Con Jesús en el Calvario
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Con Jesús en el Calvario

  1. 240 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Con Jesús en el Calvario

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Índice
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Información del libro

El libro recorre las últimas seis horas que pasó Jesús en la tierra, antes de resucitar: desde que sale del Pretorio hasta que su cuerpo es depositado en el sepulcro por José de Arimatea, Nicodemo y Juan, el evangelista. Las santas mujeres prestan una ayuda inestimable a la Virgen en aquel día triste y a la vez grandioso del primer Viernes Santo de la historia.Su lectura y meditación permitirán al lector evocar esos episodios, y apreciar con toda su belleza y dramatismo los detalles narrados por los evangelistas.

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Información

Año
2011
ISBN
9788432139437
Categoría
Religion

1. CAMINO DEL CALVARIO

El Viernes Santo es un día lleno de tristeza, pero al mismo tiempo es un día propicio para renovar nuestra fe, para reafirmar nuestra esperanza y la valentía de llevar cada uno nuestra cruz con humildad, confianza y abandono en Dios, seguros de su apoyo y su victoria.
(Benedicto XVI. Discurso 8-IV-2009)
Dice S. Mateo que después de poner sobre la cabeza de Jesús una corona de espinas y de mofarse de Él, le pusieron sus vestidos y lo llevaron a crucificar[4], y que al ver los soldados que le fallaban las fuerzas forzaron a un pobre campesino, natural de Cirene, a cargar con la cruz de Jesús.
Tenían los romanos la costumbre de ejecutar las sentencias de muerte inmediatamente después de ser dictadas y así se hizo con el Señor, como se deduce de la narración de los evangelios. Tampoco serían muchos los preparativos.
El tribuno mandaría sacar de la cárcel a los otros dos reos que habían de ser ejecutados con Jesús; ordenaría preparasen las raciones de comida para los soldados que habrían de custodiar a los reos y certificar su muerte, señalaría el número de ellos que habrían de acompañar a cada uno de los reos con un centurión al frente, y se pondrían en marcha hacia el calvario, que distaba algo más de medio kilómetro del pretorio y de la torre Antonia donde se encontraban.
S. Juan dice en su evangelio que Jesús cargó con la cruz a cuestas[5].
Sabemos por fuentes documentales de la época, que ordinariamente no llevaban los reos la totalidad de la cruz, que llegaba a pesar cerca de cien kilos, sino tan solo el brazo horizontal de la misma, dado que el brazo vertical solía estar ya preparado en el lugar de la ejecución. Este se echaba sobre la espalda o sobre el cuello y no era raro que fuese sujetado con cuerdas a los brazos de quien habría de ser ejecutado en ella. Su peso era más liviano, unos treinta kilos. No parece que el Señor, después de la flagelación y de todos los tormentos sufridos, tuviese capacidad para cargar con toda la cruz y avanzar con ella tan solo unos pocos metros. Parece, por ello, que Jesús solo soportó el peso del palo horizontal, a pesar de que la iconografía clásica acostumbre a representarlo con la cruz entera.
LA COMITIVA
La comitiva se formaría rápidamente en el patio del pretorio. Todos tenían prisa de acabar cuanto antes. Pilato, por apartar de él aquel enojoso asunto; los fariseos y gerifaltes del pueblo, para que no permanecieran en la cruz los reos durante los días de la fiesta de la Pascua; y los soldados por cumplir con su enojoso cometido y volver cuanto antes a sus cuarteles o lugares de residencia, dando por concluida aquella misión que, no por repetida, dejaba de ser repugnante y horrorosa.
Es fácil suponer que algunos de los sanedritas y de los sacerdotes del Templo, aunque no necesariamente los de mayor rango, se incorporarían a la comitiva para cerciorarse de que todo discurría conforme a lo previsto, cortar toda posible reacción de la gente o de los posibles partidarios de Jesús y explicar, si era necesario, el sentido de aquel enojoso cartel mandado escribir por Pilato y que portaba un soldado delante de la comitiva con la causa de la condena, que ellos no consideraban correcto como hicieron ver al gobernador, sin que este atendiese sus exigencias.
La comitiva pasaba por una zona muy poblada de la ciudad, no olvidemos que la condena tenía función ejemplarizante, por lo que serían muchos los espectadores de aquella comitiva tan diferente a la contemplada unos días antes cuando Jesús entró en Jerusalén aclamado por el pueblo como el Mesías Salvador.
La hora, cercana al mediodía, contribuiría a una mayor aglomeración de gente que visitaba a esa hora la multitud de puestos de baratijas y tiendas de poco pelo existentes por donde discurría la comitiva.
No pocos, ignorantes de lo ocurrido, indagarían el contenido de la cartela que portaba el soldado que abría la comitiva y los sicarios de los sanedritas y los fariseos estarían prestos a explicar que no era cierto que fuese el rey de los judíos, sino que él se creía que lo era, como habían explicado al gobernador. Algunos le reconocerían y se compadecerían de él recordando, tal vez, los milagros obrados en favor de tantos menesterosos y la doctrina tan sublime que predicaba. No faltarían los desilusionados pensando que todo había terminado. Nosotros esperábamos que sería Él quien rescataría a Israel; mas, con todo van ya tres días desde que esto ha sucedido[6], dirían los discípulos de Emaús al mismo Jesús. También habría algunos, y no solo de entre los fariseos, que se sentirían alegres y felices por verse libres de quien fustigaba sus vicios y corruptelas.
Aunque nada dicen los evangelistas, es tradición muy antigua que Jesús, aplastado por el peso de la cruz y el agotamiento originado por los tormentos sufridos, se derrumbó contra el suelo por tres veces llegando, tal vez, a perder el conocimiento por algunos momentos. Posiblemente fueran estas caídas, que presagiaban que no podría llegar vivo hasta el lugar de la ejecución, lo que llevaron al Centurión al convencimiento de la necesidad de buscar a alguien que cargase con el madero y, al no encontrar a ningún voluntario entre los espectadores, obligó a aquel humilde agricultor que venía de sus campos, ajeno por completo a los acontecimientos, a cargar con la cruz del Señor.
Es cierto que, entre tanta desolación, entre tanto abandono, en aquella terrible soledad encontró el consuelo de su madre.
Nada dicen de ello los evangelios, aunque sí señala S. Juan que se encontró con él mismo y un grupito de mujeres amigas en el Calvario en el momento de la ejecución de la sentencia. Es fácil comprender la angustia que se apoderaría de la Virgen al recibir las primeras noticias sobre el prendimiento en el huerto y el abandono de los suyos, sobre el simulacro de juicio a que había sido sometido por el Sanedrín y la definitiva condena a la cruz. Ella, que siempre supo que su hijo había venido al mundo para salvar a la humanidad del pecado, había leído muchas veces los pasajes del profeta Isaías sobre el varón de dolores y el siervo de Yavé, que recordaría en aquellos momentos, como le vendrían a la memoria las palabras que treinta años antes le profetizara el anciano Simeón cuando, con el Niño en brazos, se llegó hasta el Templo de Jerusalén para presentarlo al Padre. Una espada, le dijo, atravesará tu corazón[7] y desearía correr al encuentro de aquel hijo que tanto necesitaba entonces de su presencia.
Todos conocemos en qué medida crece el desasosiego y la angustia cuando nos van llegando noticias imprecisas sobre alguna desgracia que se cierne sobre un ser querido. El deseo vivo de saber más sobre aquel accidente, sobre aquella desaparición o sobre aquella enfermedad, que la distancia o el desconocimiento elevan de nivel, engendra en nosotros la necesidad de acercarnos lo más posible a la veracidad de la noticia, que siempre consideramos imprecisa hasta que la vemos con nuestros propios ojos.
Esto mismo le pasaría a la Virgen y, si cabe, en mayor medida, pues Ella barruntaba todo aquello y temía, como cualquier madre, llegase la hora y el momento que ahora veía llegados.
Ella sentía la necesidad de ver a Jesús. Si durante aquellos tres años de triunfos y felicitaciones se había mantenido apartada de su Hijo, ahora comprendía que su deber de madre era estar a su lado, junto a él. Corrió en su búsqueda con aquel grupito de mujeres amigas y con Juan, el apóstol adolescente.
Habrían sin duda de abrirse camino por entre la multitud indiferente de curiosos que mataban el tiempo contemplando el espectáculo. Tal vez algunos los reconociesen y mostrarían algún sentimiento de compasión y de lástima, otros, por el contrario, aprovecharían el momento para insultarlos y vejarlos. Ella solo sentía la necesidad de ver a su Hijo. Cuando se encontraron con la mirada se lo dijeron todo. No necesitaron palabras, pues hablaron de corazón a corazón.
El corazón de la Madre sentiría el desgarro producido al contemplar aquella piltrafa de hombre que Ella había traído al mundo y que ahora se encaminaba a cumplir la misión salvadora para la que había venido; Él sentiría el consuelo de no estar solo en aquellos terribles momentos. El dolor de ambos disminuiría al sentirse acompañados.
La Virgen sentiría el desgarro de su corazón, pero la satisfacción de estar cerca de Jesús; abatida, pero cerca; aceptando la voluntad de Dios, renovando aquel sí que diera al Señor treinta años antes cuando el ángel le propuso, de parte de Dios mismo, el ser su madre.
Llevaba toda su vida preparándose para este momento, aunque nunca pensó que la maldad del hombre pecador pudiese exigir ese dolor para su redención. Tal vez pasasen por su imaginación, como en una película, tantos momentos de gozo y felicidad vividos al lado de Jesús: los cantos de los ángeles en Belén y la adoración de los pastores, la majestuosidad de la comitiva de los Magos que vinieron de Oriente a adorar al Niño, los regalos tan sustanciosos con que los obsequiaron, las palabras de Isabel considerándola la más bendita entre todas las mujeres de la tierra, los momentos de paz y sosiego, de felicidad junto a su Hijo en el hogar de Nazaret, las felicitaciones de las vecinas y amigas cuando llegasen a la aldea noticias de sus milagros y prodigios, y entonces, se afianzaría en la fe que le aseguraba que aquel hijo suyo que veía ultrajado y vilipendiado era también el Hijo de Dios, que había venido al mundo para salvar al hombre de la inmundicia del pecado, y aceptaría ese tremendo sufrimiento cooperando así con Jesús en su misión redentora.
Es ahora cuando la piedad cristiana sitúa el momento en el que el Centurión, apiadado de Jesús o temeroso de que no llegase vivo al lugar de la ejecución, obligó a aquel sencillo campesino que volvía, cansado y ajeno a aquellos acontecimientos, de su lugar de trabajo, a llevar la cruz de Jesús. No es un voluntario, si buscó el Centurión un voluntario no lo encontró, y, haciendo uso de su derecho de coacción, le obligó a cargar contra su voluntad la cruz de Jesús, pero no por ello dejó este de pagarle aquel favor.
Sorprende lo bien informados que se encontraban de él y sus cosas, los evangelistas. No solo conocen su nombre y oficio, sino que también nos dan el lugar de su nacimiento: Cirene, una ciudad norteafricana, otros aseguran que procedía de la ciudad siria del mismo nombre, con una abundante colonia judía algunos de cuyos componentes habían emigrado a Jerusalén, sino que también saben el nombre de sus hijos: Alejandro y Rufo, que sin duda eran bien conocidos de aquellas primeras comunidades cristianas.
Dios siempre paga con creces cualquier cosa que hagamos por Él.
La piedad cristiana habla de una mujer que, valiente, limpió el rostro divino de Jesús con un lienzo en el que quedó graba...

Índice

  1. Portadilla
  2. Cita
  3. Presentación
  4. 1. Camino del Calvario
  5. 2. Jesús en el Calvario
  6. 3. Las siete Palabras de Cristo en la cruz
  7. Primera Palabra(Las palabras van por h4)
  8. Segunda Palabra
  9. Tercera Palabra
  10. Cuarta Palabra
  11. Quinta Palabra
  12. Sexta Palabra
  13. Séptima Palabra
  14. 4. La muerte y el entierro
  15. 5. La soledad de la Virgen
  16. Créditos