V. Reflexiones
9. Educación, cognoscibilidad y mercado laboral
Nico Stehr
Un artículo publicado el año pasado en The New York Times («No job», 2010), sobre la tendencia hacia el empleo de iniciativa propia de los recientes graduados universitarios, cuenta historias personales que ejemplifican a la perfección el título del artículo: «¿Sin empleo? Los jóvenes graduados se crean el suyo propio». En él se habla de una serie de empresas y negocios nuevos y de éxito iniciados por jóvenes recién salidos de la universidad, todos ellos guiados por la máxima de uno de ellos de «pasar de la sociedad del currículum vitae a otra en que las personas creen su propio empleo». Aunque las historias individuales de las que se habla en el artículo se refieren casi exclusivamente a los esfuerzos recompensados de crear empleo de los que hoy son emprendedores independientes, la misma iniciativa y la misma recompensa se pueden producir también entre los límites establecidos de las empresas y las organizaciones existentes de cuyos trabajadores se espera que creen sus propias tareas, o se les permite que lo hagan. El artículo de The New York Times no dice nada de la medida en que los empleos de creación propia empiezan a ser típicos del mercado de trabajo, pero este capítulo pretende reformular la tesis de The New York Times en una tendencia societal mucho más general que está transformando el mercado de trabajo en las sociedades modernas.
En todo lo que se refiere al avance económico de un país y la capacidad de su economía para mejorar el nivel de vida de los ciudadanos y competir en el ámbito internacional, los científicos sociales convienen de forma que no suele ser habitual en que la «productividad» «a la larga lo es casi todo» (Krugman, 1994, pág. 13). Manuel Castells (1996, 2010), en su exhaustivo estudio de la sociedad moderna como «sociedad red», secunda esta opinión y concluye: «La productividad es la fuente de la riqueza de las naciones» (Castells, 1996, pág. 80). Los beneficios de la productividad son estratificados. Las mejoras de la productividad o su ausencia no se producen de forma lineal por toda la economía, ni en igual proporción entre todos los factores de la producción, los departamentos de una empresa o los segmentos de la mano de obra. En las economías avanzadas, el reto ya no está en «hacer productivo el trabajo manual… el principal desafío es hacer que los trabajadores del conocimiento sean productivos» (Drucker, 1999a, pág. 141, 1999b). Sin embargo, el trabajo sobre la productividad de los trabajadores del conocimiento apenas ha empezado.
Otra opinión igualmente unánime entre los economistas, los responsables políticos, los sociólogos y los educadores se refiere a la idea de que los «cambios estructurales» de la economía moderna transforman el mercado de trabajo y generan demanda de unas determinadas habilidades. Los cambios asociados a la emergencia de la economía intensiva en conocimiento —que se entiende de forma generalizada que está impulsada por la tecnología y en la que, por consiguiente, la demanda de destrezas inducidas por la tecnología transforma el mercado laboral— genera una necesidad creciente de trabajadores cualificados (ej.: Reich, 1993, pág. 178; Baldwin y Gallatly, 1998; World Bank, 2002) o una progresiva presencia de trabajadores del conocimiento en la economía. Para el capital técnico, los actuales trabajadores del conocimiento dependen de las tecnologías de la información y la comunicación, y el capital cognitivo o intelectual es el conocimiento o, mejor, como intentaré demostrar, la cognoscibilidad.
Voy a exponer mi tesis sobre las relaciones entre educación, cognoscibilidad y el actual mercado laboral en una serie de pasos. En primer lugar, hablaré brevemente de la llamada «paradoja de la productividad», un tema objeto de amplio debate entre los economistas como respuesta a la observación empírica en las economías avanzadas de que no parece que las grandes inversiones en tecnologías de la información y la comunicación (TIC) tengan un gran impacto en la productividad. Segundo, me referiré al uso de estas tecnologías en el puesto de trabajo, para después hablar de la agencia en el mundo del trabajo de las sociedades industriales y del conocimiento. En tercer lugar, expondré y analizaré el crecimiento de los trabajadores del conocimiento en las sociedades modernas y resumiré el debate sobre cognoscibilidad, educación y mano de obra con la vista puesta en el futuro.
Hace cuarenta años, Daniel Bell y otros empezaron a exponer su idea de que la sociedad industrial está dando paso a una sociedad postindustrial. Uno de los principios básicos de esos autores era la referencia al carácter fundamental del conocimiento teórico como elemento constitutivo de la sociedad postindustrial en su conjunto. Según Bell (1968), las cuestiones políticas a las que se enfrentará esta sociedad:
se refieren a la educación, al talento y a la política científica. La rápida expansión de una clase profesional y técnica, y la mayor dependencia que la sociedad tiene de los recursos humanos científicos, apuntan a una dimensión nueva y excepcional de los asuntos sociales, es decir, a que la tasa de crecimiento económico de una sociedad postindustrial dependerá menos del dinero que del «capital humano». (pág. 158)
En el debate y las polémicas en torno a la paradoja de la productividad que se produjeron veinte años después —y a los que enseguida me referiré con mayor detalle—, estas observaciones y otras afines sobre el declive de la importancia económica de las fuerzas de producción que configuraron la sociedad industrial, raramente pasan a ocupar el centro del análisis, pese a que las ideas de Bell y otras opiniones similares constituyen hoy la premisa de muchos análisis generales de la economía moderna como economía basada en el conocimiento.
En este capítulo intentaré vincular el análisis de la paradoja de la productividad con la emergencia del conocimiento y la cognoscibilidad como fuente de crecimiento y cambios económicos. Diré que la paradoja de la productividad se puede entender mejor si se reconocen tres hechos empíricos: primero, que la mano de obra cualificada aparece en escena antes de que las tecnologías de la información y la comunicación empiecen a ser utilizadas de forma amplia en la economía; segundo, que la progresiva importancia de la mano de obra altamente cualificada no es una reacción a su demanda, sino que la oferta adquiere un carácter autónomo (es decir, un impulso societal); y tercero, que las tecnologías de la información y la comunicación realmente ayudan a empresarios y gestores a ajustarse a los mayores costes de mano de obra que implica este cambio en la oferta, y a darles la vuelta. Por consiguiente, la paradoja de la productividad nos puede ayudar a entender que no estamos ante la transición de una sociedad industrial a otra de la información, sino ante una transición societal de una sociedad industrial a otra del conocimiento. En este sentido, pues, hemos entrado en una nueva modernidad.
La paradoja de la productividad
En las dos últimas décadas, los economistas en particular se han sentido desconcertados y hasta irritados por la evidente falta de ganancias de productividad medibles de las industrias de producción de bienes y servicios de los países de la OCDE como consecuencia de, o en conjunción con, las enormes inversiones que en los últimos años se han hecho en las tecnologías de la información y la comunicación. La decisión de bautizar este fenómeno con el nombre de «paradoja de la productividad» se debe a la disyunción entre las inmensas expectativas y promesas económicas que la «era del ordenador» ha generado, por un lado, y la evidente falta de rentabilidad económica sostenible derivada de las descomunales inversiones de las empresas y los Estados en las tecnologías de la información y la comunicación, por otro.
Solo en 1990, las empresas estadounidenses invirtieron 61.000 millones de dólares en servicios informáticos (United States Department of Commerce, 1991). Attewell (1994) resume estudios anteriores sobre la paradoja de la productividad afirmando su existencia y señalando que «ningún estudio documenta efectos sustanciales de la tecnología de la información sobre la productividad» (pág. 24). En la información que se suele utilizar para llegar a estas conclusiones, existen sin duda dificultades conceptuales, metodológicas y de datos que llegan a la propia definición de productividad, pero no parece que invaliden por completo los resultados. Dadas las afirmaciones exageradas y a veces repetidas sobre la capacidad transformadora de las tecnologías de la información, uno se podría sentir tentado incluso a preguntar: ¿por qué no han sido más espectaculares las ganancias de productividad que se pueden atribuir a las TIC?
Como en la versión científica de la teoría de la deriva continental, las disciplinas de las ciencias sociales se van alejando cada vez más las unas de las otras (cf. Luhmann, 1991/1993, pág. 2). Dado el estado socio-cognitivo de la ciencia social actual, no es de extrañar que la creciente literatura sobre las condiciones de la posibilidad de «crecimiento de la productividad», y no digamos sobre la naturaleza y las consecuencias de la «paradoja de la productividad», no vaya acompañada de una idea común de su significado y sus referentes empíricos. No existe acuerdo sobre por qué la productividad varía, y menos aún sobre qué y cómo podría explicar la observación esencialmente contestada de que la progresiva difusión de las tecnologías de la información y la comunicación en el mundo del trabajo no ha mejorado la productividad de las empresas tal como la miden las estadísticas oficiales. Por ejemplo, ¿la paradoja de la productividad en el campo de las TIC es el reflejo de una realidad más amplia de un declive secular de las ganancias de la productividad? En torno a la idea de la paradoja de la productividad han crecido diferentes culturas y redes de investigación, unas redes que no se comunican entre sí y que siguen sus propias estrategias en el análisis del tema de la rentabilidad de productividad de las modernas tecnologías de la información y la comunicación. Son cuestiones que se desarrollaron en las actas de una conferencia organizada por la OCDE, «La ciencias sociales en un punto de inflexión», y en particular en la intervención de Van Langenhove (1999).
La diversidad de estudios y explicaciones de la paradoja de la productividad ejemplifica la división creciente y cada vez más profunda del trabajo de las ciencias sociales y su naturaleza esencialmente contestada. Para algunos observadores, la paradoja de la productividad no existe en la realidad. El puzle de la productividad es un constructo de medición o el indicador de una medición de los resultados errónea que oculta las auténticas ganancias que se consiguen (cf. Quinn, 1996; Diewert y Fox, 1997). Pero aun en el caso de que la paradoja existiera, un primer análisis demuestra que el problema no es de envergadura, ya que la inversión en ordenadores constituye una parte relativamente pequeña de todo el input de capital. Para otros, aunque la paradoja es real, solo representa una fase transito...