China, India y el sudeste asiático). Si circularan por Rosario, tal vez les llamaría la atención la proliferación de altos edificios y el boom inmobiliario que se observa en varios barrios. Si recorrieran los márgenes de la ciudad, sin embargo, se encontrarían con un paisaje diferente, dominado por asentamientos informales y viviendas precarias. En la radio tal vez escucharían a Hermes Binner, exintendente de Rosario y exgobernador de la provincia, tratar de explicar el crecimiento de los barrios marginales de la ciudad combinando dosis de preocupación y fobia social:
Vienen de otras provincias, vienen aquí permanentemente. Bueno, vienen paraguayos y bolivianos, ¿no? Pero básicamente son de las provincias argentinas. Acá hay barrios enteros de chaqueños, tenemos cuatro barrios extraordinariamente grandes enteramente de tobas, que vienen corridos porque la soja los desplazó de su terreno.[23]
Continuando hacia el norte y moviéndose en forma paralela a las aguas del Paraná por alrededor de ocho horas, llegarían hasta Resistencia, la capital de la provincia de Chaco. El clima y las palmeras alineadas sobre la vera del camino reciben al viajero que ingresa a una región subtropical.
Desde los noventa que el agro argentino viene atravesando un profundo proceso de transformación, en gran parte debido a la amplia expansión de la soja transgénica, lo cual incrementó la producción y la exportación agraria y convirtió al agro en agronegocio, configurando un “nuevo campo” (Gras y Hernández, 2016). Pero el boom de la soja también tiene un lado oscuro que puede ser vislumbrado a través de las experiencias de las personas que viven en el campo, en especial familias indígenas y campesinas. Las preocupaciones del exgobernador de Santa Fe citadas más arriba ofrecen pistas respecto de las jerarquías sociales, las geografías desiguales y las inequidades regionales potenciadas por el boom de la soja. En el próximo capítulo, seguiremos viaje hacia el norte, hasta Formosa, para poder analizar mejor estas cuestiones. Pero antes de examinar cambios en espacios y lugares (es decir, en espacios materiales que son también lugares cargados de historia y relaciones sociales), tenemos que retroceder en el tiempo para poder entender mejor el boom de la soja en Argentina.
Neoliberalización y la “fiebre de la soja” en la Argentina
El 25 de marzo de 1996, el secretario de Agricultura de la Nación Felipe Solá firmó una resolución que cambiaría de modo radical la agricultura y el medioambiente del país en los años por venir. La resolución era concisa: “Autorízase la producción y comercialización de la semilla y de los productos y subproductos derivados de esta, provenientes de la soja tolerante al herbicida glifosato”.[24] La decisión de la Secretaría se basó en el mismo argumento que se empleó ese año en los Estados Unidos para aprobar las semillas transgénicas: el “principio de equivalente sustancial”. Este principio sostiene que en general las semillas transgénicas son similares a sus pares no transgénicas, y que por ende no presentan riesgos, ni para la salud pública ni para el medioambiente (Levidow, Murphy y Carr, 2007). En 2011, quince años más tarde, 19 millones de hectáreas de campo argentino se encontraban sembradas con soja transgénica.[25] En 2012, se utilizaron 200 millones de litros de glifosato para fumigar a lo largo de toda la Argentina (un volumen equivalente a 80 piletas de natación olímpicas).[26]
La aprobación de la soja genéticamente modificada desató una expansión de la agricultura transgénica en la Argentina. Pero a menos que sostengamos un determinismo tecnológico, es necesario ubicar su adopción y expansión dentro de su contexto social. El boom de la soja argentina y su difusión geográfica se entiende mejor a partir de las interrelaciones entre las políticas de neoliberalización (las cuales le otorgaron un marco institucional favorable), los singulares atributos de la soja genéticamente modificada, y las prácticas de los actores sociales que adoptaron, promovieron y diseminaron tanto la biotecnología agraria como los principios neoliberales.
En la Argentina es común referirse a los noventa como la “década neoliberal”, es decir, los años signados por las políticas públicas impulsadas por los gobiernos de Carlos Menem. El perfil de esos años es conocido: se aplicaron las medidas recomendadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial que privatizaron las empresas públicas, redujeron el número de empleados estatales y eliminaron las tarifas a la importación y los impuestos a la exportación. Estos cambios, en suma, retomaban el proyecto socioeconómico que en parte ya había sido implementado por la última dictadura militar.
El Plan de Convertibilidad de 1991 fijó una paridad entre el peso argentino y el dólar estadounidense, una medida que en gran parte facilitó la importación de productos extranjeros y promovió la exportación de bienes primarios. Para el sector agrario, estas políticas consistieron en el desmantelamiento de medidas regulatorias (control de precios y comercialización de semillas, carne, algodón, azúcar, etc.), la eliminación de restricciones para la importación de suministros agrarios (semillas, agroquímicos, maquinaria) y la promoción de la exportación de commodities (Teubal, Domínguez y Sabatino, 2005).
Para mediados de los noventa, las políticas neoliberales habían allanado el camino para la adopción de los cultivos transgénicos. Un contexto amigable a los negocios facilitó el marketing del paquete tecnológico que las empresas trasnacionales ofrecían: semillas genéticamente modificadas, agroquímicos (herbicidas, fungicidas, fertilizantes) y maquinaria pesada (para sembrar y cosechar soja, y aplicar agroquímicos). La reincorporación de la Argentina a los mercados agrarios internacionales ocurrió dentro de un contexto de commodities a precios altos; la producción de soja se convirtió así en un emprendimiento que satisfacía una demanda global en ascenso (estimulada, en gran parte, por las importaciones de piensos y aceite vegetal de China, India y el sudeste asiático).
Estos procesos nacionales y globales se complementaron con los atributos singulares que posee la soja genéticamente modificada, los que permitieron su expansión. Las semillas fueron creadas por la empresa Monsanto para que sus plantas resistieran el agroquímico Roundup, un herbicida basado en el glifosato y comercializado por la misma empresa. La soja resistente a este herbicida no garantiza cosechas de mayor rendimiento, pero tiene tres características que facilitan en gran medida el proceso productivo. Primero, puede ser sembrada sin arar previamente el terreno, mediante la técnica de “siembra directa”. En la agricultura tradicional, los productores aran la tierra para eliminar las malezas antes de plantar un cultivo. La soja transgénica, en cambio, puede sembrarse directamente en la tierra sin ararla, ya que las malezas se eliminan mediante el uso de Roundup poco después de plantar las semillas. Segundo, su proceso productivo se encuentra altamente estandarizado. A diferencia de un cultivo tradicional que requiere supervisión constante (para determinar si se deben emplear agroquímicos para controlar plagas o estimular el crecimiento), la producción de soja transgénica sigue un procedimiento preestablecido que es relativamente fácil de acompañar. “Es que la soja la podés hacer por correo electrónico [en broma], porque es un cultivo demasiado fácil”, me dijo Norberto, un ingeniero agrónomo formoseño, durante una conversación que tuvimos en la estación experimental agraria donde trabaja. Tercero, la soja transgénica permite ciclos agrarios más cortos. Esto quiere decir que puede ser sembrada y cosechada dos veces al año, a diferencia de otros cultivos que requieren mayor tiempo para dar resultados. La siembra directa y un proceso productivo estandarizado hacen que se necesiten menos trabajadores, lo que, combinado con un ciclo de cosecha más corto, tiende a resultar en mayores márgenes de ganancia.
Las dimensiones agronómicas, técnicas y económicas, sin embargo, solo explican de forma parcial la increíble velocidad y vasta expansión geográfica que la soja transgénica logró en la Argentina. Para comprender este proceso, es necesario entender cómo las características de las semillas genéticamente modificadas se combinaron con la idiosincrasia de los empresarios agrarios nacionales. Los productores argentinos están acostumbrados a reproducir sus semillas, una práctica protegida por las leyes nacionales (Perelmuter, 2018). A diferencia de las semillas híbridas de la Revolución Verde, que por lo general rinden menos si se las reproduce y replanta, la soja transgénica puede reutilizarse como semilla y ser plantada nuevamente. Los productores argentinos incurren en esta práctica de forma masiva, a través de la venta y el intercambio de semillas de soja transgénica no registradas (una práctica conocida como “bolsa blanca”, quizá porque la bolsa no tiene ningún logo o marca). Esta práctica les permite evadir el pago de derechos a los dueños de las patentes (lo que reduce el costo de la compra) y contribuye además a su disponibilidad.[27] La proliferación de semillas transgénicas no registradas afectó la propiedad intelectual de las empresas, pero también contribuyó a que la agricultura transgénica capturara al mercado argentino.
Las políticas neoliberales desarrollaron una serie de afinidades electivas con la biotecnología agrícola. Los menores costos de producción, los mayores márgenes de ganancia, la demanda externa favorable y la disponibilidad de semillas y precios globales en alza se combinaron con rapidez para expandir la soja transgénica en los campos argentinos (Bisang, 2003). A mediados de los dos mil, la superficie cultivada con soja transgénica se disparó, hasta alcanzar casi la mitad del suelo cultivable del país, más de 18 millones de hectáreas. En 2013, la soja transgénica se cultivaba en más de 20 millones de hectáreas. Los datos de la producción presentan tendencias de expansión similares. En la cosecha 1997-1998, poco después de la aprobación del uso de variedades transgénicas, la Argentina produjo cerca de 19 millones de toneladas de soja. En la cosecha 2006-2007, la producción se incrementó a 47,5 millones de toneladas, y en 2012-2013 llegó a 49 millones de toneladas (MAGyP, 2013; véanse figuras 1.1 y 1.2). En 2010, los productos que exportaba el complejo sojero agroindustrial (porotos, aceite y harina) constituían un cuarto del total de las exportaciones argentinas, representando más de 17.300 millones de dólares (MAGyP, 2011). A mediados de los dos mil, prácticamente todas las semillas de soja producidas en la Argentina eran genéticamente modificadas. Un informe del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA, por sus iniciales en inglés) resumió este proceso de esta forma: “Ningún otro país de América Latina ha adoptado los cultivos transgénicos de forma tan amplia como la Argentina” (Yankelevich, 2006: 3).
Pero la soja no crece sola; ¿quiénes son los actores que lideraron este proceso? Cuando me preguntan respecto de mi trabajo de investigación y menciono los cultivos transgénicos, la gente rápidamente los relaciona con la corporación Monsanto. De la misma manera, los académicos que estudian estos procesos desde el punto de vista del régimen alimentario neoliberal, colocan a las corporaciones globales y a los Estados como los principales actores que impulsan la expansión de la biotecnología agraria en América Latina (Otero, 2008a). Es cierto que las transnacionales dominan sectores importantes del negocio sojero en la Argentina. Venden insumos primarios (semillas, agroquímicos y maquinaria), procesan la soja (para obtener aceite y alimento para animales) y exportan lo producido. Trabajan dentro de un mercado muy concentrado: en 1990, ocho empresas controlaban el 67% del mercado de la harina de soja; en 2002, seis compañías poseían el 92%. De forma similar, en el mercado del aceite de soja, las ocho empresas más grandes incrementaron el tamaño de su participación de un 72 a un 92% entre 1990 y 2002. La concentración económica que se produjo durante los años de neoliberalización se observa también en la menor cantidad de firmas que controlan las exportaciones agrarias. A mediados de los dos mil, siete multinacionales (Cargill, Bunge, Nidera, Vicentin, Dreyfus, Pecom Agra y AGD) controlaban el 60% de este mercado (Teubal, Domínguez y Sabatino, 2005: 46-47). Sin embargo, esta posición dominante de las multinacionales no debe hacernos olvidar el hecho de que la producción de la soja t...

Índice

  1. Cubierta
  2. Índice
  3. Portada
  4. Copy
  5. Presentación
  6. Prefacio
  7. Agradecimientos
  8. Listado de abreviaturas
  9. Introducción. Cultivos transgénicos, etnografía global y procesos de desmovilización
  10. 1. El lado oscuro del boom. Neoliberalismo, soja transgénica y cambio agroambiental en la Argentina
  11. 2. Surgimiento. Campesinado, territorio, política: movimientos sociales rurales en Formosa (1970-2000)
  12. 3. Conflicto. Los campesinos se enfrentan a la soja transgénica y a la exposición agroquímica (2003)
  13. 4. Desmovilización. Líderes campesinos, bases y gobiernos en diferentes escalas políticas (2004-2013)
  14. 5. Adaptación. Campesinos negociando: cultivos transgénicos y exposición agroquímica (2009-2013)
  15. Conclusión. Cultivos asociados: entrecruzando procesos globales, transgénicos y movimientos sociales
  16. Epílogo
  17. Referencias