Historia de la pintura y la escultura del siglo XX en España - Vol. I
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Historia de la pintura y la escultura del siglo XX en España - Vol. I

I. 1900-1939

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Historia de la pintura y la escultura del siglo XX en España - Vol. I

I. 1900-1939

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Los creadores de la pintura y la escultura modernas, Picasso, Miró, Julio González, los artistas españoles de la Escuela de París, el arte nuevo, la vanguardia de los años treinta, el pabellón de París en 1937...El cosmopolitismo del modernismo y el noucentisme catalanes, la posibilidad de alcanzar un rango de modernidad en el seno de una tradición definida como España negra, el debate en torno a un arte renovador o vanguardista, la marcha de muchos artistas fuera de España, preferentemente a París, la invención del arte moderno que es la pintura de Pablo Picasso y Joan Miró, la escultura de Julio González, el difícil vanguardismo de los años republicanos -¿arte puro o arte comprometido?- y la ruptura trágica de la Guerra Civil constituyen los principales temas de una historia que por su complejidad no permite un relato lineal y de sentido único. Los cambios de dirección, el diálogo entre diversas tendencias, el encuentro entre las que se dicen contrarias, son otros tantos de los temas abordados.Este primer volumen de Historia de la pintura y la escultura del siglo xx en España estudia el período comprendido entre los años 1900 y 1940, en la hipótesis de que la Guerra Civil constituye un punto de ruptura y su desenlace inicia una época diferente. El relato tiene en cuenta la trayectoria del arte en la búsqueda de una modernidad que solo ocasionalmente se alcanza, de forma más clara y rotunda, fuera del país, en la obra de Picasso, Joan Miró y Julio González, también en la de aquellos artistas que componen la llamada Escuela española en París.

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Información

Año
2015
ISBN
9788491140597
Edición
1
Categoría
Arte
RENOVACIÓN Y VANGUARDIA

V
Los ámbitos de la renovación

Dos cuestiones se plantean a propósito de la renovación y la vanguardia en el arte español anterior a 1936. La primera concierne a la naturaleza de ese arte, ¿es un arte renovador o es arte de vanguardia? La segunda, a los lugares en los que se crea y, con los lugares, los ritmos a los que se produce.
Por lo que respecta a la primera pregunta, siempre he mantenido que el arte creado en España en los años veinte era más renovador que vanguardista. Naturalmente, he hecho esta afirmación teniendo en cuenta las notas que definen al arte de vanguardia tal como se ha desarrollado en Europa, notas que, o bien son inexistentes entre nosotros o son muy débiles. Ciertamente, la ruptura vanguardista también se produjo en España en estos años veinte, pero nunca tuvo la intensidad que alcanzó en Francia, Alemania o los Países Bajos, tampoco la intensidad que alcanzó en Italia. Aquí fue mucho más débil y difusa, no pudo singularizarse en ningún movimiento concreto –ni el ultraísmo ni el vibracionismo tuvieron especial desarrollo en el marco de las artes plásticas– y se aproximó más al cubismo atemperado de la pintura que se hacía en París siguiendo la estela de Picasso y Braque, al cubismo atemperado de Jacques Villon, por ejemplo, que a las creaciones más enérgicas de la abstracción concreta o de movimientos radicales como el neoplasticismo y el suprematismo. Más que un arte de vanguardia, lo que los artistas españoles practicaron fue una renovación, en muchas ocasiones de carácter puramente formal, que, si bien tiene un gran interés para la historia de nuestra actividad artística, es de una muy reducida presencia en el panorama internacional.
Esta falta de intensidad se pone también de relieve en la inexistencia de grupos poderosos, publicaciones periódicas y manifiestos afines a los que se hicieron en Europa. Las creaciones más próximas a las del arte de vanguardia europeo son las que realizaron los surrealistas, muchas veces en la línea de Dalí, pero nunca tuvieron su fuerza ni su empuje, nunca constituyeron un grupo de suficiente entidad ni llegaron a poner en peligro la hegemonía del arte tradicional y académico. La lejanía del artista catalán fue, quizá, una de las causas de esa debilidad. Ninguno de nuestros surrealistas puede emparejarse con los artistas, pintores, escultores, creadores de objetos del grupo surrealista internacional.
Esto no quiere decir que no trabajaran en España algunos creadores que podemos considerar vanguardistas. El caso más importante es el de Joaquín Torres-García, pero su presencia entre nosotros fue siempre limitada. Por otra parte, estos años coincidieron, como ya se ha visto, con la estancia de Miró en París, lo que impidió conocer su pintura. Juan Gris vivía también en París, su pintura era poco o nada conocida entre nosotros, y algo similar sucedió con la escultura de Pablo Gargallo. Otro caso importante es el de Rafael Barradas: estuvo en España y animó las diferentes intentonas por crear un arte de vanguardia, pero creo poder afirmar que su trabajo, si fructificó, lo hizo algo después, en la influencia sobre artistas que sí podemos considerar vanguardistas. Federico García Lorca, tan importante en el desarrollo de la poesía peninsular, fue un fenómeno marginal –importante pero marginal– para la pintura, y artistas que luego intervinieron de forma decisiva en el arte de vanguardia estaban todavía en estas fechas en un período de formación: Benjamín Palencia y Alberto Sánchez son dos ejemplos señeros.
La segunda cuestión se refiere al lugar o los lugares en los que esa renovación se hizo posible. La actividad de la Asociación de Artistas Ibéricos en Madrid, la más importante en el seno de la renovación artística en la capital española, no pasó del eclecticismo. En Madrid continuó predominando la tradición y el academicismo, de los que son buena expresión las exposiciones nacionales (después veremos con detalle cuáles fueron los intentos renovadores). Esta fue una de las razones, si no la principal, por la que un buen número de artistas decidieron marchar de España, preferentemente a París: Francisco Bores es un ejemplo paradigmático. Se constituyó, así, una llamada Escuela Española en París, fuertemente influida por la pintura de Picasso y de Braque, aunque sonara más el nombre del primero que el del segundo, pero sin la radicalidad y el empuje del artista malagueño. Esta Escuela, más grupo que escuela, constituye la manifestación más importante de la renovación de nuestro arte. Con ella, distintos y un tanto al margen de ella, artistas individuales que mostraron su calidad, o iban a mostrarla años después, como Josep de Togores, Pablo Gargallo y Luis Fernández, este de desarrollo mucho más lento y tardío. También los artistas catalanes viajaron a París en unos años en los que la herencia del noucentisme, como se verá más adelante, continuaba teniendo una presencia en modo alguno despreciable.
Creo que el término «arte nuevo», que ya se utilizó en aquellos años, permite denominar adecuadamente toda esta actividad renovadora: es nueva, pero no es vanguardista. Ahora bien, precisamente por ser nueva tiene una importancia considerable para los años que iban a venir, los años treinta. En este punto sí creo necesario corregir algunos de mis juicios mantenidos en otras ocasiones: el arte de vanguardia irrumpe en los últimos años veinte y en los de la Segunda República, y no hubiera sido posible sin el prólogo renovador. Maruja Mallo, Benjamín Palencia, Alberto Sánchez, Óscar Domínguez, son artistas vanguardistas que configuran grupos de precaria existencia en una actividad que la Guerra Civil modifica o corta de raíz. La cronología del arte de vanguardia en España es muy breve precisamente por los acontecimientos políticos, ante todo por el estallido de la Guerra Civil, pero los años de la contienda no acaban con él. Es verdad que muchos artistas se ocupan en una labor de proselitismo, en ocasiones pedagógica, muchas veces, casi siempre, militante, pero no lo es menos que el Pabellón de España en la Exposición Internacional del año 1937 en París es una muestra ejemplar del nivel alcanzado por nuestro arte. Allí exponen Picasso, Miró y Julio González, Alberto Sánchez, Josep Renau, Aurelio Arteta, etc. Esta plana mayor del arte español es, en buena parte, la plana mayor del arte de vanguardia en Europa.
Cabe preguntarse por qué no hubo arte de vanguardia antes, en los años veinte, por qué la renovación fue tan tímida o tuvo que realizarse fuera de nuestras fronteras. Hubo un movimiento poético importante, la llamada Generación del 27, pero no un movimiento artístico de alcance semejante. Algunos autores equiparan la actividad de los Artistas Ibéricos con la de aquellos, pero creo que la comparación es por completo desproporcionada. Nada parecido a Cernuda, Lorca, Alberti, Prados, etc., encontramos en el panorama de las artes visuales. La razón de esa diferencia quizá es prosaica –pero no por ello menos efectiva–: la creación poética se centró en publicaciones de reducida difusión y encontró un público fiel aunque, salvo en contadas excepciones –Lorca es la más importante–, reducido. La poesía en castellano exigía un público que leyera en castellano, que se publicara en castellano, no en francés ni fuera de España, aunque ese público lector no fuera tan grande como cabía desear: los poetas, aunque emigrasen, muchos lo hicieron después, publicaron y se leyeron entre nosotros. Por otra parte, además, existía una tradición literaria poderosa, tal como se había configurado en los finales y principios de siglo, una tradición sobre la que la Generación del 98, aunque se enfrentara a ella y de ella quisiera diferenciarse, en ella se apoyaba.
Nada de esto sucedía en el campo de las artes visuales. La tradición pictórica y escultórica era escasa, con la excepción (importante) de Cataluña, y el mercado de arte era casi por completo inexistente en lo privado y por completo reaccionario en lo institucional. No existía nada equiparable a la difusión de las revistas de poesía, tampoco era necesario «pintar en castellano», por así decirlo: se podía pintar o esculpir en París, y eso es lo que decidieron hacer nuestros artistas. La llegada de la Segunda República alteró este panorama e introdujo un clima moral e intelectual nuevo. Al calor de tales cambios empezaron a producirse experiencias plásticas que ya podemos considerar vanguardistas, aunque el tiempo del que «dispuso» la República fue escaso y esas experiencias no llegaron a dar todos los frutos que prometían.

VI
Españoles en París

1. Juan Gris y María Blanchard

Entre los artistas españoles que trabajaron en París destaca, por encima de todos, Juan Gris (José Victoriano González, 1887-1927). Gris desborda los límites de la que se ha llamado Escuela Española en París y ocupa un lugar propio en el seno de la vanguardia internacional. El cubismo que crea es equiparable, aunque distinto, al de Picasso y Braque, y es posible que sin Picasso Gris no hubiera llegado a ser el artista importante que fue, mas, en cualquier caso, su obra posee una calidad difícilmente igualable.
Cuando llegó a París en 1906 había recibido una formación pictórica elemental, había ilustrado revistas como Blanco y negro y Madrid cómico, pero no era un pintor especialmente relevante. En la capital francesa continuó dibujando, ahora para L’Assiette au Berre, Le Cri de Paris y Le Charivari, también envió dibujos a la revista catalana Papitu, que Feliu Elías había fundado en 1909. Conoció a Picasso y se instaló junto a él en un estudio de la calle Ravignan núm. 13. No expuso hasta 1912, en el Salón de los Independientes y en la Section d’Or, que agrupaba a la mayoría de los pintores cubistas (a excepción de Braque y Picasso). Es este el año en el que entra en relación con D. H. Kahnweiler, su galerista, amigo y principal biógrafo.
La pintura que realizó antes de 1912 es poco conocida, destaca por su aspecto constructivo pero no puede calificarse de ...

Índice

  1. INTRODUCCIÓN
  2. LA CREACIÓN DE LA MODERNIDAD
  3. LA INVENCIÓN DE LA PINTURA Y LA ESCULTURA CONTEMPORÁNEAS
  4. RENOVACIÓN Y VANGUARDIA
  5. ILUSTRACIONES
  6. BIBLIOGRAFÍA