LA PRÁCTICA ESPACIAL
Hasta ahora hemos notado algunas maneras en que el espacio ha sido vivido, apropiado e imaginado desde la cotidianidad de los habitantes del suroriente bogotano. Algunas pausas, movimientos y recorridos que implican los lugares, sus usos y representaciones. Así mismo, se ha evidenciado que estas maneras de situarse en relación con el espacio vivido producen un discurso propio en relación con su georreferenciación y el lugar que ocupan como sujetos urbanos populares, en un tiempo histórico y en la producción de un espacio.
En este capítulo, en el que continuamos con el último componente de la tríada del espacio, nos centraremos en notar las maneras en que estos sujetos urbanos populares incorporan discursos y prácticas en torno a una propuesta organizativa y comunitaria, que da cuenta de las preocupaciones propias de su época, proponiendo acciones que reivindican el espacio a partir de una identificación de necesidades. Estas formas de organización, además de direccionar sus apuestas, también pasan por sus propias experiencias de vida. En este sentido y de manera recíproca, hablamos de que, así como las organizaciones intervienen en el espacio, estas formas organizativas se constituyen en un espacio desde el cual los sujetos dan sentido a sus propias biografías. Las organizaciones (sin entrar en el debate de lo que implica una organización popular formalmente constituida) o los colectivos pueden ser entendidos como los lugares que producen un tipo de sujeto popular concreto.
Esta manera de concebir el espacio con fines propios de intervención trae a la luz, de manera más directa, las contradicciones del espacio, vistas a través de las interacciones con la institucionalidad, las representaciones del espacio proyectadas por los entes administrativos locales, puestas en marcha por la necesidad del reconocimiento local, y la posibilidad de trascendencia de estas propuestas en mayor escala. Las representaciones del espacio, proyectadas en su materialidad concreta, pueden notarse también como preexistencias espaciales para los más jóvenes quienes, a su vez, proponen otras maneras de entender lo concebido en sus maneras de sacar partido de esa zanja o ruptura que sigue marcando la esencia misma de esta histórica contradicción espacial, en la que los espacios de representación tienden a alejarse o repelerse ante la ausencia de mecanismos (de participación) que permitan un acercamiento que implique cierto grado de permanencia.
La importancia de referirnos a las contradicciones del espacio vivido está en su posibilidad de expresar determinados intereses sociopolíticos. Para poder decirlos es necesario haberlos percibido, partiendo de una capacidad reflexiva. Esta capacidad es lo que, para Lefebvre, implica la detección de las contradicciones inmanentes entre las representaciones del espacio y los espacios de representación, contradicciones sociopolíticas que se realizan espacialmente. Dicho de otro modo, las contradicciones del espacio expresan los conflictos entre las fuerzas y los intereses sociopolíticos; pero es solo en el espacio como estos conflictos tienen efecto y lugar, convirtiéndose así en contradicciones del espacio (Lefebvre, 2013, p. 397).
También puede enunciarse en términos de una dialéctica sociedad-espacio que, para Halbwachs, se expresa en términos de dos grandes ámbitos de estudio. Por una parte, estaría el proceso social de construcción del espacio urbano, con sus implicaciones evidentes en el dominio de la política de la ciudad y la planificación urbana; por otra parte, la consideración del espacio como sustento de continuidad e identidad del grupo, como marco de la memoria colectiva (Martínez, 2008, p. 12).
La práctica espacial, entonces, se mueve entre diversos planos: el urbanismo, los territorios apropiados y la realidad urbana. Es un movimiento jalado por fuerzas que intentan la apropiación del espacio, formas diversas de autogestión, unidades territoriales y productivas, comunidades y élites que desean cambiar la vida y tratan de desbordar las instituciones políticas y los partidos. En esta práctica espacial se hacen presentes diversos elementos y momentos de la práctica social. Es posible separarlos a la luz del análisis sin abandonar su vínculo con la práctica política del poder del Estado (Lefebvre, 2013, pp. 423, 443).
La práctica espacial se define simultáneamente, abarcando los lugares, la relación de lo local con lo global y los espacios cotidianos banalizados o espacios privilegiados. Se tienen en cuenta aquellos espacios que, por mediación simbólica, son considerados propicios o desfavorables, benéficos o maléficos, autorizados o prohibidos para grupos particulares. Para Lefebvre se trata de lugares políticos y sociales marcados por ritmos de la práctica social que animan y extienden el espacio de los cuerpos (Lefebvre, 2013, pp. 250, 325).
La manera en que los grupos se relacionan con el espacio parte, como lo hemos notado, de esa extensión corporal. Si hablamos en términos de lo que Tuan propone como topofilia,72 esta relación cuerpo-espacio parte de un espacio próximo y reducido por las necesidades biológicas y las capacidades sensoriales del hombre, que es lo suficientemente pequeño como para conocerlo personalmente.
Además de esta cercanía con el espacio vivido en términos de la apropiación corporal, Tuan (2007, p. 141) nota que esta condición topofílica puede estar dada por la continuidad histórica de una fisiografía particular (una montaña, por ejemplo). Y si un grupo social se identifica con un área geográfica determinada, es porque esta constituye una unidad natural. Por ende, así como la pretensión de “amor por la humanidad” puede levantar sospechas, la topofilia suena falsa cuando se proclama para un gran territorio. El Estado moderno es demasiado grande como para conocerlo personalmente y su forma es demasiado artificial como para percibirla como una unidad natural. Nos encontramos ante las formas del espacio material y vivido, y lo que supone la manera en que este espacio abstracto, del Estado, opera en su pretensión abarcadora.73
Esto suscita una capacidad reflexiva sobre el espacio y los lugares, que den cuenta de este tipo de relaciones contradictorias, presentes y constitutivas de la práctica espacial. Se hacen necesarios dos tipos de concepción espacial: aquella relación de intimidad, dada por el tiempo y la experiencia que supone una opacidad sobre ese lugar, y el tipo de imagen que proyecta esta relación con el espacio a distancia, para no depender solo de la vivencia.
Esta interpretación se hace posible, según Lefebvre, a partir de la verdad del espacio —en oposición al espacio verdadero, que consiste en ese espacio abstracto formulado en la cabeza del pensador antes de ser proyectado en la realidad social e incluso física—, cuya función es la de enlazar la práctica espacial; esto es, el espacio y la práctica social con los conceptos elaborados, aunque los trasciendan precisamente por su conexión con la práctica. La verdad del espacio pone de manifiesto lo que tienen en común el espacio mental y el espacio social y, en consecuencia, también sus diferencias. No hay separación ni confusión entre ellos, sino una distancia, un momento o elemento común (Lefebvre, 2013, pp. 428-429).
En esta contradicción propia de las representaciones del espacio y los espacios de representación podemos evidenciar las rupturas que se han generado entre las iniciativas comunitarias por producir su propio espacio, desde las apuestas culturales y la necesidad de insertarlas en el ámbito institucional para generar mayor reconocimiento local, y participar de los planes de desarrollo local desde los que se enuncia esta necesidad inclusiva y de participación. El acceso a la infraestructura dispuesta para fines culturales, deportivos y artísticos es una de las principales contradicciones presentes, ya que las organizaciones comunitarias evidencian que, por cuenta de trámites burocráticos, se reducen las posibilidades de acceso y muchas veces simplemente no se cuenta con esta posibilidad.
La Alcaldía de San Cristóbal fue uno de los escenarios designados por la Cuartada Teatral (organización comunitaria que asocia a tres agrupaciones de teatro comunitario del barrio La Victoria) como un lugar de conflicto permanente. Ellos reconocen que se trata de un espacio con el que se hace necesario interactuar para fines de consecución de recursos y gestión de espacios locales. Sin embargo, es también percibido como ese lugar que tiende a ser “un mal necesario”. En este dominio de la política de la ciudad, por parte de las administraciones distritales de turno, las organizaciones entran en disputa porque, a fin de cuentas, se trata la gestión de su espacio, el sustento e identidad del grupo: “La Alcaldía de San Cristóbal es ese lugar de encuentro, de reuniones. Allá uno va, pero a pelear. La verdad lo odiamos” (M. Hernández y D. Benavidez, comunicación personal).
Por su parte, la Red de Comunicadores Loma Sur percibe a las instituciones del Estado como las causantes de rupturas en los procesos organizativos:
La única manera de poder acabar con esos lazos era con el factor económico, y eso realmente termina siendo efectivo. Y ocurre en el caso de las organizaciones de base que aún no asumimos ese papel jurídico, y que aún no tenemos una responsabilidad para eso. Se terminan fracturando las organizaciones, y peleando por quién cogió más plata. (A. Piñeros, comunicación personal)
Otro tipo de relación que se presenta en estas interacciones con las administraciones locales puede catalogarse como instrumental, y en ella se parte de una domesticación previa de los procesos burocráticos con los que se enfrentan. Este sería el caso del Colectivo Arto Arte:
Aquí se ha trabajado mucho con la Alcaldía, y en esa medida con la Red de Eventos, con quienes empezamos a generar una fortaleza. Cuando nos propusimos iniciar un proyecto que ya tenía su tiempo de estar pensándose, decidimos comenzarlo, pero necesitábamos fuerza. Esa fuerza nos la da Secretaría de Integración Social y otra la Secretaría de Cultura. Y aunque a veces se generan tensiones en los grupos: que la firmita, y que la fotografía, las evidencias y todas esas cosas, tenemos una experiencia que nos permite también decir: eso es lo de menos. Y creo que estamos en ese rol de entender esa vaina y domesticarla. (F. Ramírez y D. Suárez, comunicación personal)
Para la Corporación Ambiental Chilcos, las relaciones institucionales se dan a partir de la especialización en aspectos de gestión administrativa, de acuerdo con los proyectos y sus objetivos específicos con los que se relacionan local y distritalmente. Esta organización, a partir de una capacitación previa, implementa el diseño de una ruta administrativa para desarrollar proyectos productivos que permitan su sostenibilidad como organización sin ánimo de lucro.
Desde las distintas maneras en que las organizaciones y los colectivos se relacionan con las instituciones locales, puede notarse un común denominador, en términos administrativos, y es su inconformidad respecto a la eficiencia y a la necesidad de menos burocracia en los trámites al momento de atender solicitudes o formalizar alguna iniciativa de orden comunitario:
Nosotros consideramos que su estructura organizativa debería ser mejor para que no evidencien todos los inconvenientes que tienen todas las entidades públicas al momento de trabajar con organizaciones como nosotros, con el tema de los desembolsos, o con el tema de otros papeleos que ellos manejan. (Corporación Chilcos, comunicación personal...