La maldición de la yaya Berta
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La maldición de la yaya Berta

  1. 170 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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La maldición de la yaya Berta

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Índice
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Información del libro

Berta acepta el traslado a una residencia al ver cómo los recuerdos de sus 88 años empiezan a desaparecer de manera imparable. Allí conocerá a Rosita, una mujer con una energía extraordinaria y un pasado difícil de olvidar.Ese primer día, tras escuchar la noticia de una posible ruptura conyugal dentro de su círculo, Berta advierte que existe una terrible maldición que persigue a las mujeres de su familia: una separación vaticina una muerte.Desde ese momento, Berta, su hija, su nieta y su bisnieta, acompañadas de Rosita y Malena, la mejor amiga de toda una vida, se unirán para dar con la razón de semejante amenaza con la imprudente inocencia de no reparar en el riesgo que entraña conocer la verdad.El verdadero reto de Berta consistirá en hacer realidad un último deseo antes de olvidarlo.

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Información

Año
2020
ISBN
9788418344756
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com

© Eva Miñana Márquez

Diseño de edición: Letrame Editorial.
ilustrador: Daniel Miñana Márquez
Composición de portada: Diana Mármol Romero

ISBN: 978-84-18344-75-6

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

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Para mi tribu.
A la memoria y al olvido:
huella y estela del vivir.
1
Sensación de abandono
Llega un momento en el que todo cambia porque todo se va. Cambian los cuerpos, las mentes, las ilusiones y la percepción de los recuerdos; algunos desaparecen y otros son alterados de tal manera que modifican, poco o mucho, lo que de verdad sucedió. Se empieza a olvidar lo soñado y se sueña con lo vivido.
El alma queda invadida por la mayor impotencia jamás sentida y observa tras los cristales cómo se marcha la vida. Se agota, de sonrisa a lágrima, la reserva de esperanza por hacer todo aquello que quedó pendiente, así como la energía por retener lo que sí fue. Lo que duró, lo que tan solo con el legado del recuerdo, en los demás, permanecerá en el instante preciso de la gran pérdida. Decepción para algunos y satisfacción para otros.
Con los años, se aprecia más cercano ese desconocido apeadero en el que desde el momento en que se nace se obtiene plaza sin necesidad de reserva previa. Allí donde nadie entiende de súplicas ni de sobornos; una última cita que admite cambios por demora, gracias al avance científico y al innato instinto humano por sobrevivir, pero imposible de cancelar. Y tal vez pueda parecer injusto que con tanto cambio no varíe la meta de llegada, pero no lo hará. Seguirá siempre allí, esperando. Generación tras generación. No importa la posición que se ocupe al cruzarla. Carece de mérito entrar triunfante el primero o abatido el último. O debería ser al revés: abatido el primero y triunfante el último. Da igual, al cruzar esa línea se acabó. Se va la vida y llega ella. Invencible y eterna.
Teoría, mucha poesía y años de práctica. La vida adiestra, pero cuesta aprender porque hay mucho que aceptar y solo unos pocos alumnos privilegiados logran hacerlo bien. Sin miedo, con resignación y con total complacencia al terminar lo que empezó con la primera inhalación de aire, con ese breve llanto acompañado de temblor.
Por eso les resultó tan difícil aceptar que el tiempo les obligase a llevarla allí, no en contra de su voluntad, pero sí con tristeza al tener que claudicar por considerar inviable cualquier otro remedio. Sabían que sería el paso previo a su partida, pero había llegado el momento; se tenía que hacer y lo harían juntos, como la gran mayoría de las decisiones de esa familia.
La yaya Berta era una mujer con carácter. Viuda desde los setenta y seis y sola desde entonces. Sí, vivía sola en su casa, pero contaba con el apoyo y el continuo ir y venir de todos ellos. A los ochenta empezó a perderse; su mente decidió aminorar esa capacidad extraordinaria que tenía para almacenar información y, tan pronto esta entraba, parte de ella se escapaba por algún lugar abierto o mal cerrado sin quedarse demasiado tiempo retenida y cada vez costaba más que participara del presente con la pretensión de planificar un futuro cercano.
Insistían en generarle nuevos recuerdos, memorias frescas, con la humilde intención de regalarle un atisbo de actualidad al que poder aferrarse y evitar que se marchara del todo y para siempre, pero ese espacio destinado a tal fin parecía estar ya colmado y su insistencia no hacía más que desbordarlo.
Curiosamente, afloraban en su cabeza momentos de la infancia, de su adolescencia e incluso algunos de su madurez, pero ya era difícil que alcanzase a clasificar, entre ellos, todos los acontecimientos más recientes. Se salvaban muy pocas de las tareas o conversaciones del día anterior, y su mirada así lo reflejaba. Por suerte, conservaba prácticamente intacta la facultad de identificación familiar y solo alguna vez confundía parentescos o nombres. Siempre, siempre lograba saber con certeza que e...

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  1. 1Sensación de abandono