El Psicoanálisis – La Educación. Sus articulaciones
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En síntesis, este libro busca revelar aspectos tanto conscientes como inconscientes del estudiante universitario, de manera que podamos formarnos una idea de lo que significa ser un discípulo con el peso del malestar de una cultura que le ha sido impuesta y que crea luchas, oposiciones y combates que muchas veces como docentes, psicoanalistas, administrativos o investigadores nos negamos a aceptar y a entender. Que este texto sea la excusa perfecta para darle otra oportunidad al joven universitario, a ese ser que siempre ha sido considerado incapaz de pensarse a sí mismo, que ha sido visto como un rebelde o ignorante; que sea la ocasión para permitirnos entender a los estudiantes y dejarlos ser quienes quieran ser.

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Información

Año
2018
ISBN
9789587205695
Categoría
Psicología
Categoría
Psicoanálisis

Crueldad pulsional y violencia en la escuela

________________________
Héctor Gallo1

Introducción

Haré una articulación entre el fenómeno de la crueldad en el ser humano, el concepto psicoanalítico de pulsión y el fenómeno de la violencia, haciendo énfasis en el ámbito escolar. Crueldad y violencia son dos fenómenos indiscernibles que entran en escena en el ámbito social, familiar y escolar. Los abordaremos básicamente en el escenario escolar orientados por el concepto de pulsión, que implica en cada ser hablante una insistencia en el daño.
El concepto de crueldad Freud lo introduce inicialmente en relación con el niño, cuestión que sorprende ya que es considerado socialmente como el paradigma de la inocencia y la ternura. Los niños no son inocentes, pero si son tiernos, ingenuos y loquitos. Decir que son crueles no les quita la ingenuidad, pero si algo dela inocencia que se les atribuye socialmente. Los niños son ingenuamente crueles, más que todo con otros niños y con los animales. Su crueldad consiste en que parecen disfrutar mordiendo, pellizcando, apretando, haciendo caer y empujando a los otros niños iguales o más pequeños. Al niño le gusta intentar dominar al otro y, en general, apropiarse de los objetos de su entorno, así sean ajenos.
Originariamente ese disfrute en la apropiación no se considera clínicamente sádico, sino que parece tener más bien que ver originariamente con el júbilo que le causa al niño verificar que es capaz de controlar con su cuerpo un objeto. Este jubilo se debe a la superación de la posición pasiva de ser ayudado y dominado, pasando entonces a la activa de la dominación, posición en la que se sirve de su pequeña musculatura.
En la dominación anotada, el disfrute se debe al éxito logrado, a pesar de ser todavía muy pequeño y dependiente. Es por esta razón que, a juicio de Freud, “La actividad muscular es para los niños una necesidad de cuya satisfacción extraen un placer extraordinario” (1985: 1212). La extracción de este placer, es algo que cualquier observador desprevenido puede verificar en la vida cotidiana con los niños.
Puede llegar a suceder que, a causa de influencias externas e internas, lo que podríamos llamar el placer lúdico que el niño obtiene en el dominio de su propio cuerpo, del cuerpo del otro, de los pequeños animales e incluso de objetos inanimados, entre a tener “que ver con la sexualidad, ya entrañando una satisfacción sexual, ya originando una excitación de tal carácter” (1985: 1212). Este modo de satisfacción es aquel que desde el psicoanálisis se considera perverso.
La pulsión sexual en el niño viene de la relación con el otro, pues se origina en aquella superficie en donde se provoca por primera vez una excitación sexual, debido a una estimulación proveniente del otro o de algunas actividades –la micción, la deposición– que a cierta edad el niño tiene curiosidad de observar e involucran el cuerpo. Freud formula tres aspectos que intervienen en el origen de la excitación sexual: a) la excitación sexual puede surgir “Como formación consecutiva a una satisfacción experimentada en conexión con otros procesos orgánicos. B) Por un inapropiado estimulo periférico de las zonas erógenas. C) Como manifestación de ciertas pulsiones cuyo origen no nos es totalmente conocido, tales como la pulsión de contemplación y de crueldad” (1985: 1211).
La sexualidad nace inicialmente apuntalada en actividades biológicas como la alimentación, también por una estimulación excesiva y prematura de los bordes de los orificios erógenos, y a partir de la pulsión de ver y del empuje a dominar en el cual se apoya “los impulsos egoístas y sádicos” (1985: 1440). Crueldad y pulsión sexual se entremezclan de tal forma que pueden llegar a volverse inseparables y coexistentes en un sujeto transgresor de la ley. Esta entremezcla es la que hace posible una crueldad sin inhibiciones y limita el arrepentimiento posible en un criminal. Dicha entremezcla se produce gracias al enlace entre libido y crueldad, que ayuda a que la transformación de amor en odio y de la ternura en hostilidad, no sea rara en el plano subjetivo.
Lo que Freud denomina pulsión de dominio, igual que la pulsión oral y anal, está definida por su fin: volver propios los objetos externos apoderándose de los mismos. Freud señala que esta pulsión podría encontrar una sublimación, por ejemplo, en la dimensión intelectual, donde también se trata del dominio de un objeto de estudio, de una disciplina, de una materia e incluso de un objeto material, pero no ya apoyándose en la musculatura sino en el intelecto.
Se espera que el niño pase de la captura de lo externo a él mediante la musculatura a la captura mediante la fuerza del pensamiento. Aquí el dominio del objeto se independiza de la musculatura, para que entre a prevalecer en dicho dominio la fuerza del pensamiento, de la palabra y de los argumentos. En estos casos la satisfacción pulsional se preserva, pero con la diferencia de que no se alcanza la meta sexual directa. “Freud dice que en la sublimación se mantiene la satisfacción de la pulsión a pesar de que se ha sustraído la meta, […]” (Miller, 2006: 162). Esto quiere decir que “todo lo que es cultura no funciona de manera frontal contra la pulsión. La sublimación es una puerta que Freud abre a la satisfacción de la pulsión” (2006: 163).

Pulsión, violencia escolar y objeto

En aquellos casos en donde vemos que a nivel social, familiar o escolar, aparece la crueldad vinculada con la sexualidad, tenemos una forma de violencia muy complicada de controlar, ya que no encontramos en el sujeto ninguna regulación por parte de los valores que la cultura promueve. Dado que en la violencia siempre hay relación de subordinación, es común que aparezca en quien domina la situación, la inclinación a infringir, de distintos modos, dolor y humillación a su sumiso o dominado con el objetivo de obtener satisfacción.
La forma más acabada de la crueldad escenificarse en las relaciones entre los seres humanos es la violencia, pero hay una muy particular y paradójica que consiste en que no pocas personas, sin ser forzadas a ello, parecen “experimentar fuertes sentimientos de placer cuando hay presencia de sufrimiento. Esos individuos son perversos […], pero son también los neuróticos comunes”, para referirse a este placer en el sufrimiento, el psicoanálisis emplea la palabra goce, que define “la satisfacción de la pulsión en tanto que, a pesar de lo que parece, nunca puede anularse” (2006: 151).
En el caso de la violencia dentro y fuera de la escuela, encontramos en la actualidad no pocos casos en donde la satisfacción en presencia del sufrimiento ya no se esconde sino que se evidencia. Puede incluso llegar a suceder que alguien debilitado física y psíquicamente, no solo sea acosado sino que también sea abusado por su agresor en compañía de otros que pasan del goce de ver, de solo ser mirada que celebra el daño y se regocija, al goce más radical de provocar directamente el daño.
Cuando en la violencia escolar se pasa de la mirada que ríe, arenga y se regocija con el daño al otro más débil, a participar brutalmente del rebajamiento caprichoso de la víctima a la condición de instrumento sexual, por ejemplo, mediante una violación, la cuestión se vuelve más grave todavía para la víctima del acoso, pues ya no solo es golpeada y asediada, sino que también se agrega el ultraje. En estos casos ya no solo se pone en juego un problema de salud mental sino también de orden público.
En la paliza o la violación como puntos más altos de la violencia escolar, la crueldad del agresor va más allá del solo maltrato del cuerpo y el espíritu de la víctima, pues su cuerpo se vuelve una superficie en la que es puesta en escena la exhibición de una satisfacción descarnada por la vía del dolor, que es opuesta a la satisfacción por la pasión del amor.
Lo característico de la pasión del amor consiste en que por muy intensa que sea, se cuida de nunca ir hasta una “conexión de la satisfacción con la humillación y el maltrato” (Freud, 1985: 1185). Esta conexión tiene formas de expresión que son escalofriantes, por ejemplo, cuando se viola, tortura y mata a otro ser humano, cuando una masa enfurecida hace justicia por mano propia, así el daño que se haga esté justificado en la consciencia de quienes lo realizan, aduciendo que, por ejemplo, se trata de una respuesta desesperada debida a la inoperancia de la justicia o por cuestiones de ira e intenso dolor. Sucede que la impulsión cruel en los humanos siempre está al acecho de encontrar un escenario favorable para su puesta en escena.
En los casos en que la violencia escolar avanza hasta el punto de una fuerte conexión entre sexualidad, horror y dolor, se toca de manera patética el extremo de la perversión que hay en cada uno, cuestión que es tan peligrosa que puede ir hasta el sacrificio de la víctima, tal como se dice sucede, por ejemplo, en las llamadas sectas satánicas, que en el imaginario popular se han inscrito como lugares en donde podrían ofrecerse sacrificios humanos a Dioses oscuros. Tanto la violación como la tortura, ponen socialmente en escena y, en su expresión más radical, la tendencia que hay en el ser hablante a dominar cruelmente a quien ha sido declarado enemigo o se encuentra en posición de debilidad o indefensión.
En los casos en donde la puesta en escena de la crueldad es el efecto de un pacto sadomasoquista entre uno que acepta ser el o la sumisa y otro que pide se le reconozca como el amo que decide de qué modo se ha de gozar en la relación, ya no se trata de uno más fuerte que se aprovecha cruelmente del otro más débil, sino que quien elige proponerse ante otro como instrumento de goce, le demanda a este operar desde la crueldad, pero bajo ciertos parámetros acordados en el contrato perverso que decidan firmar o acordar de palabra.
El masoquista, que es un ser ante todo práctico, le pide a su pareja perversa que haga lo que él le ordene, o sea que aquí quien manda, el amo de la situación, es aquel que recibe el daño y no el que lo hace, dañó que, al contrario de aquel que se sitúa como víctima en la relación, recibirá sin ninguna expresión, gesto o ademán de horror por violenta que sea la acción.
Cuando entre dos personas se producen pactos como el referido, Freud hablará de sadomasoquismo, que implica un escenario compuesto por dos polos en los que se realiza lo fundamental de cada pulsión, que consiste “en el vaivén con que se estructura” (Lacan, 2002: 185). La pulsión se estructura en un ir- y- volver al que se le denomina ciclo, su recorrido tiene un carácter circular. El ir y el volver en el sadomasoquismo es atormentar-ser atormentado “y no hay parte alguna del trayecto de la pulsión que pueda separarse de su vaivén, de su reversión fundamental, de su carácter circular” (Lacan, 2002: 185).
Existe la dicha de ver y de ser visto, de maltratar y de ser maltratado, de masacrar y ser masacrado. Pero lo que se espera que un sujeto logre, es que la dicha sublimada de tratar bien al otro y de hacerse tratar bien por este, sea superior a la dicha contraria, porque el acoplamiento de estos dos términos es lo que dará cuenta de una civilización de la pulsión. Lacan señala que hay que “hacer la distinción entre el regreso en circuito de la pulsión y lo que aparece –aunque sea por no aparecer (Lacan, 2002: 186).
Lo que deberá aparecer para que la pulsión sea verdaderamente feliz en su retorno sobre el cuerpo propio, es un sujeto dichoso de recibir sus efectos. Esta dicha no existe desde un comienzo en el niño, pero si puede llegar a integrarse en sus elecciones de objeto. En un principio hay una tensión entre lo pulsional en el niño y la dimensión del deseo, en tanto el deseo es deseo de ser deseado por el Otro. Lo nuevo para cada ser humano al producirse el retorno en circuito de la pulsión, “es ver aparecer un sujeto. Este sujeto, que es propiamente el otro, aparece si la pulsión llega a cerrar su trayecto circular. Solo con su aparición en el otro puede ser realizada la función de la pulsión” (Lacan, 2002: 186).
Se desprende de la tesis lacaniana enunciada, que sobre todo en la pulsión sadomasoquista, hay tres tiempos y no dos seres acoplados como podría presumirse. Si aplicamos esta tesis a una clínica posible de la violencia escolar, tendríamos que estar muy atentos a verificar en el discurso de la víctima, por qué sesgo aparece un sujeto que insiste, sin darse cuenta, en encontrarse con un otro que en el fondo sabe le hará daño. La víctima del acoso se vuelve activa haciendo inconscientemente lo necesario para hacerse flechar de un par que va en busca de alguien en posición favorable para someterlo.
No es que el acosado se ofrezca, a la manera de un perverso masoquista, para ser convertido por quien haga pareja con él en un instrumento de goce, pero si hace lo necesario para convertirse en acosado. En cada caso hay que observar y deducir de qué manera maniobra tanto el acosador como el acosado para formar pareja. Lo cierto es que la pulsión de muerte habita en silencio en cada quien y “se dirige al mundo para destruir, y en esa operación de inversión hay como un cambio de dirección” (Miller, 2006: 165). Pero cuando la pulsión es sublimada, su dirección hacía el mundo no perderá intensidad, pero esta vez su fuerza es puesta en la construcción de objetos valorados socialmente.
Ahora bien, del lado de la pulsión, el acosado se sirve inconscientemente de algunas desventajas que objetivamente puede tener con respecto a los demás y esto lo pone al servicio de convertirse, en cuerpo y alma, no digamos en un borde atractivo; en “la zona llamada erógena en la pulsión” (Lacan, 2002: 186), pero si en el objeto condensador de la crueldad del otro, en tanto se deja reducir a una cosa vapuleada, abatida. No hay que confundir aquello sobre lo cual se cierra la pulsión, que es una parte del cuerpo llamada por Freud la zona erógena, con el objeto a, que Lacan define como “la presencia de un hueco, de un vacío, que, según Freud, cualquier objeto puede ocupar, y cuya instancia solo conocemos en la forma del objeto perdido a minúscula” (Lacan, 2002: 187).
El origen de la pulsión parcial, sea oral, anal o fálica, no es el objeto a minúscula, sino la zona erógena que el otro ayuda a descubrir a partir de sus cuidados. El objeto a no se presenta como el alimento primigenio de la pulsión parcial, sino que se constituye porque “no hay alimento alguno que satisfaga nunca dicha pulsión oral” (2002: 187). O sea que el objeto a es un semblante que tapona el agujero que deja la ausencia del objeto.
El objeto a minúscula no se constituye como el objeto originario que hace feliz a la pulsión, sino que más bien se constituye porque dicho objeto no existe, en tanto está perdido para siempre. Esto implica que el objeto a no es en rigor la zona corporal en la cual se produce la tensión que da origen a la pulsión parcial, sino que es eso, sin importar qué objeto pueda ser, que viene a localizarse en el vacío que queda por la pulsión no contar con un alimento genuino.

Condiciones subjetivas vinculadas con la violencia escolar

La fina distinción hecha por Lacan entre la zona erógena y el objeto a, nos permite introducir la siguiente hipótesis: que hay dos condiciones psíquicas para que se produzca la violencia escolar. La primera es que alguien emerja como un sujeto dividido que se coloca de entrada, al menos en su mitad, en posición de una víctima. Lo particular de la víctima de violencia escolar, es que, desde un principio, aunque eventualmente cuente con algún recurso que le permita resistirse al sometimiento, prefiere inclinarse ante el otro, siendo esta cobardía lo que más estimula el desprecio y el empoderamiento del acosador. Rehúsa la confrontación y como no conserva para el acosador nada importante que conduzca a este a reconocerlo, a tenerle alguna consideración, la única manera que tiene de existir es siendo despreciado, y a esto se suma la presencia de un tercero que lo disfruta y contribuye a la humillación.
La segunda condición psíquica para quedar en posición de ser acosado, es que la víctima se identifique, en su fantasma, con el objeto que se ofrece inconscientemente a la pulsión parcial del otro. No es que la víctima sea tal de antemano, más bien sucede que cuando un sujeto se deja amedrentar y no se dirige a nadie ni a nada que podría servirle de protección, pasa a relacionarse con el otro desde un lugar de temor y temblor, siendo esta manera de vincularse eso que lo convierte en víctima. Un aspecto que contribuye al fortalecimiento de la posición de víctima, es el silencio allí donde algo debería hacerse o decir. Este silencio inoportuno es el que le da vida al Otro oscuro del lado de su pulsión sedienta de goce.
El escenario que se conforma entre el acosador y el acosado, es de crueldad. Esto se prologa en el tiempo cuando una parte del agredido se queja como víctima y otra parte se calla para que el circuito no se vea interrumpido y de este modo se produce un pacto implícito. La parte que se calla, de cierto modo acepta ser convertida en un señuelo de la impulsión cruel del otro, así que lo atrae, lo flecha, le muestra el camino y le invita. Esta actitud es la misma del masoquista perverso, pero se diferencia en que el pacto entre las partes que participan en la violencia escolar no es explicito como en la perversión, sino implícito. Por lo demás, del lado de la consciencia, el acosado no está, como si lo está un masoquista perverso, en calidad de amo sino de víctima.
En la violencia escolar, si bien tenemos un escenario perverso desde el punto de vista social, clínicamente no se trata de una perversión sadomasoquista, porque en la perversión la aparente víctima, es en realidad el amo que posee el saber sobre el goce que su cuerpo prefiere. El acosado en la escuela no entra en la escena como un perverso que goza conscientemente, sino como un sujeto en quien se produce inconscientemente un enlace entre lo que el Otro le dice y le hace, con un goce del cuerpo.
La mitad del acosado que goza, así la otra mitad se horrorice, es la que se localiza en el lugar de objeto reencontrado por la impulsión cruel del otro que goza ejecutando el acoso. Aquí el amo sin duda es el acosador, mientras que la mitad del acosado hace lo necesario para quedar alcance de quien ejercerá sobre él su violencia en un escenario de dominio. La parte del acosado que no goza con la violencia que ejercen sobre él, es la que se deprime, angustia, horroriza y aísla.
El momento en que se conforma la pareja acosador-acosado, es cuando el otro entra en juego y la víctima, si bien no se propone conscientemente, como lo haría un perverso masoquista, como elemento terminal de la pulsión, opta por no hacer nada para tratar de verse a salvo. El que habla, el que huye y pide auxilio llamando a un tercero que lo proteja, no está en una posición igual a la de aquel que le da alas al acosador ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Agradecimientos
  5. Contenido
  6. Prólogo
  7. Palabras del rector
  8. Palabras de Miquel Bassols
  9. Subjetivación del estudiante en los tiempos hipermodernos
  10. Las dificultades en el aprendizaje o la dificultad de leer el deseo del Otro
  11. Las adolescencias y el saber
  12. Crueldad pulsional y violencia en la escuela
  13. Enseñanza y trasmisión en psicoanálisis
  14. Fusibles
  15. La vida en el mundo universitario con vocación para la letra muerta
  16. Notas al pie
  17. Contracubierta