Boeuf
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Boeuf

Relato a la manera de Cambridge

  1. 164 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Boeuf

Relato a la manera de Cambridge

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Índice
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Información del libro

"Mejor tener una poética sin obra que una obra sin poética", piensa Matías Parra, estudiante de Letras obsesionado con la puntualidad, que va por la vida coleccionando células moribundas —programas de exposiciones de arte, folletos publicitarios, piezas de grafiti, libretas abandonadas…— para componer una pieza de arte escrita cuya forma aún desconoce. Su búsqueda literaria es interrumpida una tarde, al toparse con un anuncio del diario que se le presenta como un llamado: "Se buscan secretarios para club de lectura. Últimas vacantes". Así es como conoce al profesor Baltazar Boeuf, quien lo acoge como su protegido y le habla del ambicioso Proyecto Babel. Boeuf es una novela que se escribe mientras se va avanzando. Es un viaje a través del lenguaje, del arte, la literatura y la vida misma: esa que se vive en metáforas, en una ciudad que se muestra como un libro ilegible. Es un viaje propiciado por el tedio y las ansias del autoconocimiento.

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Información

Año
2018
ISBN
9786078646142
Edición
1
Categoría
Literature
V
En esa novela en la cual habían convertido sus andanzas, cuyo posible título era Boeuf (Relato a la manera de Cambridge), y que Matías no podía dejar de leer, el Vladik sería entonces el equivalente a una nota al pie de página que prometía crecer hasta devorar al resto del libro y luego engullir al propio protagonista y al mismísimo lector, se decía Matías mientras el profesor afinaba su voz para seguir con la historia de su vida, como si en cada encuentro sugiriera que Matías sería el responsable de poner su biografía en papel. Pero mientras más contaba menos decía, como si ese juego de cubrirse de palabras lo fuese metiendo en una cápsula que lo ocultaba cada vez más hasta hacerlo desaparecer dentro de esa madriguera verbal.
Boeuf tomó aire, una cantidad acaso excesiva para lo que aparentaban soportar sus enjutos pulmones, y se quedó un rato con los ojos cerrados y por un segundo Matías se inquietó de que le sucediera algo al profesor, de que sus historias —de las que intuía que no iban a parar en nada— se quedaran a mitad de camino. ¡Qué fuertes vínculos se pueden establecer entre algunas personas solo a través de las palabras! Por más que engañen o que desdibujen es ya sabido que son puentecillos… A lo mejor puentes únicamente para mirarse en la distancia, no para cruzarlos porque se vendrían abajo.
Como el profesor todavía no reaccionaba de su alargada inhalación, pero Matías no se atrevía a interrumpirlo, el inquieto joven Parra no dejaba de retorcer sus manos dentro de los agujeros del mueble para extraer del interior de la tela manojos de su mullido relleno. Además de un gesto de evidente ansiedad, era un tic que de manera inconsciente emulaba a los desesperados consumidores de palomitas de maíz en las salas de cine durante los momentos más cruciales de una película.
De algún modo —comenzó a explicar Boeuf ignorando el minucioso destrozo de su patrimonio mueble— a él le interesaba no la invención de la historia del Vladik, sino la invención de su fingimiento, lo cual era otra manera de contar esa historia. En cuanto al autor, le bastaba con inventar una ausencia: un anónimo fallecido o una carmelita enclaustrada; y en cuanto a la obra, era suficiente con fabular la reseña y no su contenido. En esas sutilezas se diferenciaría de casos como el Giazotto, el pretendido autor del Adagio de Albinoni, ejemplificó el profesor al tiempo que acotó que ese caso todavía era un tema irresuelto y con muchas aristas más por descubrirse en décadas venideras.
«Este mismo juego de invenciones ya ha sido jugado por otros antes; no pretendo yo ser el inventor. Hay casos fracasados, que son los que conocemos porque fueron descubiertos; en lo que respecta a aquellos que tuvieron éxito en la aventura de perdurar no podemos tener noticia, joven Parra. Como ya le he dicho tantas veces, no me inquieta pecar de originalidad, lo que me mueve es la materialidad de los actos. Fíjese que, por ejemplo, pegarse un balazo en la sien frente a un público no es original, pero muy pocos se aventuran a llevarlo a cabo; y cuando se comete, el estrépito siempre vuelve a sorprender como si fuera inédito. Claro que a mediano plazo también es posible acostumbrarse a todo», dijo el profesor.
Boeuf había comenzado a inventar el Vladik antes de proponérselo. Cuando alteraba citas bibliográficas o introducía referencias falsas en tesis y resúmenes lo hacía al principio al garete, es decir, no solo imponía nombres verdaderos en lugares impropios, también colocaba nombres ficticios (al menos no ligados a ningún referente específico) en cualquier lugar. En esas andanzas, una suerte de graznido lo acosaba reiteradamente: Bladi, Vladi, Vladyck, Vladik. Esa referencia, que primero solo era un nombre huérfano de contexto, poco a poco fue fortificándose bajo la forma de una espiral sólida y creciente. Y Boeuf supo pronto que necesitaría amplificarla, porque allí situada dentro de esos párrafos sin destinatarios la resonancia de ese feto en gestación sería ínfima.
Fue por eso que escribió esos artículos que leyó Matías. Primero porque quería inocularse con una obsesión que no era tal (salvo la mera obsesión de querer obsesionarse) y luego porque quería que los demás la conocieran.
Boeuf había contado ya buena parte del trozo de su historia. Matías, fiel y educado oyente hasta entonces, se sentía ahora cargado con la pesada sensación del deber de continuarla, de extenderla más allá de la presunta puntuación final donde la había dejado el profesor.
[De ese modo también compondría la suya; y quizá años después acabaría publicando un aviso clasificado para convocar a un secretario a participar en una causa que cada vez más se desteñía y se degradaba, como el manoseado testigo de palo de las carreras de relevo, susceptible al desgaste por el roce, el clima y el tedio de repetirse].
Esa carga no era pesada, por el contrario, era en extremo frágil y unas manos poco hábiles o desesperadas la arruinarían antes de haberla movido siquiera un corto trecho. Lo cierto es que aunque conociera el contenido de esa valija nunca sabría el verdadero propósito de su traslado —y años después se daría cuenta de que lo único que le quedó de esa breve aventura fue el sabor avinagrado de un enigma: el de sí mismo durante esa lejana época.
Una vaga inquietud lo perturbaba: no quería ser un émulo imberbe del profesor Baltazar, pero tampoco le quedaba claro a quién quería parecerse. Matías no se acordaba de que sus padres lo habían querido empujar al negocio retretístico que él no sentía como suyo. Ahora Boeuf lo empujaba con sutileza a otro negocio que tampoco era de él, que no tenía nada que ver con sus cajitas de zapatos, ni con su promesa de una obra personal. No obstante, lo cierto es que se sentía más cómodo siendo escudero, y no cargando sobre sus hombros el peso de la locura, si es que acaso esa palabra no era levedad pura.
Matías se afanó entonces en redactar y publicar traducciones inventadas de entrevistas a verdaderos y falsos académicos refiriéndose al Vladik; algunos lo mencionaban de pasada, y esos eran los que pretendían gozar de mayor veracidad pues daban al Vladik como cosa sentada. Lo crucial en estos primeros lances, como había acordado con Boeuf, fue tener la suficiente paciencia para dosificar esas intromisiones a lo largo del tiempo («¿Serían meses y luego años?», temblaba Matías) para que no parecieran un brote de locura, sino el natural caudal de un arrollo. Así que con la serenidad de un minucioso cincelador Matías se dedicó a crear personajes sólidos en foros de literatura, y solo después de ganarse cierta reputación soltaba el asunto del Vladik a modo de humilde pregunta o coda. Se dio cuenta del posible alcance de ese vicioso divertimento cuando se enfrentó con algunos poquísimos lectores que dijeron conocer lateralmente el libro; unos menos aseguraron con arrogancia haberlo leído completo.
Parra y Baltazar no convertirían al Vladik en un libro necesario por medio de fingidas justificaciones estéticas, pero —si lograban prosperar— se tornaría indispensable por su accesoria inutilidad, por la grata textura que su título y la ignorada musicalidad de sus cantos pudiera producir en el paladar de algunos.
Matías y Boeuf empezaron a comprobar la factibilidad de su premisa: a Parra le bastaba valerse de sus heterónimos dentro de un portal web de literatura o historia y menospreciar a otros usuarios calificándolos de ignaros por no haber leído el Quijote, el Fausto o tan siquiera el Vladik, para que saltaran unos pocos a alardear de que conocían el Vladik mejor que nadie. Luego, para envenenar más ese tipo de discusiones y hacerlas más apetecibles, Matías comenzó a publicar en blogs y foros resúmenes y versos de la obra que, aunque en brevísima cantidad, se fueron reproduciendo en otros sitios.
Habían estimado que esas citas se trastocarían a medida que fuesen recitadas, así que se sorprendieron cuando vieron que se conservaban textualmente, tal como el profesor las había inventado. Cayeron en cuenta de que el Vladik era un mito de palabra escrita, no hablada.
Con esas primeras salidas, según Boeuf, ya se había triangulado una suerte de campo minado. No era muy extenso, pero sí lo suficiente para que dentro de muy pocos años quien consultara el universo de la web en busca de pistas del Vladik supiera que no era una invención reciente. «Solo un loco podría imaginar un fingimiento realizado con anticipación, ¿cierto?», sentenció Boeuf.
El aplicado joven Parra logró también que un texto de Boeuf fuera pu...

Índice

  1. Capítulo I
  2. Capítulo II
  3. Capítulo III
  4. Capítulo IV
  5. Capítulo V