III. LA DESTRUCCIÓN DE UN MUNDO COMPARTIDO Y EL TERROR
DIETÉTICA DE SENTIDO. LAS POSIBILIDADES DEL ESCEPTICISMO ANTE EL PODER TOTALITARIO
Alicia Natali Chamorro Muñoz
Manuel Darío Palacio
No se trata de dudar de esta miseria humana
—de este imperio que las cosas y los malvados ejercen sobre
el hombre—, de esta animalidad. Pero ser hombre es saber
que es así. La libertad consiste en saber que la libertad está
en peligro. Pero, saber o ser consciente, es tener tiempo para
evitar y prevenir el momento de inhumanidad.
LEVINAS
El siglo XXI solo se comprende a partir de las herencias del siglo XX. Entre estas, quizá la que más dificultades ha implicado para la comprensión de lo humano es la posibilidad de sobrevivencia después de lo que fue el totalitarismo. No solamente se trató de un hito político determinado, sino que fue un acontecimiento que rompió en dos las posibilidades de comprensión de la condición humana, ante la violencia extrema y las ansias de absolutismo. Esta ruptura implicó que el ser humano no podría comprenderse del mismo modo, pues algo se había quebrado en la comprensión de este tras la experiencia de los alcances del poder totalitario; lo que se rompió no fue otra cosa que la ilusión de supervivencia del ser humano. Aparecieron discursos apocalípticos y antihumanistas que pregonaban el fin del hombre, ya no desde una posición académica, sino desde el testimonio de millones de víctimas y refugiados, sufrientes de poderes totalitarios a lo largo y ancho del mundo. De tal manera, la pregunta por el hombre es tal vez la que ha quedado más comprometida y la que más acuciantemente precisa nuevas respuestas.
Surgieron antropologías de las más diversas características: esencialistas y existencialistas, personalistas y nihilistas, etc. Sin embargo, algo fallaba en estas posturas antropológicas, y su falencia radicaba en el renovado intento de definir qué es el ser humano, cuando la pregunta que surgía requería una reformulación de la cuestión, a saber, cómo es posible el ser humano. Este tipo de antropología posee una tradición enriquecida cada vez más por el trabajo académico, pero que tiene como objetivo no una definición unívoca y performativa de lo que sea el ser humano, sino una consideración respecto a cómo este se hace posible. En este contexto, y desde la perspectiva de la antropología filosófica, el presente texto intenta mostrar hasta qué punto el escepticismo, entendido como división de poderes, permite contrarrestar el deseo totalitario basado en las ansias de lo absoluto. Se sostiene, por lo tanto, como tesis principal, que el escepticismo, como opción antropológica, permite entender al hombre como el ser que descarga y, por ende, a todo absolutismo como lo que está en contra de la propia posibilidad de supervivencia de lo humano.
Para desarrollar la anterior tesis, el trabajo se divide en los siguientes apartados: primero, se analizan las consecuencias del poder totalitario en la condición humana, como pérdida de la posibilidad de ser hombres ante la carga extrema de lo absoluto; segundo, en contraposición con lo anterior, se propone una antropología desde lo escéptico, que es una respuesta a los deseos de absoluto propios del ansia totalitaria; tercero, a partir de una comprensión retórica de lo humano, se contrapone la necesidad de una dietética de sentido ante al deseo de lo absoluto, comprendida aquella como descarga de deseos desmesurados, permitiendo una vida humana lejana a los deseos de poder absoluto.
DESEO TOTALITARIO Y PERDIDA DE LO HUMANO
Consideramos el poder totalitario no en el sentido estricto del mismo totalitarismo político que responde a situaciones históricas muy delimitadas y determinadas1, sino como el temple de deseo de absoluto que anima a convertir las razones humanas en verdades absolutas, justificando así el dolor dentro de un proyecto universal que debe ser cumplido pese a las vidas humanas. En este orden de ideas, cuando nos referimos al deseo totalitario como ansia de absoluto, nos acercamos teóricamente a una caracterización antropológica del totalitarismo, a partir de los procesos de terror y manipulación de masas que llevan a la deshumanización, desertización de la vida pública y eliminación de la pluralidad humana. Como afirma Arendt,
la dominación total, que aspira a organizar la infinita pluralidad y la diferenciación de los seres humanos como si la humanidad fuese justamente un individuo, solo es posible si todas y cada una de las personas pudieran ser reducidas a una identidad nunca cambiante de reacciones, de tal forma que pudieran intercambiarse al azar cada uno de estos haces de reacciones. (2004, 533)
Siguiendo a Arendt, la violencia como demostración del deseo totalitario se configura como una forma de manipulación de la vida humana, completamente en contra al poder político, ya que la violencia se caracteriza por eliminar la pluralidad humana a través del aislamiento y la generación de las masas, lo que convierte el mundo humano en un desierto76 77, donde no es posible ni la soledad ni la comunidad. Estas se hacen imposibles, pues la individualidad humana queda asimismo imposibilitada, ya que la valía del individuo queda subsumida dentro de las estructuras totalitarias que no aceptan un poder diferente que el sostenido sobre las masas. En este sentido, el deseo de absoluto rompe la posibilidad humana de edificarse en relación consigo mismo y con los otros. Por ello, la comunidad humana deviene un desierto, también caracterizado como mundo fantasmal, en cuanto los hombres no se pueden reconocer en él, al haberse difuminado los lazos posibles y estancado la construcción de mundo. Tal estancamiento, debido a la incapacidad humana de comenzar algo nuevo, expresa el mayor deseo del totalitarismo: convertir al humano en un ser superfluo78. En la radicalización de la violencia, llevada a cabo específicamente por el totalitarismo, se elimina la localización de la responsabilidad en sujetos determinados; es decir, la violencia implica fundamentalmente una no identificación del sujeto con sus actos y, por ende, una imposibilidad de responder. Lo anterior resulta evidente, en cuanto que la finalidad del totalitarismo en el poder es llegar a controlar la naturaleza humana, al punto de volver previsibles sus respuestas. En este sentido, el deseo totalitario desea lo imposible a partir del proyecto absoluto, pues ese imposible radica en eliminar la misma condición humana, al pretender disponer de la imprevisibilidad de la acción y la novedad de la natalidad. Por ende, el pleno control totalitario se da cuando se es capaz de destruir al ser humano convirtiéndolo en un haz de respuestas condicionadas79.
Ahora bien, la dominación total solo se da en el momento en que la sociedad misma asume la dinámica propia de la policía secreta, es decir, en donde los vínculos sociales se ven fragmentados por la sospecha de que cualquiera es un posible enemigo y de que cualquier palabra es posible traición; es en este momento cuando el totalitarismo ha llegado al poder plenamente. Así se hace innecesario un especialista para ejercer terror en el otro, lográndose la vigilancia absoluta: “la sospecha mutua cala todas las relaciones sociales en los países totalitarios y crea una atmósfera omnipenetrante al margen de la esfera especial de la policía secreta” (Arendt 2004, 525).
De este modo, en el análisis de Arendt, se puede comprender cómo el infierno totalitario demuestra que el poder del hombre es más grande de lo que se había atrevido a pensar, pues, al hacerse con el control de las condiciones que posibilitan una vida humana, alcanza el poder absoluto, al punto de que los peores sujetos pierden el temor y los mejores pierden todo tipo de esperanza. De la misma manera, el poder totalitario tiende a eliminar la persona moral a partir de un proceso despiadado, mediante la prohibición del dolor y el recuerdo. Lo anterior es desarrollado a partir del sometimiento del sujeto a elecciones donde la alternativa no se plantea entre el bien o el mal, sino entre un homicidio y otro, como en el caso de asesinar a los no conocidos para que sobrevivan los conocidos, se somete a la víctima a hacer parte de su propio martirio como única forma de sobrevivir. Finalmente, acaece la destrucción de la individualidad a partir de un método sistemático de humillación y tortura80. Un claro ejemplo es el trato de las ss con los internados en el campo de concentración, donde se les daba una muerte fría y calculada, eran tratados como si ya no existieran y fueran despojos completamente superfluos, convertidos en un espécimen de la especie animal hombre. De modo que al destruir la individualidad se destruye la espontaneidad y quedan solo marionetas fantasmales incapaces de comenzar algo nuevo:
El mundo de los moribundos, en el que se enseña a los hombres que son superfluos a través de un estilo de vida en el que se encuentran con un castigo sin conexión con el delito, en el que se practica la explotación sin beneficio y donde se realiza el trabajo sin producto, es un lugar donde diariamente se fabrica el absurdo. (Arendt 2004, 554)
Como pérdida de lo humano, el totalitarismo señala un camino de no-retorno. En consecuencia, conviene abrir renovadas formas de comprensión de lo humano para contrarrestar el efecto totalitario. De este modo, la función primordial de la filosofía consiste en una defensa de lo humano, mediante una división del poder que evite una nueva emergencia del totalitarismo. Esta división del poder totalitario va enmarcada en un cierto tipo de reflexión que sea susceptible de pensarse en medio de la división del poder sistemático que ha caracterizado los grades relatos filosóficos de Occidente81. Por ello, el escepticismo se presenta como una vía adecuada para la división de poderes.
ESCEPTICISMO Y DIVISIÓN DE PODER
En la tradición escéptica contemporánea, quizás sea Marquard el filósofo que más ha tratado la respuesta del escepticismo, como división de poderes, al totalitarismo82. En este apartado se sostiene el siguiente argumento: el escepticismo, como división de poderes, permite contrarrestar el deseo totalitario. Para consolidar nuestro argumento, partimos de la definición del escepticismo en la filosofía de Marquard como una forma de antropología de la finitud, sensible a la división de poderes, lo que nos lleva a postular la necesidad humana de una dietética del sentido. Así pues, son numerosas las definiciones que pueden encontrarse del escepticismo, en cuanto parte de un carácter plural no reductible fácilmente a una única filosofía. De hecho, Marquard considera que el escepticismo muestra un carácter dual en la misma configuración del ejercicio de la duda83. El autor lo logra a partir del juego de palabras que permite la expresión alemana Zweifel (duda) que, en sí misma contiene, la comprensión de lo plural, en la medida en que dice Zwei (dos). Por lo tanto, una primera definición del escepticismo, proveniente de un acercamiento etimológico, podría considerarse como una actividad plural de la filosofía. De tal modo, el escéptico no se adscribe a una única filosofía, en términos absolutos, al contrario, aquel reconoce la valía de otra filosofía, al aceptar los límites, el carácter no-absoluto, de su propia filosofía.
Esta aceptación lleva al pensador a vérselas con la ya antigua división de los filósofos, esbozada por Sexto Empírico, entre dogmáticos, que creen haber encontrado la verdadera filosofía, los escépticos académicos, que niegan que sea posible encontrar la verdadera filosofía, y los escépticos pirrónicos, que siguen buscando. En este marco, el escepticismo propuesto por Marquard corresponde al de una tradición pirrónica, en cuanto se establece su escepticismo como la actitud del que trata de mantenerse (no sin dificultades) en e...