CAPITULO 1:
¿QUÉ QUIERES SER DE MAYOR?
Mis hijos y sus amigos son adolescentes; entre ellos, pero sobre todo entre los adultos que nos relacionamos con ellos, hay últimamente un tema de conversación reiterativo —¿qué quieres ser de mayor?—. Algo que, unas veces oigo con nostalgia, otras con tristeza y muchas otras como esa “música de fondo” que ha estado sonando permanentemente durante toda mi vida, en mi cabeza.
—No quiero estropearles la sorpresa —pienso— pero la vida es un caminar continuo lleno de oportunidades, caminos, direcciones..., que no siempre sigue guiones, que lo predecible cada vez es menos realista y el futuro cada vez más incierto-. Pero ¿no es eso precisamente hacerse mayor, descubrir todo esto?.
Con estos pensamientos, me resuena ese concepto que se está poniendo tan de moda bajo el acrónimo VUCA, Volátil, Incierto (uncertainty), Complejo y Ambiguo, que viene a decirnos algo así como que nada será en el futuro como pensamos, y que el mejor talento es tener la actitud y la capacidad de abordar los cambios y adaptarse a los acontecimientos.
Sí, me da ganas de decirles —¡haceros VUCAneros!— Pero cómo voy a decir esto a una juventud que está dejándose la piel para sacar buenas notas, en unas asignaturas para las que son más importantes las preguntas del examen que los conocimientos adquiridos; para después hacer unas pruebas en las que no pueden fallar, porque de nuevo unas décimas son la llave en función de las cuales podrán acceder a eso que les han dicho “que tiene más salidas” y que desde que oyeron esta frase se ha convertido en su “vocación y su sueño profesional”. Como hablar de esto a un juventud que nos empeñamos en que sigan “guiones” antiguos para ese futuro que no conocemos.
Lo más que me atrevo a hacer, cuando estoy con ellos, es preguntarle uno a uno —“a tí, ¿qué es lo que mejor se te da hacer? ¿Qué es lo que más te gusta hacer? ¿Qué te ves haciendo dentro de 20 años?...—
Algunos se quedan pensando y me contestan rápidamente, lo tienen claro y compruebo que tienen alineados sus sueños con sus pasiones. Otros tardan algo más en contestarme y alternan lo que piensan racionalmente y lo que les dicta su corazón; y otros,…..se quedan pensando “perdidos”, prudentemente se callan porque no se atreven a decirme que lo que les digo es una “tontería”, que su futuro profesional no está asociado a sueños ni a pasiones, sino a “oportunidades laborales”; así que cambian de conversación, sin saber que, aunque no me lo digan, en su mirada y en la expresión de su cara, leo nítidamente su mensaje.
No me siento capaz de darles ningún consejo, me limito a oírles, porque yo me encuentro en el inicio de una nueva etapa profesional, al borde de cumplir 50 años, en una fase donde tengo claro lo que no quiero, pero como ellos, tampoco sé definir con palabras, con un “titular”, como les obligamos a hacer, qué quiero ser de mayor.
¿Qué diferencia hay entonces entre mi etapa vital y la de estos chicos?, todos estamos en el inicio de una nueva partida en la vida, sin embargo, para ellos es la “primera” jugada, y para mí es “una más de tantas”. Por eso, aunque estamos ante la misma pregunta, nuestra forma de encontrar respuestas es muy diferente.
Mientras estoy con estos pensamientos suena el teléfono, por la hora tiene que ser ella, mi amiga coach con la que periódicamente hablo; compartimos momentos de nuestras vidas y, alrededor de una pregunta, conversamos para encontrar respuestas. Cierro la puerta de la habitación, me tumbo en el sofá y descuelgo con mi típico “¡¿Qué hay princesa?!”.
Tras las preguntas y respuestas previas, que solemos hacernos para identificar el “contexto” del que partirá el enfoque de cada una de nosotras ese día, llegamos sin forzarlo, tan sólo porque a ambas nos resuena, al tema alrededor del cual pensaremos, hablaremos, aprenderemos, compartiremos.
Como suele pasar, aquello que me ronda por la cabeza suele aflorar en algún momento de la conversación. Así, ese día, llegamos a la frase “¿qué quieres ser de mayor?”. Tras hacer un recorrido de nuestra “línea vital” hacia atrás, para identificarnos ambas con nuestros “18 años”…; analizamos similitudes (muchas) y diferencias (muchas) entre nuestra generación y la actual.
Y entonces, de repente, llego a esa “toma de conciencia” que nos suele ocurrir cuando dejamos aflorar las palabras sin frenos, sin miedos, sin prejuicios. Siento y verbalizo que eso que llaman “vocación”, ese foco que nos dirige el destino, en mi caso no tenía nombre propio, pero sí contaba con algunos apellidos importantes, se nombraba en mi inconsciente a través de mis valores.
Todos los caminos que he recorrido, todos los proyectos que he abordado, todos los equipos a los que me he unido,…giran alrededor de elementos comunes. —¡Madre mía!, mi desarrollo profesional, sí que tiene sentido; no son “oportunidades aleatorias” encontradas por azar o suerte. Sí que puedo visualizar una “carrera profesional” continua cuyos puntos de unión son, sin lugar a dudas, mis valores— digo en voz alta.
Y me viene el siguiente pensamiento, hasta ahora siempre había analizado cada etapa por separado, por eso, en ocasiones tenía la sensación (y algunos al ver mi CV, también lo pensaban) que “no sé lo que quiero, que cambio de profesión como de vestido, que no soy perseverante...”
Tras colgar el teléfono, cogí una pizarra (me gusta mucho ver gráficamente la ordenación de mis pensamientos) y dibujé un punto (hoy) y una línea hacia atrás (pasado)….y de manera crono-gráfica fui fechando todos esos momentos importantes de mi vida, todos los objetivos de formación que había promovido personalmente, todas las etapas profesionales de las que hacía referencia “mi vida laboral”… y escribí, escribí, escribí palabras…
Ser médico, profesor, abogado...; tiene la ventaja de que, a través de una sola palabra, relacionada con una profesión, se describe y se relacionan rol, responsabilidades, actividades, título de tu tarjeta d...