Atreverse a decidir
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Atreverse a decidir

Sin miedo ni complejos

  1. 208 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Atreverse a decidir

Sin miedo ni complejos

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Información del libro

A la hora de decidir, algunos dudan, titubean, sopesan los pros y los contras, y tras mucho cavilar acaban dejando para mejor ocasión decisiones importantes, como la de contraer matrimonio, preparar una oposición o responder a la llamada de Dios.Decidir bien es un arte.Exige reflexionar sobre qué se va a hacer y cómo se va a hacer. Algunos lo olvidan, y han de arrepentirse luego de las decisiones tomadas a toda prisa.Cada uno es fruto de sus decisiones.El éxito depende, más que de cualidades y currículum, del esfuerzo y del conocimiento propio. Los creyentes acuden además a la ayuda de Dios. Entonces sí es posible decidir, y acertar.

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Información

Año
2018
ISBN
9788432150425
ACABAMOS DE AFIRMAR QUE SOMOS LIBRES para decidir, pero también es verdad que en ocasiones podemos equivocarnos. Bien sea por no haber pensado bien las cosas, por atolondramiento o por falta de reflexión. De ahí que se imponga la sensatez y la coherencia. En definitiva, se trata de madurar las decisiones para tomarlas con la mayor sensatez posible.
La palabra sensatez procede de la unión de dos componentes latinos: sensatus y ez. El primero se refiere a la persona dotada de buen juicio, a la que el sufijo ez le añade el componente de cualidad. De este modo puede definirse la sensatez como la cualidad propia de las personas juiciosas, que en sus actos reflejan su prudencia y madurez. Por esta razón la palabra sensatez se asocia a cordura, reflexión o raciocinio, cualidades todas ellas de la virtud de la prudencia.
Con el buen juicio y la reflexión se prevén mejor las consecuencias de las decisiones que se toman, a la vez que pueden elegirse y evaluarse los medios que se deben emplear. La sensatez, en definitiva, sirve para tomar conciencia de lo que se ha hecho o de lo que se piensa hacer, lo cual evita tener que arrepentirse después de las decisiones que por precipitación se tomaron a lo loco.
Puede servir de ejemplo a este respecto la fábula de la zorra y el macho cabrío, de Esopo. A pesar de su astucia, la zorra no había advertido que por el camino que iba había un pozo, y distraída cayó en él; tan profundo era, que luego no podía salir de él. Lo intentó varias veces, pero al fin desistió. Poco después pasó por aquel lugar un macho cabrío. Al ver el pozo se asomó, estaba sediento. Viendo a la zorra allá abajo le preguntó si el agua era buena. — Sí, riquísima, le respondió la zorra ocultando su verdadero problema. Y le animó para que bajara. El macho cabrío, sediento como estaba, sin pensarlo se lanzó y bebió hasta saciarse. Después preguntó a la zorra cómo podría salir de allí, porque el pozo era bastante hondo.
— Mira, le dijo la zorra. Tú apoyas las patas delanteras contra la pared y alzas bien tus cuernos; luego yo me subiré encima de ellos y de un salto estaré afuera y desde arriba te echaré una mano para que subas tú también.
— ¡Qué inteligente eres!, exclamó el macho cabrío. Y así lo hicieron. Pero una vez arriba, viéndose ya libre, la zorra echó a correr sin cumplir lo prometido. Al poco regresó. Y, asomándose al brocal, le dice al macho cabrío:
— Mira, los seres sensatos antes de actuar prevén el final de sus actos, y solo entonces se lanzan. Si tuvieras tanta inteligencia como pelos en tu barba, no habrías bajado al pozo sin pensar antes en cómo podrías salir de él.
El atolondramiento es siempre mal consejero. Aunque urja la necesidad de decidir, hay que hacerlo sin precipitación. Discernir, juzgar y deliberar son, como vimos, los pasos que se han de dar antes de tomar una decisión. La inmadurez, propia de la adolescencia, suele jugar malas pasadas, también a los mayores, sobre todo cuando se actúa sin discernimiento, como le ocurrió al macho cabrío. En este sentido son relevantes los comentarios de unos chicos jóvenes:
— A fulanita, porque es muy impulsiva, le recomendó su amiga que antes de lanzarse a dar el paso que iba a dar, lo pensara bien y fuera sensata.
— La experiencia de su hermano drogadicto le ayudó a reflexionar sobre el sentido de la vida y la necesidad de poner orden en sus apetencias e impulsos. Comprendió que no podía seguir viviendo de modo tan alegre y atolondrado como lo venía haciendo.
— El disgusto familiar por la separación de sus padres, le hizo caer en la cuenta de la necesidad de tomarse en serio la vida, de no ser tan insensato y precipitado.
Esto no solo les ocurre a los jóvenes, también son muchos los que a pesar de su experiencia actúan sin discernir lo que hacen. Deciden como si tuvieran la cabeza “a pájaros”, hablan y hablan sin darse cuenta ni de lo que dicen ni de lo que hacen. Les vendría bien recordar el sabio consejo de Mark Twain: «Es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido, que abrirla y quedar en evidencia». Suele ocurrir cuando alguien se lanza de modo impulsivo y atolondrado a sentenciar y decidir sin fundamento.
Gracias a Dios y con la ayuda de la experiencia, todos podemos ir limando pequeños defectos del carácter, impidiendo que los arrebatos nos hagan actuar de modo insensato. Es preciso intentar por todos los medios desarraigar un vicio tan dañino, para no tener que lamentarnos después de haber hablado mucho y discernido poco, cometiendo por insensatez “locuras” propias de la inmadurez.
Decidir, y hacerlo con sensatez, requiere además de buena voluntad una conciencia recta. Gracias a ella se puede hacer frente a las dudas y vacilaciones, superando con más facilidad las dificultades u obstáculos que puedan presentarse. La conciencia bien formada advierte en seguida si se acierta o no a la hora de elegir, a la vez que impulsa a rectificar en el caso de que nos hayamos equivocado.
Cabe sin embargo la posibilidad de que la conciencia sea no solo errónea sino culpablemente errónea, es decir, que la persona actúe sin pensar si es bueno o malo lo que hace. Y, de otra parte, que por mala voluntad no consulte ni ponga los medios para salir de su ignorancia. «Así sucede “cuando el hombre no se preocupa de buscar la verdad y el bien y, poco a poco, por el hábito del pecado, la conciencia se queda casi ciega” (GS 16). En estos casos la persona es culpable del mal que comete» (CEC 1791). La consecuencia es inmediata: está obligada a salir de su error, a poner los medios para actuar con rectitud y por amor a la verdad.
1.
ACTUAR EN CONCIENCIA
LA SENSATEZ O CORDURA DE JUICIO está relacionada con la conciencia moral, que es la facultad de decidir y de ser actor de los propios actos, y responsable asimismo de sus consecuencias. De ahí la obligación de escuchar la voz de la conciencia, tanto más cuando se trate de tomar una decisión de cierto relieve o de imprevisibles consecuencias.
Es normal que a veces pasemos por temporadas de cierta oscuridad o desaliento, que los acontecimientos nos influyan y vayamos como brujuleando por la vida, olvidados de quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde nos encaminamos. En esas circunstancias es muy conveniente hacer un parón, guardar silencio y escuchar la voz de la conciencia, para discernir la situación y saber cómo actuar.
Hacer silencio. Sí, pero sabiendo que el mero callar no es suficiente. Se puede callar externamente, y a la vez mantener en el interior un continuo hervidero de ideas y pensamientos. Por fuera silencio, por dentro ruido. No se puede escuchar la voz de la conciencia sin lograr mantener el debido silencio interior. A esto se refería Ratzinger cuando era cardenal, en una homilía publicada en 2012. Sus palabras son muy ilustrativas.
«Hacer silencio significa encontrar un nuevo orden interior. Significa pensar no sólo en las cosas que se pueden exponer y mostrar. Significa mirar no sólo hacia aquello que tiene vigencia y valor de mercado entre los hombres. Silencio significa desarrollar los sentidos interiores, el sentido de la conciencia, el sentido de lo eterno en nosotros, la capacidad de escucha frente a Dios. De los dinosaurios se afirma que se extinguieron porque se habían desarrollado erróneamente: mucho caparazón y poco cerebro, muchos músculos y poca inteligencia. No estaremos desarrollándonos también nosotros de forma errónea: ¿mucha técnica, pero poca alma? ¿Un grueso caparazón de capacidades materiales, pero un corazón que se ha vuelto vacío? ¿La pérdida de la capacidad de percibir en nosotros la voz de Dios, de conocer y reconocer lo bueno, lo bello y lo verdadero?».
¡Qué importante es hacer silencio para escuchar la voz de la propia conciencia, para sintonizar con Dios y descubrir el sentido de la vida! Pero, ¿sabemos realmente qué significa la conciencia? Esta palabra procede de la voz latina conscientia, que significa conocer. Tomar conciencia de sí significa por tanto conocerse uno mismo tal como es, imprescindible para identificar la propia identidad personal y la de las cosas que le rodean. Para un cristiano, además, tomar conciencia significa conocer su vinculación con Jesucristo, con su vida y con su doctrina. La conciencia advierte al cristiano si es o no coherente con su fe, si pone por obra el mandamiento nuevo del amor, si es solidario y busca por encima de su propio bien el de los demás.
El pasado Concilio definía la conciencia como «el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que este se encuentra a solas con Dios y cuya voz resuena en lo más íntimo de su corazón» (Gaudium et spes, 16). Más tarde, el Catecismo de la Iglesia lo concreta diciendo:
«Es preciso que cada uno preste mucha atención a sí mismo para oír y seguir la voz de su conciencia. Esta exigencia de interioridad es tanto más necesaria cuanto que la vida nos impulsa con frecuencia a prescindir de toda reflexión, examen o interiorización: “Retorna a tu conciencia, interrógala… retornad, hermanos, al interior, y en todo lo que hagáis mirad al Testigo, Dios” (S. Agustín)» (CEC 1779).
Y, para terminar, añade un comentario a modo de conclusión:
«La conciencia hace posible asumir la responsabilidad de los actos realizados. Si el hombre comete el mal, el justo juicio de la conciencia puede ser en él el testigo de la verdad universal del bien, al mismo tiempo que de la malicia de su elección concreta. El veredicto del dictamen de la conciencia constituye una garantía de esperanza y de misericordia. Al hacer patente la falta cometida recuerda el perdón que se ha de pedir, el bien que se ha de practicar todavía y la virtud que se ha de cultivar sin cesar con la gracia de Dios» (CEC 1781).
Por desgracia, hoy son muchos los que actúan sin prestar oído a su conciencia, buscan sus propios intereses sin detenerse a pensar si obran bien o mal. No ha de extrañar que acaben zambulléndose en las turbulentas aguas de sus avaricias y ambiciones, cegados a causa de sus desór­denes e injusticias.
UN CASO SINGULAR
Es el caso de un ingeniero que equivocó el planteamiento de su vida. Había acabado la carrera y muy pronto encontró trabajo, gracias a su inteligencia y buen expediente. Se casó y tuvo un hijo. Como objetivo de su vida se propuso trabajar sin descanso, ascender y tener prestigio, conseguir una buena remuneración económica y ser feliz.
Para ello tuvo que renunciar a muchas de sus relaciones sociales con el fin de dedicarle más tiempo al trabajo. No iba al cine ni al teatro, dejó de ir al fútbol, aunque era un buen aficionado, porque le parecía una pérdida de tiempo. A su mujer la tenía casi olvidada, no la acompañaba a las frecuentes invitaciones a bodas o bautizos que recibía de sus amigos. Se sentía esclavizada. Apenas salía con ella, ni siquiera a dar un paseo o a disfrutar de una buena excursión. Las vacaciones de verano las reducía al mínimo para poder trabajar en sus proyectos. Por encima de todo trabajaba porque quería ahorrar para ser feliz.
Pasaron los años y llegó la hora de su jubilación. Había hecho una buena fortuna. El dinero lo había invertido en la compra del chalet donde vivía, en un apartamento de lujo en la playa, en coches de alta gama a tono con la magnífica situación de la que disfrutaba. El resto lo tenía invertido en Bolsa.
Un día, sentado a la vera de la playa, pensó en lo que había sido su vida hasta entonces. Tomo conciencia de que había sido un fracaso. Tanto trabajar y arriesgar para al final no ser feliz. Veía que...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADA INTERIOR
  3. CITA
  4. CRÉDITOS
  5. ÍNDICE
  6. PRÓLOGO
  7. PRIMERA PARTE. VENCER EL MIEDO
  8. SEGUNDA PARTE. ARMARSE DE VALOR
  9. TERCERA PARTE. DECIDIR CON SENSATEZ
  10. AUTOR