El amor a la sabiduría
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El amor a la sabiduría

  1. 72 páginas
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El amor a la sabiduría

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Información del libro

Este libro recoge un discurso en Harvard sobre lo más característico del oficio intelectual, y una conferencia en la Universidad de Marquette, donde el autor argumenta sobre la importancia de la historia del pensamiento en la enseñanza general de la filosofía. Gilson logra despertar el afán de búsqueda, y enseña rigor intelectual y amor a la verdad a quien desea construirse y construir una sociedad mejor.

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Información

Año
2015
ISBN
9788432145209
Categoría
Literature
HISTORIA DE LA FILOSOFÍA Y EDUCACIÓN FILOSÓFICA
La filosofía, según el significado mismo de su nombre, es amor a la sabiduría. Filosofar, por tanto, es buscar la sabiduría a través de un esfuerzo estable de reflexión, que en sí mismo implica requisitos éticos definidos; porque nadie puede, al mismo tiempo, filosofar y llevar un modo de vida incompatible con el pensar filosófico. Pero, incluso suponiendo que se cumplan tales condiciones morales, permanece el hecho de que, por su propia naturaleza, la vida de un filósofo es un esfuerzo constante por adquirir la sabiduría.
Pero, ¿qué es la sabiduría? Según su definición clásica, es el conocimiento de los primeros principios y de las primeras causas. Por supuesto, también incluye el conocimiento de muchas otras cosas; sin embargo, en la medida en que utiliza su sabiduría, un sabio conoce todo lo demás como incluido en los primeros principios y las primeras causas, o al menos en relación con ellos. Todos tenemos alguna experiencia de lo que esto quiere decir. Hay cosas que conocemos porque las recordamos, y hay otras que conocemos, no porque nos acordemos de ellas, sino porque conocemos algunas otras por las cuales podemos encontrarlas siempre que las necesitemos, sin recargar nuestra memoria con detalles innecesarios. Cada vez que nuestra inteligencia logra en esa forma reemplazar el conocimiento mismo por algunos de sus principios y de sus causas, está en el camino hacia la sabiduría. De hecho, ya ha encontrado la sabiduría, al menos de manera parcial, en espera del día en que, del todo consciente de lo que son en verdad los principios absolutamente primeros y las primeras causas, comience a verlo todo a su luz.
Si esto es verdad, la filosofía es menos un saber que una vida dedicada a la búsqueda de un determinado tipo de saber, la sabiduría. Es una ocupación peculiar y que dura toda la vida. Por esto hay tan pocos filósofos, entendiendo por filósofos hombres cuya vida entera está total y finalmente dedicada a la tarea de alcanzar la sabiduría. Es cierto que a la mayoría de los hombres les encanta decir, de vez en cuando, que ellos también son filósofos. Y lo son, a su modo, en la medida en que, a través de una larga experiencia de las cosas y de los hombres, más una cierta dosis de reflexión, han llegado a algunas conclusiones generales que llaman su filosofía. Sin embargo, no son filósofos, precisamente porque su así llamada filosofía ha surgido en forma espontánea de sus vidas, mientras que la vida de un filósofo está dedicada por completo a la conquista de la sabiduría. Si se es filósofo, no se puede hacer nada más que filosofar; o, si se hace algo más, se hará con vistas a asegurar la libertad que se necesita para filosofar. Espero no asombraros si, para aclarar mejor lo que quiero expresar, digo que incluso los profesores de filosofía no son filósofos. Puede ser que algunos lo sean, pero no todos, no siempre. Porque enseñar filosofía y filosofar están ciertamente lejos de ser una y la misma cosa.
Si es un pensar en voz alta, la enseñanza de la filosofía puede ayudar a la reflexión filosófica; pero no ayudará si se emplea la propia carrera de profesor en repetir de memoria las mismas fórmulas filosóficas, y ello a veces por veinte o más años. Para un verdadero gran filósofo, la enseñanza es una molestia o, por lo menos, un mal menor. Entre todas las ocupaciones, un puesto de profesor es aquella que le permite ganarse la vida con el menor daño posible para una auténtica vida filosófica. Mientras enseña quizá no esté filosofando, pero por lo menos está hablando de filosofía. Esta distracción lo aleja lo menos posible de la filosofía. Esto es lo que Tomás de Aquino llama contemplata aliis tradere. Sin embargo, en fin de cuentas, enseñar es actuar, mientras que filosofar es contemplar, y aunque en este caso la vida activa del hombre no es sino el rebosar de su vida contemplativa, estas dos vidas no son lo mismo. Incluso sus objetos próximos son diferentes. Una cosa es, por ejemplo, especular sobre las relaciones entre el ser y el devenir, y otra muy diferente preparar a veinte alumnos para el examen final del curso. Cuando Bergson enseñaba filosofía en el primer curso de la universidad, al mismo tiempo estaba escribiendo su celebrado Ensayo sobre los datos inmediatos de la consciencia. Pero si hubiera intentado enseñarles a sus alumnos lo que entonces le interesaba de modo personal, todos habrían fracasado en los exámenes y, aunque fuera un gran filósofo, probablemente habría perdido el empleo. De hecho, los que hemos visto los apuntes tomados en sus clases sabemos que su curso era en la práctica igual al de cualquier otro profesor de filosofía. Contenía información sólida y bien ordenada sobre psicología, metodología, metafísica y ética, de acuerdo con los requisitos y el orden del programa oficial francés. Tal como se presentaba, el curso de Bergson era en realidad una introducción a la filosofía muy buena; mas había muchos otros profesores que, en esa misma época, estaban haciendo exactamente lo mismo. Hubiera sido traicionarlo publicar esos apuntes con su propio nombre, puesto que, como filósofo, él tenía muy poco que ver con ellos. Conocí una vez un capitán del ejército francés que había sido alumno de Bergson en esos primeros cursos. Desde luego, le pregunté qué clase de profesor era Bergson. «Un profesor maravilloso», me respondió. Entonces, después de una breve pausa, el capitán añadió con una sonrisa: «Pero, por supuesto, nosotros no sabíamos que él era Bergson». Por ello, incluso si resulta que vuestro profesor de filosofía es también un filósofo, vosotros no lo conoceréis ni lo encontraréis como tal en vuestra aula de clases. Porque es un filósofo, no cuando os habla, sino en aquellas horas de soledad en las que se habla a sí mismo en el silencio de su propia meditación.
Esto plantea un intrigante problema a aquellos que quieran estudiar filosofía y quizá más aún a aquellos cuyo trabajo es enseñarla. Si la filosofía es una ocupación que requiere toda una vida, ¿cómo podrá ser aprendida o enseñada en tres, cuatro o cinco años? ¿No deberíamos incluso preguntarnos si acaso puede ser enseñada o aprendida? De acuerdo con lo que dijimos hace unos momentos, la búsqueda de la sabiduría es un asunto personal. Si la sabiduría debe ser nuestra sabiduría propia, entonces su búsqueda debe ser nuestra propia búsqueda. Que nuestro profesor sepa la verdad y nos la diga no quiere decir que nosotros también la sepamos; y, a p...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADA INTERIOR
  3. CRÉDITOS
  4. ÍNDICE
  5. PRESENTACIÓN
  6. ÉTICA DE LOS ESTUDIOS SUPERIORES
  7. HISTORIA DE LA FILOSOFÍA Y EDUCACIÓN FILOSÓFICA
  8. REFERENCIAS